Saturday, December 31, 2011

EL GATO QUE DUERME





Un relato con anexo de Eduardo Rodríguez Solís


      Duerme de lo lindo. No ronca, solamente respira. Es un gato micifuz, que se siente muy macho, porque cuando camina, lo hace con estilo hollywoodense. Tiene cara de tigre, y el resto de su cuerpo es como una sopa de lentejas, colores por aquí, diseños por allá.
      Duerme de lo lindo, y me imagino que su sueño es benigno. Es rey en un palacio o un castillo, donde hay muchas gatas que lo atienden y lo apapachan. Algunas bailan danzas de siete velos, porque todas son gatas de verdad. Su cama real tiene telas de terciopelo. Y hay cotorros de muchos colores en una jaula de oro.
      Duerme de lo lindo, y se le nota que está bien comido. Es que donde quiera que va, pone cara de tristeza, y se apiadan de él. Y le dan carne, y le dan leche, y le dan croquetas de mil sabores. Entonces, si así están las cosas, se trata de un gato sinvergüenza.
      Duerme de lo lindo… Y la vida casi se le va en dormir… Y una vez me dijo (aunque no lo crea el lector, ya que los gatos no hablan) que él estaba en este mundo para cuidar a los hombres y a las mujeres… Y que ésa era su tarea… Observar, callar y cuidar… Para que la armonía reine en la sociedad…

(Este relato se puede entender más si uno se detiene a examinar la foto anexa… Y, desde luego, si uno logra meterse en ella.)       



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Sunday, December 25, 2011

THE KISS




By Dinorah Pérez-Rementería


I saw you very briefly before I was called inside. Then, I believe you saw me. At least you said so, and I believed it. Spiritually, I received the kiss. Knowing you was a quiet yet passionate kiss from God. It seems that He caused you to stir desire in me when I, subconsciously, was almost ready to digest the lifelessness of life. I have wondered many times if awakening desire might have been in fact your secret mission and whether you knew that you did succeed with me. That is the reason I am here. I wait and I hope. I choose to believe the impossible that can only become doable through God.
Jesus, I know you. I have seen your heart toward me. Haven’t you fed me when I’ve hungered and given me water to drink? Didn’t you give up your life and the sweet comfort of heaven in order to set me free? I love that even the most valiant people are subject to feel uneasiness from time to time. Uneasiness helps us walk humbly before God. I often think: “Will he like what he’ll see in me for all eternity? How many beautiful women might he have met by now or will come into contact with until the end of times?” One is susceptible to fall anywhere anytime. A handful of dreadful thoughts visited me just yesterday without warning, and I felt anxious and weak. At that moment, a song that I had been listening to came into my mind. I want to share it with you:





Thank you for having saved me earlier than I even needed it, before the awful thoughts appeared, by renewing my faith in your love. Jesus, would you come and kiss me again, with your eyes? Your presence is all I need. What else could I ask for if you’ve given me your heart, your hand, your whole life too? Why would you want me? I really don’t know. Why would you choose me? I couldn’t say. I believe some of my own scars have a new meaning now. They remind me of your love. I am so glad you know the place in which my heart belongs, and I can provide many logical excuses that validate why my heart has chosen to be there. I can mention, for instance, how much you’ve done and cared, and that your scars are indeed precious to me. But, maybe the real reason is simpler. Maybe it’s just that I can’t help falling in love with you.

