Sunday, July 1, 2012

UN HERMOSO FORAJIDO


Foto: Isabel Pérez Lago



Por Dinorah Pérez-Rementería


Breve nota al lector: La idea de este texto es simplemente presentarte a Jesús, como hace John Eldredge en Beautiful Outlaw o los cuatro evangelistas bíblicos, o el joven pastor Joel Osteen en su alocución cada semana. Si Jesús no aflora aquí, en ti y para ti, nada de culpabilidad, escapa, corre, pon pies en polvorosa: a mí me gusta jugar, diluirme en las palabras. De hecho, mi hermano pequeño no pudo pasar de la segunda página. “Jesús es infinitamente creativo”, dice Eldredge y puede pescarte de cualquier otra manera.






“El artista se revela a sí mismo en su trabajo y en la abundancia de la obra creada”, dice John Eldredge en Beautiful Outlaw, su libro sobre la personalidad de Jesús (57). Muy pocas cosas en la vida lo estimulan a uno como el acto de descubrir –aprender a ver y conocer- a Dios a través de sus obras. Luego de haber recibido ojos para ver y oídos para escuchar(lo), resulta imposible aplacar el ardiente deseo de búsqueda, una búsqueda de conexiones y elementos más profundos que nos ayuden a lidiar con la imprevisibilidad del océano y el vehemente diseño emotivo, físico y mental del ser humano.
En tanto se comportan como motivación esencial de la existencia, las conexiones mencionadas tienen el poder de estimularnos, impulsarnos, despertar en nosotros la curiosidad. De aquí que puedan inspirar la conformación de patrones, formas y órdenes que nutren nuestro intelecto y percepción en general, y que, a su vez, sirven como canales o medios interactivos para acrecentar, enriquecer, facilitar la emergencia de asociaciones como tal. En realidad, podríamos decir que uno requiere de formas, órdenes, y patrones externos siempre y cuando éstos nos provoquen un resplandor interior –el anhelo de navegar y de disponerse a encontrar conexiones espontáneamente. Sin embargo, no siempre logramos deshacernos de nuestro apego al patrón. Preferimos recitar, memorizar, santificar los métodos de percepción que -en lugar de invitarnos a interpretar las conexiones por lo que realmente son: rutas, sendas, caminos que conducen a riquezas más considerables- las reducen, dividen o simplemente distorsionan, convirtiéndose en obstáculo que nos impide explorar.
Algo similar ocurre en lo concerniente a Dios y la manera en que nos relacionamos con él. Muchas personas asocian la frase “creer en Dios” a la idea de afiliarse a (o involucrarse religiosamente en) una iglesia o práctica ritual, sin tener en cuenta que, aun cuando hayamos aprendido a acomodar nuestras inquietudes psicológicas, académicas, rituales, dentro de ciertos patrones o cánones, únicamente a partir de un deseo espontáneo, podríamos animarnos a buscar, a navegarlo. Por otro lado, hay individuos que parecieran haber sido impregnados con la bondad, energía, y creatividad de Dios sin proponérselo, como John Eldredge, de Ransomed Heart Ministries, por ejemplo. En sus libros, uno encuentra un espacio de atractiva comunión, comunicación con Dios. Dios creó el cielo y la tierra, y también al hombre, compasivo, ingenioso, emprendedor. Su espíritu emerge, como aquellas profundas conexiones, de ningún lugar, o de cualquier lugar, avivando nuestra mente y el latido del corazón.
¿Acaso pueden los patrones o los moldes confinar, encapsular la vida, la creatividad, la espontaneidad? Los patrones representan escasamente las tendencias rituales, teológicas, matemáticas, históricas; nunca podrían aprisionar a Dios. Y sin embargo, Dios sí puede permear el patrón humano. Como dice La Biblia, la humanidad fue creada a su imagen y semejanza. A pesar de que el hombre no reconoció desde el principio que poseía la fuerza e inteligencia necesarias para pensar y actuar humanamente –lo cual devino en la imposición de sucesos y modelos repelentes y por ende la propagación de interpretaciones desajustadas e imprecisas sobre la naturaleza de Dios-, él nunca ha dejado de asumir/infiltrar fantásticos perfiles para incitarnos a recuperar su proyección humana. De hecho, con el propósito de descubrirnos quién es él en realidad y liberar al hombre del arquetipo engañoso, utilitario en que se había convertido,  Dios adoptó nuestra “estructura” y apareció (como si nada) entre nosotros dos mil años atrás.
