Sunday, November 27, 2011

PERO NO ERA UN JUEGO




Por José Manuel Domínguez

(De su novela El hombre incompleto)


Llevo varios días esperándote. El viento me trae los acordes de una vieja orquesta, y es como si algo me atrapara en la cobardía de siempre, en no decir que de repente me puse a pensar en ti.
Hace unos días hablaba con Omar de cualquier cosa, del momento de llegar otra vez aquí. Entonces, de repente, mientras yo tocaba los restos del pan sobre la mesa, me acordé de ti.
Mira que he buscado esta música en mi mente, y ahora, sin quererlo la vuelvo a escuchar… Bailar, beber, vivir. Todo era una misma cosa en aquellos años. Ah, como era sentir el olor de cada uno de los amigos. Todos olíamos tan dulce en aquella época. Ah, esa canción que interpretaba Annie Lennox, ¿cómo es que se llamaba? A Whiter Shade of Pale… A Ares se le ocurrió decir que hablaba de una muchacha muerta…
Pero no era cierto. Digo, creo que no. Nunca he podido entender muy bien la letra, pero tal vez sí, con esa mezcla de frío nocturno y cipreses… Tal vez se trate solamente de algún amor perdido…
¿Cómo era que decía esa canción? No, no A Whiter Shade of Pale, la otra, la que estaba sonando hasta ahora mismo… ¿Nadie se acuerda? No puedo seguir. Yo sé cómo fue todo, aunque no pueda contarlo ahora. Yo sé que las canciones se acaban, y esta canción que está sonando ahora ya no me trae recuerdos. No la conozco. Es la misma orquesta pero no la bailamos y entonces es como si nunca hubiera existido. Hace un tiempo tocaron por última vez algo hermoso, un último intento, pero no sucedió nada después. Tal vez aquí ni se enteraron. Seguro que ni la pasaron en la radio. Bueno, cuando llegues te la tarareo y me dices si la pusieron o no. ¿De acuerdo? A ver si recuerdo cómo decía... Y ahora está sonando otra vez esa canción, la que nos gustaba bailar a todos. Cada vez que la ponían, nadie se quedaba sentado, había que bailarla. ¿Te acuerdas?
¿Alguna vez podremos contar estas cosas? ¿Alguna vez podré decirle a mi hijo lo que sentíamos en aquella época? ¿Alguien lo entendería? A quién contarle de las noches frescas de la playa. ¿Recuerdas la noche que sentí celos del mar? Seguro que la recuerdas. Te acercaste caminando hasta la orilla y te quedaste allí de pie, orando. Las olas te lamían los pies y los tobillos, y te ibas hundiendo suavemente en la arena y yo pensaba que el mar quería llevarte, que te quería para él, te miré y vi que no te dabas cuenta o pensé, tal vez le gusta, entonces corrí hasta donde estabas, te cargué en silencio y te arranqué de tu sueño. Los amigos se reían, decían que yo estaba loco, que nunca habían visto nada igual, porque así de inseguro era yo pero a mí me daba lo mismo. Claro me daba lo mismo cuando me lo decían ellos o tú, pero no cuando me quedaba solo con mis pensamientos, preguntándome por qué había hecho esto o aquello. Entonces la vida ya no era sólo bailar, y beber y vivir. Hasta que llegaba la noche o el fin de semana y volvíamos a vernos para ir al cine o a alguna otra parte; y dormir en el hombro de cualquiera de aquellos grandes amores; y comerme un mango al amanecer, contemplándote desde el balcón en sombras, mientras tú dormías. Era como jugar a ser hombre y que bien se sentía jugar a ese juego y hablar del futuro y de los hijos y de mudarnos a una casa más grande, porque allí no cabrían.
¿Dónde estás tú ahora? ¿Por qué no vienes? Todo sería tan fácil, ¿no crees? Y los amigos, ¿dónde están todos? Ah, esa pregunta tiene ya tantos años. Los amigos empezaron a ausentarse temprano, ¿no? Se desprendían como racimos maduros. A algunos no los volvimos a ver nunca. Todos sonreíamos en las fotos de aquella época, como si el juego no fuera a acabarse nunca; pero no era un juego. ¿Por qué no vienes, eh? Tienen que haberte dicho que estoy acá. Alguien tiene que habértelo dicho porque las buenas noticias también llegan pronto, ¿no es cierto?

