Saturday, June 18, 2011

JODOROWSKY, SABIO, AUNQUE EXTRAÑO ARLEQUÍN *





Por Eduardo Rodríguez Solís

De la serie Carnets de Eduardo Rodríguez Solís
(Número 74. 6-04-11)

      Cuando entré a la Escuela de Teatro de Bellas Artes, en la Unidad del Bosque de Chapultepec, en la ciudad de México, me pusieron en el grupo del maestro Raúl Dantés. Este profesor era muy técnico. Siempre te corregía los movimientos escénicos. Si comenzabas a mover una pierna “que te tapaba”, tenías que repetir el movimiento hasta que te saliera bien. Al principio era una locura que no entraba en tu cabeza, pero después lo ejecutabas sin ningún problema.
      Otro maestro maravilloso era Juan José Arreola, que daba la clase de Verso. En el grupo de Arreola, si eras inteligente, podías llevar a escena fragmentos de obras de Federico García Lorca. Enseñaba elocuentemente (luego, cuando empecé a escribir, fui a su taller y me reconoció en cuanto me vio). La clase de Arreola, en la Escuela de Teatro, más que una clase de Verso, era una oportunidad increíble “para enamorarse de la literatura”.
      Otro instructor que tuve en la Escuela de Teatro fue Alejandro Jodorowsky. Había estado en México con Marcel Marceau. Era su partenaire, un extraño arlequín que salía con letreros, anunciando las pantomimas. En ese viaje conoció a mucha gente, y Salvador Novo le preguntó si quería regresar al Distrito Federal. Le dijo que podía conseguirle trabajo como maestro de pantomima. Por eso, años después, ahí andaba Alejandro Jodorowsky dando clases de pantomima… Y yo fui estudiante de su primer grupo.
      Las clases se daban en un salón de la Escuela de Danza del INBA, institución que estaba pegada a la escuela de teatro. Durante el primer encuentro, todos andábamos alborotados porque Jodorowsky estaba allí, y no veíamos nada, unos tapaban a otros. Entonces el genial Jodorowsky dijo que íbamos a organizarnos en fila india, y que caminaríamos por donde él pasara. Luego, añadió que nos distanciáramos unos de otros, y que sólo el último de la fila estaría cerca de él.
      Empezamos a caminar, casi lamiendo las paredes, acariciando columnas y rincones. De pronto, el maestro Jodorowsky dijo: “Cuando yo diga ‘tres’, nos detenemos en el lugar,  y volteamos nuestros cuerpos al centro del salón”. Uno, dos, tres… Giramos todos y la disposición quedó impecable. Nadie le obstaculizaba el paso, ni la visión tampoco.
      Con Jodorowsky aprendimos muchas cosas. Pero la sabiduría sólo la adquirían los interesados, y la mayoría de los estudiantes de la Escuela de Teatro no mostraban interés en adquirirla. De hecho, la sabiduría les valía gorro, como dicen los jóvenes en México.
      La filosofía de Jodorowsky, la filosofía teatral, la verdadera, empezaba por  hacer amistad con los ratones del teatro. “Si eres amigo de los ratones y las cucarachas del sitio donde vas a trabajar, las cosas van a funcionar de maravilla”, decía el maestro.
      Más adelante, hablando de técnicas, compartía con nosotros interesantes comentarios sobre el famoso ejercicio de la caja transparente: “Si ambas manos están colocadas en la pared de enfrente, y ustedes quieren alcanzar la pared de arriba, hay que mover una mano primero, y dejar la otra donde está. Luego, uno puede traer la otra mano a la pared situada en el plano superior”. Entonces entendimos que si movíamos las dos manos al mismo tiempo, uno de los planos de nuestra caja transparente, se desintegraría totalmente.
      Jodorowsky era único. Con él, aprendíamos cuando menos se esperaba. Siempre llevaba puesto un traje azul, medio ajustado, sin tirantes, con camisa blanca, corbata oscura y botines negros. Nada de cargar un portafolio, notas, nada. Nada de nada. La greña, medio alborotada. Rasurado, siempre, y limpio, como debe ser un mimo.
      Por aquel tiempo tenía yo un coche medio viejo, de marca Nash, modelo Airflite, convertible, pero si uno abría su techo, luego no podía cerrarse. Entonces, permanecía cerrado como un caracol, para evitar traqueteos. Era naranja con unas bandas de color crema. Su laminado, fuerte como la Torre Eiffel. Parecía un tanque de guerra.
      De vez en cuando le daba un aventón a Jodorowsky, a esas horas en que ya la luna se exhibe en el cielo. Además del mimo, se trepaban al carro Ana María Montero, Julia Marichal y sus hermanos Fredy y Polly. Hablábamos como cotorros, y dejábamos a Jodorowsky en una esquina del Paseo de la Reforma, muy cerca de la Zona Rosa (que antes no se llamaba así). Luego, la ganga que éramos se iba a tomar café. Nos sentíamos como una especie de troupé de mimos en aquel coche bicolor, inspirados por Jodorowsky. También presentamos pequeños espectáculos frente al público, muy graciosos. Jodorowsky siempre aplaudió nuestras audacias.
      Todavía conservo otro recuerdo más de Jodorowsky, del día en que dirigió a Samuel Beckett por partida doble. Jodorowsky puso en escena “Acto sin palabras” y “Final de partida”. En la primera pieza, interpretaba a un hombre, siendo el único actor en escena, ahogado en su extrema soledad. Era un acto mímico un tanto extraño, aunque verdaderamente bello y atractivo. En “Final de partida”, Jodorowsky representaba el papel de un mayordomo o criado. El dueño de la casa, interpretado por Carlos Ancira, se trasladaba en silla de ruedas por el escenario. A veces los padres del hombre afloraban de los cubos de basura. Ahí estaba Héctor Ortega, y la madre era encarnada por la actriz Magda Donato. Rafael Coronel diseñó escenografía y vestuario, y la coordinación general fue de Carlos Solórzano.
      Tengo una foto de aquel “Acto sin palabras”, en la que se ve la escena revestida totalmente de telones de gasa. A la izquierda, está Jodorowsky sobre un cubo de madera. Parece un muñeco. Lleva un traje como de marinero, con las piernas del pantalón recortadas, calcetines y zapatillas blancas. Trae en su cabeza una ondulante peluca. Hay un árbol bidimensional en una esquina, con ramas que cuelgan y giran. Una jaula se desliza, una jarra sobre el suelo, luna, sol, un segundo balde al otro extremo. Veo datos escritos al reverso de la foto: 1960 en el teatro Orientación. Esta foto es un regalo. A nadie le he dado copia. La guardo como una pieza de oro de veinticuatro quilates.




*La primera versión de este ensayo se publicó en la revista digital  Siempre! (http://www.siempre.com.mx/2011/06/jodorowsky-extrano-y-fabuloso-arlequin-beckettianoeduardo-rodriguez-solis/)
 
 
 
 
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

1 comment:

  1. Querido Eduardo,

    Me encantaría oír más sobre sus aventuras con Jodorowsky y la tropa de mimos. Gracias por compartir esta hermosa memoria.
    D.P.R.

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