El escritor John Eldredge considera a Jesús “un hermoso forajido”. Su amor por Dios se filtra en las páginas del libro, como una zarza ardiente, una ola de mar. En la introducción, Eldredge nos invita a sumergirnos en la aventura más significativa de nuestras vidas: “Necesitamos más palabras sólo si nos permiten experimentar a Jesús,” dice el autor. Un Jesús alarmante, abundante, travieso aparece en su palabra, como en la Buena Noticia, o un recuerdo dulce, un sufrimiento, una visión. Aprender a verlo como realmente es. Eldredge sugiere, “A veces nuestra experiencia se reduce debido a los límites que elegimos” (154). Los patrones académicos, religiosos, históricos, sociales, morales, que alimentan (codifican) nuestra facultad de percepción y que se convierten al final en un estorbo, pueden disolverse por medio de Jesús. En su carta a los romanos, el apóstol Pablo pide que no nos acomodemos al mundo sino que nos dejemos transformar interiormente a través de la renovación de nuestra mente. Irónicamente, cuando los arreglos (florales) estancados del mundo se evaporan una vez que lo encontramos, otras conexiones más libres se abren paso, y nos salpican, nos permean como la lluvia de verano, un ojo apasionado, o el Espíritu Santo.
Eldredge recupera los rasgos más sobresalientes que componen la atractiva humanidad de Jesús: su sentido del humor, su inteligencia, su ardiente intención de rescatarnos, su generosidad y honestidad profusas, y su espíritu libre. Para Eldredge, escribir sobre Jesús se convierte esencialmente en un apasionado, disfrutable y entregado encuentro con el amor de su vida. El autor nos invita a compartir, dejarnos inundar por su alegría, como lo haría cualquier hombre desprendido, de la misma forma en que lo hace Jesús. Dice Eldredge, “Un encuentro personal con Jesús resulta la experiencia más transformadora de la existencia humana. Conocerlo a él es encontrar el camino a casa. Dejarse llenar con su presencia, su energía, su alegría, su amor no se puede comparar. Conocer verdaderamente a Jesús constituye la necesidad más imperiosa y la felicidad más completa de nuestra vida. Tener opiniones desacertadas sobre su persona es una gran equivocación” (11). La presencia de Jesús, en medio del dolor y la agonía, produce la energía necesaria para estimularnos a imaginar, soñar enlaces furtivos entre patrones, órdenes, sucesos, comenzar a experimentar qué significa ser humano a partir de la visión de Dios. 
El carácter transparente de Jesús atrae desde el primer momento. ¿Por qué no podríamos actuar/ser como él? Si los rasgos distintivos y el impulso transformador de Jesús pueden haber inspirado la creación de la raza humana, como anota Eldredge, “los estragos causados por los vicios, el abandono, el abuso y otras miles de adicciones nos han convertido en sombra de lo que pudimos ser. Jesús es humanidad en su forma más pura. De hecho, su título favorito era ‘Hijo del Hombre’”(48). Agudo, juguetón, fascinante, Jesús muestra al ser humano que Dios imaginó. Eldredge nos recuerda que, “luego de haber conquistado la muerte, rescatado la raza humana, regresado al mundo que había creado, al Padre, a sus amigos”, Jesús se presenta ante sus discípulos informalmente, haciéndose pasar por un desconocido en lugar de anunciar “con bombo y platillo su gloriosa presencia en la playa”, burlando el pensamiento elitista de los intelectuales y religiosos de la época, para así sorprender a sus seguidores, re-creando su primer/gran encuentro, como describe Lucas en su evangelio.
