Tuesday, May 27, 2014

GARABATO No. 62



 


(Segundo fragmento de la novela Margaret)

 Por Eduardo Rodríguez Solís
 

      Después de un viaje largo, con algunas fallas mecánicas del autobús y una ponchadura, llegaron a La Ventosa.
      Antes de meterse en el único hotel del lugar, fueron a reconocer el sitio donde tenían que cavar.
      Y cuando, tomados de las manos, contemplaron el mar, se imaginaron sacando ese tesoro de monedas.
      Iban, mitad y mitad. De cada dos monedas de oro, una era para Trinidad y la otra para Joaquín.
      Se fueron después al hotel y pidieron un cuarto con vista al mar. Compraron algo de comer y se metieron en sus cucarachentas cuatro paredes.
      Y cuando se hizo de noche se fueron a la playa. Arrastraban un gran costal negro y llevaban buenas palas.
      Empezaron la tarea.
      A las dos horas, un guardia, lámpara en mano, se acercó a preguntar qué hacían.
      Entonces, Trinidad dijo que estaban preparando el terreno para una escultura de arena que iban a hacer.
      --Vamos a hacer una miniatura del Zócalo de la ciudad de México –dijo Joaquín.
      El guardia dijo que una vez que fue a la ciudad de México, vio a un hombre mosca que subió al más alto de los campanarios de la Catedral.
      El guardia consultó la hora y dijo que su turno de vigilancia había terminado… Y se despidió de la pareja.
      Se quedaron solos y reanudaron su tarea. De pronto, un milagro que se esperaba. El ángel de Joaquín apareció. Se le veía muy optimista. (Pero, como es natural, esta presencia sólo era captada por Joaquín.)
      La luz de la luna se volvió como de oro. Es que el astro, amigo de los enamorados, estaba quizás sentimental.
      Y, albricias, salió la primera bolsa de monedas.
      Siguieron entonces como verdaderos topos, rascando ahora la arena con las uñas. Pero la maldita arena estaba como chiclosa. Parecía masa para hacer pan.
      Respiraban los dos con mucho ritmo, con harta plenitud. Y la sombra o el ángel de Joaquín medio observaba las acciones.
      Casi sin ser vistos, después de emparejar la arena alrededor de la dichosa palma, se alejaron del lugar, arrastrando su tesoro.
      Cuando entraron a su cuarto, en el hotel, aventaron la bolsa negra en un rincón y pusieron encima las palas.
      Trinidad se tiró en la cama y Joaquín se acostó en el suelo. Estaban abatidos, parecía que acababan de llegar de un frente de guerra.
      La bolsa de plástico negra, con su pesado contenido, la metieron en una bolsa de lona verde que tenía el emblema del Army de los Estados Unidos… Luego, salió Joaquín con las dos palas y se fue hasta un depósito enorme de basura, y ahí las echó.
      Poco después, salieron con sus mochilas a la espalda y el bolsón del Army, y se fueron hasta la administración del hotel.
      Checaron su salida y se tomaron un café con crema, y se comieron unas galletitas.
      Se despidieron de una linda negrita, que estaba detrás del mostrador, resolviendo un crucigrama.
      --¿Qué es algo que camina y a veces araña? Tiene cuatro letras y empieza con “ge” –preguntó la negrita.
      --Gato –dijo Joaquín.
      --También puede ser “gata” –agregó Trinidad.
      Todos se miraron y sonrieron.
       El zócalo de La Ventosa tiene unas arcadas muy elegantes. Parecen moriscas. Y la iglesia del lugar tiene muchos nichos a la vista, con santos y ángeles por todos lados.
      Hay algunos restaurantes y muchos puestos de frutas y verduras. Hay siempre muchos niños que se te acercan y “te mueven la panza” por diez pesos. Y a veces anda por ahí un cancionero muy entonado. Trae una guitarra con un letrero que dice “esta guitarra fue propiedad de John Lennon”, lo cual es una positiva mentira…. Ya caliente, este cantor te toca y te canta algo de los Beatles.
      Estando esperando su desayuno, los jóvenes tuvieron la visita de una niña pelirroja.
      --¿Les muevo la panza por diez pesos? –dijo la niña.
      --Pues, ya vas –dijo Trinidad.
