Monday, July 28, 2014

GARABATO No. 73


     

Por Eduardo Rodríguez Solís
 
 
      Antonio y su amigo Enrique se pasaron casi un año amarrando pedazos de cuerda para hacer un pasadizo aéreo que iba a estar desde la cúpula de la iglesia de San Agustín hasta el último piso de un edificio desde donde se veía el mar al Norte y al Sur.
      Fijaron primero la cuerda desde la cúpula hasta el suelo, al lado de la iglesia.
      Luego, hicieron lo mismo con la cuerda que amarraron provisionalmente en una de las puntas del edificio.
      Después vino el amarre en el piso de las calles, y luego se unió todo y se empezó a restirar la cuerda hasta tenerla bien tensada. Y luego se cortó el sobrante, que era mucho.
      Ya que tuvieron la cuerda lista fueron con una viejita que se decía había sido “modista” de la esposa del presidente Porfirio Díaz.
      La viejita era una “guapura”. Siempre andaba bien maquillada y su vestuario parecía de diva de Hollywood. (Se parecía a veces a Pola Negri, la afamada actriz que causó furor cuando el cine se hacía en blanco y negro.)
      Y cuando Antonio y Enrique fueron a verla, le llevaron un flan que se veía muy sabroso. Ella, muy modosa y femenina, les sirvió una buena taza de chocolate caliente. Pero la Madame Deschamps, que así se llamaba, no quiso compartir el flan que le habían llevado. Entonces, hay que imaginar que Antonio y Enrique sintieron el surgimiento de un granito en sus lenguas. Es que el flan se sospechaba ultra-sabroso.
      Madame Deschamps les diseñó unos trajes parecidos al de Superman, pero sin capa. Eran a base de azules, rojos, amarillos y blancos. Y resultaron muy circenses, muy llamativos.
      El día “D” llegó. Y un payaso tocaba el tambor y repartía volantes por todos lados… Ese mismo clown colocó muchos sombreros de copa (de cartón) para las propinas del público.
      Y se oyeron unos clarines parecidos a los de las corridas de toros. Empezaba la fiesta.
      Antonio y Enrique, metidos en los disfraces de Madame Deschamps, iniciaban su camino por la larga cuerda, que se aleteaba por los vientos, y que iba de la iglesia de San Agustín hacia el edificio más alto de la ciudad.
      Pero los amarres no resistieron, y los flamantes acróbatas se vinieron abajo, y se golpearon varias veces en la iglesia.
      Y ellos, con varias fracturas en las piernas y muchos raspones en las manos fueron llevados al hospital de la Santa Cruz, con todas sus dolencias.
      Y el payaso “promotor” llegó luego al hospital con todos los sombreros de cartón llenos de dinero… Y los billetes y centavos pagaron los gastos médicos de “esos acróbatas fracasados”.
      Y hasta sobró para comprar un sabroso flan, que se partió en tres partes (porque los comensales eran dos heridos y magullados, y un payaso super publicista, que de vez en cuando se comía las uñas).


 Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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