También observamos el operativo sentido del humor de Jesús cuando los recaudadores de impuestos detienen a Pedro para preguntarle si su instructor pagaba la tarifa del templo, en el evangelio de Mathew (17:24-27). Aquí Eldredge llama la atención sobre el hecho de que Pedro, quien confirma que su mentor cumple con las obligaciones legales establecidas, pudo haber dudado de la honestidad de Jesús. Jesús interviene sus pensamientos, haciéndole una pregunta ingeniosa, y enviándolo a pescar para refrescar su mente, lo cual le permitirá a Pedro alcanzar una interpretación más clara de La Ley (Eldredge 23-24). La proyección/encarnación de Jesús rompe/rasga códigos perceptivos obstinadamente rígidos y bidimensionales, como mismo Dios deshace la cortina del templo después de la muerte de Jesús.
“La encarnación de Jesús es uno de los tesoros más grandes de la fe que profesamos”, dice Eldredge en Beautiful Outlaw, nos produce un deseo libre, natural de descubrir la personalidad de Dios (47). El autor afirma que cuando Jesús apareció, “se presentó como lo describe el evangelio –un ser humano, una persona, un hombre con una personalidad muy característica” (Eldredge 51). Innegablemente, existen muchas evidencias en el evangelio que testifican sobre la naturaleza viva, humana de Jesús. Eldredge menciona, por ejemplo, el pasaje en que se narra la estancia de Jesús en Getsemaní, donde oró tan intensamente que el sudor caía sobre el suelo como enormes gotas de sangre (44). De aquí puede uno discurrir que Jesús padecía de una transpiración efervescente, y que unida al polvo del camino, pudo provocarle acné. Además, Jesús comió, bebió, tuvo que descansar cuando sus fuerzas flaqueaban, escapó a lugares solitarios para llorar sin molestar a nadie, desenmascaró a los hipócritas que obstaculizaban el paso a los enfermos, y al mismo tiempo nos alertó contra el impulso de teatralizar el influjo rehabilitador de Dios. Eldredge enfatiza, “Jesús disfrutaba a las personas”, y tuvo la oportunidad de compartir con una “turbulenta muchedumbre” (49). “Su angustiosa necesidad de sentirse acompañado” se materializa cuando Jesús le pide a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo que permanezcan despiertos junto a él, mientras ora en Getsemaní, lo cual confirma cuánto “el creador de la amistad y del amor” añora construir con nosotros una sincera y afectuosa relación (Eldredge 49-50). 
Uno de los proyectos más importantes de Jesús radica en la construcción de verdaderas, más profundas conexiones. Cuando leemos los evangelios nos percatamos de que Jesús parece intrínsecamente desapegado a los órdenes paradigmáticos y políticas inconsistentes que le rodean, aunque sí l@s interviene, con el propósito de evitar que volvamos a caer en afectada religiosidad o la ficción anarquista. Como afirma John Eldredge, “Los tres años de ministerio público de Jesús son una larga intervención (…) Una misión para rescatar a un grupo de personas que está tan completamente sumergido en la apariencia que la mayoría ni siquiera quiere ser rescatada” (68). El autor destaca, por ejemplo, la ocasión en que cierto ejecutivo del templo invita a Jesús a cenar. Jesús rompe el patrón de conducta establecido por el sistema “religioso”, y se va directamente a la mesa sin lavarse las manos. Al ver el rostro sorprendido de su anfitrión, le dice “Ustedes fariseos limpian la parte externa del plato y la copa, pero por dentro están repletos de avaricia y maldad” (Lucas 11:37-39). Eldredge nos recuerda, “cada vez que veamos a Jesús navegar, tengamos en cuenta que estamos observando amor en acción, un amor que no se comporta “diplomática” sino honestamente (67). “Cuando el orgullo, el sectarismo, el elitismo intelectual y la ‘obligación’ moral se incrustan en el alma -como le pasaba a su anfitrión-, se necesita fracturar la concha para que entre un poco de luz. Jesús perfora nuestra coraza como lo haría Miguel Ángel”, escribe Eldredge, invitándonos a observar la propulsión ética/afectiva de Jesús desde una inquietante perspectiva (68).
La actitud de Jesús pareciera desafiar todas las esquematizaciones y convicciones que alimentan nuestras políticas culturales. Como afirma Eldredge,