 
 
José Manuel Domínguez es director de teatro, poeta y narrador. Estudió dirección y actuación en el Instituto Superior de Arte de La Habana. Se estableció en Miami, Florida, en el año 2000. Le acompañan en su vida dos mujeres extraordinarias: su esposa Marángeli y su mamá Loli, así como su perro Sombra.

Saturday, November 26, 2011

DESPUÉS DEL CRUCE DE LOS MARES






Por Eduardo Rodríguez Solís


Una amiga hizo unas reflexiones sobre las gracias que debemos dar por lo que tenemos, por lo que nos rodea, por lo que se nos permite. Pero yo pienso que este ritual debe ser cosa de todos los días, de todas las horas, de todos los minutos.
El ritual que observamos nace cuando el Mayflower, gran barco de madera, llega a nuestras costas, y los tripulantes sienten la necesidad de agradecer “a lo que sea”, por haber terminado con éxito la gran odisea del cruce de los mares.
Nosotros tenemos que cambiar esa costumbre de un día. El hecho tiene que ser de siempre, de cada instante que se vive. Porque el viento, la lluvia, el sol, la luna, que antes eran dioses (y siguen siendo para algunos), nos están ayudando en el trance de la vida. Y los dioses, que se inventaron y que existen de acuerdo a nuestra creencia de lo que significa la verdad, nos han dado la mano, como si fueran nuestro viento, nuestra lluvia, nuestro sol, nuestra luna.
En la soledad o en la compañía, debemos salir al aire, y debemos mirar hacia arriba, hacia el infinito. Y debemos lanzar nuestras oraciones, nuestras palabras, para que la vida siga siendo vida. Porque lo necesitamos, porque el hombre requiere que el camino de la vida sea camino de verdad.
(En mi país, México, hay un día dedicado a la madre, quien es el principio de la vida. Todo mundo sale a las calles a comprar flores y hasta se lleva a su mamá a un restaurant, y se da el caso de muchos que llevan serenatas… Este es un fenómeno parecido al Día de Acción de Gracias… El amor hacia la madre tiene que ser de cada instante…)



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Thursday, November 24, 2011

UN MILAGRO




           Agradecer podría ser el mayor de los milagros, el que espero, un estado sutil que permita distinguir cómo debo (re)integrarme a ti. Recibir un saludo, imaginar que veo lo que sucede detrás de la fachada, y que no quiero nada, sólo mirarte, experimentar tu presencia, estar allí. Escribo menos ahora que me canso más, trato de retirar una piedra enorme para que el muerto resucite. Alzo la vista al cielo, y digo en un susurro: “Te doy gracias, Padre, porque sé que siempre me escuchas,” cuando en verdad tengo ganas de gritar: “Lázaro, sal de tu cueva, que yo puedo ayudarte a caminar”.

Feliz Día de Acción de Gracias.

LA TELEVISIÓN


  

Por Eduardo Rodríguez Solís


La televisión, enemiga del libro, enemiga del teatro (porque ya nadie lee y nunca vamos al teatro), podría servir para equilibrar espíritus traviesos. Pero no sirve para nada y es aliciente para la desunión familiar. Es como tener dentro de la casa a un pequeño hijo de Satanás, y nos obliga, con la machacosa publicidad, a comprar o consumir lo que no necesitamos.
En algunos países, a la televisión se le llama “la caja tonta”, porque es un aparato que no te deja pensar. Es una invención que decide qué debes usar, qué debes consumir, o a qué partido debes apoyar. Es casi casi un dios que te señala lo bueno y lo malo. El mundo sería distinto si se implantara, permanentemente, “un mes sin televisión”. Y después, “dos meses…” Hasta casi reducirla a cero. La tele está haciendo mucho daño. Es un invento que pudo haber servido. Pero lo hemos malogrado.
Pocas cosas sirven de la televisión. Los noticieros van de la mano con los intereses de las televisoras. Y quizás lo único verdadero que se encuentra ahí, son algunos (pocos) programas culturales y los deportes. Todo lo demás es un torrente de cosas enmarcadas en la publicidad. Bueno, también se salvan ciertas películas, cuando se transmiten sin cortes comerciales… Las televisoras deberían estar al servicio de la comunidad. Podrían ser un instrumento muy valioso… El anhelo de los inventores se ha desdibujado, se ha perdido… Cada quien tiene la televisión que se merece… Esa es la ley…



