Wednesday, July 30, 2014

CAN YOU BLAME HER?



 
 
If she was discouraged, sad, and mad,
 
Can you blame her?
 
If she was a pain, a real painful one,
 
Can you blame her?
 
If she was writing
 
And didn’t want to share with
 
Anybody but you,
 
Can you blame her?
 
If she didn’t want to sell (you)
 
Something she is not,
 
Can you blame her?
 
If she wanted to talk with you
 
And be with you
 
Can you blame her?
 
If growth was slow,
 
Can you blame her?
 
One thing is true:
 
She can’t blame you.

 

Monday, July 28, 2014

GARABATO No. 73


     

Por Eduardo Rodríguez Solís
 
 
      Antonio y su amigo Enrique se pasaron casi un año amarrando pedazos de cuerda para hacer un pasadizo aéreo que iba a estar desde la cúpula de la iglesia de San Agustín hasta el último piso de un edificio desde donde se veía el mar al Norte y al Sur.
      Fijaron primero la cuerda desde la cúpula hasta el suelo, al lado de la iglesia.
      Luego, hicieron lo mismo con la cuerda que amarraron provisionalmente en una de las puntas del edificio.
      Después vino el amarre en el piso de las calles, y luego se unió todo y se empezó a restirar la cuerda hasta tenerla bien tensada. Y luego se cortó el sobrante, que era mucho.
      Ya que tuvieron la cuerda lista fueron con una viejita que se decía había sido “modista” de la esposa del presidente Porfirio Díaz.
      La viejita era una “guapura”. Siempre andaba bien maquillada y su vestuario parecía de diva de Hollywood. (Se parecía a veces a Pola Negri, la afamada actriz que causó furor cuando el cine se hacía en blanco y negro.)
      Y cuando Antonio y Enrique fueron a verla, le llevaron un flan que se veía muy sabroso. Ella, muy modosa y femenina, les sirvió una buena taza de chocolate caliente. Pero la Madame Deschamps, que así se llamaba, no quiso compartir el flan que le habían llevado. Entonces, hay que imaginar que Antonio y Enrique sintieron el surgimiento de un granito en sus lenguas. Es que el flan se sospechaba ultra-sabroso.
      Madame Deschamps les diseñó unos trajes parecidos al de Superman, pero sin capa. Eran a base de azules, rojos, amarillos y blancos. Y resultaron muy circenses, muy llamativos.
      El día “D” llegó. Y un payaso tocaba el tambor y repartía volantes por todos lados… Ese mismo clown colocó muchos sombreros de copa (de cartón) para las propinas del público.
      Y se oyeron unos clarines parecidos a los de las corridas de toros. Empezaba la fiesta.
      Antonio y Enrique, metidos en los disfraces de Madame Deschamps, iniciaban su camino por la larga cuerda, que se aleteaba por los vientos, y que iba de la iglesia de San Agustín hacia el edificio más alto de la ciudad.
      Pero los amarres no resistieron, y los flamantes acróbatas se vinieron abajo, y se golpearon varias veces en la iglesia.
      Y ellos, con varias fracturas en las piernas y muchos raspones en las manos fueron llevados al hospital de la Santa Cruz, con todas sus dolencias.
      Y el payaso “promotor” llegó luego al hospital con todos los sombreros de cartón llenos de dinero… Y los billetes y centavos pagaron los gastos médicos de “esos acróbatas fracasados”.
      Y hasta sobró para comprar un sabroso flan, que se partió en tres partes (porque los comensales eran dos heridos y magullados, y un payaso super publicista, que de vez en cuando se comía las uñas).


 Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Friday, July 25, 2014

GARABATO No. 72


     