La moda de hoy en día es aceptarlo todo –excepto las opiniones profundas sobre algo. De ahí que Jesús resiste al mundo como una gran roca afronta la imparable corriente de un río. Él es inamovible. Queríamos “tolerancia”, es decir, “llegar a aceptar nuestras diferencias y que éstas no se convirtieran en causa de violencia entre nosotros”. Ahora ocurre algo diferente, todas nuestras convicciones se han aplacado en tanto que preferimos disfrutar lo que nos rodea mientras podemos. Pero la verdad no tiene que ver con convicción. Las convicciones dependen de opiniones o doctrinas personales. La verdad se alza como una montaña enorme y sólida aunque no lo reconozcamos. La fe cristiana no se localiza en un conjunto de convicciones y doctrinas, radica en la verdad. El elemento más ofensivo que pudiéramos imaginar. (Eldredge 79)

Podemos encontrar una muestra de su intención desafiante en las sesiones de rehabilitación del prójimo. Poco después de terminar su discurso conocido como “El sermón del monte”, se le acerca un leproso pidiéndole ayuda. Aunque pudo haberlo sanado desde lejos, pues como recuerda Eldredge, “hay varios momentos en que él sólo tiene que pronunciar una palabra para sanar a la gente”, Jesús extendió su mano y lo tocó, sin importarle cuán enfermo estaba (82-83). El escritor hace notar, “una caricia resulta a veces más efectiva que darle al hambriento un mendrugo de pan” (Eldredge 83). Para que podamos entender la connotación real del simple gesto de Jesús, Eldredge conecta oportunamente lo que significaba enfermarse de lepra dentro de la sociedad judía y la atmósfera de terror que consumía a las personas durante los primeros años de la crisis del SIDA. La acción de tocar al leproso desacreditaría a Jesús social y políticamente ante los tribunales. Pero, a su vez, se convertiría en acto retador. A través de su minúsculo y desprendido movimiento, Jesús arrasa, casi invisiblemente, la política discriminatoria que se extendía como la mala yerba dentro de la cultura religiosa.
A lo largo del evangelio podemos percibir las maniobras cognitivas de Jesús y su  marcado impacto en el desarrollo de la misión. Eldredge hace notar, “Él no es tonto. Sabe perfectamente que está circundado por las tropas enemigas. Ah sí, él quiere hacer una revolución, pero también sabe que tiene que esperar el momento propicio. Debe burlar a sus enemigos, tratar de esquivar las restricciones impuestas por las autoridades religiosas sin llamar la atención y entrenar a sus discípulos para que puedan continuar después de su partida (…)”  (94). En el evangelio de Mateo, Jesús declara abiertamente ante los que lo escuchan que él ha venido a consumar, no a abolir la Ley o los Profetas. Tampoco le interesa establecer un nuevo conjunto de órdenes o normas que terminarían aplastando a las personas, dice que ha venido a consumar –cumplir, completar, satisfacer, saciar, permear- el patrón establecido, liberándonos esencialmente del peso de la culpa. Más adelante, añade, “El que desobedezca alguno de los mandamientos y anime a otras personas a hacer lo mismo será considerado insignificante en el reino de Dios (…)” (Mateo 5:19).