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Wednesday, November 23, 2011

LA MANO SOBRE EL CORAZÓN




Entrevista con Eduardo Rodríguez Solís

Por René Avilés Fabila


(The Growing Word ha decidido compartir un atractivo reporte de René Avilés Fabila a partir de su entrevista al escritor Eduardo Rodríguez Solís. Pensamos que puede resultar de interés a los lectores. La entrevista se publicó en el Diario Excelsior, México, 21 de junio de 1992).


A Eduardo Rodríguez Solís, quien está cargado de entusiasmo por la venta de su libro Primer curso de amor, que contiene tres novelas cortas, y que le ha publicado Joaquín Mortiz, dentro de su colección Cuarto Creciente, y que brinca de gusto por la salida de su novela Cógele bien el compás, recientemente editada por la Universidad Nacional Autónoma de México (Colección Rayuela), lo conozco desde hace años. Primero lo veía con Anya Schroeder, José Agustín y Gerardo de la Torre, en un grupo literario de nuestra prehistoria. Después, coincidimos con Juan José Arreola (en su Taller Literario, y en la revista Mester). Y me acuerdo que le publiqué, por aquel entonces, Black Jack y otra farsa, dentro de la colección Cuadernos de la Juventud, que yo dirigía en los años 68-69. Luego, o más bien antes, él, José Agustín, Gerardo y yo fuimos becarios del Centro Mexicano de Escritores, teniendo como maestros a Juan Rulfo, Juan José Arreola y Francisco Monterde. Esto fue allá por 64-65. Nuestras becas eran de 1,208 pesos mensuales. Tiempos felices. Un buen departamento en la colonia del Valle costaba unos 300 pesos mensuales.
Rodríguez Solís, que ya tiene diez libros publicados, ha experimentado una vida trashumante, con largas residencias fuera del país: Puerto Rico, Estados Unidos… Y para conseguir el pan nuestro de cada día, ha tenido que combinar su labor de creador con actividades afines y no afines. Ha sido dibujante, geofísico, escritor en agencias de publicidad, periodista y maestro, director de teatro, actor, guionista de cine y televisión, maestro de dramaturgia y narrativa, diseñador gráfico, coordinador de relaciones internacionales de la Orquesta Sinfónica del Estado de México (donde sigue a la cabeza nuestro querido amigo Enrique Bátiz), jefe de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xochimilco, desempeñándose también como coordinador del Proyecto Cultura Chicana del Programa Cultural de las Fronteras (instancia del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes).
Con objeto de dialogar sobre sus libros y proyectos lo visito en su estudio-departamento. En las paredes de la estancia hay muchos cuadros y fotografías. Destaca una vieja imagen del gabinete de Venustiano Carranza, tomada en 1919. Ahí, me explica, entre los ministros, está el abuelo de Eduardo Rodríguez Solís, el ingeniero Manuel Rodríguez Gutiérrez, quien era secretario de Comunicaciones. También están el general Juan José Ríos (Guerra), el ingeniero León Salinas (Industria y Comercio), el ingeniero Pastor Rivaix (Fomento), el ingeniero Manuel Aguirre Berlanga (Gobernación), el licenciado Luis Cabrera (Hacienda) y el licenciado Salvador Diego Fernández (Relaciones). En este ambiente destacan dos óleos, realizados en 1952, por Norman Thomas. En uno está el ingeniero Manuel Rodríguez Aguilar (finado, y padre del escritor Rodríguez Solís), geólogo destacado, que llegó a ocupar la gerencia de Exploración en Petróleos Mexicanos. En el otro óleo está la madre de mi amigo fraterno, la maestra Evangelina Solís Cervantes, quien en su juventud fuera campeona de esgrima.
Eduardo comenta que Primer curso de amor y Cógele bien el compás son Tesis Magistrales y Doctorales de su labor como escritor. En sus páginas se siente como pez en el agua. Ya hay conocimiento de los senderos que se caminan. Y me dice que en cada línea, en cada párrafo, ha volcado la suma integral de los conocimientos adquiridos en libros devorados.
