Sunday, July 28, 2013

DISOLUCIÓN DEL MÉTODO





Por Nara Mansur


Vida y muerte de mi país.
Vida y muerte de mi idioma.
Vida y muerte de las apariencias.
Vida y muerte del pueblo.
Vida y muerte de los reyes.
Vida y muerte de las conclusiones.

Posibilidad de autoexplorarme
ahora.
Posibilidad de crear mi propia representación.
Posibilidad de convocar a los espectadores.
Posibilidad de maquillarme, de esconderme.

Vivir la mentira de la experiencia de la meditación.
Voy a disolver mis cualidades
en refresco instantáneo
a ponerles un poco de hielo y hormigas.
Puedo hacer el discurso a mi país.
Puedo ser la mujer más bella de mi país
la mujer más bella.



Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires.

Tuesday, July 23, 2013

GARABATO No. 17





Por Eduardo Rodríguez Solís


      Pues resulta, mis queridos amigos, que Andrés Monjardin era un aventurero de marca. Hacía cosas sorprendentes, y era a veces una especie de Houdini, escapista de fama. Se había lanzado dentro de un barril en las Cataratas del Niágara y había volado, como buena gaviota, desde el balcón del Ángel de la Independencia hasta el suelo de Paseo de la Reforma, en la ciudad de México. Desde la parte alta de la Torre Eiffel, en París, se había lanzado en paracaídas, y había atravesado a nado, de Francia a Inglaterra, el canal de los mares, en el peor de los inviernos.
      Pero ahora estaba en Nueva York, pasando de un edificio a otro, a sesenta pisos de altura, desde el Empire State Building a otro alto edificio. Hacía su acto dos veces al día y muchísima gente echaba dólares en un sombrero de copa del abuelo de Andrés Monjardin.
      Su camino era un cable trenzado de acero, restirado de lado a lado. Y Andrés Monjardin se deslizaba con sus zapatillas de estudiante de ballet. Llevaba en su viaje una barra que agarraba con sus manos.
      En dos puntos de su peligroso trayecto celebraba una machincuepa, que es un brinco girando dos veces su cuerpo, para luego caer en el cable de acero. Entonces la gente gritaba, aplaudía y hasta aullaba. Y muchos (casi todos hombres) se tapaban los ojos ante el posible terror de una caída.
      Y en uno de sus cruces, un día experimentó algo extraordinario. A medio cable de acero se encontró con un caracol que se deslizaba en sentido contrario. Detuvo entonces sus movimientos, pues tuvo miedo de aplastar al caracol.
      El caracol lo miró para arriba, y le dijo lo siguiente: “Todos los caminos son para todos. O te mueves tú o me muevo yo. Alguien tiene que tener el paso.” Andrés Monjardin pensó que lo mejor era efectuar una machincuepa, aventando el cuerpo para delante. Y lo hizo.
      Pero algo falló, y el aventurero del mundo se vino abajo.
      El caracol observó la tragedia y siguió con su lento desplazamiento.
      Y resulta que la caída de Monjardin coincidió con una ráfaga de viento que corrió entre los altos edificios. Y el cuerpo del famoso aventurero, dando tumbos en el aire, llegó hasta el río Hudson.
      Unos marineros lo vieron caer y dieron vuelta con su ferry. Le aventaron un salvavidas, y el Andrés Monjardin, de verdad, volvió a nacer.
      El caracol equilibrista siguió con su vida trashumante, y nunca más volvió a cruzar un cable trenzado de acero.
      Monjardin dejó su vida de peligros y se dedicó a hacer animalitos de origami. Se supo apropiar de una banca en Central Park, en Nueva York, y mucha gente lo veía ahora haciendo maravillas con sus pedazos de papel.
      El sombrero de copa del abuelo de Andrés Monjardin se seguía llenando de monedas y dólares. (Gracias a esto, todavía se podía comer.)


