Friday, December 27, 2013

GARABATO No. 37





Por Eduardo Rodríguez Solís


      Es la madrugada y hay mucho rocío en las hojas de todas las plantas. No hay canto de grillos y las ranas están en total silencio.
      Julio, el pastor, sale de su choza y toca una campanita. Es que la hora ha llegado, y el camino es muy largo.
      Poco a poco salen de sus casitas los demás pastores. Algunos llevan regalos. Es que abajo de la luz de una estrella ha nacido un niño. Y esto hay que festejarlo.
      Una vez que están todos juntos inician la caminata. Hombres y mujeres cantan una tonada muy suave. Hay mucho ánimo en el grupo.
      Cerca de unas rocas surge un viejo extraño que les dice que van por camino equivocado. Entonces los pastores cambian su rumbo y el viejo se ríe a escondidas.
      Pero aparece un ángel con espada en mano que los vuelve a poner en la ruta anterior.
      Y ese ángel corre del lugar al viejo mentiroso, que no es más que el diablo disfrazado.
      Cruzan los pastores un puente colgante y siguen cantando, y una mujer flaca les vende aguacates, tortillas y un poco de sal.
      Los pastores hacen un alto y prenden lumbre, y comen tacos calientitos.
      Pero se enferman del estómago. Entonces el ángel de la espada vuelve a aparecer y les da té de manzanilla.
      --Qué alivio –dicen todos.
      Y el mismo ángel toma piedras y se las arroja a la mujer flaca.
      Los pastores, ya repuestos, prosiguen su camino y vuelven a cantar con alegría. Ya casi llegan a su destino. Ya casi van a ver a ese niño, que es un Mesías.
      Pero detrás de un gran árbol aparece un hombre gordo (que es el diablo disfrazado) y les vende licor para el frío.
      Los pastores sacan centavos y se calientan con el líquido. Pero se emborrachan y no pueden seguir su camino.
      Entonces el ángel vuelve a aparecer y les da jugo de zarzamoras, que les quita lo mareado.
      Y el ángel se decide y corre detrás de ese hombre gordo y lo persigue hasta una barranca, donde este diablo desaparece.
      Finalmente los pastores llegan hasta donde ha nacido el Mesías. Y todos se forman para darle sus regalos.
      Alguien lleva cacahuates salados. Y por ahí hay una pastora que ofrece una tacita de leche. Hay otro que le extiende perfume de flores silvestres. Y, al final de la fila, un niño pastor le ofrece un poema que ha escrito en una hoja de árbol.
      Las palabras del poema son lindas…

                            Ya llegaste, niño.
                            Ya vienes a componer las cosas nuestras.
                            Por eso cantamos juntos
                            estos versos sencillos
                            que salen de nuestro corazón…


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Wednesday, December 25, 2013

WONDERS OF BEING A WOMAN...


Unconditionally Loved


         I’ve noticed that after having said “Yes, yes, yes…” to God, it is difficult for me not to receive his healing love. God’s love heals my humanity. It makes the grown-up ape inside me evolve into a child-like being. When we are loved so unconditionally, we feel safe to do audacious things, like wanting to learn to love without strings attached.
Being loved unconditionally, one dares to dream in every situation, when we have too much or when we have too little, whether we are asleep or awake. Even if we don’t physically have all the people whom we care about near us, we appreciate that we do have some, and to the best of our abilities, blindly, deafly, stubbornly, imaginarily, we love and let ourselves be loved by those who are far away, trusting that God will take care of the rest.