Mientras pone música de Neil Diamond y Juan Luis Guerra, Eduardo hojea sus nuevos libros que, según asegura, están cargados de estro, magia y amor. Añade: “La situación dramática fundamental, en los dos tomos, es el amor, en forma de pasión o de entrega total. Pero esto se hace dentro de un marco poético, donde el lenguaje está manejado con seguridad y tino.” La primera parte de Primer curso de amor (Milene es verano que se apaga), es la historia de una mujer solitaria, que deambula entre los recuerdos y los azares que el destino le propone. La acción sucede en México y hay en el ambiente mucha melancolía, amor y desamor. Esta primera parte, más que un Preludio a la fiesta de un fauno, es un Preludio a la tristeza de los amores perdidos.
Rodríguez Solís explica que su literatura está sustentada en la experiencia personal, en las observaciones de su mundo íntimo o en el universo de la gente que lo rodea. Así se alcanza la verdad. Pero esta verdad tiene que  amalgamarse con la magia, el éxtasis, el delirio propio del quehacer literario. También está presente, dice el escritor, la historia verdadera que sucede cada día: Los hechos, los acontecimientos que nos quedan grabados. Así, el escritor debe volverse un cronista del tiempo que le ha tocado.
La segunda parte de Primer curso de amor (De la mano de la libertad) es, según palabras de Eduardo, la crónica intensa de un escritor mexicano que va a Nueva York en busca de nuevos horizontes. Aventura a veces onírica, a veces real, las páginas de este texto nos hacen ver al protagonista metido en la camisa de once varas, pasional, de una relación amorosa, que aparece como por arte de magia, como también surge la Estatua de la libertad, y un millonario excéntrico que vive dentro de ella.
Las versiones finales de este libro de la editorial Joaquín Mortiz, fueron realizadas entre las largas residencias experimentadas por el escritor en San Juan de Puerto Rico y Houston, Texas. Los desvelos de la redacción de sus páginas fueron casi un tour de force, según dice Eduardo, ya que había que subsistir practicando múltiples oficios.
La tercera parte de Primer curso de amor (El agente cero cero bongosero), que es una novela guapachosa, de burlas y donaires, contiene, según el escritor, una historia habanera, cubana, caribeña. Una joven mexicana que está al borde del divorcio inventa, con la venia del esposo, un viaje hacia los territorios de Fidel Castro. Y esta tourné se tiene que hacer a solas. Con esto se consolidará ese matrimonio que se tambalea. Pero por aquello del “no te entumas” (palabras de Eduardo), el esposo contrata a un agente secreto, para que se vaya a Cuba a cuidar a la joven mexicana, a la mujercita de su corazón.
Al decir de Rodríguez Solís, Primer curso de amor es un libro que puede llegar a ser muy amigo de sus lectores. Puede llegar a ser objeto caro para los viajeros, o regalo perfecto para aquéllos que viven en la soledad. Hay en sus páginas, me señala Eduardo, muchos contrastes que se suceden con armonía, con sinceridad y transparencia. El lenguaje, las frases, los párrafos, se manejan con claridad y sencillez. Se trata de una literatura diseñada para todos.
Un tanto extraña, harto misteriosa, la dedicatoria del libro reza A la mujer que se sabe. Rodríguez Solís medio aclara esta interrogante. En 1904, nació en Figueras, España, un pintor excéntrico, que siempre caminó de la mano de Dios. Un día, loco de pasión, trazó un dibujo. La dedicatoria decía A la mujer que se sabe. La mujer se llamaba Gala. Y era una princesa legendaria. Su fotografía está frente a nosotros… Hablando del otro libro (Cógele bien el compás), me cuenta que sus páginas retratan, con mucha ficción y fantasía, las experiencias vividas por el escritor en Houston. Comenta que sin ser una novela estrictamente chicana, habla de las aventuras de un mexicano en aquellas tierras.
Me despido de Eduardo Rodríguez Solís. Se queda con Neil Diamond y Juan Luis Guerra. Afuera, escucho el tecleo de una máquina. Eduardo hace las primeras páginas de su próximo libro donde, según me indicó, se volcará sin duda la intensa pasión que actualmente vive… Una pasión (loca, quizás) que ya le ha dado título a su nuevo proyecto literario, frase que brinca de un verso de Agustín Lara: Poniendo la mano sobre el corazón.



