Sunday, July 22, 2012

TALÍA

Foto: Isabel Pérez Lago



Por Enrique Alarcón Parada


      El autobús llegó, por la tarde, al hotel en Roma… Descendimos, y el chofer del bus nos entregó nuestras maletas (en esta ocasión fue más rápida la entrega). Entramos al lobby, y, a los pocos minutos, el guía nos indicó los cuartos a ocupar. Antes de que subiéramos a las habitaciones, el guía expresó:
      -Los que quieran ir en el camión a la Capilla Sixtina, sólo deben dejar las maletas en sus habitaciones y bajar de inmediato, porque dejan de vender boletos a las cuatro.
     Yo decidí no ir con el grupo y manejarme por mi cuenta. Me instalé, sin prisa, en la habitación. Tomé mi pasaporte, revisé mi dinero, me puse mi chamarra y bajé. En el vestíbulo solicité un mapa, y sólo me fue entregada una tarjeta con la dirección del hotel. Al dirigirme a la salida, escuché la voz de una compañera de viaje que estaba cómodamente sentada en uno de los sillones.
      -Yo también decidí no ir con el grupo. ¿Podemos ir juntos a la plaza de San Pedro?
      Sorprendido por tan inesperada pregunta… Nervioso le respondí que sí.­ Ella levantó su conservada figura y, con una sonrisa que ampliaba sus labios, se acercó… Muy caballeroso le abrí la puerta y salimos del hotel. Yo iba con la tarjeta del hotel en la mano y ella me tomaba del brazo. Preguntamos por la estación del Metro, como pudimos, y con señas nos indicaron el rumbo. Entre risas, por nuestro desconocimiento del idioma, nos dirigimos a la estación del Metro que está como a diez cuadras del hotel... Compré los biglietti y entramos al vagón. El transporte nos llevó paraditos, a la estación correspondiente donde bajaríamos. Salimos a una  calle, atestada de turistas, y paseamos, como un matrimonio más, por la Ciudad del Vaticano. Ella me platicó que estaba casada. Tenía dos hijos, y que este viaje había decidido realizarlo sólo con su hermana.
      -Pensé que eran amigas.
      -No, es mi hermana… Te llamas Alberto, ¿verdad?
      -Sí,  ¿y tú?
      -Talía. Oye, Alberto, ¿podemos ir a La Fuente de Trevi?
      -¡Claro! Sólo hay que preguntar dónde está.
       -(Bromeando). Con nuestro excelente italiano, no hay problema, Alberto. (Ella ríe).
    Preguntamos por la famosa fuente a una pareja de jóvenes, que nos tomaron el pelo enviándonos en sentido opuesto, pero otra pareja “de nuestra edad” nos indicó el camino correcto. Transitamos por las calles. El brazo izquierdo de ella se colgó de mi brazo derecho y nos fuimos a la gloriosa fuente.
      Entramos por la Via di San Vincenzo, donde una multitud de turistas bajaba por la estrecha calle que desembocaría en la grandiosa y monumental Fuente de Trevi. Talía estrujó mi cuerpo y me miró con una ternura infinita. Sentí el aliento cálido, a jazmín, de su cercanía. Su olor revoloteaba, como un recuerdo, en mis sentidos. El viento jugaba con su cabello teñido acariciándolo. Sus labios y los míos se humedecían. Sentía cómo su cuerpo se iba estremeciendo, junto al mío, paulatinamente al aproximarnos a la fuente.
   Al estar frente al bello monumento, Talía llena de emoción rodeó con sus brazos mi cuello y me susurró al oído, ven, y me condujo al brocal de la fontana. Sumergió sus manos cálidas en el agua, cerró los ojos, respiró profundamente y sus manos pequeñas, alas húmedas, ascendieron para posarse en mi rostro. Me miró con sus ojos de golondrina y pronunció mi nombre, como hace mucho nadie había pronunciado.
     -Alberto, estamos aquí juntos, ¿no lo recuerdas?
      Y rozó, con sus labios húmedos, mi mejilla para envolverme en sus brazos fuertemente.
      Yo quedé sin habla, confuso, sin saber qué hacer, qué decir. Su brazo derecho me rodeó por la cintura y la ninfa exclamó su canto.
