Saturday, May 26, 2012

UN POCO DE SANGRE




Por Eduardo Rodríguez Solís


      El oso era muy grande y voluminoso, de color café. Se llamaba Hormiguita, y bailaba zapateado, casi como un español. Divertía a la gente, al moverse al ritmo de un tambor. Y, a veces, cuando zapateaba, hacía vibrar el suelo, y la gente lo notaba, y algunos hasta pensaban que estaba temblando.
      Su amo, su dueño, El Gran Roco, era un viejo, que cuando joven, trabajaba como trapecista en un circo. Pero dejó los columpios, a raíz de una caída, que le provocó muchas fracturas. Luego, tuvo que vivir de la limosna… Pero una ex-compañera del circo, una vez le regaló un oso que parecía de juguete…
      El oso creció y creció, hasta volverse monumental… y aprendió a bailar al son de un tamborcito.
      Un día que andaban en un parque, se le ocurrió al Gran Roco, poner un sombrero, para recoger limosnas. Y se juntó algún dinero… Se tocaba el tambor, bailaba el oso café (que se llamaba, como sabemos, Hormiguita) y la gente echaba monedas o billetes en el sombrero…
      Caminaban por toda la ciudad. Y, a veces, cuando andaban lejos de su casa, se quedaban recostados en cualquier lugar, y se daban calor, en tiempos de frío, con un sarape de Saltillo, y se acurrucaban juntitos.
      Y si llegaban a su casa, que estaba por el Cerro del Chiquihuite, dormían como Dios manda, pues cada quien tenía su camastro.
      Algunas veces, la gente se compadecía, y les daban un taco con un poco de café de olla. Y si a alguien se le ocurría tomar una foto del acto artístico, había dinero de más, que se agradecía.
      El viejo, El Gran Roco, todavía se acordaba de sus buenos tiempos. Y se veía balanceándose en el trapecio… Los saltos eran espectaculares, pero lo bueno era al final, cuando se echaban las redes al suelo, para efectuar “el paso de la muerte”, donde a nadie del público se le permitía respirar.
      Qué épocas aquéllas, cuando la gente quería postales de los trapecistas… Cuando El Gran Roco y sus compañeros eran ídolos de los niños… Cuando salía del circo y lo perseguían sus fans… Y le llevaban galletas, chocolates, una bufanda, unos guantes… Cuando algunas le confesaban su amor apasionado…
      Y se acordaba el viejo, cuando una muchacha millonaria lo secuestró y se lo llevó a una casa en Cuernavaca. Y ahí, le puso esposas en manos y pies, y lo acostó en una cama tubular, fijando los extremos de las esposas en algunas partes de la cama… Eran tiempos de fama, que ya se habían ido con los años.
      Aquella millonaria se llamaba Doris, y era una copia no muy buena de Marilyn Monroe. Se vestía igual, se maquillaba igual, y hasta hablaba sexi y pausadamente.
      Pero, ahora, que la decadencia había llegado a la vida del Gran Roco, sólo le quedaba la cabeza llena de recuerdos y, en una de las puertas de su ropero, un recorte con la efigie de la Marilyn.
      Por eso, a veces le decía a Hormiguita, el oso café, que aquella rubia despampanante había sido su novia. Y Hormiguita, que entendía el lenguaje de su amo, volteaba hacia el ropero, posando sus enormes ojos sobre la estrella de Hollywood. El oso daba con sus patas unos golpes en el piso, y las paredes se tambaleaban.