Sunday, November 20, 2011

THE EMPIRE STATE





Por Eduardo Rodríguez Solís


Subir al Empire State Building es una experiencia sensacional. Estar ahí, casi de noche, con lluvia o con un poco de tormenta en Nueva York, es increíble. Parece que uno va viajando en un cohete. Los nubarrones y la lluvia hacen de aquello algo único. Y si todo está claro, y el cielo está azul, uno se imagina el dueño del universo… Una vez, hace mucho, hubo la idea de anclar un zepelín en la punta del edificio, para que luego la gente que viajaba en aquel vehículo aéreo, se bajara directamente al edificio. Pero esa locura no se experimentó…
Nueva York tiene varios distintivos. El Empire State Building es quizás el principal. Otro grandioso distintivo de la ciudad es Broadway. Uno se puede pasar tres meses viendo todo el teatro que se hace ahí. También está la Estatua de la Libertad, que fue un regalo de los franceses, y que está hecha sobre una estructura que hizo el ingeniero Eiffel, el de la Torre Eiffel. El escultor, Bartholdi, se inspiró en el rostro de su madre para diseñar la estatua. La llevaron en partes a Nueva York, y ya en terreno americano se soldaron las secciones. Era como un gran rompecabezas, que fueron armando. Poco a poco… A mí el tema me apasiona. Y hasta me lancé a escribir una novela corta titulada De la mano de la libertad. Joaquín Diez Canedo quería publicar el texto con imágenes antiguas de Nueva York. Pero el proyecto cambió, y esa novela corta, donde la Estatua de la Libertad es casi protagonista, se publicó en la Editorial Joaquín Mortiz, junto con otras dos novelas cortas. El título del libro es Primer curso de amor… La parte donde entra la estatua recoge muchos temas neoyorquinos, y se cuenta la historia de un millonario excéntrico que vive escondido en el brazo de la Estatua de la Libertad.


 
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Saturday, November 19, 2011

EL GATO GRIS





Por Eduardo Rodríguez Solís

De la serie Carnets de Eduardo Rodríguez Solís
(Número 122. 11-07-11)


      Era gris y vivía en la parte más alta de un árbol. Desde ese lugar, casi cerca de las nubes, observaba el paisaje lleno de colores.
      Era un gato gris, que se había quedado solo en el mundo. No tenía dueño.
      Comía semillas o flores. Y el sabor de la carne ya se le había olvidado.
      Cuando caminaba, lo hacía con lentitud. Parecía el rey de la selva. Parecía el rey del bosque.
      Un día llegó hasta un pueblo pequeño y empezó a caminar por sus calles.
      Ahí iba el gato gris, que estaba solo en el mundo. Ahí iba, con su aspecto de animal salvaje, con su aspecto de fiera de la selva.
      Hasta que llegó a una casa que estaba toda pintada de azul, donde vivía un niño que siempre se vestía de gris. El niño era huérfano…
      El niño y el gato estuvieron frente a frente.
      Se observaron con cuidado y llegaron a pensar que los dos eran miembros de la misma familia.
      Tenían el alma gris, el corazón gris y vivían una existencia de color gris.
      Con el tiempo, ese gato gris y ese niño gris, se volvieron amigos de toda la vida.
      Y se les veía caminar por las montañas…