      -Dice la leyenda que en La Fontana di Trevi habitan las Oceánidas, las hijas de Océano, que procreó con su hermana Tetis, y las Nereidas, las hijas de Nereo, que socorrieron a los argonautas que iban en busca del vellocino de oro. Tienes que observar, Alberto, cómo Océano está parado sobre una colosal concha marina, que es tirada por dos caballos alados, y éstos son guiados por Tritón, el hijo de Poseidón y mensajero de las profundidades marinas. Mira esos pequeños tritones que custodian y juegan con las deidades femeninas en su contorno. Las Ninfas tienen el poder de conceder deseos. Si nosotros lanzamos una moneda, regresaremos a México sanos y salvos, sin contratiempos, y ten la seguridad, Alberto, que en un futuro cercano, regresaremos a Roma juntos. Y si lanzamos dos monedas cada uno, tendremos un romance durante nuestra estancia en esta ciudad.
     Quise decir algo al respecto, pero ella colocó su dedo índice en mis labios.
     -Se cuenta que en noches estrelladas como ésta, cada lucero ilumina y dibuja, en el fondo del agua, el rostro de cada una de las Ninfas, provocando, con su canto interminable, deliciosas melodías.
     Acto seguido, encantados por el relato, sustrajimos, cada uno de nuestros bolsillos, dos monedas.  Las pusimos en la palma de nuestras manos y cerramos los ojos con suavidad, con esperanza y fueron lanzadas. Las monedas penetraron el agua para unirse a los miles de deseos invocados esa noche mágica… El rito se consumó y nos miramos con un amor aletargado. Nos abrazamos y  nuestros deseos se encadenaron.
      Dos lunas plateadas y dos soles dorados. Cuatro elementos fantásticos brillaban en el fondo del agua divina.
     Pasó el breve encanto mágico. Ella giró mi cara y me dijo:
      -¿No recuerdas?
      -¿Qué debo recordar?
      -(Acercando su mejilla a la de él, musita). Todo lo nuestro… Recuerda.
       (Recuperándose). ¿Podemos cenar, Alberto?
      -(Nervioso). Sí, por supuesto, vamos.
      La tomo de su llenita cintura y nos dirigimos, entre la multitud que subía y descendía, a un pequeño restaurante muy agradable.
      Pedimos dos polentas, dos lasañas a la bolognesa. Y presto il ragazzo coloca una botella de vino, de la casa, en nuestra mesa. El mesero se retira sonriente. Talía me mira fijamente, mientras le sirvo vino en su copa. Ella toma la mía.
      -Déjame que yo te llene la tuya, Alberto. 
      Levantamos las copas al mismo tiempo para decir:
      - (Los dos). ¡Salud!
      Mi cuerpo se llenó de una felicidad que no podía explicar.
      -¿En qué parte de México vives, Talía?
      -Por las Águilas, ¿y tú, Alberto?
      -En Coyoacán, por Miramontes. ¿Conoces ese lado de la ciudad?
      -Sí, por Galerías Coapa.
      - Allí mero. ¿Tú naciste en el D.F., Talía?
      -Sí, nací en la Condesa. Tú no tienes cara de defeño.
      -No, yo…
      -Déjame adivinar. Mírame a los ojos, Alberto. (Muy segura). Tú eres veracruzano.
      -¿Cómo supiste?
      -Por el tono de tu voz.
      -Vaya. Pensé que ya no lo tenía el tonito. Como nací en Xalapa. Los jalapeños casi no tenemos ese tono de los jarochos, pero adivinaste mi origen.
     Il ragazzo llega con las sopas, coloca los platos con mucha elegancia, y se retira sonriente.
     Alzamos nuevamente nuestras copas:
      - (Ambos). ¡Salud!
      -¿Tú conoces Xalapa?
      -Sí, es una ciudad universitaria muy bonita. Las noches en tu ciudad huelen a jazmín.
       -Como tu delicioso aroma.
      -Gracias. En esa maravillosa ciudad las nubes bajan para acariciar a sus habitantes. (Cambiando el tono). ¿Tú tienes hijos, Alberto?
       -Solo uno, Talía, sólo uno.
       -¿Vives con tu esposa?
       -No, soy divorciado. ¿A qué se dedica tu esposo?
       -Es contador público.
       -¿Vives con él?
       -Sí, y con mis dos hijos. Mi hija es la mayor, 28 años, y mi hijo tiene 26.
      Llega il ragazzo para retirar los platos y colocar los de las pastas, y se retira sonriente.   
     Talía levanta la copa:
        - (Animada). ¡Salud!
        -(Muy entusiasmado). ¡Salud, bella mujer!
      Y la plática continúa amena, entretenida, deliciosa, con la bella donna entre risas y chascarrillos. Talía era mi ninfa esa noche, emanada de la fuente, me postraba ante su belleza.
        -Tenía más de un año, Alberto, que no me reía de manera tan estruendosa.
        -¿Pedimos otra botella de vino al ragazzo?
        -(Riendo). No, cómo crees… ¿Quieres que terminemos metidos en la fuente?