This story is not about me, what I want, what I need, what I feel, what I think, whom I miss. But it could be about a dream. It could be about something greater than purely statistical procedures, expert explanations, the book of Mars, the space of Venus, winning, or losing. For the truth is, we can’t escape from unconditional love once it is born into us, no matter how creepy, I wish I could think of a different word, it may all seem from this side of the fence.
I have discovered that I am stronger than I think, really. (See wild bear inside). So I am going to be infatuated with an imagined perfection, as David Whyte says. I’ll not only let my hoped-for intuitions be true, but I will also receive a bunch of stars as bonuses:



STAR ELENA



STAR MINAL
                                                   

STAR MAKOTO

                                                                 
STAR ROSANGELICA


STAR ANNA


STAR MICHELL


That’s why I have imagination! What else will carry me through?  So, I say, “I am the woman whom Jesus loves.” (No offense, Martha, you’re still a success in the business world). I don’t have to be the most prettiest, the most immaculatest or the most perfectest

I am the woman whom Jesus loves. 

Monday, December 23, 2013

GARABATO No. 36





Por Eduardo Rodríguez Solís


      Era pequeño, del tamaño de un alfiler de costura.
      Siempre estaba inquieto y hasta cuando se iba a la cama les rezaba a los dioses para soñar en algo de mucha acción.
      Era amigo de las estrellas y de las ballenas. Con las estrellas construía leyendas fantásticas. Con las ballenas se imaginaba viajar a otros continentes.
      Y en una libreta apuntaba todas sus aventuras. En la página diez tenía una lista de ocho estrellas. Eran todas estrellas que cambiaban de lugar. Algunas eran como ángeles y algunas eran fantasmales.
      Una estrella se llamaba Colación, y era de muchos colores. Aparecía en el cielo después de los arco iris. Era esta estrella como hermana de la lluvia.
      Y esta estrella Colación una vez bajó del cielo para platicar con nuestro pequeño amigo.
      Y nuestro amigo, que se llamaba Alfiler Bendito, hasta quiso irse de regreso al cielo con la estrella Colación. Pero no pudo, porque desconocía las artes del vuelo.
      Y hablando de las ballenas, en la página veinticinco había una especie de leyenda triste.
      Es que la ballena se sintió desconsolada, por no tener amigos… Y se puso a llorar.
      Entonces nadó sin rumbo fijo y visitó todos los mares del planeta. Y en el más chiquito encontró a una veintena de caballitos de mar. Esos pequeños seres se llevaron a la ballena a un escondite que tenían entre las rocas de una entrada de mar.
      --Aquí tú puedes ser la reina –le dijeron los caballitos de mar.
      Pero la ballena no tenía espíritu tranquilo. Ella era llena de vida y siempre necesitaba ir en busca de otros oxígenos.
      En la libreta de apuntes del amigo de las estrellas y de las ballenas había un dibujo muy extraño. Era como una flor con pétalos que parecían espadas.
      El dibujo se doblaba a la mitad y, la sombra, a las doce del día, proyectaba una línea negra. Esa línea era la vida, la existencia de cualquier ser.
      Siguiendo la trayectoria de esta línea se podía llegar a una montaña, que le decían Punta del Paraíso.
      --Ahí está la entrada al cielo –decía nuestro personaje del cuento.
      Y no tenía que cerrar los ojos y se sentía como arrastrado hacia un lugar desconocido. Y el aire se acababa y ya no había fuerzas en las piernas.
      Luego venía una escalera muy empinada, que subiéndola era fácil y bajándola era casi imposible.
      Al final, estaba el verdadero principio de los principios.
      Nada más era cosa de empujar el gran portón de hierro. Y fierro contra fierro, se escuchaba un maullido intenso, doloroso… Y ya, el viaje terminaba.
      Un día alguien dio un manotazo sobre la mesa, y todos los alfileres se cayeron y se deslizaron hasta el suelo frío. Y nuestro amigo, que era delgado como un alfiler, perdió el equilibrio y, dando vueltas, se fue también hasta el suelo.
      Fue entonces cuando apareció un nuevo personaje en el cuento. Era un caballo blanco que parecía muy dócil, muy tranquilo.
      Nuestro amigo, Alfiler Bendito, se pudo subir al caballo y se fue a recorrer países muy distantes, y pudo aprender lenguas desconocidas. Y se volvió entonces, un erudito en las cuestiones de nuestro mundo.
      Y en uno de sus recorridos conoció a una mujer que vivía del jugo de naranja.
      Ella era experta cortadora de esos frutos y tenía una maquinita que le sacaba todo el jugo a sus naranjas.
      Ella decía que su jugo era natural, pero no era tan natural, ya que lo endulzaba con azúcar colombiana.
      Y un día Alfiler Bendito se empachó por beber diez vasos con jugo de naranja. Esta locura, que la hizo casi sin respirar, lo puso en estado de coma.
      Y su salvación se logró gracias a sus tantos rezos que le hizo a la Virgen de los Remedios.
      Después de ese percance, que sucedió cuando Alfiler Bendito tenía treinta y tres años, nuestro personaje renunció a las naranjas.
      Y su vida prosiguió llena de estrellas y ballenas, y llegó a convertirse en un viejo sabio que, con los ojos cerrados, podía describir los más esplendorosos paisajes.