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Saturday, November 5, 2011

SI TUS MALES TIENEN REMEDIO

Liliam Dominguez: Under the City
http://www.liliamdominguez.com./


Por José Manuel Domínguez

Yo iba caminando, tan atormentado, que no supe de dónde había salido el viejito. Mientras más lo pienso, más difícil me es reconstruir el momento, y la lógica me dice que nadie hubiera podido decirme una frase tan larga si yo no me hubiera detenido a escucharla mientras me hablaban. Pero yo no me detuve, o al menos no recuerdo haberme detenido en aquel momento. Conviene pensar que el señor venía caminando detrás de mí; porque como digo, si hubiera venido de frente no hubiera tenido tiempo de decirme todo aquello excepto que soltara las palabras como una ráfaga de viento. En cambio, si hubiera venido por mi espalda, la cosa resultaría más fácil, más creíble, pero yo en verdad no recuerdo los detalles.
Lo vi. Como les digo, eso lo tengo claro pero las circunstancias son más oscuras. No recuerdo si me sobrepasó y siguió de largo, o si me habló, se dio la vuelta y se fue caminando a mis espaldas, o si simplemente desapareció. De cualquier modo, esto pasó hace muchos años y los lugares de la historia ya no existen. Yo caminaba por la acera de la barbería de mi infancia. Iba atormentado con mis pensamientos y era joven. Tal vez unos 24 o 25 años, no más. A esa edad, el mundo empezaba a derrumbarse. Mi padre había muerto y mi maestro de filosofía me había dicho que en la vida no había nada garantizado. Yo estaba enfermo, pero, en ese momento no estaba seguro de nada de lo que estaba pasando dentro de mí, en mi sangre, en mis células, pero igual me mataba la duda antes que la enfermedad. Estaba enfermo de algo que luego me causaría la pérdida de la visión y algunas otras pérdidas sustanciales, como la de la inocencia, por ejemplo. Entonces apareció el viejito y me dijo la frase que me ha acompañado hasta hoy como un bálsamo milagroso. Una frase que tal vez habría escuchado antes fue todo para mí en ese momento:
“Si tus males tienen remedio, de qué te quejas; y si no tienen remedio, ¿de qué te quejas?”
 Fue un encuentro tan loco que si se lo hubiera contado a mis amigos lo primero que habrían pensado es que yo mismo estaba enloqueciendo. Tal vez por eso lo borré. Mi mente lo borró, y muchos años después, en días como este, he vuelto a pensar seriamente en aquel momento. Mi tormento era el de alguien que va a morir y no sabe que antes de perder la vida se pierden muchas otras cosas primero, y se ganan muchas también. Iba caminando por una de esas calles de La Habana, bajo techo, más oscura que de costumbre, con la mirada perdida en las grietas de la acera, pensando en el derrumbe que sobrevendría, mirando las marcas oscuras en la pared clara. Las marcas me dolían como si fueran mías y mi dolor tenía la forma de las grietas. Me sostenía milagrosamente, levantando los pies para no gastar la suela de mis botas nuevas de cuero. Aquellas botas y un texto en el que trabajaba febrilmente eran todo mi tesoro. Entonces aquella voz, aquella visión de un viejito cualquiera que me decía aquella frase: “Si tus males tienen remedio…”
 ¿Y si venía de espaldas, cómo pudo verme el rostro? ¿Cómo pudo adivinar lo que me sucedía? Hay dos respuestas posibles: una es que estuviera alucinando y que mi angustia generara aquella visión y aquellas palabras sabias como un mecanismo de defensa disparado por mi conciencia, y la otra envuelve a lo divino. Soy conciente de que la segunda es la respuesta que muchos quieren escuchar y para ellos no existe otra, pero es también la que otros no aceptarían jamás. Me da lo mismo. La historia es la que he contado y las preguntas o respuestas que generen están más allá de mi historia y del dolor sombrío que me envolvía. Tengo que decir que el dolor era sombrío, que la calle era también oscura ese día en particular. No conozco ningún dolor luminoso, o tal vez sí...
Ah, pero aquello pasó en esa edad en que los dolores son tan intensos, en que todo duele tanto porque nada se ha perdido. No se asusten. Si les cuento esto es porque estoy vivo, y aunque la enfermedad era y es real, sigue estando dentro de mí, de todas aquellas formas de morir que existían en mi mente, nacieron muchas otras formas de sobrevivir para contar el cuento. Perdí muchas cosas, pero perdí también el miedo y pocas veces en la vida se gana tanto a cambio de una pérdida tan necesaria.
Sí, otras veces he vuelto a escuchar, o si lo prefieren, a sentir palabras maravillosas, frases enteras, susurros, una palmada en el hombro o una palabra levantándome una y otra vez, pero esas pertenecen a otras historias. Este capítulo de mi había una vez privado, llegó a su fin.



José Manuel Domínguez es director de teatro, poeta y narrador. Estudió dirección y actuación en el Instituto Superior de Arte de La Habana. Se estableció en Miami, Florida, en el año 2000. Le acompañan en su vida dos mujeres extraordinarias: su esposa Marángeli y su mamá Loli, así como su perro Sombra.