Sunday, March 9, 2014

GARABATO No. 50


Foto: Marangeli Franco
     

Por Eduardo Rodríguez Solís


      Me parece que de un avión 747, alguien arrojó, por el inodoro,  un papel que envolvía una piedra, cosa un poco extraña, ya que si uno echa algo al inodoro de un 747, queda encerrado en un tanque de almacenamiento… Y queda ahí, hasta que alguien desmonte este tanque para darle su limpieza y su baño a presión.
      El caso es que de muy arriba de las bajas nubes alguien arrojó un mensaje. Y la piedra con el papel pegó en el capacete de un automóvil, y luego rebotó varias veces en el asfalto de la carretera, que zigzaguea en una montaña, cerca del mar.
      Ahí iba un mensaje medio secreto… “Vaya usted al centro de la ciudad de México, a la esquina de Madero con Pino Suárez, donde está una juguetería de fama… Entre usted al local y pida un abecedario de madera… Sólo ahí los venden…”
      Ernesto, que no entendía lo que le estaba pasando, volteó para arriba, y vio claramente que algo más se desprendía de una nube gris, con forma de trébol de cuatro hojas.
      Ese algo caía y se le acercaba… Hasta que golpeó su cabeza… Era otro papel que envolvía una piedra.
      Ahí estaban unas instrucciones.
      “Si pones todos los cubos del abecedario, revueltos, como si fueran un dominó, escoge uno a ciegas y abre los ojos… Y grita la letra… Y tendrás una sorpresa…”
      Como Ernesto no tenía ni un “clavo” en la bolsa (como no tenía dinero), se puso a trabajar mucho, en lo que hacía, en lo único que sabía hacer.
      Se llevó entonces su bolsa de globos de colores a una de las playas de Acapulco. Y ahí, se puso a inflar globos, haciendo con ellos elefantes, payasos, flores, corazones, espadas y demás.
      Y a veces, como siempre, se le ponchaban sus obras maestras, y entonces tenía que volver a empezar.
      Y ahora las jornadas eran de ocho horas, en vez de las cuatro de siempre… Es que había que hacer una alcancía para comprar su pasaje a la ciudad de México.
      Varios días después, rataplum, juntó lo que se necesitaba para su boleto de camión.
      Y hay que ver cómo abría la boca cuando finalmente caminó en el enorme patio del zócalo, junto al asta de la bandera, frente al Palacio Nacional.
      Y ahí, con ese sol medio contaminado, volvió a hacer sus figurines en globos de colores. Había que comer y había que juntar para el abecedario de madera.
      Vinieron después las noches que se pasaron en una banca de madera, dentro de la catedral… Ahí, se descansó, se durmió y se le rezó a la virgencita de Guadalupe.
      Luego, llegó la hora de la verdad… Estando frente al mostrador de la juguetería, puso peso sobre peso hasta alcanzar el precio del abecedario.
      Y justamente afuerita del establecimiento, se puso en cuatro patas en el pavimento, y abrió su juguete. Acto seguido, con los ojos tapados con un paliacate rojo con blanco, hizo “la sopa” del domino y los cubitos de madera quedaron bien revueltos.
      Recogió tres letras, y las puso en fila… Y tomó la primera…
      Se quitó la venda de los ojos y gritó “letra c”…
      Segundos después cayó del cielo un conejo de trapo, seguido de un cochinito, también de trapo.
      Se repitió la rutina. Tomó Ernesto la segunda letra y gritó “letra l”.
      Cayeron un león de trapo y un lagarto.
      “Letra m”.
      Y cayeron un mono y un martillo.
      Como Ernesto se caía de sueño, recogió todos los cubitos de madera y los metió en su caja… Pero se dio cuenta que un enanito lo estaba observando.
      Seguido por aquel enanito, se metió a la catedral y ahí, abrazando su abecedario de madera, se quedó dormido, bien recostado en una banca.
      El enanito, que también estaba agotado (quizás por tanto observar), se fue a un rincón y se durmió en el suelo, hecho bolita, como si fuera un camarón.
      Ernesto despertó y sintió que le faltaba algo. ¡Su dominó de madera! ¡Su abecedario de madera!
      Se incorporó, medio mareado, y salió a la calle… Y todo, absolutamente todo, era una gran alfombra de juguetes de trapo, que supo habían caído del cielo.
      De pronto, vio al enanito acomodando cosas de trapo… Y este enanito se puso muy nervioso, y se fue corriendo a esconderse detrás de una fuente seca.
      Ernesto caminó mucho y la alfombra de juguetes de trapo no terminaba… Aquello era un mundo completo de animales y cosas de trapo…
      Y se imaginó al enanito robando su abecedario de madera, y gritando muchas letras.
      Al rato, se escuchó como una coral de voces que cantaba todas las letras del abecedario, y se inició una gran tormenta invernal que, en lugar de copos de nieve, arrojaba juguetes de trapo.
      Y se hacían montones, que luego se volvieron montañas…
      Y Ernesto corrió y corrió hasta encontrar una parte sin alfombra de cosas de trapo, y se puso ahí a hacer un hoyo profundo, y ahí se metió, jalando después, con las manos y las uñas, toda la tierra que se había sacado.
      Y se quedó sepultado el buen Ernesto, por los siglos de los siglos… Y el abecedario desapareció, y el enanito dejó de ser enanito y se volvió persona normal, que no sabía gritar…



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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