      La niña hizo su acto y los jóvenes se carcajearon.
      En los portales mismos, compraron dos paliacates, y con esos pañuelos, de diseños muy árabes, hicieron un amarradijo y Trinidad se lo puso en el cuello y ahí metió el antebrazo derecho.
      Con este artificio se acercaron a un taxista que estaba esperando clientela.
      --Nos urge irnos a la ciudad de México. Mi novia tiene una fractura y allá la van a atender –dijo Joaquín.
      El taxista no podía hacer el viaje a la Capital, porque no tenía llanta de refacción. Pero tenía un compadre que tenía una camioneta muy buena.
      El taxista sacó su celular y le llamó a su compadre. Y la conversación que sostuvo la hizo en idioma náhuatl. Entonces Trinidad y Joaquín se quedaron en la Luna de Valencia, porque no entendían nada,
      Dos horas después, ya estaban en la carretera. El viaje iba a costar tres mil pesos. La camioneta tenía dos asientos y una parte descubierta. Los dos compadres iban adelante, y ellos, los dueños del tesoro, iban detrás… Como quisieron saber cómo fue el accidente de Trinidad, la muchacha “fracturada” contó su historia.
      Quisieron subir al Pico del Pirata, que es una parte de un volcán apagado, muy cerca de La Ventosa. Y cuando casi llegaban a la punta, Trinidad perdió el equilibrio y se desbarrancó.
      Cayó, dando vueltas, unos cien metros.
      La mentira, el cuento chino, fue creído por los compadres, quienes dialogaron un poco en náhuatl, carcajeándose un poco.
      Iban a buena velocidad y el paisaje cambiaba. Los colores de las flores variaban. Si uno se elevaba del nivel del mar, había cambio de vegetación.
      A veces se encontraba uno con grandes letreros de campañas políticas. Algunos nombres que se leían parecían de actores de cine, pero había muchos nombres que daban risa.
      Y en una recta que no terminaba, se quedaron dormidos, pero la bolsa verde del Army estaba medio abrazada por Joaquín.
      Entraron a la ciudad de México con tremendo aguacero. Había charcos y lagunas por todos lados, y de repente, había ríos que bajaban de colinas y cerros.
      A veces, de verdad, parecía que uno andaba en Venecia, por los tantos canales acuosos.
      Luego, se acercaron al Hijo del Chiquihuite… El viaje terminaba…
      Empapados, subieron por ese lado de los sesenta grados. El lodo estaba pastoso… Te metías en él y casi te quedabas pegado para siempre.
      Y llegaron a la vivienda de Joaquín de la Fuente. Estaban en el número treinta y cinco de la curva calle de las Moras.
      Metieron la bolsa de lona verde, que ya no se veía verde por la negrura del lodo que se fue pegando en la subida.
      Aventaron sus mochilas en un rincón y se recostaron en el camastro.
      El eterno ángel observaba a la pareja. Respiraba con amplitud. El viaje, el largo viaje, había terminado, gracias a todos los santos… Gracias a todos los ángeles que por ahí pululaban.
      La sombra o el ángel de Joaquín se miraba las manos, y luego veía hacia la ventana y deseaba que su mirada llegara hasta donde ya no se puede mirar.
      Cuando paró la lluvia y todo se secó, y el lodo se volvió como barro de alfarero, fuerte, como cemento, la joven Trinidad arregló un poco su pelo, y se despidió de Joaquín. Y antes de salir a la casi noche, recibió diez monedas de oro, a cuenta de su parte.
      Joaquín empezó a poner las cosas en orden… En otro rincón de su cuarto abrió un hoyo profundo para colocar las bolsas que habían traído de La Ventosa.
      Echó luego la tierra sacada y apisonó el terreno.
      Luego sacó la bolsa de lona para que se secara y se puso frente a la caja que había encontrado en la basura… Extendió uno de los pañuelos y estuvo mirando las letras de Margaret.
      --¿Vivirá la Margaret? –se preguntó Joaquín.
      Entonces se escuchó que alguien tocaba a la puerta de su vivienda, y el ángel, que por ahí andaba, fue a ver quién era.
      El ángel invitó a Margaret y una mujer muy elegante entró a la mirada de Joaquín.
      --Yo soy Margaret –dijo la mujer.