Las palabras de Jesús redimen y parecieran querer aprehendernos al mismo tiempo. John Eldredge señala, “Sin un entrenamiento de santidad genuina, la multitud terminaría en la anarquía” (95). ¿Nos instiga Jesús a reconocer –recordar- que Dios puede equiparnos para pensar y actuar responsablemente mediante una conexión abierta, un enlace espontáneo, directo, sin tener que circunscribirnos siquiera a un prototipo suyo? Podemos utilizar los paradigmas como canales que facilitan y nos ayudan a adentrarnos, a rastrear la infinita variedad, abundancia del conocimiento y la Creación* de acuerdo a prácticas “establecidas”  pero nos engañaríamos si creemos que los patrones en sí mismos constituyen la fuente real de donde mana la experiencia. Las palabras de Jesús desactivan esquemas engañosos, patrones y formatos externos. Su presencia nos devuelve alegría y satisfacción, sabiendo que existe Dios, como sucedió al inicio, como milagrosamente ocurre aún en nuestra infancia. El carácter de Jesús aflora en su palabra, su obsesión imperturbable, su inquebrantable deseo de vivir, amar.
Eldredge resalta, “Jesús no obliga a nadie a seguirlo. Más bien, se muestra reacio a realizar milagros. No le gusta abrumar a las personas con muestras fantásticas de su poder”, prefiere descubrir su/nuestra humanidad como efectivamente podría ser, nos ofrece una atractiva visión sobre Dios y el concepto de santidad, y –aunque pudiera sentirse invadido por una inmensa tristeza- no retiene a quien decide elegir otro camino (103).  En la Carta a los filipenses (2:6-7), el apóstol Pablo dice “a pesar de su naturaleza divina, nunca alardeó de ser igual a Dios, sino que renunció a ella para tomar nuestra condición humana”. Jesús neutraliza todo patrón superficial erigido por el hombre con el propósito de “encapsular”, aprisionar, domesticar su espíritu/el espíritu de Dios, no obstante él sí puede satisfacer el patrón humano.
Para lograr vislumbrar el alcance del carácter humilde de Jesús, vamos a considerar algunos elementos que pasan desapercibidos en muchas ocasiones. Al adoptar nuestra figura humana, Jesús tuvo que aprender a extraer/asimilar energía –el combustible necesario para atravesar e intervenir el entorno- del Padre, desprendiéndose de su consustancial dominio sobre la Creación, para así enseñarnos a hacer lo mismo. Aprendió a caminar, hablar, amarrarse los zapatos, usar el serrucho y el martillo, y unir dos tablas con un clavo (Eldredge 108-109). “Dios –que está en todos los lugares a cualquier hora- tiene que desplazarse de un lugar a otro como el individuo que ni siquiera puede pagarse la tarifa del ómnibus,” señala Eldredge, haciendo énfasis en que la mayoría de las veces “leemos frases como ‘Jesús se fue a Jerusalén’” y nos lo imaginamos cruzando la calle camino al puesto de leche, cuando en realidad entre Betania y Caná hay cerca de 60 millas (109-110). Vale mencionar además el pasaje que recoge las andanzas de Juan el Bautista, y que presenta a Jesús esperando su turno pacientemente en la larga fila de personas que recibirían el bautismo. Como afirma Eldredge, “Nadie le presta atención, es un judío más, con toga y sandalias (111)”. Comparando la modesta presencia de Jesús con la actitud de algunos líderes que creen que vienen a “cambiar el mundo”, Eldredge ofrece el siguiente comentario,