 
Por Eduardo Rodríguez Solís

 
      La niña miraba el vuelo de los pájaros, y se imaginaba ser una paloma.
      Subía entonces más arriba de las nubes grises y llegaba al principio de un universo distinto.
      Se posaba cerca de los nidos de las águilas, y estas aves que a veces parecían diabólicas pensaban que la paloma era de su misma familia.
      Con reservas, la aceptaban, pero algo había en el ambiente que dibujaba una raya. De la raya para allá estaba el mundo de las águilas, y de la raya para acá el mundo era distinto.
      Luego, la niña cambiaba sus deseos y se volvía un águila. Y volaba, entonces muy alto, y llegaba a lugares donde las palomas no podían llegar.
      Entonces la niña, teniendo esa doble alternativa en su imaginación, buscó una forma para ayudar a sus deseos de volar.
      Puso en una puerta dos dibujos. Una paloma y un águila.
      Y fabricó unos dardos con las puntas muy afiladas.
      Aventó el primero, que cayó enseguida en la paloma.
      Lanzó el segundo, deseando que se clavara en la zona de las águilas, pero el dardo se clavó en el espacio de la paloma.
      Hizo entonces un descanso, y luego tomó el tercer dardo.
      Quiso que éste se clavara en el dibujo de las águilas, pero el proyectil se volvió a clavar en la zona de las palomas.
      Entonces, destruyó los dibujos y los dardos, y nunca más volvió a desear ser algo más que una paloma.
      Pero a veces, cuando se iba a la cama con el estómago revuelto, y caía en un mal sueño, se veía hecha toda un águila, y volaba largas distancias por tierra y por mar.
      Y se despertaba, sudorosa, y corría hasta la cocina por un buen vaso de agua fresca.
      Cerraba los ojos y pensaba de nuevo en el universo único de las benditas palomas.

 
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

 

Saturday, July 19, 2014

GARABATO No. 71



 

   Por Eduardo Rodríguez Solís

 
      El viejito hacía florituras con un balón de soccer. Con un pie aventaba la bola para arriba y luego la botaba varias veces sobre su cabeza… Después, dejaba que el balón resbalara sobre su espalda y… Zas… La aventaba para arriba nuevamente.
      Todo esto lo hacía al lado de su canasta, donde tenía banderas de algunos países que competían en la Copa del Mundo. Vendía estos objetos a precios “regalados”.
      Este extraño personaje traía, colgado al cuello, un radio de transistores que sonaba con mucha claridad. Ahí, se repetía y se repetía, una interpretación muy buena de “Corcovado”, de Antonio Carlos Jobim. Varios artistas rasgaban con fineza sus guitarras… Bella y tonificante música carioca…
      --Pues nosotros ahora nos vamos al Corcovado. Queremos estar cerca de ese Cristo inmenso, que se puso encima de la montaña –dijimos con algo de alegría.
      --Es la montaña del Corcovado, que en español es “jorobado” –dijo el Viejo.
      Supimos entonces, por boca del viejo, que ese Cristo primero se iba a esculpir con las manos ocupadas. En una mano iba a llevar el mundo entero, y en la otra iba a sostener una cruz. Pero, el escultor francés optó por poner al Redentor con los brazos abiertos, como protegiendo a Río de Janeiro.
      Y se edificó primero la base de ocho metros de altura, desarrollando después al Mesías con treinta y ocho metros de altura.
      Y se hizo una terraza con un barandal.
      El fabuloso proyecto se hizo en cinco años, y el doce de octubre de 1930 se inauguró la obra, y desde Italia se iba a activar un switch y las ondas iban a viajar hasta Brasil, para iluminar al Redentor. Pero el experimento de Marconi falló a causa de una tormenta, y la iluminación del Cristo del Corcovado se hizo entonces desde el propio Brasil.
      El viejo que hacía gracias con el balón de futbol, el mismo que vendía banderas, sacó entonces un frasco que contenía unos pedazos de piedra. Era lo que quedó de un dedo que perdió la prodigiosa estatua.
      --Fue cuando hubo una tormenta eléctrica y muchos rayos cayeron sobre Río de Janeiro.
      Entonces nosotros tocamos aquellos restos del dedo del Redentor.
      El viaje hacia el Cristo del Corcovado costó su trabajo. El camino, que zigzagueaba, casi no tenía fin. Pero el pequeño ferrocarril eléctrico llegó a su meta.
      Y cuando nos pusimos a observar el paisaje nos llenamos de una energía vitalizadota.
      Y cuando vimos a la gente que se movía allá abajo, comprobamos que al lado del Redentor, ahí, en el Corcovado, todos éramos iguales y no había ningún tipo de distinciones. Todo estaba en franco equilibrio.
      Pensamos entonces que el malinchismo está en todos lados… No es un mal de los mexicanos, sino un defecto del mundo entero.
      Ese Cristo Redentor había sido esculpido por alguien que nació en Francia (Paul Landowski), en lugar de un artista absolutamente brasileño.
      Pero así somos. Desconocemos los valores propios. Somos malinchistas de corazón.
      Viajamos para conocer mundos nuevos y compramos tenis fabricados en Polonia, China o Estados Unidos. Y regresamos a nuestro país y nos olvidamos del “huarache”, que también te puede llevar muy lejos… Hasta más arriba del Corcovado.
 