      Y se dio la vuelta para que fuera bien observada.
      Efectivamente, era una dama muy bella. Parecía como princesa de un cuento de hadas.
      Pero la ilusión se borró de los ojos de Joaquín. Ahora Margaret era parte de la nada que rodea a los solitarios. Y Joaquín era un solitario de siempre, de todos los días.
      Colocando el pañuelo en la pared, gracias a un alfiler, se echó para atrás y se dio cuenta que el tiempo avanzaba a gran velocidad.
      Entonces, se quitó la ropa y se dio un baño a jicarazos, en las afueras de su vivienda. Luego, se vistió como de rayo… Puso candado en la puerta y empezó a bajar la pendiente de sesenta grados.
      Y mientras caminaba hacia la tortillería, se puso a chiflar La Bikina. Esa canción le gustaba. Era como un himno que te llenaba de energía.
      Y, de pronto, dejó de ser un chiflador solitario, y formó parte de un coro que seguía con la bonita tonada… Niños, niñas y él mismo producían una particular sinfonía. Y hasta en un momento el conjunto de chifladores se parecía a una película musical de las que se hacen en Hollywood.
      Y la cámara filmadora se iba para arriba, como trepando una torre, y en la pantalla se veía a una multitud silbando esa Bikina prodigiosa.
      Y Joaquín se internó en su mundo de las tortillas.
      La vida de Joaquín y Trinidad cambió un poco, perdón, un tanto. Ahora había dinero de sobra, pero había que andarse con cuidado, ya que todos sus conocidos tenían que pensar lo de siempre, porque Joaquín y Trinidad seguían en las mismas, con los escasos pesos en la bolsa.
      Y con discreción absoluta, cambiaban las monedas de oro en distintos lugares. Y si alguien preguntaba de dónde salían esas monedas, había que decir que eran producto del juego, de la baraja.
      Pero un día Joaquín se llenó de miedo. Lo seguían tres tipos mal encarados. Entonces él se metió a una farmacia donde lo conocían.
      El dueño del establecimiento lo llamó por su nombre y los tipos cambiaron su actitud.
      --No te asustes. Creíamos que eras Alonso, y ya vemos que no eres. No te espantes. No hay tos –dijo el que se veía de más edad.
      --Pues yo me llamo Joaquín y trabajo en la tortillería.
      --No hay tos –dijeron los tipos, mientras se alejaban.
      Joaquín respiró. Lo habían confundido.
      En la colonia Moctezuma encontraron dos casitas, que parecían gemelas. La dueña, que vivía en Acapulco, estaba cansada de andar persiguiendo a la gente para el puntual pago de la renta… Para ellos, el precio total de las dos casitas era una ganga. Y Joaquín iba a comprar también una tortillería que estaba a dos cuadras.
      Joaquín y Trinidad iban a dividir una casita para los dos. La otra, la iban a rentar.
      Cuando Joaquín se separó de la tortillería, donde trabajó muchos años, le hicieron una fiesta de despedida. Tronaron cohetes y rompieron una piñata, como si fuera posada decembrina. Y llegó mucha gente. Trinidad, desde luego, era de las principales invitadas.
      La comida se preparó en el restaurante italiano, donde Trinidad trabajaba de mesera. Hubo ensalada, ravioles y pastel de chocolate, y se descorcharon algunas botellas de vino tinto, aunque muchos optaron  por el refresco de cola o la cuba libre o la cerveza.
      Una noche sostuvo un diálogo con su ángel.
      El ángel le dijo que le gustaban mucho las casitas que compraron. Y que las muchachas que rentaron una de las casas eran muy agradables.
      --A mí me encanta la chaparrita –dijo Joaquín.
      --A mí me gusta la alta. Ella es muy servicial y muy “cantora” –dijo el ángel.
      Esa muchacha agarraba la guitarra y nunca paraba. Interpretaba canciones de todos los tiempos. Era artista de corazón.
      Bueno, pero creo que ya es hora de hacer aparecer una nueva sorpresa. La novelita que escribimos ahora lo está exigiendo.
      Entonces, hagamos un cambio de escenario, y veamos al buen Joaquín caminando, un sábado en la tarde, por el centro de la ciudad. 

