Sunday, July 29, 2012

ESTOY EN LA CAJA DE ZAPATOS







Por  Eduardo Rodríguez Solís


      Ahora que ya nada tiene remedio, que no hay esperanzas, que la libertad se ha perdido, nos atrevemos a contar los últimos sucesos de esta vida que no es vida, y que por las noches se vuelve una tremenda caída en un laberinto que nunca termina.
      Hemos decidido hacerlo, poniendo todo en blanco y negro, para dejar una huella. Es que todos, absolutamente todos, tenemos el anhelo de dejar una señal en nuestro camino.
      Entonces empiezan mis palabras… Mi vida es tranquila, sin mucho que contar. Es una existencia común y corriente. De los millones que somos en el planeta, creo que más del ochenta por ciento vive como lo he hecho yo.
      Pero una noche, las cosas cambian, porque me sumerjo en una pesadilla que me parece extraña. Soy un ser pequeño y estoy metido en una caja de zapatos. En el techo de la caja donde estoy encerrado hay una ventana circular que se ha hecho con una navaja. Por ahí, entra la luz.
      A veces, cuando me dan ganas de mirar los alrededores, con tres cubos de madera, como esos que los niños usan para conocer las letras, hago una escalera y trepo. Entonces mi cabeza puede salir de la ventana circular. Observo hacia los cuatro puntos cardinales y no veo nada interesante.
      Como las paredes grises de la caja se ven sin vida, hago un esfuerzo, aparto un poco la tapa de mi prisión, y salgo en busca de una esperanza, o de algo que se le parezca. Encuentro una hoja de papel azul y una botellita con pegamento. Me meto a la caja y me pongo a trabajar. Corto pedazos de papel azul y los pego en las paredes. Y pienso que el ambiente cambia.
      Después, cuando noto que mi espíritu se aburre, cierro los ojos con fuerza y despierto a la realidad. Estoy en mi cama, todo lleno de sudor.            
      Sin sucesos extraordinarios, la jornada avanza, como siguiendo la rotación del sol. Llega la noche y caigo en la pesadilla de la caja de zapatos. Estoy ahí, de nuevo, viendo cómo la luz cambia su posición.
     Y me vuelvo a salir de la caja en busca de algo que no sé qué es… Al rato, regreso con una hoja de papel de color amarillo y traigo pegamento. Y me pongo a cambiar ese ambiente gris… Después, la desesperación se mete en mí, y yo cierro los ojos con fuerza… Y despierto a la realidad.
      Al caminar, en ese nuevo día, conozco en un parque a una muchacha negra que luce una camiseta roja que dice “Jamaica, tierra de milagros”. Ella se enjuaga las manos en una fuente y me avienta gotas de agua. Mi rostro agradece esta acción.
      La muchacha jamaiquina me lleva a su casa, a la orilla de un río seco. Me dice que ese río tuvo agua hace cien años. Es el río Remedios, y ahí la gente iba a curarse.
      --Sus aguas eran benditas –dice la muchacha--. Todavía se consiguen botellitas con ese líquido.
      En la casa de la muchacha descansamos un poco, y yo me doy cuenta que en un estante hay hojas de papel de muchos colores. Entonces, me atrevo a preguntar:
      --¿Y estos papeles?
      La joven jamaiquina me dice que los papeles estaban ahí cuando ella llegó a esa casa. Y que alguien le dijo que eran papeles que se usaban en pesadillas.
      --¿En pesadillas? –pregunto.
      --Hace mucho tiempo, cuando el torrente tenía agua, uno podía tomar agua del río antes de dormir. Y uno tomaba una hoja de papel, del color que fuera, y se iba a dormir… Y luego venía la pesadilla…
      Me despido de la muchcha jamaiquina y regreso a mi casa cargando un sobre lleno de papeles de colores.
      Esa noche se repite la pesadilla y ahí estoy en la caja de zapatos. Cuando me aburro, salgo de la caja y encuentro el sobre que me dio la jamaiquina… Tomo un papel de color rojo y regreso a la caja. El papel se fija a la pared sin necesidad de usar pegamento.
      Angustiado, cierro los ojos con fuerza y regreso a la realidad. Y me doy cuenta que la madrugada es traquilidad… Espero la salida del sol.
      Camino hacia el parque. Llego a la fuente que está seca, y pregunto por el agua y por la muchacha de Jamaica.
      Alguien me dice que nunca ha habido agua en esa fuente. Y al insistir sobre la muchacha de Jamaica, me dicen que hace tiempo, cuando en el parque casi no había árboles, una muchacha de Jamaica andaba por ahí.
      --Era una muchacha que vivía a la orilla del río de los Remedios –me dicen.
      Me voy entonces caminando hacia el río seco. Y me sorprende el hecho de que la casa de la jamaiquina se encuentra abandonada, y que el estante de los papeles de colores está totalmente vacío.
      Me arrojan una piedra envuelta en un papel. El papel dice: “Si quieres ver a la jamaiquina, métete en una pesadilla.”
      Me voy a mi casa y espero que llegue la noche. Cuando oscurece, me sumerjo entre las sábanas. Empieza mi pesadilla de todos los días.
      Estoy en la caja de cartón y quiero cambiarle el color a las paredes. Me subo a la escalera y me asomo por la ventana circular.
      El sobre con los papeles de colores no aparece.
      Trato de abrir la caja, pero descubro que han sellado la tapa con una cinta adhesiva plateada. No puedo salir.
      El calor se incrementa y me desespero.
      Procuro cerrar los ojos con fuerza para regresar a la realidad. Pero sigo ahí, encerrado en mi prisión.
      No puedo salir de mi pesadilla. Se acabó el juego.
      Pasa el tiempo. Veo que mis uñas crecen. No muero de hambre porque alguien me arroja por la ventana circular semillas de girasol.
      Llegan muchas navidades (lo sé por los villancicos que se escuchan), y yo, encerrado, esperando que alguien se apiade me mí, poniendo punto final a eso que dicen es mi existencia…