 
 
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Sunday, July 13, 2014

GARABATO No. 70




     
Por Eduardo Rodríguez Solís
 

      Iba caminando por el fondo de la cañada. El calor retumbaba de un lado a otro. El sol no se veía por las tantas nubes, pero se sentía. No había insectos ni pájaros. Todo era un silencio de cementerio, de cueva oscura y misteriosa.
      De pronto, de muy arriba, desde el mirador de la carretera, cayó una caja, con muchas piezas que sonaban a metal.
      Fue entonces cuando Patricio Doscaminos se agachó ante la caja que había caído… Levantó un poco la tapa y supo lo que ahí se aglutinaba. Eran muchos, pero muchos soldados de plomo, disfrazados de distintas maneras.
      Echó entonces su mochila al suelo y fácilmente introdujo aquella caja de pequeñas tropas militares.
      Siguió con su caminata, brincando piedras y esquivando troncos caídos.
      Pero echamos el tiempo para atrás y nos hacemos los aparecidos, en forma invisible, en una agencia funeraria. Un actor famoso había terminado su vida por fallas en su corazón. Él era, a escondidas, un coleccionista de soldaditos de plomo. Los tenía todos alineados, formados, yendo a la batalla, en una vitrina de varios pisos. Ahí estaban, listos para las acciones guerreras.
      Y a la muerte del actor shakespeariano, sus libros, que se contaban por cientos, fueron arrojados a la basura. Y sus queridos soldados se arrumbaron en la cajuela del auto de la viuda… Y esta bella dama de negro, llegó al mirador de la carretera, y ahí, y sólo ahí, arrojó ese tesoro marcial.
      Pero Patricio Doscaminos no sabía esa historia. Él seguía con su caminata y con su carga militar a las espaldas.
      Cuando llegó a su cuarto de azotea, en pleno centro de la ciudad de México, después de descansar sus pies para arriba, sacó su tesoro y observó soldado tras soldado.
      Y cuando tuvo en sus manos a un corneta de los tiempos de Napoleón, escuchó el sonido del instrumento musical. Se volvió entonces Patricio Doscaminos otro soldado de la época de Napoleón Bonaparte, y sintió muchos deseos de ir a un frente de guerra para luchar por la patria.
      Fue entonces cuando el actor shakesperiano, el que recién había muerto, hizo su aparición, seguido por las luces de un reflector. Llevaba, desde luego, uniforme militar, pero parecía soldado de los tiempos gloriosos de Roma. Portaba un hermoso casco con alas a cada lado, y llevaba un escudo labrado y una espada que lo podía cortar todo,
      --Siempre hay batallas que librar –dijo el actor, y se fue yendo para atrás hasta que no hubo luz que lo iluminara.
      Fue entonces cuando Patricio Doscaminos se puso a improvisar pequeñas plataformas de madera para los soldados.
      Y todos, absolutamente todos los soldaditos de plomo, fueran de la época que fueran, se alistaron para la guerra (necesidad moderna de la sociedad nuestra).

 
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Wednesday, July 9, 2014

GARABATO No. 69


 
 

Por Eduardo Rodríguez Solís


      La niña Sofía se fue hasta la playa. Y ahí, al ver una lancha abandonada, se le ocurrió treparse a ella y se empezó a mover con los remos.
      Al principio, le costaba trabajo jalar el agua y avanzar, y dar vueltas, pero con un poco de práctica casi se volvió “una mujer de mar”.
      Se fue entonces hacia donde se veían unas palmeras, en una especie de islote. Pero remaba y remaba y sentía que cada vez estaba más lejos de aquella islita.
      Entonces, cansada de luchar con aquellos remos, le dio sueño y cerró los ojos.
      Se vio enseguida caminando en aquel islote de tres palmeras.
      De pronto, alguien le arrojó un coco.
      La niña Sofía trató de romper ese coco para saborear su carne y su agua fresca. Pero esto de romper el coco era imposible. La fruta parecía de piedra.
      Fue entonces cuando de lo alto de una de las palmeras brincó un negrito, que vestía todo de rojo y que traía un sombrero de carrete.
      --Mira. Yo, que me llamo Juanito Houdini, y que soy el único habitante de esta islita, te voy a enseñar a partir un coco –dijo Juanito mientras la niña Sofía estaba admirada.
      Juanito Houdini colocó el coco entre dos caracoles de mar y gritó como un karateca, golpeando (sin golpear) el coco con su mano derecha.
      Gracias a esta acción milagrosa la niña Sofía disfrutó de la carne del coco y se deleitó con el agua de coco.
      --Esto está fabuloso –dijo la niña Sofía, al momento que se despertaba de su agradable sueño.
      Pero, qué barbaridad, los remos de la lancha no estaban. Habían desaparecido.
      Entonces, la niña Sofía se puso a llorar porque estaba lejísimo de su playa.
      Pero, como éste es un cuento donde suceden cosas buenas, como debe de ser, apareció por ahí un delfín que se veía muy gracioso.
      --Yo te voy a llevar de regreso a tu playa. Eres una niña buena, y a las niñas buenas no les pasan cosas malas –dijo el delfín brincando y dando vueltas en el aire, como si fuera toda una estrella de un circo esplendoroso.
      Acto seguido, el delfín, cantando siempre, remolcó sin problemas a la lanchita, con su tripulante feliz, la niña Sofía.
      Y cuando llegaron a su playa querida, la niña Sofía bailó de gusto, y muchas gaviotas volaron alrededor de ella.
      Y al rato, los remos que se habían perdido, fueron aventados a la playa, gracias a unas olas que se parecían todas al negrito Juanito Houdini.