 
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
 

Friday, May 16, 2014

GARABATO No. 61


Foto: Marangeli Franco
 


      (Primer fragmento de la novela Margaret)

      Por Eduardo Rodríguez Solís
 

      Ese cerro se levantaba como cuatrocientos metros, que sumados a los dos mil cien del terreno plano, eran dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar. Entonces, estando uno trepado en el mero cerro, uno estaba a dos kilómetros y medio de altura.
      Y al estar en esa cúspide, uno respiraba dos kilómetros arriba del tope del Empire State, en Nueva York… Es que el Empire State estaba al mero nivel del mar.
      El cerro se llamaba El hijo del Chiquihuite. Pero hoy en día es terreno plano porque esa punta geográfica había sido dinamitada para darle paso a una carretera que parece que nació con viruela por los tantos agujeros que tiene.
      En el lado Norte la pendiente era de treinta grados, y en el lado Sur esa inclinación se volvía de sesenta grados.
      Ahí, en ese lado de sesenta grados estaba el pueblo. Y las casas, tenían como barricadas en la mera pendiente. Estas barricadas protegían las delicadas construcciones. Eran barricadas de hule, pues eran llantas usadas de camión.
      Y se subía por caminos zigzagueados, observando uno los frentes de las casitas, que tenían muchos botes vacíos de conservas, convertidos en macetas.
      Por eso uno se sorprendía con tantos colores de las flores.
      Azul, amarillo, rojo, violeta, los colores que sean, ahí estaban, alegrando el ambiente.
      Cuando venía la noche y uno observaba desde lejos, veía uno la luminosidad de un nacimiento. Surgían las luces de colores y la visión del pueblo semejaba un pedazo de cielo estrellado.
      Pero a la media noche las luces se iban apagando, pues el tiempo de ir al descanso empezaba y los ensueños de todos se volvían un universo de deseos.
      Y cuando daban las tres de la mañana sólo se veían algunos destellos de luz… Luego venía el canto de los gallos y la luz, que nadie pagaba, porque se robaba inteligentemente de los cables de alta tensión, aumentaba sus intensidades.
      Luego, hombres y mujeres empezaban a bajar por esa pendiente de sesenta grados… Había que ir al trabajo… Pero muchos iban a la busca de esta actividad que no se tenía.
      Algunas casas tenían su ángel. Pero pocos reconocían este fenómeno. El ángel era como un guerrero, que tenía coraza de hierro y espada al aire… En algunos casos se trataba del arcángel Gabriel o Miguel, o como se le quiera llamar… Este ser casi de cuento era un cuidador de espíritus. Era un cuidador al servicio de algunos.
      Este ángel o arcángel se quedaba afuera de la casa. Era un eterno “velador”, que cuidaba el sueño de quien dormía. Pero el ángel o el arcángel era de uno, y sólo de uno.
      Existía si uno quería. Y estaba ahí, al acecho de lo que fuera, si uno hacía como un pase de magia. Así era el juego.
      Y un buen ángel te podía salvar de muchas cosas. Por ejemplo, podía desviar la caída de la lluvia, o el efecto del frío congelante.
     Si veías de muy arriba todas esas viviendas que se levantaban en esa pendiente de sesenta grados parecía que estabas observando una pequeña ciudad pegada a un cerro.
      Veías entonces algunos humos que salían de sus cocinas, y te dabas cuenta que había luces encendidas a todas horas.
      Imaginabas luego que ahí había muchas vidas que avanzaban hacia una mañana triste o contenta. Eran existencias que sonaban como corazones. Porque esa pendiente y esas viviendas estaban con sus corazones latiendo.
      En el número treinta y cinco de la zigzagueante calle de las Moras, donde destacaban demasiadas latas vacías convertidas en macetas floreadas, vivía un hombre joven que se llamaba Joaquín de la Fuente.
      Él siempre se levantaba muy temprano para bajar pronto hasta el camino que llegaba a la colonia de las Cruces. Ahí, en la tortillería La Esperanza, echaba a andar la maquinaria que movía bandas de lona.
      Este Joaquín era un hombre soltero. Había llegado de Michoacán y tenía ya ocho años en su trabajo. Él era un soltero solitario.
      Tenía un ángel imaginario.
      Ese ángel llevaba exactamente las mismas ropas que Joaquín. Y cuando éste se ponía su atuendo de trabajo, cambiaba rápidamente la vestimenta.
      Una vez, regresando a su vivienda, después de una jornada larga y aburrida, conversó con su sombra o su ángel imaginario.
      --Qué aburrición y qué cansancio que se concentra en las piernas –dijo Joaquín.
      --La vida es así. El que piense que es un jardín de flores está mal ubicado –dijo el ángel.
      --A mí me gustaría una sorpresa de vez en cuando –dijo Joaquín.
      --Uno puede inventarse sus sorpresas. De verdad –dijo el ángel.
      Joaquín y su sombra o su ángel, se fueron caminando en silencio. Ya no había nada qué decir.
      Y cuando pasaban por los vertederos de basura, que eran verdaderas montañas de desperdicios, se taparon las narices para evitar malos olores. Y una de las botas de Joaquín pateó la orilla de una caja.
      Era como un pequeño cofre de madera, con sus herrajes de fierro pesado.