      Un día, luego de presentarse en una plaza, al Norte de la ciudad, Hormiguita sintió que algo le daba vueltas cerca de los ojos… un insecto…un mosquito... Y el oso trató de capturarlo.
      --Me va a picar, y me va a chupar sangrita –se dijo el oso.
      Hormiguita entró en la desesperación y se golpeaba con las patas delanteras, para ver si el mosquito caía muerto… Pero, nada. La molestia seguía, vueltas y vueltas…
      Esa noche, cuando llegaron a su casucha, y se tiraron a sus camastros, Hormiguita miraba el techo de lámina corrugada y le daba gracias a los dioses porque tenía al Gran Roco, que lo cuidaba y le daba sus buenos alimentos… De pronto, escuchó un zumbido que se acercaba y luego se alejaba…
      --Es el maldito mosquito –se dijo Hormiguita.
      Y el zumbido proseguía y cuando se aproximaba al oso café, se agudizaba… Entonces el oso movía sus manos y mandaba a los diablos y al infierno al insecto que molestaba. Y, que si lo dejaba, le iba a sacar un poco de sangre.
      Hasta que el zumbido se esfumó, y todo se volvió un silencio absoluto, un silencio de varias horas.
      Entonces Hormiguita escuchó una voz que le hablaba al oído.
      --Hey, amigo. Aquí hay alguien que quiere ser tu cuate.
      El oso volteó a todos lados y no encontró a nadie… Todo era muy extraño… ¿De dónde salía esa voz?
      --Hey, amigo. Aquí estoy, en la punta de tu oreja.
      Se dio cuenta que el mosquito hablaba.
      --¿Y qué es lo que quieres? –preguntó el oso.
      El mosquito dijo que el mundo de los insectos estaba en crisis, y que ya nadie tenía lo que antes se tenía.
      --¿Y qué es lo que antes se tenía? –preguntó el oso café.
      El mosquito dijo que antes, alguien como él, por ejemplo, podía posarse sobre cualquier cuerpo y chupar un poco de sangre. Pero, ahora, eso ya no era posible, pues existían los insecticidas y los matamoscas.
      --El insecticida te mata como en los campos de concentración, y el matamoscas te apachurra y te hace torta –dijo el mosquito--. Y yo no quiero morir, todavía estoy muy joven.
      --¿Y qué quieres? ¿Por qué te has acercado a mí? ¿Por qué no buscas en otros lados?  –preguntó Hormiguita.
      --Ando buscando hábitat, y tú me lo puedes dar –dijo el mosquito--. Eres muy grande, donar unas gotas de tu sangre no te va a matar…
      El oso café pensó un poco y se dio cuenta que el mosquito tenía razón… Un oso grande como él podía compartir, proveer espacio… ¿Cuál era el problema?
      El oso le preguntó al mosquito cómo le pagaría el alquiler.
      Hubo una pausa larga y el mosquito dijo:
      --Pues yo, por las noches, cuando todo esté tranquilo, puedo recitar poemas. Me sé muchos… Y puedo inventar otros.
      El oso aceptó la propuesta y firmó un documento.
      Estaba encantado el mosquito. Había encontrado hábitat y ya tenía resuelta su alimentación. Su mundo era ahora enorme y hasta se podía perder en él. La sangrita era de primera clase, porque el oso se alimentaba bien gracias al Gran Roco.
      Hormiguita también estaba entusiasmado, pues iba a conocer la poesía del mundo entero. Escucharía versos de amor, y descripciones de paisajes hermosos.
      El mosquito chupaba sorbos de sangre caliente… Y el oso Hormiguita escuchaba versos de García Lorca:

                                                    Noche de cuatro lunas
                                                    Y un solo árbol
                                                    con una sola sombra
                                                    y un solo pájaro.
                                                    Busco en mi carne
                                                    las huellas de tus labios.
                                                    El manantial besa el viento
                                                    sin tocarlo.

      Esos días de intercambio fueron muy agradables. Cada quien tuvo lo suyo y nadie se podía quejar. Cada quien tenía su propio tesoro, inagotable… Eran tesoros únicos… Tesoros que no se encontraban fácilmente… Tesoros de cada quien…
      Pero El Gran Roco una tarde se tropezó con una piedra, cayó al suelo, y no se pudo levantar. No podía mover las piernas y apenas si levantaba los dedos de las manos.
     En una destartalada ambulancia se lo llevaron a casa. El oso iba corriendo detrás del vehículo, acompañado de su inquilino, el mosquito.
      El Gran Roco ya no pudo salir a las calles, a ganarse el pan nuestro de cada día. El pequeño mundo se acababa. Casi se le ponía punto final a una larga existencia. Casi se acababan los frutos del árbol…
      La triste noticia llegó al circo, y los amigos del Gran Roco les llevaron de comer. Alguien aconsejó al viejo que había que trasladar al oso café al zoológico y donarlo, porque ya no había dinero suficiente.
      En el zoológico, Hormiguita tuvo que convivir con otros osos. Unos eran color café  y otros eran blancos, buenos animales… Pero Hormiguita tenía algo que los otros no tenían… su amigo, el mosquito, recitándole poemas cada noche al oído.
      Poco después, El Gran Roco, tuvo que hacer el viaje que todos haremos… Se fue al cielo o al infierno… Y sus restos mortales fueron transportados a un pequeño cementerio que está en la cumbre del Cerro del Chiquihuite… Sus amigos del circo le llevaron muchas coronas con flores de todos colores… En una de las cintas moradas se leía “adiós, trapecista de todos los circos”.
      Hormiguita nunca supo del amargo suceso… conviviendo con aquellos osos buenos… mientras el mosquito habitaba en su pelaje, extrayendo de vez en cuando un poco de sangre caliente. En las noches, el oso escuchaba versos fabulosos, la medicina que necesitaba para vivir mejor…
      Y, a veces, cuando los niños lo iban a ver, especialmente los domingos, él se ponía a bailar como español, e imaginaba que El Gran Roco tocaba su tambor… Se le daban golpes duros al tambor y esos ruidos que sonaban como un corazón palpitando se elevaban en el aire…
      El oso se acordaba de su casucha y de las grandes caminatas que hacía junto al Gran Roco… Y le parecía ver un sombrero en el suelo, que se iba llenando de monedas… Monedas divinas, monedas de todos los tamaños, que servían para comprar pan, leche, papas, jitomates y bombones.
      Y la lluvia de monedas se iba debilitando… Porque la lluvia algún día se tiene que agotar…


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


Sunday, May 20, 2012

VAMOS A CELEBRAR JUNTOS EL CUMPLEAÑOS HABEY Y YO

Yocelin Marcia: Birthday Cake




Por Nara Mansur


Yo también soñé con piñatas en estos últimos días.
Soñé confetis y caramelos golpeando mi cabeza
y la de algunos amigos y niños que conozco desde hace tiempo.
Pero si fuera un cumpleaños estaríamos todos alegres
más del tiempo previsto,
más con hambre que con accesorios.


Un pensamiento frívolo contiene a esta pequeña fiesta familiar
de norte a sur y de este a oeste,
no me quedaré afuera con la caja de refrescos naranjitas
diciéndole a mi madre que se lleve todo y a mí con las botellas,
porque no quiero celebrar mis cinco años.


Y así cada vez,
cada año y cada diente o tristeza y sinsabor
aparecemos mi madre y yo sentadas en el muro de la escuela
Rodolfo Fernández Baquero
con la ceiba delante
que no deja que nos vean los niños mayores
que corretean más seguros de sus días felices,
de los días que a pesar de todo deben ser felices
pase lo que pase
porque celebramos acompañarnos los que ahora vivimos
en otras postales y circunstancias.


Deja enchufada tu pequeña risa a nuestros regalos breves
deja postrada la angustia en el camastro de los reyes
deja a bien recaudo los tesoros verdaderos
las ambiciones que se callan
de todos modos.
Déjame cumplir silenciosamente otra vez otros años
¿Cuántos? ¿Cuántos más?


De piñatas y elogios verdaderos habla la carta que me escribe
un amigo.
Ha pasado el huracán y me devuelve la pregunta con la postal
de su cumpleaños.


En medio de sus hijas el papá se vuelve el niño más solitario de la casa.



Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires.