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Tuesday, December 17, 2013

GARABATO No. 35





Por Eduardo Rodríguez Solís


      La estrellita cayó en la parte superior del Cerro Miraflores, cerca del río Papaloapan. Se fue dando testarazos, perdiendo pedacitos de sus picos. A cada golpe que se daba sentía dolor, cosa que suena increíble porque una estrella del cielo no tiene sensaciones.
      Cuando terminó de deslizarse o de darse golpetazos, se quedó muy triste, desfigurada, cerca de un viejo árbol que parecía fantasma.
      Fue entonces cuando un niño que andaba recogiendo palos para la lumbre se dio cuenta de su existencia.
      Y antes de que le preguntaran algo, la estrellita levantó su voz.
      --Soy la Estrella de Belén, la que indica el lugar donde ha nacido el Mesías.
      Pero el niño de los palitos no entendía las palabras. ¿Qué era un Mesías? Sonaba una palabra llena de magia.
      Entonces la estrellita dibujó en el aire una gran flor. Y dijo que para entender la palabra Mesías, era necesario hacer que una flor fantástica se volviera de verdad.
      --Yo no puedo hacer eso –dijo el niño.
      La estrellita de Belén brincó enojada y dijo que cuando uno es niño las cosas de la fantasía se pueden volver una realidad.
      --Si hay un fuerte deseo, las cosas se logran –agregó la estrellita.
      Como el niño quería hacer algo bueno para la estrella caída y golpeada, como quería también que esa estrella recobrara la felicidad, se fue a recoger un poco de barro y arregló, con cuidado, los picos dañados de la estrella. Luego, se llevó a la estrellita hasta los calores de un volcán activo. Ahí se endurecieron los picos de la estrella.
      --Ahora, ya soy otra –dijo la estrella de Belén, al verse reflejada en un espejo de agua.
      --Ya puedes regresar al cielo –dijo el niño de los palos.
      Entonces la estrellita de Belén le dijo al niño que ya no había necesidad de eso, pues su vida como estrella ya había terminado.
      Y luego, después de una larga pausa, dijo:
      --Ahora, hay otra estrella de Belén. Siempre de los siempres tiene que haber una.
      --Pero todavía tienes luz –dijo el niño de los palos.
      --Sí –contestó la estrella caída--. Pero ahora mi luz tiene que servir aquí en la Tierra.
      Y la estrellita no desapareció. Se subió a un árbol muy alto, y desde ahí, iluminó la casa y los caminos de ese niño que siempre recogía palos para su lumbre.
     