      El ángel señaló hacia un montón de basura y se pudo ver una cuerda muy bien trenzada. Con esta cuerda se amarró la caja y con la punta que sobró se arrastró el bulto.
      Estaba pesado y dejaba un buen surco marcado en el suelo.
      --Encontraste una sorpresa –dijo el ángel.
      --Hasta no ver, no creer –dijo Joaquín.
      Se acercaron a su cerro y empezaron a subir. Había mucha gente concentrada en el patio de la escuela primaria. Estaba de visita un político y todos esperaban los regalos: Una camiseta con algunas frases y una torta de jamón y queso, con su refresco de cola.
      Todos gritaron cuando empezó la repartición.
      Ya de noche, gracias a un desarmador gigante y un martillo, se pudo abrir la caja. El candado voló en pedazos.
      Había muchas cosas. Recortes de prensa, fotografías de artistas de cine, dos bolsas de terciopelo llenas de monedas y una caja de pañuelos bordados.
      Las monedas parecían de oro y los pañuelos tenían un nombre: Margaret.
      Al día siguiente, a la hora de la comida, Joaquín de la Fuente, todo oloroso a tortilla recién hecha, se fue a ver al anticuario de la barriada.
      Sobre el mostrador puso una moneda.
      Ramiro, un viejo simpático, observó con cuidado la moneda, y hasta lo hizo ayudado por una lupa.
      --Por esta moneda yo te doy dos mil pesos… Si te la llevas al mero centro de la ciudad, a lo mejor te dan tres mil pesos –dijo don Ramiro.
      --Dos mil pesos es buena lana –dijo Joaquín.
      --Si tienes más, yo te las compro –dijo don Ramiro.
      --Son de mi abuelo. Creo que tiene más en un cajón –dijo Joaquín.
      Joaquín terminó su día de trabajo en absoluto silencio. Tenía en su casa más de cien monedas, en las bolsas de terciopelo. Pero también había una nota sobre diez bolsas que estaban en la playa de la Ventosa, en Oaxaca, con un mapa que ubicaba el sitio donde se tenía que escarbar.
      Estando uno viendo hacia el mar, había que ir al último rompeolas al Este. De ahí, había que caminar hasta la altura de la tercera palmera, al Este, también. Y ahí, al pie de esa enorme palma real había que cavar unos cuatro metros, en la parte de la palma que daba de frente a la orilla del mar.
      --¿Qué piensas hacer? –preguntó el ángel.
      ---Voy a inventar que mi abuelo me dejó una herencia, y tengo que ir a Oaxaca. Voy a pedir permiso en el trabajo –dijo Joaquín de la Fuente.
      Joaquín se metió a las cobijas de su catre con la cabeza revuelta. Las ideas giraban como volantines y no sabía qué hacer.
      Se vio llegar a la Ventosa, en Oaxaca, y tenía miedo. Pensaba que al escarbar estaba cometiendo un delito. Estaba robando algo que francamente no era suyo.
      Y de pronto, se puso a pensar en Margaret, la dueña de los pañuelos bordados.
      Se imaginó estar con ella, en una gran explanada llena de árboles frondosos. Y pudo ver su belleza parecida a la de la Virgen de los Remedios. Ojos atigrados, labios bien dibujados, cabello hecho trenzas… Mirada llena de esperanzas.
      Margaret. Esa era Margaret.
      Vino después la planeación del viaje a Oaxaca. La aventura la iba a hacer junto con su amiga Trinidad, una muchacha que trabajaba como mesera en un restaurante italiano.
      Esa chica era muy atrevida. No le tenía miedo a nada. Tenía un espíritu extremadamente aventurero.
      Los dos jóvenes pidieron permiso en sus trabajos, y en la víspera de su aventura, buscaron un buen escondite para las dos bolsas de monedas.
      En una de las esquina de la vivienda de Joaquín, por dentro, hicieron un hoyanco de dos metros de profundidad, y como don Ramiro, el anticuario, había buscado a Joaquín para preguntarle si tenía otras monedas de oro, se decidió ir a cambiar algunas monedas en otro establecimiento.
      Ahí, les dieron tres mil pesos por cada moneda… Y se olvidaron para siempre de don Ramiro.
      --Se veía buena gente –dijo Joaquín.
      --El es un negociante –dijo Trinidad.
      El ángel de Joaquín nada más observaba y hacía anotaciones en su mente.
      Trinidad estaba enamorada de Joaquín. Ese sentimiento nació el día que se conocieron. Cada quien por su lado fue a la función de una pastorela. Era tiempo de navidad y la gente andaba muy alborotada. La función de la pastorela se hacía en el patio interior de un convento.
      Estaban sentados uno junto a la otra. Y precisamente cuando el Diablo cantaba una canción muy graciosa, Trinidad apoyó su cabeza en el cuerpo de Joaquín. Ahí empezó el amor de Trinidad hacia Joaquin.
      El Diablo, casi al final de la función, se quitó su máscara y mostró su rostro sin una gota de maquillaje. Ya no estábamos viendo a Lucifer. Ahora teníamos ante nuestros ojos a un actor común y corriente.
      --Todo lo que vemos está detrás de un disfraz –dijo Trinidad.
      --Es que todos tenemos dos caras. Somos como una moneda –dijo Joaquín.
      --Águila o Sol –dijo Trinidad.
      --Y si estuviéramos al Norte del río Bravo, Cara o Cruz –dijo Joaquín.
      Entonces, cuando salieron de la función de la pastorela, pensaron que uno debería ser igualito a una moneda, y cada mañana debería uno elevarse al aire, dando vueltas, y luego caer, Águila o Sol. Y así comportarse todo el día, Águila o Sol.