Saturday, May 12, 2012

CARGAMENTO VALIOSO





Por Eduardo Rodríguez Solís


      El caracol decía que él había caminado ya todos los senderos. Y que le había dado la vuelta al mundo… Pero nadie le creía, y todos pensaban que ese caracol era pura saliva, pura palabra…
      Sin embargo contaba sus historias y siempre había algunos que escuchaban aquellas fantasías… Es que ese caracol era todo un actor, o todo un poeta, y hacía con sus palabras como tejidos de estambre que atrapaban a cualquiera…
      Así cayó en sus redes una gallina que no ponía huevos.
      Esta gallina vivía en un rancho productor de huevo. Y a ella, aunque no ponía huevos, se le permitía vivir ahí porque era buena contadora de cuentos… Y sus historias agradaban a otras tantas gallinas que andaban por ahí.
      Sus historias eran fantásticas. Y las repetía siempre porque así se lo reclamaban.
      Había una leyenda que contaba y contaba, y que tenía múltiples variantes. Esta historia que nunca se contaba igual, hablaba de una princesa que tenía un perico muy inteligente… El ave se llamaba Paco… Siempre estaba sentado en una barrita de hierro, en uno de los ventanales de una torre del castillo de la princesa… Y cuando se acercaba un hombre al castillo, Paco gritaba, como poseído: “Ese buey que va llegando es una flor.” Y si quien se acercaba era una dama: “Esa que está llegando es cualquier cosa”.
      Un día, un conde que visitaba a la princesa, enojado por el insulto del perico, le dio a éste unos pedazos de lechuga con muchas gotas de arsénico… Y el perico, por poco se nos muere… Pero, gracias a los santos de los pájaros, siguió viviendo, como si nada.
      El perico se vengó del conde… Y un cuervo, amigo del perico, un día que llegaba el conde al castillo, se le lanzó como avión de caza, y le tasajeó uno de sus ojos… Y el pobre conde, al perder uno de sus ojos, se quedó viendo en dos dimensiones…
     La gallina estaba embobada con la personalidad del caracol, que también era un contador de cuentos… Y se puso a pensar que su sabiduría iba a crecer al estar cerca de aquel caracol.
      Pero el caracol no quería descubrir su secreto. Sus cuentos eran sus cuentos...
      --Si la gallina quiere narrar como yo, que se vaya a la universidad –dijo el caracol.
      Un día, fueron juntos hasta donde había una enorme caída de agua… Y vieron un espectáculo sublime… Estuvieron en silencio viendo cómo caían las aguas, y experimentaron, ¿por qué no?, cierta gloria.
      Ahí, en una caverna, que estaba detrás de la caída de agua, encontraron a un hombre viejo que tenía una barba muy larga. Estaba sentado frente a una mesa llena de libros, muy entretenido. Se le notaba por sus ojos, por la tensión que se retrataba en sus manos, hasta por su cabello…
      Leía unos sonetos de Shakespeare… El lenguaje escrito era difícil, casi no se entendía… Pero el viejito decía que la poesía no se necesita entender… “Sólo hay que escuchar y disfrutar”, dijo el hombre viejo.
      Había mucha gente y animales que escribían poesía… Pero no toda la poesía era auténtica… Había que saber escoger…
      En un momento, la gallina le preguntó al caracol sobre Shakespeare. Ella no tenía idea quién era ese hombre, y qué tantas cosas había escrito… El caracol contestó con mucha seguridad, y hasta se atrevió a decir en voz alta algunos parlamentos de “Romeo y Julieta”. La gallina estaba admirada…
      --¿Me vas a enseñar el camino? –preguntó la gallina, cuando ya estaban fuera de la caverna.
      --El camino es fácil de localizar. Poco a poco lo encontrarás –dijo el caracol.
      Pero ella lo que buscaba era la fórmula secreta para narrar historias. Ella no necesitaba “caminar” sino que le dijeran cómo lograr historias fabulosas…
      --Ya el seso se me acabó –dijo la gallina--. Ya no sé qué decir.
      El caracol se decidió, y habló con la verdad… Dijo que la solución estaba en la lectura… Que había que leer mucho… Pero que cada libro había que leerlo dos veces… La primera, para entender la historia… Y la segunda, para ver cómo estaba escrita esa historia…
      La gallina entonces le dijo al caracol, que su problema, si así estaban las cosas, era que ella no podía leer, porque necesitaba anteojos.
      --Me pongo ante un libro y lo veo todo borroso –dijo la gallina.
