Sunday, July 13, 2014

GARABATO No. 70




     
Por Eduardo Rodríguez Solís
 

      Iba caminando por el fondo de la cañada. El calor retumbaba de un lado a otro. El sol no se veía por las tantas nubes, pero se sentía. No había insectos ni pájaros. Todo era un silencio de cementerio, de cueva oscura y misteriosa.
      De pronto, de muy arriba, desde el mirador de la carretera, cayó una caja, con muchas piezas que sonaban a metal.
      Fue entonces cuando Patricio Doscaminos se agachó ante la caja que había caído… Levantó un poco la tapa y supo lo que ahí se aglutinaba. Eran muchos, pero muchos soldados de plomo, disfrazados de distintas maneras.
      Echó entonces su mochila al suelo y fácilmente introdujo aquella caja de pequeñas tropas militares.
      Siguió con su caminata, brincando piedras y esquivando troncos caídos.
      Pero echamos el tiempo para atrás y nos hacemos los aparecidos, en forma invisible, en una agencia funeraria. Un actor famoso había terminado su vida por fallas en su corazón. Él era, a escondidas, un coleccionista de soldaditos de plomo. Los tenía todos alineados, formados, yendo a la batalla, en una vitrina de varios pisos. Ahí estaban, listos para las acciones guerreras.
      Y a la muerte del actor shakespeariano, sus libros, que se contaban por cientos, fueron arrojados a la basura. Y sus queridos soldados se arrumbaron en la cajuela del auto de la viuda… Y esta bella dama de negro, llegó al mirador de la carretera, y ahí, y sólo ahí, arrojó ese tesoro marcial.
      Pero Patricio Doscaminos no sabía esa historia. Él seguía con su caminata y con su carga militar a las espaldas.
      Cuando llegó a su cuarto de azotea, en pleno centro de la ciudad de México, después de descansar sus pies para arriba, sacó su tesoro y observó soldado tras soldado.
      Y cuando tuvo en sus manos a un corneta de los tiempos de Napoleón, escuchó el sonido del instrumento musical. Se volvió entonces Patricio Doscaminos otro soldado de la época de Napoleón Bonaparte, y sintió muchos deseos de ir a un frente de guerra para luchar por la patria.
      Fue entonces cuando el actor shakesperiano, el que recién había muerto, hizo su aparición, seguido por las luces de un reflector. Llevaba, desde luego, uniforme militar, pero parecía soldado de los tiempos gloriosos de Roma. Portaba un hermoso casco con alas a cada lado, y llevaba un escudo labrado y una espada que lo podía cortar todo,
      --Siempre hay batallas que librar –dijo el actor, y se fue yendo para atrás hasta que no hubo luz que lo iluminara.
      Fue entonces cuando Patricio Doscaminos se puso a improvisar pequeñas plataformas de madera para los soldados.
      Y todos, absolutamente todos los soldaditos de plomo, fueran de la época que fueran, se alistaron para la guerra (necesidad moderna de la sociedad nuestra).

 
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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