                  
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
 
 
 

Sunday, May 11, 2014

A MOTHER’S BLESSINGS






By Jodi Hawkins


I am blessed to be married to a man who loves me with all of his heart, I hope to even remotely love and honor him the way he loves me.
I am blessed to be the mother of three beautiful children who teach me new things every day.
I am blessed to know or actually to be known by the God of the Universe, to have experienced the salvation of my Lord and Savior Jesus Christ and to be working daily towards sanctification in the strength of Him.
I believe that the Holy Spirit of God is active through His Bride, the Church at this very moment.
I believe fiercely in the power of prayer. 
I believe that Jesus meant every word He said.
I believe in Revival.
I believe in forgiveness.
I believe in loving those who seem unlovable, the forgotten, the addicted, and the lost.
I am a bridge-builder for an organization called Open Doors that advocates on behalf of the Persecuted Church worldwide.
On a side note... I enjoy music of all kinds, dance of all kinds, the ocean, and corny jokes. Oh and flip flops...they are one of my favorites.
I especially love people.


Jodi Hawkins is Wife and mother
                             Follower of Jesus Christ
                             Intercessor
                             Missionary


Friday, May 9, 2014

LETTER TO BRUNO HONDA




Dear Sir,

I have read your truly delightful missive and wanted to congratulate you for your world-changing accomplishments.
If you ever felt as though you had failed to be understood, let me give you some good news: You never failed. Not once. You were always 100% understood.
I’m multilingual, Sir. Multilingualism is one of the advantages of having the Holy Spirit as my personal coach. Out of nowhere and, apparently, for no particular reason, one gets to understand many tongues and even speak some of them in order to be understandable to others, without losing her identity.
With the help of the Holy Spirit, I have been able to read, understand and make myself understandable in:

·                     Spanish (Hola, ¿qué tal?)

·                     English (Watch me in the Japanese series Fruits Basket too. For a period of 26 chapters I enjoyed walking alongside two very special beings)

·                     Business (Welcome to the jungle, the show must go on, show me the money)

·                     Dog (woof, woof, ruff, ruff, yip, yap, yap, au, au)

·                     Squirrel (click, click)

·                     Wolf (owooooooo)

·                     Snake (hissssss)

·                     Tiger (Grrrrrr)

·                     Peace (All is well)

·                     Love (Immanuel-God with us)

And there is still so much to learn! Perhaps someday you will consider thanking the Holy Spirit not only for having helped me understand your “Thank-you notes” on your own terms all along the way but also for making me appreciate your enormous effort from the bottom of my heart. Having said that, you're welcome!
A very wise man once said that he accepted people as they are. Growing up, I was told something similar by my mother: “If you always find faults in your friends, you will end up with none.” So, I have to remind myself from time to time, “Appreciate who you are and you’ll never feel like the people in your life lack anything. You’ll enjoy them as they are.”
I pray you’re also learning to read and understand other languages besides your own, as well as to make yourself more understandable to others so that you have the opportunity to feel successful with future prospects and in other areas of life.

Watching your back,

Athena Owl-Eyed, Favorite Child of Zeus.