     
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


Friday, December 13, 2013

GARABATO No. 34





Por Eduardo Rodríguez Solís


      De buenas fuentes, supe que un amante de los muñecos de nieve provocó grandes cambios en los días y los años de nuestro sistema. Con sus locuras, que ya se están reportando en las enciclopedias de nuestro globo, se empieza a saber el por qué ahora los días tienen doce horas y los años, la mitad de trescientos sesenta y cinco días.
      Este hombre, que nació en el pueblo de Metepec, cerca de la ciudad de Toluca (nombre que quiere decir “lugar del dios de cabeza”), por cuestiones de herencia, se volvió, hacia sus quince años de edad, un alfarero de envergadura.
      Con sus habilidades transmitidas a él por sus antepasados, pudo hacer con el barro piezas artesanales muy hermosas.
      Hizo Árboles de la Vida esplendorosos. En esas piezas supo colocar al lado de Adán, a Eva y a la serpiente legendaria.
      Y una vez que hubo una gran helada en Metepec hizo una bola de hielo que causó sensación, al alcanzar la altura de un volcán de fama.
      Y resulta que una navidad, su locura de artesano, ahora del hielo y de la nieve, le provocó la idea de hacer una réplica más alta de la Torre Eiffel. Para esto trabajó con la ayuda de muchos niños de la región.
      Pero mientras fue elevando la altura de su obra maestra, algo extraño pasaba. El tiempo de la vida y del planeta se acortaba.
      Por causas extrañas, casi mágicas, la torre de hielo y de nieve se petrificó.
      Nunca se le agradecieron los alcances de su obra. Ni siquiera a una calle de su pueblo se le puso su nombre.
      Pero la gente, los árboles y los animales empezaron a vivir doble.
      El mundo se quedó para siempre con su torre transparente, que apuntaba a todos los puntos cardinales del universo.
      Y a nuestro mundo se le llegó a conocer como el Planeta de la Torre Transparente.


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


Sunday, December 8, 2013

FRAGILE: HANDLE WITH CARE


One of Mami's Little Treasures


By Ms. Dinorah


People teach us the way they like to be treated. They put us in our place. I once had a high school student who clarified to me, “Lady, you ain’t my momma. You don’t pay my rent. You don’t pay my bills. You ain’t gonna tell me what to do. I don’t owe you respect just because you are a teacher. You’re nobody.” Well, I had asked him to do something that he didn’t want to do. I took him to the principal’s office. I myself didn’t know what to do. I had yelled and screamed, which I shouldn’t have done. He was right. Although I didn’t like the way it sounded, what he said was true.
Sometimes, we teachers judge our students’ reactions toward us inaccurately. Matthew Lipman says, “Seeing children as irrational rather than as resolute in protecting their own integrity is a misinterpretation of childhood experience.” The same happens with high school students and people, in general. It is so easy to judge others because they don’t engage. Maybe we are not engaging. Or, maybe they have engaged in more meaningful and rewarding activities. We are not perfect. There were occasions when I didn’t even want to go to this school. I know it sounds terrible. It is the truth. I never missed a work day. I had the confidence that working in that place would translate into something positive in the long run, like patient endurance, besides my standard certificate, but I wasn’t joyful there, and it showed. “You hate this job,” another student had told me earlier in the year. My heart whispered, “Yes, I do…” I didn’t admit it. I wanted so much to make a difference by becoming a classroom teacher. It didn’t work out.
I may be called to teach, but I am not a superhero. That’s what classroom teachers are. They are superheroes, having to deal not only with teaching, discipline, procedures but also with an avalanche of paperwork and external pressure. I have strengths and weaknesses. I enjoy crafting creative learning instances where students are invited to explore, to discover, but I dislike enforcing them upon those who choose to do otherwise. And I love teamwork. Teamwork enhances the quality of any experience in addition to providing opportunities for people to learn from one another. Each person brings his/her own strengths to the table and helps the other become stronger. Most of my former high school students were extremely generous with me. They saw me as a happy person and accepted me, despite my ineffectiveness as a standard classroom teacher and frequent screaming. Some produced wonderful work and, with their resilient attitudes, inspired me to never lose faith in the goodness of people. These, the Doctors of Creativity, were mostly from my junior class, along with a few bright committed sophomores. Others, like a freshman I will call Mr. Unreachable, and to whom nothing I did or said was worth his full presence in the classroom, were given the chance to practice at least for a little while how to put up with someone who hadn’t been called to be their typical teacher.
Interestingly, after the student from paragraph 1 made it clear to me that I wasn’t his mother, he began working even harder than he previously had had. He was always among the first ones in turning in assignments and following directions that often I didn’t even have to give. Not that the whole situation became ideal because we suddenly started to behave impeccably either as a classroom teacher or a student. My best memories still come from the moments when we worked as a team, in peace and harmony, respecting each other’s views, differences, and experiences. I made many more mistakes, and they forgave me. And they also made mistakes, and I forgave them. From time to time, I still use my student’s words to rebuke negative, faultfinding voices screaming in my head. After all, these voices ain’t my momma. They don’t pay my rent (my little brother does). They don’t pay my bills. And they definitely ain’t no teacher. 