 
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
 
 

Saturday, July 5, 2014

GARABATO No. 68



     
 
Por Eduardo Rodríguez Solís

 
      Emilio Cazador, niño de nueve años, se quedaba solo en su casa, y se entretenía viendo a los pájaros que volaban de un árbol a otro.
      Luego, cuando sentía desesperanza en sus manos y en su cuerpecito, se subía al cerro que estaba atrás de su casa. Y ahí buscaba y encontraba piedras que podían ser buenos proyectiles. Y las iba guardando en un agujero que tenía cerca del arroyo.
      Y al mediodía, después de comer alguna manzana y unas zarzamoras, corría a su escondite y echaba unas piedras en una canasta que tenía forma de rana.
      Se trepaba entonces a un árbol muy alto, con todo y canasta, y desde arriba empezaba a aventar sus piedras, procurando siempre golpear los troncos de algunos árboles…. Pero se aburría y no sabía buscarse algún entretenimiento distinto.
      Hasta que un día tuvo la feliz ocurrencia de empezar a romper vidrios de las ventanas de algunos vecinos.
      Y esta locura lo tranquilizaba y lo hacía inmensamente feliz.
      Su padre, que llegaba muy tarde de su trabajo de minero, una vez llegó a su casa con un cartel que había desclavado de un árbol. Ahí, se ofrecía una recompensa por los datos de alguien que andaba rompiendo vidrios.
      --¿Tú, qué sabes de eso? –preguntó al pequeño Emilio Cazador.
      Y Emilio Cazador se quedó callado, y sus orejas se pusieron rojas.
      Al fin, el niño confesó su travesura y prometió no volver a romper vidrios.
      --Voy a tener que delatarte –dijo el papá de Emilio Cazador.
      Emilio Cazador, desconsolado, observó los ojos de su padre y no supo decir una sola palabra.
      Y dicho y hecho, el minero puso algunos letreros junto a algunos carteles que denunciaban la travesura.
      Y a poco, el minero tuvo que sacar de una jarra de barro la mitad de sus ahorros. Había que pagar dieciséis ventanas rotas.
      Luego, por consejo de un vecino que se llamaba Joaquín Smart, el minero puso un castigo a su hijo Emilio. (Este señor Smart veía siempre con malos ojos al Emilito Cazador. Con decirles, amigos lectores, que una vez que vio a Emilio comiéndose una manzana, recogida en sus terrenos, lo corrió a gritos y sombrerazos de su propiedad.)
      El castigo hacia el niño era tremendo. Con piedras traídas del río y la ayuda del barro, tenía que hacer una barda divisoria entre la propiedad del minero y los terrenos de Joaquín Smart.
      El pobre de Emilio Cazador se pasó el verano completo haciendo la obra, y al concluir terminó con terrible dolor de espalda.
      Pasó el tiempo, y la locura de romper vidrios de ventanas ya pertenecía al pasado del niño Emilio Cazador.
      Pero una noche, que el niño Emilio miraba las estrellas, supo comunicarse con algún dios travieso (que a veces los hay detrás de alguna nube), y mencionó la fea palabra venganza.
      Y un día, en aquella comarca de casitas con techos de dos aguas, sobrevino un temblor de siete grados. Estuvo fuerte la sacudida. Pero no hubo heridos, y los únicos daños materiales sucedieron en la casa de Joaquín Smart, quien había aconsejado el castigo hacia el niño Emilio Cazador.
      Todos los vidrios de sus ventanas se hicieron añicos, y hasta sus copas de vino se volvieron polvo de vidrio.
      Qué cosas que pueden hacer los benditos dioses…  


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)