        -No sería mala idea.
        -No más vino, señor. Mejor pedimos un tiramisú.
        -¿Qué es eso?
        -Un postre, Alberto, elaborado con queso italiano. Te va a gustar.
        -Me gustas tú, Talía.
        -Tú siempre me has gustado, Beto.
       Llamé al ragazzo, quien nos preguntó, en italiano, si queríamos otra botella de vino. Los dos, en nuestro estado, le entendimos perfectamente y entre risotadas le dijimos que no, y le pedimos dos tiramisú.
        -(Riendo). Hablas muy bien el italiano, Beto.
        -(Riendo). Tú lo hablas mejor, Lía.
      No podíamos parar de reír cuando il ragazzo llegó con los postres.
       -Está delicioso el postre, Lía.
       -Te dije que te iba a gustar.
     La grata conversación continuó hasta que decidimos pedir la cuenta. Talía dijo que aportaría el cincuenta por ciento de lo consumido, pero el caballeroso galán se negó a aceptar dinero alguno. Llegó il ragazzo y Alberto felicemente pagato il conto. Al levantarse de las sillas, los dos sintieron un ligero mareo y se abrazaron.
      -Ven, vamos a sentarnos cerca de la fuente, Beto.
    Y se sentaron, en una de las gradas, muy juntitos tomados de la mano.
       -Tú hermana ha de estar preocupada por ti.
       -Ella sabe que estoy contigo. 
       -¿Te llevas bien con tu esposo…?
       -(Ella pone su dedito en los labios de su compañero). ¡Chitón! Sólo tú y yo. ¿Recuerdas cuando éramos jóvenes, Beto? ¿Recuerdas el Mirador del Parque Juárez con sus farolas y la hermosa luna que iluminaba nuestros deseos juveniles? ¿No te acuerdas de mí? Mi jalapeño de los ojos bonitos.
       -(Sorprendido). ¿Cómo me llamaste?
      -Había una vez una jovencita que había llegado a Xalapa con sus padres. A su padre lo habían enviado de la ciudad de México para que fungiera como director provisional en una sucursal bancaria. La familia se instaló en una de las casas de la calle de Úrsulo Galván, y fue allí donde se enamoró de un apuesto jovencito.
      -Te dije, ¿la puedo acompañar, señorita?
      -Sí.
      -¿Te llamas Talía, verdad?
      -Sí. ¿Cómo supiste mi nombre?
      -Es un secreto.
      -Bueno, a ti te dicen Beto.
      - Recuerdo esa tarde…me dijiste que a tu padre le habían pedido que regresara al D.F.
      -Tuve que escaparme ese día para despedirme de ti.
      -Nunca volví a saber de ti.
      -Pensé que era lo mejor para los dos.
      -Por mucho tiempo me la pasé mirando a la Luna pidiéndole volverte a encontrar, y me paseaba por la fuente del parque donde nos hicimos tantas promesas.
      -Sí, la fuente y el Mirador del Parque Juárez, era nuestro lugar favorito para el juego del amor.
      -Al lado de esa fuente, bajo un cielo estrellado, te pedí que hiciéramos el amor.
      -Un día seré tuya, te dije, mi jalapeño de los ojos bonitos.
   Y se levantaron los dos jovencitos de diecisiete años lentamente. La noche estaba tapizada de estrellas. Bajo la misma luna, Talía había jurado y prometido su amor a Beto, el de los ojos bonitos. Se besaron apasionadamente… Talía miró a la impresionante fuente y dijo:
     -Si algún día nos volvemos a encontrar frente a una fuente (Fuente de Trevi), me entregaré a ti, mi jalapeño de ojos bonitos. Y se escuchó el canto mágico de Afrodita, mientras los viajeros continuaban besándose. 


Enrique Alarcón Parada nació en Xalapa, Veracruz, y reside en México D.F. Estudió en la escuela teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Es instructor y director de teatro y ha llevado a escena exitosamente decenas de obras con sus estudiantes. Como dramaturgo ha publicado Viernes y lunes de escuela, ¡Qué cosas me haces hacer!, La decisión, Hypatia, y Los tres químicos y las tres leyes de Newton. (alarcon_escualo@yahoo.com.mx)

1 comment:

  1. Este cuento de Talía es muy apasionante. Hay amor y misterio, y uno se deja llevar por "las trampas literarias" del autor. Pero trampas literarias son habilidades de malabarista. Sí. Eso es. El autor avienta para arriba sus aros o sus esferas y "nos agarra" y no nos suelta... Como debe de ser la gracia de un buen narrador.

    ReplyDelete