Monday, August 8, 2011

CUÁNTO PAGÓ POR MÍ




Por Sarimé Álvarez
 
 
-¿Cuánto pagó por mí? Preguntó el ánfora a su dueña al salir de la subasta.
La mujer se quedó perpleja y la miró de cerca esperando oír nuevamente, con grandes ojos de escrutinio, la pregunta. Tuvo la sensación de que la voz se había originado en su cabeza donde aún resonaba como un eco, y reprimió el impulso de responder.  
En cambio pasó el dedo por la grieta que iba de la base al borde, pensando que no estaría llena jamás. El ánfora, a sabiendas de que cualquier líquido, por espeso que fuera escurriría por la sajadura sin llegar a cuajarse, y de que nadie había escanciado vino sin ensuciarse las manos o manchar la mesa, tembló al contacto de su dedo.
Me va a abandonar, se dijo; y las alacenas son oscuras, embotan la mente de sal y especias.
No quería mirarse en la superficie cóncava de las cucharas, ni en los frascos de acero Victorinox. Pero se animó pensando que en la cocina aprendería del fuego y su calor constante, sin dejar de suspirar por un lugarcito en el librero. Aunque por nada aceptaría, si fuera el caso, el entrepaño último cerca del techo de la biblioteca: El miedo a las alturas es más grande que el sueño del hombro de cualquier poeta. Si la hubieran fabricado con tierra de montaña… Pero la tierra arenosa de las islas hace al barro menos firme.
Pensaba en esa tierra de la que estaba hecha casi todos los días, y lloraba por los alfareros sin poder perdonarlos por el proceso doloroso del molde, por las huellas; las tenues, visibles a contraluz, y las otras, palpables a relieve. Pensaba también en el apellido que le tallaron en el fondo cuando todavía el barro estaba fresco…
-¿Quién da más? Había dicho el vendedor en la subasta. Tiene una marca a la altura del cuello, como si por largo tiempo hubiera estancado agua (es una marca de moho/posibles esmeraldas) o como si por ahí hubiera perdido la cabeza.
Entonces la mujer, que había pujado sensatamente hasta esa hora, se levantó de su lugar y corrió al escenario arrebatando el ánfora del pedestal en que se encontraba, extraña como es extraña la luna en medio de la tarde, y huyó con ella entre los brazos en una carrera ruidosa de espejos rotos y porcelana astillada.
En un callejón que daba al fondo de El Pan de cada día se sentó a recuperar el aliento. Clientes y panaderos pasaban sin dejar de depositar una moneda en el ánfora de anticuario.
Extrañó los zapatos, que en el corto tramo al callejón había perdido, y vislumbró en el horizonte de grafitis la vida que tendría, elegida sin querer hacía un momento en la subasta.
-Pagué lo que valgo, se animó a decir, todavía sin saber quién de las dos había formulado la pregunta. Y siguió pasando el dedo por la grieta hasta sellarla.
              
                                                                                      
Sarimé Álvarez recibió su licenciatura en Arte Teatral en el Instituto Superior de Arte, Habana, Cuba, con especialización en Actuación y Dramaturgia. Trabajó en la Compañía Teatral Buendía. Ha participado en numerosos festivales y cursó un Diplomado de Mohiniyattham (Danza Clásica de la India) en Cuernavaca, Morelos, México. Ha realizado trabajo investigativo-formativo y de puesta en escena sobre Antonin Artaud.                                                                                                                   

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