Thursday, December 22, 2011

HAY QUE SABER PISAR FUERTE





Por Eduardo Rodríguez Solís


      Este era un perro tremendo que, cuando joven, era una calamidad… Se llamaba Heliotropo… Lo encontró una vez un poeta y le tuvo que dar de comer… Pero no lo metía a su casa, porque el pobre escritor vivía con su madre, una viejita que casi no se movía, en un departamento de dos recámaras, que estaba en la planta baja de un edificio, en una Unidad Habitacional que el gobierno construyó para gente de escasos recursos.
      El poeta le daba buena comida al perro… Y el animal lo esperaba todos los días, bien temprano, en el portón del edificio… Salía el escritor con la comida del perro y luego esparcía semillas de girasol a unas palomas que andaban por ahí… Y ese perro y esas palomas siempre estaban esperando ese maná que les daba la vida… El perro estaba en la puerta y las palomas se mostraban nerviosas en la parte superior del edificio…Salía el poeta y el perro movía la cola, y una lluvia de palomas aparecía.
      Una vez, una amiga del poeta dijo que necesitaba con urgencia un perro grande para cuidar su casa. En su barrio elegante, al Sur de la ciudad, estaban robando… Y había que protegerse…
      Entonces pensó en el famoso can… La amiga del poeta estuvo observando al animal por unos días y consideró que era el perro ideal para su casa… Y un día que agarran a Heliotropo y que lo meten al carrito VW de la amiga, y que se lo llevan para el Sur de la ciudad…
      Al llegar, el poeta saca jabón, extiende una manguera y baña al perro callejero.
      La primera noche que pasó el animal en aquella casa parecía inspirada en una película de terror… El perro se la pasó auuu, auuu, auuu… Aullando como un poseído… Y la amiga del poeta casi se colgaba de una lámpara…
      La segunda noche no hubo aullidos… Pero Heliotropo estaba provocando un sismo permanente, que hacía que todo se moviera en esa casa… Los vasos y las copas estaban haciendo tilín-tilín… El canijo can estaba haciendo unos hoyos tremendos alrededor de la casa… como si quisiera llegar al centro de la Tierra…
      Al cabo de tres días, el perro excavó al pie de la cerca de la casa, se deslizó hacia afuera y se fue a perseguir a unas perritas french poodle, blancas, que vivían enfrente… Y las acorraló en un rincón, y les hizo el amor apasionadamente… El perro gozaba en silencio y las perritas aullaban como Magdalenas…
      Pero un milagro ocurrió en la vida de la amiga del poeta… Una mariposa llegó volando y el perro se quedó embobado… Se volvió un perro decente, que ya no aullaba y ya no hacía excavaciones y ya no correteaba perritas indefensas…
      Y cada vez que aparecía una mariposa, sucedía lo mismo.
      Un día, el perro y una mariposa tuvieron una extraña conversación.
      --Todos los días son iguales, pero si hay una mariposa, la cosa cambia –dijo Heliotropo.
      --Pues yo creo que una mariposa es un animal común y corriente –dijo la mariposa, que se llamaba Dolores.
      Heliotropo hizo una pausa, y Dolores se paró en una de sus orejas… Se veía muy gracioso el perro… Parecía como un can condecorado… Parecía que había regresado de la guerra y acababa de recibir un nuevo grado militar… Había dejado de ser sargento para convertirse en teniente coronel…
      Heliotropo caminó muy derecho… Exhibiendo su linda mariposa…
      Dolores dijo: --Para nosotras, las mariposas, la vida es muy corta…
      Y resulta que la amiga del poeta tenía un hijo que estudiaba cinematografía… Estaba a punto de diplomarse, pero tenía que hacer una película corta… Necesitaba un buen argumento y, desde luego, actores… Se había pasado muchas noches en vela, buscando, arañando su mente… Hasta que un foco se iluminó como el Gran Faro de Alejandría… En su película iba a contar la historia de un perro que se enamoraba de una mariposa… Y el hijo de la amiga del poeta le echó el ojo a Heliotropo, el perro callejero.
      El perro, disgustado con la situación, decidió huir…
      --Hay que irse a la montaña –dijo Heliotropo.
      --Yo voy contigo –dijo Dolores, la mariposa.
      Y una noche que había tormenta se fueron de la casa… El perro corría desaforado y la mariposa, iba colgada debajo de su peludo cuerpo, protegiéndose así de la lluvia… Cruzaron caminos enlodados y llegaron hasta la cima de la montaña, que se llamaba Pico del Águila, porque tenía una roca con esa forma.
      Se metieron entre varias rocas y se refugiaron en un túnel donde dormía un gato montés… El felino los recibió de buena gana… Les hizo un hueco entre la paja, y ahí pasaron la noche. Heliotropo durmió como piedra y Dolores, la mariposa, tuvo un sueño.
      Iba volando cerca de un bosque, y otras mariposas le salieron al paso. Y se la llevaron hasta donde estaba la reina de ese lugar: Una mariposa con las alas doradas, que se llamaba Soideoro…
      Pero a Dolores no le gustaba ese reino, donde todos tenían cara de tristeza, y la reina, Soideoro, gritaba y daba muchas órdenes, como si fuera un general del ejército.
      Incómoda, Dolores trataba de salirse del sueño, pero le resultaba imposible… Las puertas de la ilusión eran de metal muy duro… Y el que entraba ahí, no salía… Dolores se puso a llorar…
      Y los agudos gemidos de su dolor llegaron hasta el nido de un pájaro carpintero…que se puso en posición de alerta, y se dio cuenta de dónde venía el lamento… El ave voló con rapidez y llegó cerca de donde estaba la mariposa Dolores.
      --Si quieres salirte del sueño –dijo el pájaro carpintero a la mariposa--, agárrate con fuerza a mi cuello… Yo volaré y podremos romper la barrera de los sueños…
       Y así lo hicieron. Salieron del sueño, y el pájaro carpintero y la mariposa tomaron caminos distintos. El ave su fue volando rumbo a lo desconocido y la mariposa Dolores se quedó cerca de un hueco, mirando las estrellas.
      Al día siguiente, nevó desde muy temprano en el Pico del Águila… Y se tuvo que desalojar el lugar. El perro junto a la mariposa volvió a la casa de la amiga del poeta.
      Le pusieron a Heliotropo un collar, con cadena… Y se lo llevaron hasta un rancho, cerca de San Juan del Río. Ahí se iba a hacer la filmación… Dolores, la mariposa, no se despegaba del perro…
      Empezó el rodaje de la película. Heliotropo iba corriendo entre los árboles. Buscaba algo. Y a veces ladraba, como pidiendo ayuda… Y llegaba finalmente a un santuario de mariposas, pero Heliotropo no encontraba a su amada Dolores… Y daba vueltas y vueltas, en círculo muy cerrado, y casi se mordía la cola…
      Hombres y mujeres corrían hacia él y le arrojaban piedras. Quizás lo querían matar… La gente era mala… Y no quería a los animales.
      Pero la mariposa añorada aparecía. Era Dolores… Volaba abriendo las alas alrededor del perro.
      Entonces la cámara se encargaba de transmitir que el perro amaba a la mariposa… pero solamente a esa mariposa, a través de un close-up de ambos animales, y luego la cámara volteaba hacia el cielo, dejando ver las nubes.
      La filmación terminó y todos aplaudían. El perro y la mariposa habían resultado ser muy buenos actores. La película, una vez editada, tendría un final feliz… El realizador recibiría su diploma, y luego iría a Hollywood a tomar un curso avanzado.
      --Estoy cansado –dijo el perro.
      --Nos han puesto a sudar –dijo la mariposa.
      Subieron al techo de la casa para ver las estrellas. Había mucha claridad en el cielo y hasta se veían pequeños cometas.
      --Son luces que nos quieren saludar –dijo la mariposa.
      --No son luces. Son estrellas fugaces. Se mueven velozmente –dijo el perro.
      Y como observaban el cielo, no se dieron cuenta que había bajado de las galaxias un viejo que vestía de color verde.
      --He venido a verlos –dijo el viejo.
      --¿Y quién es usted? –preguntó la mariposa.
      --Soy la esperanza de vida –dijo el viejo.
      Representaba la suma de todos los ángeles de la guarda… Los que han viajado por el mundo… Los que han trabajado y los que todavía no entraban en acción… Porque hay ángeles que ya hicieron lo suyo, y otros a quienes les falta hacer su tarea…
      Y el viejo que vestía de verde les dijo que la vida nos dejaba ir por muchos caminos. Y que los ángeles, o más bien, el ángel que se nos ha asignado cuida de que no vayamos a tropezar con alguna piedra… Porque los caminos tienen muchas piedras… Y hay que saber caminar.
      La mariposa y el perro se miraron, y acordaron respetar las indicaciones del ángel.
      --Experimentarán una vida rebosante –dijo el viejo.
      El viento sopló por el lugar, y el viejo se fue al cielo. Los animales se quedaron solos…
      La amiga del poeta salió de su casa a caminar por el jardín. Llevaba un libro grueso y leyó en voz alta…
      “La melancolía que a veces ataca, es producto de la inseguridad que tenemos. Si logramos equilibrar nuestras fuerzas interiores, esa enfermedad moderna se desmorona. Hay que saber pisar fuerte. Si lo hacemos con debilidad nos volvemos esclavos de los que tienen un poco más de fuerza. Cerremos los ojos y pensemos en los que se han ido… Y que nos den todos lo bueno que fueron… Necesitamos de estas medicinas. Y si no podemos hacerlo nosotros, ahí están los dioses… Ellos ayudan…”
      La amiga del poeta cerró el libro. Suspiró varias veces…
      Luego, arrastró sus pies descalzos, los humedeció en la fuente del jardín, y regresó a la casa.
      --Estaremos juntos –dijo el perro.
      --La compañía siempre es buena –dijo la mariposa.
      --¿Sabes? Si te vas y me dejas solo… Me voy a saber comportar… No haré locuras… Tendré que ser un perro decente –dijo el perro.
      ---Más te vale –dijo la mariposa Dolores, mientras se elevaba alejándose en la noche oscura.