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


Saturday, July 20, 2013

RESPIRACIÓN ARTIFICIAL





Por Nara Mansur


El pan que me ilumina y me engorda.
Los billetes colgando verdes colgando de las tendederas
junto a las sábanas y los escombros de la casa.
La cinturita por la picadura de la avispa. 
La humedad de mi boca y la del medio ambiente
unidas como el obrero y la campesina.
La oficina y el aire artificial Samsung.
Los vestidos inaccesibles, ah... los hombres inaccesibles, oh.
El diccionario en la mesa
justo donde no aparecen los significados.
Las vigas del techo que sostienen mi alma
y los desastres de todas las almas.



Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires.

Saturday, July 13, 2013

GARABATO No. 16

      




Por Eduardo Rodríguez Solís


      El joven Mauricio se levantó temprano y se vistió todo de azul. Echó una manzana a su mochila y se salió de la casa. Quería ir hasta el mar, pero no tenía ni vehículo ni dinero.
      Entonces se fue a una calle que tenía mucha circulación de coches, y se puso a hacer la señal de “denme un aventón, por favor”.
      Estuvo ahí respirando los gases de vehículos de muchos colores. Pero nadie se apiadaba de él.
      Hasta que alguien le tocó la espalda. Era una muchacha que tenía la cara llena de pecas. Tenía un acento extranjero.
      --Te vi parado, pidiendo aventón, y me detuve –dijo la muchacha--. Y aquí estoy, después de haber dejado mi coche en la gasolinera de la esquina.
      --¿Y por qué me has tocado la espalda? –preguntó Mauricio.
      La muchacha habló. Dijo que se llamaba Alma del Corazón y que estaba en su día libre, y que ella lo podía llevar a donde quisiera.
      En silencio, caminaron hasta la gasolinera. Y ya dentro del coche rojo, Alma del Corazón preguntó:
      --¿Y a dónde quieres ir?
      Mauricio habló de su necesidad de estar cerca del mar. Pero dijo que Galveston estaba muy lejos.
      --No te preocupes –dijo la muchacha.
      Iban por el freeway a buena velocidad y, para animar la acción, Alma del Corazón puso la radio. Entonces el rock se escuchó.
      --A mí me gusta el rock –dijo la muchacha.
      --Yo prefiero la música clásica –dijo Mauricio--. Esos ruidos organizados son muy buenos para equilibrar los espíritus.
      Hablaron de música, que “Hotel California” era un rock fabuloso, que tenía acentos del folklore mexicano. También mencionaron a un religioso llamado Antonio Vivaldi que tenía los cabellos rojos.
      Cuando se vislumbró a lo lejos el mar, se orillaron a la derecha de la carretera y se detuvieron en la zona de seguridad. Y se subieron al techo del auto rojo… Ahí se sentaron y se pusieron a ver el panorama.
      El mar estaba tranquilo. Casi no se movía. Parecía un inmenso espejo donde rebotaban los rayos del sol… Había aves que lo rozaban. Seguramente eran gaviotas grises y blancas.
      --Las gaviotas planean y se dejan ir con el viento –dijo Mauricio.
      --A mí me gustaría ser una gaviota –comentó Alma del Corazón.
      Se volvieron a trepar al coche rojo y prosiguieron con su viaje. Sintonizaron una estación de música clásica, y casualmente escucharon “El Invierno”, de Vivaldi.
      El compositor italiano, con su arte y su pasión, hizo que los jóvenes se sintieran casi cerca del cielo.
      --Qué delicia –dijo ella.
      --Qué portento –dijo él.
      Llegaron a Galveston y se estacionaron en la calzada que corre pegada al mar.
      Sin zapatos, caminaron en la arena, y se acercaron al filo del agua, que estaba fría. Recogieron algunas conchitas y se sentaron al principio de un rompeolas.
      En un momento, el mar se encabritó y los llegó a mojar. Y fue entonces cuando probaron la sal.
      --El agua salada es medicinal –dijo Mauricio.
      --Me gusta su sabor –dijo Alma del Corazón.
      Se quedaron en el rompeolas hasta que anocheció, y entonces compartieron la manzana de Mauricio… La fueron mordiendo poco a poco. Primero, la mujer probaba la miel, y después, venía el turno del muchacho… Al final, arrojaron al mar el último trozo.
      Entonces imaginaron que el Emperador del Mar probaba la miel de la manzana. Y lo vieron salir de las aguas. Y ya que lo tuvieron cerca de ellos, recibieron, cada uno, una perla muy brillante.
      Depositaron las perlas (imaginarias) en una caja de cartón.
      Al paso del tiempo, las perlas se multiplicaron y muchas se volvieron nuevas estrellas.
      Mauricio y Alma del Corazón, después de dejar atrás a Galveston, con su mar, a veces quieto, a veces bronco, se fueron por caminos distintos.
      Llegaron a Houston. Ya casi no había coches. La ciudad estaba medio adormilada. Ya todas las televisiones estaban calientes y transmitían rutinas violentas o acciones donde el sexo estaba en primer plano.
      Los jóvenes no se volvieron a ver. Había un abismo muy profundo entre ellos.
      Sus vidas se habían cruzado, pero todo había sido casualidad. (Todo fue como una moneda que se arroja y gira que gira en el viento de nuestros días.)