Wednesday, December 4, 2013

GARABATO No. 33


Sandro Botticelli: Primavera (detalle), tempera sobre panel
Esta obra de arte se encuentra en el dominio público.


      Por Eduardo Rodríguez Solís


      Él era un joven de larga melena… Por las mañanas, cuando entraba a su baño se veía reflejado en un gran espejo. Entonces pensaba que era un león de la selva, o algo así.
     Se acercaba al espejo y gruñía, como si fuera el emblema de la Metro Goldwyn Mayer. Levantaba luego sus manos y se ponía como fiera que iba a atacar a un indefenso.
      Brincaba como sapo y trataba de asustar a quien se dejara. Pero no pasaba nada. El león desgreñado que era no espantaba ni a los mosquitos.
      Le gustaba ir a la playa, y le encantaba pisar la arena. Y era para este león una delicia cuando el viento le alborotaba sus cabellos… Se volvía entonces un sol, un astro verdaderamente espectacular.
      Una vez, al llegar a un rompeolas, vio a una mujer hermosa. Parecía una modelo de Botticelli.
      --No te me acerques –dijo la mujer--. Si te atreves, me lanzo al mar.
      Y como el joven de la melena dio unos pasos hacia ella, la bella mujer se zambulló en el fresco océano.
      Fue entonces cuando el joven pudo ver una transformación. La mujer se volvía una sirena de verdad.
      Y la hermosa aparición se unió a un grupo de delfines que se iban mar adentro.
      Los cabellos del joven se levantaban y se iban para todos lados, y era fácil imaginar lo que pasaba en aquella inquieta mente.
      Uno se volvía delfín y se iba detrás de la sirena. Y llegaban a unas rocas inmensas… Ahí estaba una caverna que se llenaba y se vaciaba de agua salada.
      La calma de aquella fortaleza de piedras era una especie de nido amoroso. Ahí los reyes del lugar eran la sirena y ese delfín que tenía cabellera de león.
      El joven de los cabellos alborotados regresó a su casa y se estuvo observando en el espejo gigante. Estaba ahí solo, desamparado, y no sabía qué hacer.
      Y el sueño hizo de las suyas.
      Caminaba de nuevo en la playa. Pisaba la arena mojada y a lo lejos se veía el rompeolas.
      El movimiento se detuvo porque alguien había arrojado una conchita.
      Ese alguien era la mujer esplendorosa, la que se volvía sirena.
      --¿Dónde andabas? –preguntó la mujer.
      --Andaba arrastrando mis tristezas –dijo el joven de los cabellos largos.
      --Si me amas, renuncio a ser sirena –dijo la mujer.
      Todos los colores cambiaron de tono. Del cielo bajó una música suave y cadenciosa. Y la facha del joven desgreñado cambió. Ahora, él era el príncipe de todos los cuentos. Y la mujer (que también era sirena) se volvió la princesa del castillo encantado. La fábula amorosa se empezaba a escribir.
      Pero se escuchó el tam-tam de un tambor, y una corneta anunció la llegada de algo especial.
      Era un tropel de niños, que llevaban globos de colores y corrían de izquierda a derecha. Gritaban todos de alegría y de gozo.
      Entonces las ilusiones se desbordaron y todo llegó a ser como antes. Se experimentaba el despertar de la primavera.
      La mujer estaba de nuevo en el rompeolas, y si te acercabas a ella, se tiraba al agua y se volvía sirena, para luego nadar, como siempre, mar adentro.



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)