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Monday, December 19, 2011

WELCOME HOME




By Dinorah Pérez-Rementería


Lakewood Church is a welcoming place. I went there on a Sunday morning three weeks ago. I needed to recharge my spiritual battery after having come across certain picture that seemed to have been created with the intention of testing my faith. I could barely sleep that night, waiting for the sunrise, but I was able to hold on to my hopes. Hope is directly connected to faith, and faith is a gift from God. I believe that those who need hope in the same way they need water in their lives are more willing to receive this gift. So, having faith in my heart, I woke up early and drove to Lakewood that Sunday, with plenty of time to enjoy my being there.
Inspired by the stirring heart of God, Lakewood is immense and charming. Before starting his sermon each week, Pastor Joel Osteen invites people to stop by and participate in one of the services, promising that visitors will feel right at home. Nothing can be more enjoyable than home. My first visit to Lakewood was during the winter break in December of 2008. I had just finished a strenuous semester as a graduate student at the University of Miami and gone through a very tough year. My parents had bought airplane tickets for my round trip to Houston a month in advance because they wanted me to be home for Christmas. They would have done any thing so that I could feel welcome and loved.
I remember that I kneeled down and asked God to refrain me from making my parents’ Christmas holidays as gloomy as their week vacation in Miami, which I had managed to turn into a living hell. Every little thing I did such as driving them to see friends and relatives looked like an “obligation” rather than an occasion to enjoy their company. I was so caught up in my own discontent that I couldn’t appreciate the blaring love that their presence conveyed. My mom cried for me, and my dad offered strong words of encouragement when I confessed I felt somewhat like a “missing link,” with no purpose or direction to follow. I had been intensely impacted by a man with a good heart whom -for spiritual rather than moral reasons- I could not see. For months, I had questioned my life and even God because He would not answer any of my pitiful selfish prayers. (What a hypocrite! And how many times had I acted as if I had forgotten God?).
During my stay in Houston that Christmas, God gave me more than what I asked. Jesus, not my brother but the son of God, was unveiled to me while I participated in a bilingual mass at Saint Anne Catholic Church in Tomball, Texas. It took me a while to recognize that He was there and I spent a lot of mental energy, trying to figure out what Reverend Valone meant by saying “abre tu corazón a Cristo,” with his strong Southern accent. He had to repeat it three times before my heart opened up. Even still, I did not understand what had happened. One does not come into Christ by way of the mind, but by way of the heart. It was surprising and magical. I recognized His presence in my life through a great number of little, precious miracles. I received His love, profusely, abundantly. I discovered how God’s love for me had been expressed in the most ingenious ways: through my tender grandparents, through the Beatles and Bob Marley's songs, through my dad’s teaching talent of which I benefitted -particularly during my High School years when the ballistic trajectory of a projectile became my nastiest dream-, through my mom’s patience and knowledge and care. God gave me a real treasure after He unveiled Christ before me. God revealed how He had put people in my life so that He himself could better love me. Many of these people were not conscious of the ways in which God used them, but their “unawareness” did not prevent me from acknowledging that the love of God had been cleverly delivered through them.
After my personal encounter with Christ at Saint Anne’s, I visited Lakewood Church and experienced a profound joy. It was as if God were saying, “Welcome home, my beauty, my princess, my love,” words that would flow out of his heart. He whispered something similar in my ear when I went to Lakewood on a Sunday morning three weeks ago, along with the confirmation that every little thing was going to be alright. How wonderful it is to be loved well and to hear one special voice that will always welcome me…just me.