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Monday, July 8, 2013

RED LIPS


Nara y Emilia en un recuerdo



 Por Nara Mansur


Pero yo me pinto la boquita de rojo y digo un monosílabo frente al espejo: (cheese) muá. 
Digo también mi nombre al revés como si desde el espejo él lanzara la flecha con mi nombre. Simulo que recibo, que soy la frase hecha, que soy la fresa mordida en el cuerno del huerto.
Mi padre llega e interrumpe la función de teatro: no más caritas frente al espejo, no más fresas sin crema, no más probarme ropas de mamá, de la que no soy, que si por aquí, que si por allá, que patatín, que patatán. Y le responde mi otra voz casi inaudible:
“Sí, ya voy a comprar el pan. Sí, tomaré batido de plátano. Sí recogeré a mis hijos, los llevaré hasta la cama y les besaré mi ausencia, su ausencia.”
Pero yo me adorno los ojos con pinceles Lancôme y parpadeo como una heroína. Distraigo los ojos como en un juego, hago que mis ojos incorporen los colores de los extraños, la tibieza de la piel y los cierro para siempre.
Ojos rojos alérgicos llenos de sangre.
Mis ojos, mi boquita pintada de rojo.
Pero yo miro más a las mujeres en la calle que a los hombres.
Mujeres interesantes. Esa palabra tan desacreditada como los creyones de labios, como mi boquita interesante pintada de rojo interesante.
Pero yo continúo la letanía de la presunción y el acontecimiento, me digo, me expongo:
¿Ya está? ¿Ya se fue? ¿Adónde?
¿Dime, espejo mágico…?



Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires.