Cuando la dictadura de Saddam Hussein fue derrocada, se les dio mucha cobertura a los lugares públicos en los medios de difusión. Los ídolos masivos que había erigido en su honor me parecieron degradantes. Una ola de estatuas y murales de Hussein el Magnífico inundó el país –un héroe galante y seductor, imponente, un hombre del pueblo y para el pueblo, cuarenta años más joven de lo que era en verdad. Un semidios. Muchos dictadores han hecho lo mismo como Hitler y Chairman Mao. Es sencillamente espeluznante –la auto-obsesión, la auto-exaltación, el deseo de conquistar admiración. Y sin embargo el único rey que siempre tuvo el derecho de ser venerado se presenta en la ribera (…) y espera su turno. (111)

Jesús recibe su validación del Padre y por ende puede revelar, manifestar libremente su sensibilidad, como subraya Eldredge, “sin culpas, ni presiones, ni ataduras falsas” (129). El autor argumenta,

Por eso Jesús nos escandaliza, su secreto, una habilidad que le permite navegar el menosprecio y la aprobación de la gente. Ni el éxito ni la oposición pueden doblegarlo. La muchedumbre lo ama un día, y a la mañana siguiente está gritando a voz en cuello para que lo crucifiquen. Jesús sigue siendo el mismo a través del remolino, de la tempestad. No tiene miedo al qué dirán. No puedo siquiera resumir su proyección usando la palabra “integridad” aunque Jesús es un hombre íntegro. Jesús no se engaña a sí mismo, ni al Padre, hace lo que debe en cada momento, y sobre todo ama verdaderamente. En este bosque de higueras sin higos, donde no se sabe si existe alguien sincero, podemos decir que en Jesús no hay falsedad. (Eldredge 129-130)

El patrón (humano) permeado/consumado por Jesús nos permite conocer el carácter de Dios. El apóstol Juan expresa en su evangelio, “Nadie ha visto jamás a Dios; el hijo único, que habita junto a él, nos lo dio a conocer” (1:18). Uno podría decir que Jesús se convierte en el bloque que vincula los elementos diseñados por la mano de Dios: sabiduría, sudor, relámpagos, el hombre (o la mujer) que amas, latidos, anhelos; su invisible conexión. Eldredge lo explora sin reservas,

Él personifica la creación, bondad escandalosa, la generosidad del océano, la impetuosidad de una tormenta, la alegría de la luz, y una humilde caminata en el camino polvoriento; es astuto como una serpiente y gentil como un susurro; reclinado sobre la mesa; riéndose con sus amigos; y luego en la cruz. A esto me refiero cuando digo que es hermoso. Pero, sobre todo, me llama la atención la manera en que ama. En todas las historias, en cada encuentro, tenemos la oportunidad de observar su amor en acción. Amor tan fuerte como la muerte; un amor impregnado de sudor, de sangre y lágrimas, no una tarjeta de buenos deseos. Uno puede conocer la verdadera naturaleza de las personas poniendo atención a lo que ama, por qué ama, y cómo ama. (137)

Jesús es, como Eldredge dice, “la esencia que debemos recuperar en nuestra vida” (200). “Necesitamos a Jesús como el oxígeno”, escribe el autor, dejándose infiltrar por su fuerza y dinamismo (Eldredge 200). Si nos lo proponemos, podemos encontrar a Jesús encarnado en todas partes, en una relación honesta, en un oportuno halón de orejas, en maestros y estudiantes que desafían el sistema educacional frecuentemente, en pequeños actos de amor, bondad y fe, en mi hermano, mis abuelas, el propio Eldredge -que se esfuma del dominio público como el Espíritu Santo-, Jim, Joel, Andrés, Pedro, Pablo, Nancy y Juan. Me pregunto, qué diría Jesús a los adolescentes que viven actualmente en la zona sur de Houston. Si fuera yo, les gritaría sin piedad (Ms. Dinorah se prepara para irrumpir como un huracán en el diminuto cuarto de baño donde sus estudiantes shuffle): “Jesús es la píldora, el cigarro, el amante, el único medio de acceso a la pandilla más heroica del universo, un amigo que nos abrazará para siempre, inspirándonos a atravesar el reino de este mundo corroído, carcomido, destruido, y a intervenirlo/nos, abiertamente”. (En lugar de usar tantas palabras, apuesto a que Jesús aprendería a bailar.)


* Sería refrescante que nos diéramos la oportunidad de experimentar la palabra Creación como lo haríamos naturalmente. Podríamos entonces ajustar, generar, expandir, negar incluso, interactuar con el término libremente, de acuerdo a lo que en verdad se necesita.


Bibliografía

Eldredge, John. Beautiful Outlaw: Exploring the Playful, Disruptive, Extravagant Personality of Jesus. New York, Boston, Nashville: FaithWords, 2011.

Schökel, Luis Alonso. La biblia de nuestro pueblo. Bilbao; Quezon City: Ediciones Mensajero, 2006.



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