Monday, December 5, 2011

LAS CUATRO ESTACIONES





Una fábula de Eduardo Rodríguez Solís


      A las cinco de la mañana cantaba el gallo. Era puntual como un reloj. Por eso le decían “Haste”… Su canto era agudo y grave. Empezaba con voz de soprano y terminaba con acento de bajo…
      Cantaba “Haste”, y luego les tocaba hacer ruido a los otros gallos. Él era un gallo de vanguardia, y todos los demás lo seguían.
      Era el amo y señor de un rancho que estaba en un valle escondido. El lugar se llamaba Paraje Secreto. El dueño era un italiano que estaba enamorado de la música de Antonio Vivaldi… Siempre  tenía encendido el equipo estéreo… Y la música de AV se escuchaba a todo tren.
      --¿Y por qué dice usted “la música de AV”? –le preguntaban.
      --Es que si digo que es música de Antonio Vivaldi, van a pensar que Antonio Vivaldi es un ranchero de por aquí –contestaba.
      Gracias a esa locura de Filipo Bedini, que así se llamaba el ranchero vivaldiano, una familia de cuervos se fue a vivir pegadito al casco de aquella hacienda. En un roble frondoso, en la parte alta, hicieron el nido… Ahí, escuchaban el canto del gallo y luego se deleitaban con la música de Vivaldi.
      Un día, uno de los cuervos dijo a su padre que él quería ser un gallo… Papá cuervo se rió y dijo que cada quien era lo que le había tocado en suerte… Y que si uno nacía cuervo, cuervo tenía que morir…
      Pero Papá cuervo no sabía la verdad de la existencia… La vida que vivíamos era un sueño, y la verdadera vida, donde cada quien escogía lo que quería ser, venía después… Luego, la historia se repetía… Se vivía la segunda existencia y, al final, uno escogía de nuevo… Y así, siempre…
      Y resulta que un día el gallo amaneció afónico, y no podía cantar. Entonces se fue corriendo a conseguir una campanita. La quería hacer sonar… Y sabía que en una de las bodegas de Filipo Bedini, había una canasta llena de campanitas… Eran campanitas de navidad, que se colgaban a su debido tiempo en el árbol…
      El cuervo que quería ser gallo, y que ya sabía volar, se dio cuenta del trastorno del gallo… Le dijo que él podía volar con la campanita, hasta la torre de la capilla del rancho… Y que la podía hacer sonar…
      Dicho y hecho. A las cinco de la mañana, sonó la campanita, y los gallos cantaron mientras el enfermo se llegó a la consulta del otorrinolaringólogo. El doctor le dio al gallo unas cápsulas de menta, y la enfermedad empezó a desaparecer.
      El gallo y el cuervo se hicieron amigos, y los dos se volvieron fanáticos de la música de Vivaldi. Al gallo le gustaba el Concierto para Mandolina, y al cuervo le encantaba el concierto del Invierno, de Las Cuatro Estaciones.
      Pero algo pasó en Paraje Secreto. Un nuevo gallo apareció. Era un regalo que le hicieron al italiano.
      --¿Y qué vamos a hacer con el gallo viejo? –preguntó Felipo Bedini.
      --Lo pueden hacer caldo. Está muy bien comido –dijo alguien.
      Entonces Felipo Bedini mandó a comprar los ingredientes más sofisticados para hacer un caldo de gallo.
      El gallo y el cuervo decidieron huir. Pensaron que la vida era todavía muy larga y que había que buscar una especie de paraíso. Pero, ¿dónde diablos se encontraba el paraíso?
      Cuando iban entrando al primer pueblo, el gallo caminando y brincando, y el cuervo volando en círculos, se cruzaron con un viejito bien flaco que andaba repartiendo volantes de un nuevo establecimiento. El papel decía:

Semana de inauguración
EL PARAISO AÑORADO
Cantina y especie de cabaret
Para toda la familia
Callejón del Sapo No. 36
San Pedro de las Tinajas

      Buscaron el lugar. El Callejón del Sapo era famoso por albergar una casa de mala nota… Y precisamente frente al centro de pecado estaba la cantina… Las paredes, todas, estaban pintadas de morado, con muchas flores amarillas.
      --Son las flores del borracho –dijo el gallo.
      --¿Y eso? –preguntó el cuervo.
      El gallo entonces dijo que en algunos pueblos, cuando hacen las fiestas de la mayordomía, y uno está invitado al huateque, se le da un ramito de flores del borracho, para que, cuando te vayas, si te dan ganas de orinar, lo puedas hacer sin problema… Las flores son como un distintivo o una credencial que te permite orinar o echar fuera la basca de la guarapeta…
      Se metieron a la cantina, aunque vieron antes un letrero que prohibía la entrada a los animales… Y se fueron a un rincón para no molestar a los parroquianos.
      Ahí era todo autoservicio. Llegabas a la barra, pedías tu bebida, te la preparaban y te la ponían en tus narices. Y luego tú te la tenías que llevar a tu rincón… Pero antes, desde luego, tenías que sacar los centavos y la propina.
      Y aquello se llenaba, como si fuera un vagón del Metro, en la ciudad de México. Todos estaban apretujados y casi no se podía respirar. Olía a todo, pero no a perfume de gardenias ni rosas de mayo. Puro olor a sudor indio, a sudor criollo, a sudor mestizo…
      El gallo y el cuervo salieron. Estaban intoxicados de gente, de olores, de ruidos… Querían a Vivaldi. Necesitaban a Vivaldi… Entonces regresaron al rancho del italiano… Se escondieron encima del casco de la hacienda…
      La música los tranquilizó, dándoles la paz que necesitaban.
      Pero el gallo nuevo los descubrió. Los miraba con ojos malos. ¿De qué otra manera los podía ver? Los dos gallos eran enemigos… Y sus miradas eran como fuerzas que se encontraban… Eran flechas que querían clavar al enemigo…
      --¿Qué buscas aquí? –preguntó el gallo nuevo.
      El gallo viejo dijo que él no venía a pelear. El sólo quería escuchar la música de Vivaldi. Era algo que necesitaba. Y dijo que estando encima del casco, no molestaba a nadie.
      El gallo nuevo hizo una mueca de duda. Pero el otro gallo dijo enseguida que a él le pasó lo mismo. Alguna vez fue gallo nuevo y tuvo que sustituir a un gallo viejo… Pero ahora le tocaba cantar después del gallo nuevo. Así tenía que ser.
      Chocaron manos y se hicieron amigos. Pero aún quedaba un cuervo pequeño volando por ahí. Era como un mosquito que a lo mejor molestaba.
      --Ah, éste es mi amigo –dijo el gallo viejo--. Va a donde yo voy. Es como mi sombra.
      --Bueno –dijo el gallo nuevo--. Ahora a vivir una nueva vida. Y a olvidarse del caldo del gallo viejo.
      --¿De verdad? –preguntó el gallo viejo.
      El gallo nuevo dijo que Felipo Bedini, el dueño del rancho, no iba a hacer un caldo con el gallo viejo. Y agregó que el italiano era más bueno que el pan.
      Empezó a lloviznar, una llovizna que luego se convirtió en una tormenta. Y todos los animales se mojaron, y a las cinco de la mañana no podía cantar el gallo nuevo… Se le había cerrado la garganta.
      El gallo viejo se disfrazó de gallo nuevo y cantó a todo volumen… Cantaron los otros gallos. Y el gallo nuevo se tomó una de las cápsulas de menta que el otorrino le había recetado al gallo viejo…
      Cuando se restableció, todos bailaron de contento.
      Y resulta que un día, unos exploradores se enamoraron del gallo viejo, porque le vieron su pinta y lo escucharon cantar. Y que lo pescan y lo meten a una jaula, junto con su amigo, el cuervito… Y que se lo llevan en un jeep hasta casi el otro lado del mundo…
      Y a las cinco de la mañana de un triste día, el gallo viejo tuvo que cantar, ahí, donde nadie sabía lo que era un gallo… Todo se volvió tristeza y melancolía, sin la música de Antonio Vivaldi… Y el gallo viejo y el cuervito nomás se veían en absoluto silencio.
      Vino después una vida fría donde no daba ganas de nada. Rutinas huecas, silencio mortal, ausencia de sol y luna…
     Un día se escuchó el alboroto de unos gitanos. Era una caravana muy larga que se acercaba. Muchas carretas con hartos hombres, mujeres y niños… que levantaron casas en todas direcciones… Y en todos los techos colocaron bocinas doradas…
      Había cables y conexiones por entre las ramas de los árboles. Los gitanos echaron a andar un gramófono… del cual surgió la música de Vivaldi…
      Fue entonces cuando la vida apareció en esa parte del planeta. Con el arte de Antonio Vivaldi llegaban aires nuevos, llenos quizás de flores maravillosas… Y se veían las nubes en figuras extraordinarias, y las frutas y las semillas tenían sabores especiales…
      El canto del gallo cambió, se volvió distinto…rebosado de fuerza, energía, tornándose en canto casi de los dioses… Y el canto viajó para todos lados, como flechas que se han lanzado, y atravesó colinas, praderas, y subió y bajó montañas, hasta recorrer casi medio planeta… Y ahí, ese canto se juntó con el cantar del gallo nuevo… Y las voces de los gallos, volviéndose una sola, se levantaron por encima de todo, y cruzaron estrellas y planetas…
      Y el canto de los gallos se mezclaba con la melodía de Las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi. En verano, se escuchaba el Concierto de la Primavera. Y en invierno, los aires musicales del Concierto de Otoño se dejaban oír.
      Y luego se supo que otros tantos gallos viejos fueron llevados a otros lugares, y que en cada sitio se oyó el canto del gallo, que no se conocía, y que la música de Vivaldi inundó el aire… Y el mundo fue cambiando, para bien de todos.
      Los gallos cantaban por todos lados, al romper el día… Y la música gloriosa del italiano, llegaba como una medicina.
      Y si el canto llegaba al corazón de las personas, los gallos recibían el bautizo, con agua bendita o sin agua bendita, y se les ponía su nombre…
      “Haste” por aquí… Y “Haste” por allá…