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Friday, July 27, 2012

UNA MARAVILLA DE LA NATURALEZA


Paulina, pequeña mariposa


Por Enrique Alarcón Parada
     

      En el lado izquierdo de mi casa hay un gran terreno arbolado, con diferentes tipos de árboles, las flores no se ven sobre el pasto verde. Sobre el tepozán, me platica mi vecina Amira, la dueña: “Estos árboles abundan por todo el cerro del Ajusco, son una plaga que a nadie beneficia, sólo destrozan bardas, con sus grandes raíces, y, en ellos se desarrolla una gran cantidad de insectos”. Yo le sugerí que por qué no talábamos el tepozán que está junto a mi barda, ya que sus ramas habían invadido mi jardín y me tiraba en éste, infinidad de hojas y toda clase de bichos… Ella estuvo de acuerdo, y el tronco del tepozán fue cortado, se le clavaron varios clavos para que ya no volviera a crecer. Mi jardín florido quedó libre de plagas y hojas.
      Pasaron los meses y el tronco del tepozán empezó a reverdecer, sus ramas escalaban el espacio aéreo, rumbo al cielo, como tratando de alcanzar las nubes. Al año de haber sido cortado, podía vérsele otra vez totalmente cubierto de ramas de hojas verdes. Yo empezaba a enfurecer, porque seguramente volvería a invadir mi propiedad… Para mi sorpresa, al poco tiempo, sus tiernas hojas empezaron a secarse, primero las de unas ramas y después el resto de ellas. Exclamé satisfecho, cuando el árbol quedó completamente moribundo: “¡Por fin el tepozán se está secando!”
     Con los fuertes vientos del mes de junio, empezaron a aparecer varios gusanos en mi jardín. Sí, tienen razón, el arbolito había sido consumido por una plaga de gusanos. Desde la ventana de mi recámara pude advertir que en otro tepozán, que está más retirado del lugar donde vivo, los gusanos devoraban sus hojas. 
     La mañana del miércoles 18 de julio los rayos del sol comenzaban a evaporar el agua de la tierra, del aguacero que cayó la noche anterior. Lo primero que hice ese día fue felicitar a mi hija por su cumpleaños. Por correo le envié muchos besos a mi nieta y nieto… Leí algunos de los mensajes recibidos y bajé a la cocina a prepararme algo para desayunar. Puse a funcionar el calentador del agua. Terminé de devorar mi suculento sándwich... Meto a calentar al microondas mi taza de café, imprescindible en las mañanas, y tomo una pieza de pan de dulce. Luego, como de costumbre, salgo al porche a disfrutar de mi café de Coatepec. Entonces fue cuando lo vi.
    Había decenas de mariposas negras con rayas amarillas revoloteando en mi jardín, sobre las grandes bardas de piedra, entre las plantas y flores que aún escurrían el rocío matinal.
     Tal fue mi impresión que me senté absorto a contemplar el milagro de la naturaleza. Machos y hembras se buscaban activamente. Consumada la fecundación, la hembra pondría varios cientos de huevos sobre las hojas de los árboles… Nacerían las larvas y los gusanos se alimentarían sin problemas de las hojas del tepozán. Crecerían rápidamente y dejarían colgando sólo la epidermis y los nervios de las hojas… Las orugas formarían su capullo para dar inicio a su transformación.
     Al terminar con una planta los insectos mueren. En torno al tepozán, que contribuyó a su existencia, giran cientos de mariposas, observadas por las lagartijas que se asolean sobre las bardas, y que se muestran muy dispuestas a comerse a la primera mariposa que se ponga a su alcance… También hay pájaros rondando el tronco y otros que se posan en las pequeñas ramas del tepozán para darse un banquetazo con los capullos que picotean. ¡Me enfurecen estas aves!
     Recapitulo las acciones emprendidas contra el tepozán: lo talamos para que ya no exista, reverdece para alimentar y ayudar a que se desarrolle una oruga que se convierte en mariposa que sirve para alimentar lagartijas y que cuyo capullo puede satisfacer a un pájaro.
      Un espectáculo asombroso. El bello insecto volador continúa visitando mi floreciente jardín… Mariposas juguetonas que llenan de alegría y felicidad mi alma con su ternura infinita.


