Wednesday, December 4, 2013

GARABATO No. 33


Sandro Botticelli: Primavera (detalle), tempera sobre panel
Esta obra de arte se encuentra en el dominio público.


      Por Eduardo Rodríguez Solís


      Él era un joven de larga melena… Por las mañanas, cuando entraba a su baño se veía reflejado en un gran espejo. Entonces pensaba que era un león de la selva, o algo así.
     Se acercaba al espejo y gruñía, como si fuera el emblema de la Metro Goldwyn Mayer. Levantaba luego sus manos y se ponía como fiera que iba a atacar a un indefenso.
      Brincaba como sapo y trataba de asustar a quien se dejara. Pero no pasaba nada. El león desgreñado que era no espantaba ni a los mosquitos.
      Le gustaba ir a la playa, y le encantaba pisar la arena. Y era para este león una delicia cuando el viento le alborotaba sus cabellos… Se volvía entonces un sol, un astro verdaderamente espectacular.
      Una vez, al llegar a un rompeolas, vio a una mujer hermosa. Parecía una modelo de Botticelli.
      --No te me acerques –dijo la mujer--. Si te atreves, me lanzo al mar.
      Y como el joven de la melena dio unos pasos hacia ella, la bella mujer se zambulló en el fresco océano.
      Fue entonces cuando el joven pudo ver una transformación. La mujer se volvía una sirena de verdad.
      Y la hermosa aparición se unió a un grupo de delfines que se iban mar adentro.
      Los cabellos del joven se levantaban y se iban para todos lados, y era fácil imaginar lo que pasaba en aquella inquieta mente.
      Uno se volvía delfín y se iba detrás de la sirena. Y llegaban a unas rocas inmensas… Ahí estaba una caverna que se llenaba y se vaciaba de agua salada.
      La calma de aquella fortaleza de piedras era una especie de nido amoroso. Ahí los reyes del lugar eran la sirena y ese delfín que tenía cabellera de león.
      El joven de los cabellos alborotados regresó a su casa y se estuvo observando en el espejo gigante. Estaba ahí solo, desamparado, y no sabía qué hacer.
      Y el sueño hizo de las suyas.
      Caminaba de nuevo en la playa. Pisaba la arena mojada y a lo lejos se veía el rompeolas.
      El movimiento se detuvo porque alguien había arrojado una conchita.
      Ese alguien era la mujer esplendorosa, la que se volvía sirena.
      --¿Dónde andabas? –preguntó la mujer.
      --Andaba arrastrando mis tristezas –dijo el joven de los cabellos largos.
      --Si me amas, renuncio a ser sirena –dijo la mujer.
      Todos los colores cambiaron de tono. Del cielo bajó una música suave y cadenciosa. Y la facha del joven desgreñado cambió. Ahora, él era el príncipe de todos los cuentos. Y la mujer (que también era sirena) se volvió la princesa del castillo encantado. La fábula amorosa se empezaba a escribir.
      Pero se escuchó el tam-tam de un tambor, y una corneta anunció la llegada de algo especial.
      Era un tropel de niños, que llevaban globos de colores y corrían de izquierda a derecha. Gritaban todos de alegría y de gozo.
      Entonces las ilusiones se desbordaron y todo llegó a ser como antes. Se experimentaba el despertar de la primavera.
      La mujer estaba de nuevo en el rompeolas, y si te acercabas a ella, se tiraba al agua y se volvía sirena, para luego nadar, como siempre, mar adentro.



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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