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Saturday, December 3, 2011

A BEAUTIFUL SCAR





By Dinorah Pérez-Rementería


None of us should hide the wounds…mostly when we know that acknowledging that we have been wounded can serve others to deal better with their pain. Why do we put on a mask to make people believe that everything is fine after we have already realized that it is not and that we have been hiding behind a false self for a long time? We feel pushed to adapt/react to unexpected circumstances of life, out of which an artificial person develops; a deceitful self who tries to convince us that as long as we walk together, everything is going to be alright. Many times we don’t even know that a false self is performing –on our behalf- here and there, everywhere we go. The false self squashes our energy and our heart's desires while it keeps us busy and functioning apparently well for a while.
I know a woman who grew up in a very small town. When she was seven years old, she told her grandmother that she desired to have a magic ring. Her grandmother explained that such rings did not exist, and so “the magic ring” was actually a symbol of her great imagination. The little girl cried, for she wasn’t interested in having a great imagination. She wanted to have a magic ring. One day, her father picked her up from school and, out of the blue, he notified her that she had a baby sister whom he liked for her to meet. The girl didn’t understand what he meant. She knew she had a baby brother, not a sister, at home. Where did this story come from? Her father clarified that he had had relations with a woman other than her mom. Paradoxically, the girl could not find any “imaginative” thing to say. She dared to ask for her baby sister’s name. As things turned out, neither her father nor mother was willing to divorce one another. Things got settled into a silent, blurry agreement, in which each of the family members played a role. Her father believed he had two families to care for and spend nights with while her mother thought she ought to endure the situation so that both her children grew up with their dad by their side. The girl experienced shame, sadness and confusion, especially during the occasions in which her father chose not to come home until the next morning, having spent the night with his other family. She also felt somewhat ignored when her sister began visiting the house. His dad seemed to pay more attention to her sister than he did to her. After all, her sister had perfectly straight hair and she wore it short, just as her father always wanted. The girl didn’t share what she was undergoing with her parents. On the contrary, she told herself that she would behave as if the whole situation did not exist, or, at least, did not bother her at all.
By the time she went to college, she had long forgotten about magic, imagination, and the ring. Studies somehow distracted her from worries and the feeling of shame. She discovered, in fact, that being away from home helped alleviate familiar tensions and pain. The young woman began going out with a guy in the year of her graduation. She wasn’t sure whether it was for love or an urgent need to experience how it felt to have a boyfriend. What was love after all? Love was nothing of which she was necessarily aware, and so, in the enterprise of having/keeping a man, her false self found ways to accommodate even the most unpleasant circumstances. After eight years of trying in vain to sustain a relationship, filled with mistrust, jealousy and deceit, the woman sensed that her heart needed more than “façade” and make-belief. Her heart longed for what real love could be.
What happens when we don’t live from a real center? On the outside, one may seem great, but the truth is that we are miserable inside. There comes the time in which we must choose whether we want to keep living under the influence of the false self or move away from, if not destroy, it. That is what the woman did. She smashed her false self down and let her deep wounds heal. No, she did not do it alone. But, neither was she available to be “distracted” by busyness or the friendly crowd. God, and only God, could offer the companionship she needed. She kept living by herself in the city for a few more years before returning home. Going back to town was not an easy move. Her parents had agreed to separate from each other, after thirty five years of marriage, and they were preparing themselves to learn how to face their new realities. Inevitably, a new wave of uncertainty came upon her. Now, however, she had higher hopes, and she also knew that nobody can escape from being wounded in one way or another. There will always be wounds. We are vulnerable to be wounded, as well as to wound other people, unintentionally, in our journeys. And wounds always leave scars. What we make of our scars later on is what really matters. In the long run, we are the ones responsible of choosing whether we want to continue “functioning” behind our false self by giving in our heart’s desires to duty, busyness or detrimental pleasures, and allowing the fear of judgment -and rejection- take possession of our souls. The path toward freedom is not comfortable nor is it associated to a worldly feeling of happiness, but it can be experienced as fulfilling as it is the only route in which we find our truest being.
Do you have desires, or, perhaps, a scar that can be shared with the world and that invites us to journey through your soul and learn from your mistakes? John Eldredge says, “to lose a leg is nothing compared to losing heart.” Please, don’t hide your scar, let alone if you were wounded in order to save or protect somebody else. It is beautiful. It is a beautiful scar. The false self is not as strong as you think it is. Surely, it is not stronger than you. Stop owning and start giving (your heart, your scar). Give your heart to God, first. He will show you how your scar has made you the man you are today.