“Desde el cerro de aves”
México D.F., julio 18 de 2012


Enrique Alarcón Parada nació en Xalapa, Veracruz, y reside en México D.F. Estudió en la escuela teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Es instructor y director de teatro y ha llevado a escena exitosamente decenas de obras con sus estudiantes. Como dramaturgo ha publicado Viernes y lunes de escuela, ¡Qué cosas me haces hacer!, La decisión, Hypatia, y Los tres químicos y las tres leyes de Newton. (alarcon_escualo@yahoo.com.mx)

Thursday, July 26, 2012

CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL

Yesenia Cortez: Amigas para siempre



Por Nara Mansur

de  su poemario Un ejercicio al aire libre (2004)


Menos mal, mi madre y mi padre llegan más temprano que antes.
Menos mal, pueden conversar y alejar a la muerte por unas horas
entretener las miradas de los vecinos, colar café
hablar de una receta de cocina
que encontraron en un montón de basura en la esquina:
“Guardian Service” se llama el cuaderno.
Mi cuerpo me contradice
las torturas son mínimas y el calor espantoso.
En medio de la mirada despiadada de la no comprensión
crece mi pelo en su discolor extraño
(el color de mantenerme lejos, como una extranjera).
No sé explicar cuál es el momento para luchar
Por un instante una vida.
Sólo tengo una vida para escribir una sola carta
una foto en la que me reconozco
lágrimas secas
la casa desordenada esperando a los intrusos
la guerra civil, el desamparo textil
al comandante Marcos que como respuesta
me envía un poema y no llama a elecciones.


Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires.