      Se fueron a visitar al conejo, que era el mejor oculista de esa región… Y el Doctor Zanahoria, que así se llamaba, examinó a la gallina y se dio cuenta que la gallina no necesitaba anteojos… Lo que necesitaba era una buena limpieza… pues la tierra del rancho le había empañado las pupilas…
      Sacó entonces el Doctor Zanahoria, un gotero y un frasco con aguas de rosas… Le dejó caer un par de gotas en los ojos y luego le extendió un libro para que leyera en voz alta… Y la gallina leyó perfectamente, sin cometer errores…
      Quisieron pagarle sus honorarios al Doctor Zanahoria, pero el conejo no quiso recibir un solo centavo… Y dijo que a él le gustaba ayudar a la gente y a los animales…
      Fueron después a una biblioteca pública. La gallina se registró, y recibió su credencial para poder sacar libros, y llevárselos a su casa…     
      Salieron arrastrando dos costales llenos de libros. Iban felices con su cargamento valioso.
      La gallina leyó una semana, día y noche… Y descubrió muchas formas de decir las cosas… un tesoro de nuevas ideas… Y esta fue la primera historia que escribió:
       “Hace mil años, en una ciudad toda pintada de rojo, vivía una gallina que no podía poner huevos. Esta gallina era muy simpática y siempre contaba historias fabulosas.
      “Tenía un amigo, un caracol, cuentero de corazón… Este caracol un día invitó a la gallinita a ir a ver una cascada… Detrás del gran torrente de agua, había una cueva donde vivía un viejo medio sabio… Este viejo les regaló una gran caja dorada.
      “Se llevaron el regalo a la casa de la gallina, y ahí lo abrieron…dentro de la caja dorada encontraron una caja azul…
      “Y dentro, una caja roja…
      “Y dentro, una caja amarilla…
      “Y dentro, una caja morada…
      “Y dentro, una caja negra…
      “Y dentro, una caja rosada…
      “Y dentro, una caja gris…
      “Y dentro, una nota que decía: Vayan a la montaña nevada, donde flota la bandera verde. Allí encontrarán otra sorpresa…
      “Al día siguiente, caminaron hacia la montaña de la bandera verde, y encontraron una caja azul…
      “Y dentro, una de color naranja…
      “Y dentro, una blanca...
      “Y dentro, una café…
      “Y dentro, una color crema…
      “Y dentro, una sorpresa…
      “Dos muñecos de peluche: una gallina que quería ser un caracol, y un caracol que quería ser una gallina…
      “Los dos muñecos salieron caminando, muy campantes. La gallina de peluche tropezó con una piedra, y dio tres vueltas en el aire… Al caer, se convirtió en un tigre…
      “El caracol tropezó con una piedra, dio tres vueltas en el aire… Y al caer, se transformó en araña…
      “El tigre tropezó con una piedra, dio tres vueltas en el aire… Y al caer, se trocó en un elefante…
      “La araña tropezó con una piedra, dio tres vueltas en el aire… Y al caer, se transfiguró en un chango…
      “El chango se subió al elefante, quien se fue corriendo al encuentro de una multitud de hombres, mujeres y niños…
      “El elefante, con chango a la espalda, se abrió paso y se trepó a la canasta de un globo que estaba a punto de elevarse, piloteado por un niño de diez años…
      “El globo ascendió… Y el elefante, y el chango, y el niño bailaban, cantaban…
      “Llegaron a la luna, y allí construyeron una casa…
      “Pero una noche, un viento terrible arrastró la casa que voló a Tierra…de vuelta…
      “A un pueblo que se llama Tzintzuntzan, que está a orillas de un lago… Un sacerdote purépecha les dijo que los iba a ayudar a recuperar su verdadera identidad, con polvos mágicos…
      “Entonces el niño tomó lápiz y papel para escribir la fábula...una docena de hojas dispersas en el viento”.
      Cuando la gallina terminó de leer, el caracol aplaudió con dos enormes platos de cobre…Una banda de músicos tocó la Marcha de Zacatecas… Del cielo cayeron serpentinas y confeti…Los oyentes se aventaban entre sí, cascarones de huevo rellenos de harina de diversos colores…
      Cuando vino la noche y todo estuvo en paz, el caracol y la gallina se fueron a descansar… El caracol se metió en su cuevita y la gallina se fue al rancho…
      En sus sueños, tuvieron visiones muy extrañas… El caracol soñó que estaba en un rancho rodeado de gallinas… Y la gallina, que estaba dándole la vuelta al mundo…