 

Sunday, November 27, 2011

PERO NO ERA UN JUEGO




Por José Manuel Domínguez

(De su novela El hombre incompleto)


Llevo varios días esperándote. El viento me trae los acordes de una vieja orquesta, y es como si algo me atrapara en la cobardía de siempre, en no decir que de repente me puse a pensar en ti.
Hace unos días hablaba con Omar de cualquier cosa, del momento de llegar otra vez aquí. Entonces, de repente, mientras yo tocaba los restos del pan sobre la mesa, me acordé de ti.
Mira que he buscado esta música en mi mente, y ahora, sin quererlo la vuelvo a escuchar… Bailar, beber, vivir. Todo era una misma cosa en aquellos años. Ah, como era sentir el olor de cada uno de los amigos. Todos olíamos tan dulce en aquella época. Ah, esa canción que interpretaba Annie Lennox, ¿cómo es que se llamaba? A Whiter Shade of Pale… A Ares se le ocurrió decir que hablaba de una muchacha muerta…
Pero no era cierto. Digo, creo que no. Nunca he podido entender muy bien la letra, pero tal vez sí, con esa mezcla de frío nocturno y cipreses… Tal vez se trate solamente de algún amor perdido…
¿Cómo era que decía esa canción? No, no A Whiter Shade of Pale, la otra, la que estaba sonando hasta ahora mismo… ¿Nadie se acuerda? No puedo seguir. Yo sé cómo fue todo, aunque no pueda contarlo ahora. Yo sé que las canciones se acaban, y esta canción que está sonando ahora ya no me trae recuerdos. No la conozco. Es la misma orquesta pero no la bailamos y entonces es como si nunca hubiera existido. Hace un tiempo tocaron por última vez algo hermoso, un último intento, pero no sucedió nada después. Tal vez aquí ni se enteraron. Seguro que ni la pasaron en la radio. Bueno, cuando llegues te la tarareo y me dices si la pusieron o no. ¿De acuerdo? A ver si recuerdo cómo decía... Y ahora está sonando otra vez esa canción, la que nos gustaba bailar a todos. Cada vez que la ponían, nadie se quedaba sentado, había que bailarla. ¿Te acuerdas?
¿Alguna vez podremos contar estas cosas? ¿Alguna vez podré decirle a mi hijo lo que sentíamos en aquella época? ¿Alguien lo entendería? A quién contarle de las noches frescas de la playa. ¿Recuerdas la noche que sentí celos del mar? Seguro que la recuerdas. Te acercaste caminando hasta la orilla y te quedaste allí de pie, orando. Las olas te lamían los pies y los tobillos, y te ibas hundiendo suavemente en la arena y yo pensaba que el mar quería llevarte, que te quería para él, te miré y vi que no te dabas cuenta o pensé, tal vez le gusta, entonces corrí hasta donde estabas, te cargué en silencio y te arranqué de tu sueño. Los amigos se reían, decían que yo estaba loco, que nunca habían visto nada igual, porque así de inseguro era yo pero a mí me daba lo mismo. Claro me daba lo mismo cuando me lo decían ellos o tú, pero no cuando me quedaba solo con mis pensamientos, preguntándome por qué había hecho esto o aquello. Entonces la vida ya no era sólo bailar, y beber y vivir. Hasta que llegaba la noche o el fin de semana y volvíamos a vernos para ir al cine o a alguna otra parte; y dormir en el hombro de cualquiera de aquellos grandes amores; y comerme un mango al amanecer, contemplándote desde el balcón en sombras, mientras tú dormías. Era como jugar a ser hombre y que bien se sentía jugar a ese juego y hablar del futuro y de los hijos y de mudarnos a una casa más grande, porque allí no cabrían.
¿Dónde estás tú ahora? ¿Por qué no vienes? Todo sería tan fácil, ¿no crees? Y los amigos, ¿dónde están todos? Ah, esa pregunta tiene ya tantos años. Los amigos empezaron a ausentarse temprano, ¿no? Se desprendían como racimos maduros. A algunos no los volvimos a ver nunca. Todos sonreíamos en las fotos de aquella época, como si el juego no fuera a acabarse nunca; pero no era un juego. ¿Por qué no vienes, eh? Tienen que haberte dicho que estoy acá. Alguien tiene que habértelo dicho porque las buenas noticias también llegan pronto, ¿no es cierto?

 
 
José Manuel Domínguez es director de teatro, poeta y narrador. Estudió dirección y actuación en el Instituto Superior de Arte de La Habana. Se estableció en Miami, Florida, en el año 2000. Le acompañan en su vida dos mujeres extraordinarias: su esposa Marángeli y su mamá Loli, así como su perro Sombra.