Wednesday, July 25, 2012

HERMOSOS ANTIFACES


Foto: Isabel Pérez Lago
     


Por Eduardo Rodríguez Solís


      Pues resulta, mis queridos lectores, que brinco muy alto y doy tres vueltas en el aire y caigo muy bien plantado sobre el suelo. Hago esto, porque quiero volverme otro… Pero todo sigue igual.
      Entonces camino, como jugando, dando un paso doble con la derecha, y luego un paso doble con la izquierda… Repito esta rutina que me gusta, y cuando llego al principio de un charco, vuelvo a brincar muy alto, y doy cuatro vueltas y caigo sobre ese pasto del jardín… Pero todo sigue igual…
      Ante mí, la gran sorpresa. Una jovencita vestida de blanco avienta flores. Todo lo saca de una canasta muy bella. En este mes de febrero suceden cosas como ésta.
      Con una serpentina de color rosa amarra mi cuello y me obliga a ir tras ella. Es entonces cuando me doy cuenta que la muchacha es linda y parece inteligente.
      Caminamos varias horas y llegamos a una montañita que está tapizada de florecillas silvestres moradas y rojas.
      Ella se acerca a mí y me dice palabras en secreto: “Si vienes conmigo, si subes y bajas cerros, no te vas a arrepentir. Conmigo se encuentra la felicidad. No hay que tener miedo.”
      Alguien golpea un gong y cae del cielo un payaso que viste totalmente de negro. Hace miles de acrobacias y se vuelve después un muñeco de plástico. A mí esto me da mucha tristeza, porque pienso que los payasos deben vivir plenamente.
      Pero vuelve a sonar el dichoso gong, y el payaso regresa a la vida… Y todos en el planeta gritamos de alegría.
      En ese momento, surge lo inevitable. Al payaso que viste de negro le salen unos cuernitos como de diablo… Nosotros corremos, pues tenemos miedo… Y el artista del circo empieza a perseguirnos… Hay angustia en el ambiente y parece que estamos viviendo una pesadilla (de ésas que experimentas y no te puedes salir).
      Una ardilla que nos ve pasar, nos grita y nos dice que nos metamos a la gran cueva. “Ahí hay un letrero que prohíbe la entrada a los payasos”, nos dice el pequeño animal.
      Cuando llegamos al escondite, ya casi sin aliento, no podemos entrar, porque alguien ha tenido la ocurrencia de empotrar un gran portón de iglesia en la entrada… Tocamos, desesperados, y alguien abre una puertecilla. Ahí vemos el rostro de un servidor del rey de estos lugares. El hombre nos pide la contraseña y no podemos decir nada… Y nos quedamos ahí, a la intemperie… (Hace mucho frío y se oyen los gritos del payaso vestido de negro, que se acerca.)
      Al día siguiente, cuatro criados, que parecen monjes, salen de la cueva a barrer el piso. Hay muchas hojas secas, y el rey quiere pisos y prados limpios.
      Mientras hacen su tarea aquellos servidores, nosotros nos deslizamos, sin hacer ruido, a través de la hendidura del portón. A medida que nos alejamos de la entrada, la cueva se hace más oscura. Caminamos despacio. La muchacha de blanco va delante.
      Escuchamos el sonido de una flauta. La música del instrumento es dulce y delicada. Nos acercamos al flautista y alcanzamos a descubrir el autor de la pieza. Antonio Vivaldi.
      --Era el Padre Rojo –le digo a la damita de blanco.
      --Me gusta la música –dice ella.
      Y por decir algo, me voy a Venecia, el escenario principal de la vida de Vivaldi. Dibujo entonces en el aire el Hospital de la Piedad, donde el Padre Rojo (que era bien pelirrojo) daba clases de música a muchachas huérfanas que vivían en un convento… En medio de un amplio patio, cerca de una fuente, se colocaban las alumnas, sentadas en sus sillas. Sobre un estrado, el maestro Vivaldi dirigía la orquesta.
      Eran los tiempos del Carnaval de Venecia, y había fiestas por todos lados. La mayoría de la gente lucía hermosos antifaces. Casi todos ocultaban su identidad… A una posada ubicada cerca de la Plaza de San Marcos llegó un mexicano disfrazado de Moctezuma, el emperador azteca. Iba a su lado un negrito que no necesitaba disfraz, pues su color lo hacía sobresalir en medio de aquella multitud. Este hijo del África llevaba una trompeta, parecida a la de Louis Armstrong.
      En una esquina de la posada había un grupo que hacía su particular escándalo. Ahí se destacaba la presencia de Antonio Vivaldi, conocido como el Padre Rojo… Y resulta que Vivaldi estaba con la boca abierta admirando la imagen del mexicano que quería ser Moctezuma.
      En el prodigioso cerebro de Vivaldi nace un proyecto. Escribir una ópera sobre Moctezuma… Y mientras todo esto le platico a la muchacha de blanco, alguien me arroja un libro. Se trata de una novela de Alejo Carpentier. Se intitula Concierto barroco y contiene todo un universo de detalles sobre Vivaldi.
      Nos salimos de la posada y caminamos entre ese mundo de gente que abarrota Venecia… Qué extraño, andábamos en las oscuridades de una cueva y ahora estamos en Venecia. Qué locura de vida nos ha tocado.
      Llegamos a una pequeña plaza, donde hay muchas estatuas de mujeres danzando. Al centro hay un tablado… El payaso vestido de negro, que nos perseguía al inicio del relato, ha subido al escenario... Hace sonar una campana, invitando a todos los paseantes. Les dice que se acerquen porque el Concierto de Invierno va a comenzar.
      Suben los músicos y se sientan frente a sus atriles. Se escucha la música.
      Todo es pasión y gran entrega. El arte del Padre Rojo es singular.
      De pronto me veo solo, caminando a mi manera… Dos pasos con la derecha… Dos pasos con la izquierda… Voy lleno de felicidad… Pero la jovencita de blanco se me pierde de vista.
      Y la veo moverse casi por el horizonte. Y sube por una pendiente, y la imagino llegando a las nubes, a las estrellas…
      Días después, después de haber sido actor en diversas pesadillas, donde siempre aparece la joven vestida de blanco (la arrojadora de flores), salgo de mi encierro en busca de cosas nuevas para la vida.
      Voy pensando en los sueños horribles que he tenido, y veo entre tules y gasas a la joven de blanco. Pero ésta se me pierde y yo me quedo en la desesperación.
      Y luego de haber observado a una pareja de pájaros recogiendo a su cría que ha caído del nido, alguien toca mi espalda. Es la jovencita de blanco.
      Caminamos de nuevo, sin saber a dónde ir, y se nos vuelve a aparecer el payaso vestido de negro. Y viene después la corretiza (esa acción que no me gusta para nada).
      Nuestras acciones se trastruecan, y aparecemos en un cuarto muy grande, donde hay millares de estatuillas de porcelana.
      Una mujer vestida de amarillo da unos pases mágicos y la joven de blanco, mi acompañante, se convierte en una figura de porcelana. Y yo, con sumo cuidado, la pongo encima de una mesa.
      Se escucha el llanto de una mujer. Imagino que esta queja continua viene de la joven de las flores.
      El payaso vestido de negro surge de la nada, y empieza a arrojar piedras a las estatuillas de porcelana. Una triste masacre: pienso que todas esas figuras alguna vez tuvieron vida.
      --La hora de la verdad ha llegado –grita el payaso.
      El artista de circo apunta con precisión y lanza una piedra con todas sus fuerzas.
      La estatuilla de la joven vestida de blanco se hace mil pedazos. Las ilusiones se pierden y una profunda tristeza me inunda completamente.
      Tomo todos los pedazos de la estatua y los echo en una bolsa. Y me convenzo a mí mismo de que puedo armar el enorme rompecabezas. Pero no sé dónde hay pegamento.
      Entonces pongo la bolsa con los desechos en un rincón.
      El llanto sale de mis ojos. Y ya casi no hay ganas de vivir.
      El payaso vestido de negro me arroja a la cara algo. Es un bello antifaz.
      Me lo pongo y me voy a caminar por el mundo. Hay que buscar nuevos horizontes.