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Saturday, May 5, 2012

NATURAL AND MORAL HISTORY OF THE INDIES




In Natural and Moral History of the Indies, José de Acosta presents a philosophical and theological composition of the New World. Throughout the seven books, the author depicts natural and ethical landscapes which he arranges in a conceptual (rather than a chronological) way as an artist would. One can perceive that the writer’s deep knowledge of the Greek classical thinking and the Bible allows him to approach his object of study from a pre-meditated way of seeing, a XVI-Century equivalent to what Roland Barthes called “a readerly perspective” in the XX Century. The readerly induces us to acknowledge all possible meanings of texts. The text becomes, as Barthes thought, a galaxy of signifiers. In this sense, we may say that Acosta’s book also offers itself as a galaxy of signifiers to the contemporary reader.
In the introduction, Walter D. Mignolo refers to the life and work of Acosta. Acosta was part of the Jesuit order, which was created by Ignatius of Loyola in 1534 and approved by the Catholic Church in 1540 (xvii). Natural and Moral History of the Indies responded not only to the “good news” from the New World but to the tensions and conflicts of the “Old World,” for it was written at the intersection of the Renaissance revival of the Greco-Latin tradition and the emergence of a “heretofore unknown but impressive mass of land” and an intriguing variety of people (xvii). Acosta’s concept of the moral and natural elements of history symbolized the meeting point of philosophy and theology; the first discipline was concerned with the understanding of nature (minerals, plants, animals), the order of the universe, and the chain of being –an expression of God’s creation- while theology proposed a way in which the understanding of nature was practiced to reverence God (xviii). Acosta benefited from the experiences of scholars like Juan de Tovar in Mexico and Juan Polo de Ondegardo in Peru (xx). In this regard, it is highlighted the impressive amount of writing and codified information about people, places, atmospheric conditions and other components of the New World produced by soldiers, explorers and missionaries (xx).
Here are the subjects studied in the books that form Acosta’s volume. Cosmology, geography and history are part of the first book. These disciplines combined were used by the writer in order to elucidate the existence of a continent that had been unknown to the Europeans until then and the origins of its inhabitants (Mignolo xxiii). The second book is dedicated to give an explanation about the natural conditions of the tropical zone, and the Equator. The third book refers to the configuration of the Indies in its multiple elements such as the winds, the waters, the properties of the land and the volcanic heat (Mignolo xxiv). The fourth book presents an account of the order of things inscribed in God’s creation of the universe. The next two volumes explore “man” as a rational being in relation to topics like education, writing systems, religion, politics, and economy. In his seventh book, Acosta depicts a series of events narrating the means by which the Indies came into acknowledging the Spaniards’ beliefs. In an opportune commentary at the end of Acosta’s book, Mignolo again underlines the importance of Acosta’s vision blending together the natural and the moral which became “an unprecedented intellectual exercise to accommodate new realities into old patterns of thinking” (454).