Saturday, November 26, 2011

DESPUÉS DEL CRUCE DE LOS MARES






Por Eduardo Rodríguez Solís


Una amiga hizo unas reflexiones sobre las gracias que debemos dar por lo que tenemos, por lo que nos rodea, por lo que se nos permite. Pero yo pienso que este ritual debe ser cosa de todos los días, de todas las horas, de todos los minutos.
El ritual que observamos nace cuando el Mayflower, gran barco de madera, llega a nuestras costas, y los tripulantes sienten la necesidad de agradecer “a lo que sea”, por haber terminado con éxito la gran odisea del cruce de los mares.
Nosotros tenemos que cambiar esa costumbre de un día. El hecho tiene que ser de siempre, de cada instante que se vive. Porque el viento, la lluvia, el sol, la luna, que antes eran dioses (y siguen siendo para algunos), nos están ayudando en el trance de la vida. Y los dioses, que se inventaron y que existen de acuerdo a nuestra creencia de lo que significa la verdad, nos han dado la mano, como si fueran nuestro viento, nuestra lluvia, nuestro sol, nuestra luna.
En la soledad o en la compañía, debemos salir al aire, y debemos mirar hacia arriba, hacia el infinito. Y debemos lanzar nuestras oraciones, nuestras palabras, para que la vida siga siendo vida. Porque lo necesitamos, porque el hombre requiere que el camino de la vida sea camino de verdad.
(En mi país, México, hay un día dedicado a la madre, quien es el principio de la vida. Todo mundo sale a las calles a comprar flores y hasta se lleva a su mamá a un restaurant, y se da el caso de muchos que llevan serenatas… Este es un fenómeno parecido al Día de Acción de Gracias… El amor hacia la madre tiene que ser de cada instante…)



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Thursday, November 24, 2011

UN MILAGRO




           Agradecer podría ser el mayor de los milagros, el que espero, un estado sutil que permita distinguir cómo debo (re)integrarme a ti. Recibir un saludo, imaginar que veo lo que sucede detrás de la fachada, y que no quiero nada, sólo mirarte, experimentar tu presencia, estar allí. Escribo menos ahora que me canso más, trato de retirar una piedra enorme para que el muerto resucite. Alzo la vista al cielo, y digo en un susurro: “Te doy gracias, Padre, porque sé que siempre me escuchas,” cuando en verdad tengo ganas de gritar: “Lázaro, sal de tu cueva, que yo puedo ayudarte a caminar”.

Feliz Día de Acción de Gracias.

LA TELEVISIÓN


  

Por Eduardo Rodríguez Solís


La televisión, enemiga del libro, enemiga del teatro (porque ya nadie lee y nunca vamos al teatro), podría servir para equilibrar espíritus traviesos. Pero no sirve para nada y es aliciente para la desunión familiar. Es como tener dentro de la casa a un pequeño hijo de Satanás, y nos obliga, con la machacosa publicidad, a comprar o consumir lo que no necesitamos.
En algunos países, a la televisión se le llama “la caja tonta”, porque es un aparato que no te deja pensar. Es una invención que decide qué debes usar, qué debes consumir, o a qué partido debes apoyar. Es casi casi un dios que te señala lo bueno y lo malo. El mundo sería distinto si se implantara, permanentemente, “un mes sin televisión”. Y después, “dos meses…” Hasta casi reducirla a cero. La tele está haciendo mucho daño. Es un invento que pudo haber servido. Pero lo hemos malogrado.
Pocas cosas sirven de la televisión. Los noticieros van de la mano con los intereses de las televisoras. Y quizás lo único verdadero que se encuentra ahí, son algunos (pocos) programas culturales y los deportes. Todo lo demás es un torrente de cosas enmarcadas en la publicidad. Bueno, también se salvan ciertas películas, cuando se transmiten sin cortes comerciales… Las televisoras deberían estar al servicio de la comunidad. Podrían ser un instrumento muy valioso… El anhelo de los inventores se ha desdibujado, se ha perdido… Cada quien tiene la televisión que se merece… Esa es la ley…



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Wednesday, November 23, 2011

LA MANO SOBRE EL CORAZÓN




Entrevista con Eduardo Rodríguez Solís

Por René Avilés Fabila


(The Growing Word ha decidido compartir un atractivo reporte de René Avilés Fabila a partir de su entrevista al escritor Eduardo Rodríguez Solís. Pensamos que puede resultar de interés a los lectores. La entrevista se publicó en el Diario Excelsior, México, 21 de junio de 1992).