                     

Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Tuesday, July 24, 2012

CONVERSACIÓN DE OFICINA





Por Nara Mansur

de su poemario Un ejercicio al aire libre (2004)


No te puedo olvidar.
Vuelvo a la solución de mi comportamiento equivocado
puedo amanecer sin lagañas
aunque sea correcto decir legañas
estoy llena de agujeros negros en los que desaparezco.
Poco a poco, partícula a partícula, muerte a muerte
un estudiante de música toca la trompeta.
Quizá salude a Marilyn
que hace el amor sobre las cúpulas
quizá salude mi tristeza
quizá me quiera sacar del letargo
alucinándome... ¡Lagartija!
¡Cómo suena mi muertecita de la que sólo él sabe!
Mi madre mi padre mi hermano
nadie me dice adiós afortunadamente.


Estoy en el agujero negro y me espaguetizo
como auguraron los físicos
la cotidianidad me gana la batalla y hablo y hablo
y me trago en cada gesto afirmativo.
Mudarme viajar hervir los granos el agua
el encaje de las fiestas.
¿Y las otras palabras?
Se busca a Antonio Larripa, parece búlgaro
parece un pájaro emigrado restaurado a su tierra:
la Calzada de Jesús del Monte.


Se venden batidos de frutas, pura joyería filial.
Se ofrece cura para el dolor incauto.
Se vende ropa antigua, de luto y medio luto.
Se comen pastas de todo tipo, con aderezos y sin ellos.


Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires.