Wednesday, May 7, 2014

GARABATO No. 60



Project Row Houses


Por Eduardo Rodríguez Solís


      Maureen O’Hara se llama la gata pelirroja que vive al lado. Su nombre que le puse viene de la bella Maureen O’Hara, actriz norteamericana, que nació en 1920. Esta gata,  que nunca se le ve “dándose su manita de gato”, como lo hacen todos los mininos, es un verdadero Cookie Monster, porque come sin masticar, como si fuera prisionera de un Campo de Concentración.
      Ella ha tenido la costumbre de aparecerse todas las mañanas, cuando debo darle de comer a dos gatas: una que se llama “La tigresa”, como una actriz mexicana que fue el gran amor de un presidente azteca. La otra, que es hija de la primera, se llama “Gloria Trevi II”, recordando a una cantante y actriz, también azteca.
      Estas dos gatas mías, viven afuera de la casa, y tienen sus buenos escondites para combatir, por ejemplo, las temperaturas bajas. Se meten debajo de la puerta de una bodega, al frente de la casa, o se van a otra, que está atrás, donde hasta tienen una puertita “para gatos”.
      Hay una tercera gata, que no se junta con las gatas mencionadas. Esta se llama “Mole”, porque tiene tres colores y parece como un plato de arroz, con frijoles negros, y mole, pues es blanca, negra y color beige. Esta gata, “Mole”, vive dentro de la casa y es amiga “de lejos” de las gatas que viven afuera.
      La gata “Gloria Trevi II” es un animal con diseño en su pelo muy extraño. Es blanca con negro, con algunos toques atigrados, con un antifaz negro, tipo Batman, y con una espiral negra en cada uno de sus costados.
      Esta gata tiene un hermano, con cabeza totalmente atigrada y con espirales negras a los lados. Nunca tuvo nombre y se volvió un vagabundo, un Don Juan… Y un día desapareció. O lo hicieron guacamole con un coche, o lo hicieron barbacoa, o algún dueño II (porque todos los gatos tienen su dueño I, su dueño II, etc.) se lo llevó a Hawaii, dentro de un pet carrier de plástico, porque consiguió un mejor trabajo en aquellas islas del Hula-Hula.
      Todas estas gatas que deambulan en mi vida a veces son observadas por mininos que no son de estos territorios… Me refiero a un gato todo negro, delgado, y un gato atigrado, también flaco. (Tienen hambre, pero no se atreven a robar comida. Son quizás gatos decentes, educados.)
      Los gatos han acompañado al hombre desde hace mucho. Fueron y siguen siendo buena terapia para la soledad y el stress… Eran buena medicina para la inquietud. Cuando sufrías de este mal, se te daba un gato pulguiento, y te la podías pasar espulgando al animal… Y la ansiedad casi desaparecía…
      (Y cuando el pobre animal se quedaba sin pulgas, se le arrojaba desde una de las torres del castillo… Pero luego, gracias a los cielos, se volvía a llenar de pulgas y podía, si la suerte le ayudaba, regresar al mismo castillo.)

Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Thursday, May 1, 2014

THE SILENCE


Jodi and Connor
 
By Jodi Hawkins                                                                    

Mark 3:1-6

Now He entered the synagogue again, and a man was there who had a paralyzed hand.  In order to accuse Him, they were watching him closely to see whether He would heal him on the Sabbath.  He told the man with the paralyzed hand, “Stand before us.”  Then He said to them, “Is it lawful on the Sabbath to do good or to do evil, to save life or to kill?”  But they were SILENT.  After looking around at them with anger and sorrow at the hardness of their hearts, He told the man, “Stretch out your hand.”  So he stretched out it out, and his hand was restored.  Immediately the Pharisees went out and started plotting with the Herodians against Him, how they might destroy Him.

OK. So once again I stand on the threshold of mind-blowingness at the Holy Word of God.  I know that mind-blowingness is not a word, but there isn’t a word in the language currently that describes this indescribable overwhelming realization of how very big God is, how amazingly the Holy Spirit opens up eyes and ears to read pages printed on a piece of paper and then your whole world can become the highest supersonic high-def you could ever dare to envision.

Thankfully as disturbing as it is to my perceived human reality, He chooses to still blow up these pages for me…and by the way, there is nothing special about me.  If you ask, He will do the same for you.  He is mind-blowing like that.