A Eduardo Rodríguez Solís, quien está cargado de entusiasmo por la venta de su libro Primer curso de amor, que contiene tres novelas cortas, y que le ha publicado Joaquín Mortiz, dentro de su colección Cuarto Creciente, y que brinca de gusto por la salida de su novela Cógele bien el compás, recientemente editada por la Universidad Nacional Autónoma de México (Colección Rayuela), lo conozco desde hace años. Primero lo veía con Anya Schroeder, José Agustín y Gerardo de la Torre, en un grupo literario de nuestra prehistoria. Después, coincidimos con Juan José Arreola (en su Taller Literario, y en la revista Mester). Y me acuerdo que le publiqué, por aquel entonces, Black Jack y otra farsa, dentro de la colección Cuadernos de la Juventud, que yo dirigía en los años 68-69. Luego, o más bien antes, él, José Agustín, Gerardo y yo fuimos becarios del Centro Mexicano de Escritores, teniendo como maestros a Juan Rulfo, Juan José Arreola y Francisco Monterde. Esto fue allá por 64-65. Nuestras becas eran de 1,208 pesos mensuales. Tiempos felices. Un buen departamento en la colonia del Valle costaba unos 300 pesos mensuales.
Rodríguez Solís, que ya tiene diez libros publicados, ha experimentado una vida trashumante, con largas residencias fuera del país: Puerto Rico, Estados Unidos… Y para conseguir el pan nuestro de cada día, ha tenido que combinar su labor de creador con actividades afines y no afines. Ha sido dibujante, geofísico, escritor en agencias de publicidad, periodista y maestro, director de teatro, actor, guionista de cine y televisión, maestro de dramaturgia y narrativa, diseñador gráfico, coordinador de relaciones internacionales de la Orquesta Sinfónica del Estado de México (donde sigue a la cabeza nuestro querido amigo Enrique Bátiz), jefe de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xochimilco, desempeñándose también como coordinador del Proyecto Cultura Chicana del Programa Cultural de las Fronteras (instancia del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes).
Con objeto de dialogar sobre sus libros y proyectos lo visito en su estudio-departamento. En las paredes de la estancia hay muchos cuadros y fotografías. Destaca una vieja imagen del gabinete de Venustiano Carranza, tomada en 1919. Ahí, me explica, entre los ministros, está el abuelo de Eduardo Rodríguez Solís, el ingeniero Manuel Rodríguez Gutiérrez, quien era secretario de Comunicaciones. También están el general Juan José Ríos (Guerra), el ingeniero León Salinas (Industria y Comercio), el ingeniero Pastor Rivaix (Fomento), el ingeniero Manuel Aguirre Berlanga (Gobernación), el licenciado Luis Cabrera (Hacienda) y el licenciado Salvador Diego Fernández (Relaciones). En este ambiente destacan dos óleos, realizados en 1952, por Norman Thomas. En uno está el ingeniero Manuel Rodríguez Aguilar (finado, y padre del escritor Rodríguez Solís), geólogo destacado, que llegó a ocupar la gerencia de Exploración en Petróleos Mexicanos. En el otro óleo está la madre de mi amigo fraterno, la maestra Evangelina Solís Cervantes, quien en su juventud fuera campeona de esgrima.
Eduardo comenta que Primer curso de amor y Cógele bien el compás son Tesis Magistrales y Doctorales de su labor como escritor. En sus páginas se siente como pez en el agua. Ya hay conocimiento de los senderos que se caminan. Y me dice que en cada línea, en cada párrafo, ha volcado la suma integral de los conocimientos adquiridos en libros devorados.
Mientras pone música de Neil Diamond y Juan Luis Guerra, Eduardo hojea sus nuevos libros que, según asegura, están cargados de estro, magia y amor. Añade: “La situación dramática fundamental, en los dos tomos, es el amor, en forma de pasión o de entrega total. Pero esto se hace dentro de un marco poético, donde el lenguaje está manejado con seguridad y tino.” La primera parte de Primer curso de amor (Milene es verano que se apaga), es la historia de una mujer solitaria, que deambula entre los recuerdos y los azares que el destino le propone. La acción sucede en México y hay en el ambiente mucha melancolía, amor y desamor. Esta primera parte, más que un Preludio a la fiesta de un fauno, es un Preludio a la tristeza de los amores perdidos.
Rodríguez Solís explica que su literatura está sustentada en la experiencia personal, en las observaciones de su mundo íntimo o en el universo de la gente que lo rodea. Así se alcanza la verdad. Pero esta verdad tiene que  amalgamarse con la magia, el éxtasis, el delirio propio del quehacer literario. También está presente, dice el escritor, la historia verdadera que sucede cada día: Los hechos, los acontecimientos que nos quedan grabados. Así, el escritor debe volverse un cronista del tiempo que le ha tocado.
La segunda parte de Primer curso de amor (De la mano de la libertad) es, según palabras de Eduardo, la crónica intensa de un escritor mexicano que va a Nueva York en busca de nuevos horizontes. Aventura a veces onírica, a veces real, las páginas de este texto nos hacen ver al protagonista metido en la camisa de once varas, pasional, de una relación amorosa, que aparece como por arte de magia, como también surge la Estatua de la libertad, y un millonario excéntrico que vive dentro de ella.
Las versiones finales de este libro de la editorial Joaquín Mortiz, fueron realizadas entre las largas residencias experimentadas por el escritor en San Juan de Puerto Rico y Houston, Texas. Los desvelos de la redacción de sus páginas fueron casi un tour de force, según dice Eduardo, ya que había que subsistir practicando múltiples oficios.
La tercera parte de Primer curso de amor (El agente cero cero bongosero), que es una novela guapachosa, de burlas y donaires, contiene, según el escritor, una historia habanera, cubana, caribeña. Una joven mexicana que está al borde del divorcio inventa, con la venia del esposo, un viaje hacia los territorios de Fidel Castro. Y esta tourné se tiene que hacer a solas. Con esto se consolidará ese matrimonio que se tambalea. Pero por aquello del “no te entumas” (palabras de Eduardo), el esposo contrata a un agente secreto, para que se vaya a Cuba a cuidar a la joven mexicana, a la mujercita de su corazón.
Al decir de Rodríguez Solís, Primer curso de amor es un libro que puede llegar a ser muy amigo de sus lectores. Puede llegar a ser objeto caro para los viajeros, o regalo perfecto para aquéllos que viven en la soledad. Hay en sus páginas, me señala Eduardo, muchos contrastes que se suceden con armonía, con sinceridad y transparencia. El lenguaje, las frases, los párrafos, se manejan con claridad y sencillez. Se trata de una literatura diseñada para todos.
Un tanto extraña, harto misteriosa, la dedicatoria del libro reza A la mujer que se sabe. Rodríguez Solís medio aclara esta interrogante. En 1904, nació en Figueras, España, un pintor excéntrico, que siempre caminó de la mano de Dios. Un día, loco de pasión, trazó un dibujo. La dedicatoria decía A la mujer que se sabe. La mujer se llamaba Gala. Y era una princesa legendaria. Su fotografía está frente a nosotros… Hablando del otro libro (Cógele bien el compás), me cuenta que sus páginas retratan, con mucha ficción y fantasía, las experiencias vividas por el escritor en Houston. Comenta que sin ser una novela estrictamente chicana, habla de las aventuras de un mexicano en aquellas tierras.
Me despido de Eduardo Rodríguez Solís. Se queda con Neil Diamond y Juan Luis Guerra. Afuera, escucho el tecleo de una máquina. Eduardo hace las primeras páginas de su próximo libro donde, según me indicó, se volcará sin duda la intensa pasión que actualmente vive… Una pasión (loca, quizás) que ya le ha dado título a su nuevo proyecto literario, frase que brinca de un verso de Agustín Lara: Poniendo la mano sobre el corazón.