Sunday, July 22, 2012

TALÍA

Foto: Isabel Pérez Lago



Por Enrique Alarcón Parada


      El autobús llegó, por la tarde, al hotel en Roma… Descendimos, y el chofer del bus nos entregó nuestras maletas (en esta ocasión fue más rápida la entrega). Entramos al lobby, y, a los pocos minutos, el guía nos indicó los cuartos a ocupar. Antes de que subiéramos a las habitaciones, el guía expresó:
      -Los que quieran ir en el camión a la Capilla Sixtina, sólo deben dejar las maletas en sus habitaciones y bajar de inmediato, porque dejan de vender boletos a las cuatro.
     Yo decidí no ir con el grupo y manejarme por mi cuenta. Me instalé, sin prisa, en la habitación. Tomé mi pasaporte, revisé mi dinero, me puse mi chamarra y bajé. En el vestíbulo solicité un mapa, y sólo me fue entregada una tarjeta con la dirección del hotel. Al dirigirme a la salida, escuché la voz de una compañera de viaje que estaba cómodamente sentada en uno de los sillones.
      -Yo también decidí no ir con el grupo. ¿Podemos ir juntos a la plaza de San Pedro?
      Sorprendido por tan inesperada pregunta… Nervioso le respondí que sí.­ Ella levantó su conservada figura y, con una sonrisa que ampliaba sus labios, se acercó… Muy caballeroso le abrí la puerta y salimos del hotel. Yo iba con la tarjeta del hotel en la mano y ella me tomaba del brazo. Preguntamos por la estación del Metro, como pudimos, y con señas nos indicaron el rumbo. Entre risas, por nuestro desconocimiento del idioma, nos dirigimos a la estación del Metro que está como a diez cuadras del hotel... Compré los biglietti y entramos al vagón. El transporte nos llevó paraditos, a la estación correspondiente donde bajaríamos. Salimos a una  calle, atestada de turistas, y paseamos, como un matrimonio más, por la Ciudad del Vaticano. Ella me platicó que estaba casada. Tenía dos hijos, y que este viaje había decidido realizarlo sólo con su hermana.
      -Pensé que eran amigas.
      -No, es mi hermana… Te llamas Alberto, ¿verdad?
      -Sí,  ¿y tú?
      -Talía. Oye, Alberto, ¿podemos ir a La Fuente de Trevi?
      -¡Claro! Sólo hay que preguntar dónde está.
       -(Bromeando). Con nuestro excelente italiano, no hay problema, Alberto. (Ella ríe).
    Preguntamos por la famosa fuente a una pareja de jóvenes, que nos tomaron el pelo enviándonos en sentido opuesto, pero otra pareja “de nuestra edad” nos indicó el camino correcto. Transitamos por las calles. El brazo izquierdo de ella se colgó de mi brazo derecho y nos fuimos a la gloriosa fuente.
      Entramos por la Via di San Vincenzo, donde una multitud de turistas bajaba por la estrecha calle que desembocaría en la grandiosa y monumental Fuente de Trevi. Talía estrujó mi cuerpo y me miró con una ternura infinita. Sentí el aliento cálido, a jazmín, de su cercanía. Su olor revoloteaba, como un recuerdo, en mis sentidos. El viento jugaba con su cabello teñido acariciándolo. Sus labios y los míos se humedecían. Sentía cómo su cuerpo se iba estremeciendo, junto al mío, paulatinamente al aproximarnos a la fuente.
   Al estar frente al bello monumento, Talía llena de emoción rodeó con sus brazos mi cuello y me susurró al oído, ven, y me condujo al brocal de la fontana. Sumergió sus manos cálidas en el agua, cerró los ojos, respiró profundamente y sus manos pequeñas, alas húmedas, ascendieron para posarse en mi rostro. Me miró con sus ojos de golondrina y pronunció mi nombre, como hace mucho nadie había pronunciado.
     -Alberto, estamos aquí juntos, ¿no lo recuerdas?
      Y rozó, con sus labios húmedos, mi mejilla para envolverme en sus brazos fuertemente.
      Yo quedé sin habla, confuso, sin saber qué hacer, qué decir. Su brazo derecho me rodeó por la cintura y la ninfa exclamó su canto.