Thursday, July 4, 2013

GARABATO No.15



   
Por Eduardo Rodríguez Solís

          
Este es un escrito que yo quiero que llegue a los dominios eternos de los dioses de esta Tierra y de todos los planetas. Cuando lo concluya lo voy a aventar por todos lados y voy a hacer nacer vientos que se lo lleven para arriba, hasta cerca del Sol y la Luna, y las estrellas. Ojalá y mis deseos se hagan realidad. Y si no es posible esto, por lo menos descansará mi alma. Claro que sí.
Si alguno de los dioses lee las palabras y entiende mi sentir, que me ayude en el trance. Que derrame sobre mí y sobre el universo que me rodea cosas benignas. Que haga lo que su voluntad quiera. Y que sea lo que los ángeles (que también son dioses) digan.
Enfrente de mi casa respira un muchacho de la China, que es muy sonriente y un tanto jovial. Una vez me vio que yo tiraba restos de lo que fue una pecera. Alguien había dejado estos plásticos y demás en el patio de una casita que rentamos. Yo me llevé todo este mugrero a mi casa y lo estaba colocando, en cierto orden, para que se lo llevara el camión de la basura. El muchacho de la China me dijo que él se interesaba por esas cosas, y que él iba a armar de nuevo ese rompecabezas de plásticos. Recogió entonces los pedazos de la pecera.
Luego, me invitó a entrar a su casa y me mostró una pecera gigantesca, repleta de minúsculos peces de colores. Qué belleza de visión. A través de los ventanales se veía una parte del Jardín del Edén.
Supe después que ese monumental reino submarino se había venido abajo, y todos los peces habían muerto. Fallaron las bombas de oxígeno o hubo desidia o flojera en el muchacho de la China.
Ese mismo hombre tenía dos perros, muy bien alimentados. Estos animales grandes eran grandes amigos de un perrillo negro, que se deslizaba por debajo de una barda de madera. El animalito era propiedad de una señora, que en otros tiempos fue cantante popular.
Este pequeño can también se salía de “sus casas” y andaba corriendo de jardín en jardín, y hasta se pasaba del otro lado de la calle. Y cuando un desconocido aparecía, ladraba con mucho ímpetu, y parecía que avisaba de los peligros que traían los desconocidos.
Hasta que llegó a la calle donde yo vivo una muchacha vietnamita. Ella era la encargada de repartir el correo, que es igual a los emails que recibimos en la computadora: 70% de mugre, contra 30% de cosas que valen la pena. Pero esta muchacha, chaparrita, muy bonita, les tiene miedo a los perros. Y esta virtud se les transmite a los perros, y entonces los animales le ladran con fuerza… Y uno piensa, de verdad, que uno se va a morir devorado por ese perro cochino, que no tiene mamá.
La muchacha vietnamita hace un reclamo a las oficinas del gobierno de la ciudad y transmite la peligrosidad del perrito negro. Y entonces un día llega a la calle donde yo vivo una chica que trabaja para la Ciudad, y viene en una troca y lleva vestimenta de explorador de las selvas. Saca sus enseres y prepara una jeringa, que luego coloca en una pistola, y zas, todo está listo.
La exploradora apunta su arma hacia el perrito ladrador y “peligro de la sociedad”, y zas, por poco se autoclava la jeringa que te puede dejar dormido medio día. Y la jeringa, que lleva unas tiras de color naranja, queda a escasos milímetros de una de sus botas.
Entonces prepara otra carga, pero no se ha dado cuenta que la pistola, cuando la disparas, se mueve con fuerza a la derecha. Y ni con chochos piensas que hay que sujetar el arma con las dos manos. Luego viene el segundo disparo y hay una falla de unos veinte pies.
Ante los ruegos “de que deje en paz al perrito, porque no hace nada”, decide la exploradora de las selvas dejar una nota en la puerta del muchacho de la China. Todos los vecinos ahí reunidos, amigos del perrito peligroso, respiran, porque la exploradora se ha ido con su troca, que nunca paró su motor, para conservar cool su cabina. (Treinta minutos de gasto innecesario de combustible o impuestos de la gente.)
Cuando toda la tempestad que daba vueltas alrededor del perrito simpático termina, alguien me dice que el muchacho de la China anda con la idea de deshacerse de sus dos perros grandes.
Qué tristeza embarga a los amantes de los animales que los dioses pusieron en nuestro mundo para acompañarnos en el camino de la vida. Los peces mueren y gatos y perros son lanzados a la calle porque la gente se ha quedado sin corazón. Y hasta los dardos asesinos con sus adornos de carnaval se vuelven cosa de todos los días. (Pero qué bueno que la destreza se ha ido de las manos del hombre. Así los dardos caen donde no deben.)
¿Y los dioses y los ángeles donde se han quedado? 

                        

Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


Tuesday, July 2, 2013

PATIENT PLANET





Doctor, your words made a big difference on my planet yesterday. And I couldn’t help wondering the way that courageous student would feel if she had the chance to read your article. I think she would feel extremely happy to have become an inspiration to you. She would feel like a star! If I were that high school student, I would. So, allow me to thank you in her name. Women need to feel valued and cherished, especially by noble men such as yourself. I know this because I am a woman. Coincidentally, I received a very nice and encouraging email from a dear friend yesterday morning. After reading the email, I realized how much I needed those words, for they brightened my day.
Consider letting that amazing high school student know the way she has impacted you. There is no time to hold back love when it can make a difference in somebody’s life. If she does not reply, you would still have expressed the way you feel. Sometimes high school students are just too focused, making a difference in other people’s lives. I taught high school students for a year, and they were always involved in major projects and assignments. Anyway, if she were unable to appreciate what you’ve done for her, you can always receive love and appreciation from other sources, even if they seem a little or a lot less remarkable in their appearance.

Be assured that you rock!


               Ms. Dinorah