So, this morning as I read these –literally– six sentences, I realized the irony of some things.  Like, why would you even need to ask someone which is better, to kill or to save, let alone, men of God?  Is this for real? These guys Jesus is speaking to are not just some people hanging out at the synagogue. They are keepers of the law; they know it inside and out. They eat, live and breathe the LAW.  Ah, but you see, here’s where it gets tricky.  They know the books, they know the statutes, they know what’s acceptable in that particular church society.  I mean, it was handed down to them from God. 

Adherence to Law over Love.  Sound familiar?

So, why can’t they answer a question that my son could at 10?  Good question. 

Note their silence.  Do you suppose they are quiet because it is one of the laws not to heal on the Sabbath?  Maybe they are posing the word heal instead of work at their discretion.  And since when did healing someone or helping someone –if you have the means and the power– become work?  Put the brakes on. Maybe they just don’t like the fact that this guy, Jesus, is doing things they could never dream of doing (side note:  He is not reaping the benefits of the human affluence and opulence that these men of God are) and so they are intimidated. Of course, we know this is what Jesus came for, to bring truth to earth so that we might be put back into right standing with our heavenly Father since the fall in the garden –but mind you, people still make their own decisions, and many up to this very moment are dangerously wielding the freedom that Jesus died to give them. I pray we wield it carefully.

So they are indignant and silent.  This angers and sorrows Jesus.  Remember these are the same people for whom he’s going to suffer much anguish, mental, physical and spiritual pain.  Because He suffered for ALL people to have the same opportunity of freedom from death, if they accept it (that’s the important part).  Okay, so Jesus heals the man and IMMEDIATELY the Pharisees head out to start plotting his demise.

Do you see the hardness of their hearts and why Jesus is so angered and sorrowful?  They follow the law but have no love.  They can recite the whole Law from memory, yet they have no compassion for those who are hurting.  They are hypocrites.  They are misrepresenting God and for Jesus this is a HUGE problem. As it should be for us today.

So as I am digesting these verses this morning, I had earlier read a post on Facebook on some stats of the “church”:

Why does the church in the West retain 90+% of God's resources for itself?

Why does the church in the West share only the leftovers with the Nations?

Why do the unengaged and unreached people groups today still lack even minimal access to the gospel?

Why is the bulk of sacrificial offerings directed toward buildings, staff salaries, and educational materials for those already in the Kingdom?

These stats are taken from a book, The Insanity of Obedience by Nik Ripken.  A book I would highly recommend to anyone who is interested in understanding what we as Christians need to be focused on (not just a few chosen by the way, this is a mandate to anyone who claims to follow Jesus).  It’s the same thing Jesus was and is focused on, the commission to go to the Nations and spread the gospel to the ends of the earth. Whether in your own neighborhood or across the world, in some way.

Okay, so with that Facebook post reeling in my head as I am reading this scripture, this one thing kept popping up in my mind: “Are we any different, us Christians?” Are we all bound up in the law so much, church traditions, and our own ideals of what it means to be “Christian,” that we forget to love?  Well, then if we are it’s no wonder the world doesn’t notice us, no wonder they can’t tell us apart from everyone else, no wonder they don’t see us as different, no wonder all this time has passed since Jesus suffered and died on that cross and there are still people who haven’t even heard his name in our neighborhood, let alone in the Nations.

I don’t know if what I am trying to say is getting through.  I pray it does.  I don’t have any theological training, as you can tell, but I do have the Holy Spirit. It doesn’t make me an expert in conveying this. It makes me a sinner like anyone who is reading this, a sinner who is allowing God to work out her own salvation, as Paul puts it, with fear and trembling.  And I tell you this one is going to be important.  I’d say imperative.

So please, wake up Church –myself not excluded. Stop worrying about raising more money for a better sound system when there are people who have never heard the name of Jesus Christ or know the sole purpose of his life and death.  Stop planning church picnics and potlucks when people in your neighborhood are suffering physically for lack of resources and spiritually for need of the gospel.  Stop worrying about church rules and rhetoric and do the thing that Jesus wants us to do. To love, the rest will follow.

Please Father God I pray that we wake up.  I pray that we don’t stand silently by in our churchness while only a stone’s throw away people suffer for lack of the truth that Jesus lived and died to bring.  I pray when Jesus asks us if it’s lawful on the Sabbath to save life or to kill, we respond with the right answer, the right action. If you’re not sure what that right action or word is, just look at the cross again. As a matter of fact, don’t take your eyes off it, church.   

Too much is at stake.

I pray that those who have eyes would see and those who have ears would hear. 



Jodi Hawkins is: Wife and mother
                              Follower of Jesus Christ
                              Intercessor
                              Missionary