      -Dice la leyenda que en La Fontana di Trevi habitan las Oceánidas, las hijas de Océano, que procreó con su hermana Tetis, y las Nereidas, las hijas de Nereo, que socorrieron a los argonautas que iban en busca del vellocino de oro. Tienes que observar, Alberto, cómo Océano está parado sobre una colosal concha marina, que es tirada por dos caballos alados, y éstos son guiados por Tritón, el hijo de Poseidón y mensajero de las profundidades marinas. Mira esos pequeños tritones que custodian y juegan con las deidades femeninas en su contorno. Las Ninfas tienen el poder de conceder deseos. Si nosotros lanzamos una moneda, regresaremos a México sanos y salvos, sin contratiempos, y ten la seguridad, Alberto, que en un futuro cercano, regresaremos a Roma juntos. Y si lanzamos dos monedas cada uno, tendremos un romance durante nuestra estancia en esta ciudad.
     Quise decir algo al respecto, pero ella colocó su dedo índice en mis labios.
     -Se cuenta que en noches estrelladas como ésta, cada lucero ilumina y dibuja, en el fondo del agua, el rostro de cada una de las Ninfas, provocando, con su canto interminable, deliciosas melodías.
     Acto seguido, encantados por el relato, sustrajimos, cada uno de nuestros bolsillos, dos monedas.  Las pusimos en la palma de nuestras manos y cerramos los ojos con suavidad, con esperanza y fueron lanzadas. Las monedas penetraron el agua para unirse a los miles de deseos invocados esa noche mágica… El rito se consumó y nos miramos con un amor aletargado. Nos abrazamos y  nuestros deseos se encadenaron.
      Dos lunas plateadas y dos soles dorados. Cuatro elementos fantásticos brillaban en el fondo del agua divina.
     Pasó el breve encanto mágico. Ella giró mi cara y me dijo:
      -¿No recuerdas?
      -¿Qué debo recordar?
      -(Acercando su mejilla a la de él, musita). Todo lo nuestro… Recuerda.
       (Recuperándose). ¿Podemos cenar, Alberto?
      -(Nervioso). Sí, por supuesto, vamos.
      La tomo de su llenita cintura y nos dirigimos, entre la multitud que subía y descendía, a un pequeño restaurante muy agradable.
      Pedimos dos polentas, dos lasañas a la bolognesa. Y presto il ragazzo coloca una botella de vino, de la casa, en nuestra mesa. El mesero se retira sonriente. Talía me mira fijamente, mientras le sirvo vino en su copa. Ella toma la mía.
      -Déjame que yo te llene la tuya, Alberto. 
      Levantamos las copas al mismo tiempo para decir:
      - (Los dos). ¡Salud!
      Mi cuerpo se llenó de una felicidad que no podía explicar.
      -¿En qué parte de México vives, Talía?
      -Por las Águilas, ¿y tú, Alberto?
      -En Coyoacán, por Miramontes. ¿Conoces ese lado de la ciudad?
      -Sí, por Galerías Coapa.
      - Allí mero. ¿Tú naciste en el D.F., Talía?
      -Sí, nací en la Condesa. Tú no tienes cara de defeño.
      -No, yo…
      -Déjame adivinar. Mírame a los ojos, Alberto. (Muy segura). Tú eres veracruzano.
      -¿Cómo supiste?
      -Por el tono de tu voz.
      -Vaya. Pensé que ya no lo tenía el tonito. Como nací en Xalapa. Los jalapeños casi no tenemos ese tono de los jarochos, pero adivinaste mi origen.
     Il ragazzo llega con las sopas, coloca los platos con mucha elegancia, y se retira sonriente.
     Alzamos nuevamente nuestras copas:
      - (Ambos). ¡Salud!
      -¿Tú conoces Xalapa?
      -Sí, es una ciudad universitaria muy bonita. Las noches en tu ciudad huelen a jazmín.
       -Como tu delicioso aroma.
      -Gracias. En esa maravillosa ciudad las nubes bajan para acariciar a sus habitantes. (Cambiando el tono). ¿Tú tienes hijos, Alberto?
       -Solo uno, Talía, sólo uno.
       -¿Vives con tu esposa?
       -No, soy divorciado. ¿A qué se dedica tu esposo?
       -Es contador público.
       -¿Vives con él?
       -Sí, y con mis dos hijos. Mi hija es la mayor, 28 años, y mi hijo tiene 26.
      Llega il ragazzo para retirar los platos y colocar los de las pastas, y se retira sonriente.   
     Talía levanta la copa:
        - (Animada). ¡Salud!
        -(Muy entusiasmado). ¡Salud, bella mujer!
      Y la plática continúa amena, entretenida, deliciosa, con la bella donna entre risas y chascarrillos. Talía era mi ninfa esa noche, emanada de la fuente, me postraba ante su belleza.
        -Tenía más de un año, Alberto, que no me reía de manera tan estruendosa.
        -¿Pedimos otra botella de vino al ragazzo?
        -(Riendo). No, cómo crees… ¿Quieres que terminemos metidos en la fuente?
        -No sería mala idea.
        -No más vino, señor. Mejor pedimos un tiramisú.
        -¿Qué es eso?
        -Un postre, Alberto, elaborado con queso italiano. Te va a gustar.
        -Me gustas tú, Talía.
        -Tú siempre me has gustado, Beto.
       Llamé al ragazzo, quien nos preguntó, en italiano, si queríamos otra botella de vino. Los dos, en nuestro estado, le entendimos perfectamente y entre risotadas le dijimos que no, y le pedimos dos tiramisú.
        -(Riendo). Hablas muy bien el italiano, Beto.
        -(Riendo). Tú lo hablas mejor, Lía.
      No podíamos parar de reír cuando il ragazzo llegó con los postres.
       -Está delicioso el postre, Lía.
       -Te dije que te iba a gustar.
     La grata conversación continuó hasta que decidimos pedir la cuenta. Talía dijo que aportaría el cincuenta por ciento de lo consumido, pero el caballeroso galán se negó a aceptar dinero alguno. Llegó il ragazzo y Alberto felicemente pagato il conto. Al levantarse de las sillas, los dos sintieron un ligero mareo y se abrazaron.
      -Ven, vamos a sentarnos cerca de la fuente, Beto.
    Y se sentaron, en una de las gradas, muy juntitos tomados de la mano.
       -Tú hermana ha de estar preocupada por ti.
       -Ella sabe que estoy contigo. 
       -¿Te llevas bien con tu esposo…?
       -(Ella pone su dedito en los labios de su compañero). ¡Chitón! Sólo tú y yo. ¿Recuerdas cuando éramos jóvenes, Beto? ¿Recuerdas el Mirador del Parque Juárez con sus farolas y la hermosa luna que iluminaba nuestros deseos juveniles? ¿No te acuerdas de mí? Mi jalapeño de los ojos bonitos.
       -(Sorprendido). ¿Cómo me llamaste?
      -Había una vez una jovencita que había llegado a Xalapa con sus padres. A su padre lo habían enviado de la ciudad de México para que fungiera como director provisional en una sucursal bancaria. La familia se instaló en una de las casas de la calle de Úrsulo Galván, y fue allí donde se enamoró de un apuesto jovencito.
      -Te dije, ¿la puedo acompañar, señorita?
      -Sí.
      -¿Te llamas Talía, verdad?
      -Sí. ¿Cómo supiste mi nombre?
      -Es un secreto.
      -Bueno, a ti te dicen Beto.
      - Recuerdo esa tarde…me dijiste que a tu padre le habían pedido que regresara al D.F.
      -Tuve que escaparme ese día para despedirme de ti.
      -Nunca volví a saber de ti.
      -Pensé que era lo mejor para los dos.
      -Por mucho tiempo me la pasé mirando a la Luna pidiéndole volverte a encontrar, y me paseaba por la fuente del parque donde nos hicimos tantas promesas.
      -Sí, la fuente y el Mirador del Parque Juárez, era nuestro lugar favorito para el juego del amor.
      -Al lado de esa fuente, bajo un cielo estrellado, te pedí que hiciéramos el amor.
      -Un día seré tuya, te dije, mi jalapeño de los ojos bonitos.
   Y se levantaron los dos jovencitos de diecisiete años lentamente. La noche estaba tapizada de estrellas. Bajo la misma luna, Talía había jurado y prometido su amor a Beto, el de los ojos bonitos. Se besaron apasionadamente… Talía miró a la impresionante fuente y dijo:
     -Si algún día nos volvemos a encontrar frente a una fuente (Fuente de Trevi), me entregaré a ti, mi jalapeño de ojos bonitos. Y se escuchó el canto mágico de Afrodita, mientras los viajeros continuaban besándose. 


Enrique Alarcón Parada nació en Xalapa, Veracruz, y reside en México D.F. Estudió en la escuela teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Es instructor y director de teatro y ha llevado a escena exitosamente decenas de obras con sus estudiantes. Como dramaturgo ha publicado Viernes y lunes de escuela, ¡Qué cosas me haces hacer!, La decisión, Hypatia, y Los tres químicos y las tres leyes de Newton. (alarcon_escualo@yahoo.com.mx)