Saturday, November 15, 2014

GARABATO No. 90


 

 

Por Eduardo Rodríguez Solís


      Era todo un caso. Lo sabía bien. Desde que abría los ojos hasta las diez de la mañana era un angelito. De las diez a las tres de la tarde era un ser mandón, que no se le podía decir que no. De las tres a las siete de la noche era muy amigable y servicial. De las siete la noche a la mañana siguiente era un ser que no hablaba.
      Por eso se decía Agustín Chico, el Tetra Ser de la Montaña.
      Vivía con su abuelo, paralítico, que se movía gracias a una silla de ruedas toda desvencijada.
      En una casucha que no tenía ventanas vivían los dos Agustines. El Chico, Tetra Ser de la Montaña, y el grande, que tenía voz de bajo operístico.
      Una mañana, que debe quedar bien anotada en la historia de esa región montañosa, Agustín Chico salió a platicar con los tantos pájaros que vivían por ahí. Pero ninguno de los seres alados quiso contestar a sus preguntas. Entonces, haciendo una mueca, pateó una piedra que estaba en el camino. En esa roca porosa vivía una familia de hormigas.
      --Hey, ¿qué te pasa? ¿Por qué alteras la tranquilidad de nuestro mundo? –dijo una de las hormigas adultas.
      Agustín Chico se sentó en el suelo, colocando la piedra en su lugar de siempre.
      Supo entonces que esa piedra  estaba conformada por cientos de túneles, y que aquel pequeño universo era casi un laberinto.
      --Aquí vivimos, y a veces nos perdemos –dijo una hormiga adulta.
      --¿Y ustedes, son siempre lo mismo? –preguntó Agustín Chico.
      --¿Y por qué preguntas eso? –dijo la hormiga adulta.
      --Es que yo soy un ser dividido en cuatro. Y no me gusta ser así –dijo Agustín Chico.
      Tetra Ser de la Montaña habló de las verdades de su vida. Y marcó en un pedazo de terreno húmedo los horarios de sus cambios de personalidad o de lo que sea.
      --Primero soy un angelito. Luego me vuelvo mandón, después soy amigable, y finalizo mi día sin hablar a nadie –dijo Agustín Chico.
      La hormiga adulta dijo:
      --Tienes que ir a la Cascada de los Diamantes. Un buen baño en ese lugar te estabiliza, te compone.
      --¿Y cómo se llega a ese lugar? –preguntó Tetra Ser de la Montaña.
      --Cuando quieras ir, yo me trepo en tu cabeza, y te llevo hasta ese lugar –dijo la hormiga.
      Dieron las diez de la mañana, y Agustín Chico se volvió mandón. De sus orejas salió humo y sus ojos se enrojecieron.
      --Todo el que pase por aquí tiene que hacer una reverencia. El que no lo haga será castigado –dijo Tetra Ser de la Montaña.
      --¿Y cuál va a ser el castigo? –preguntó la hormiga.
      --Si se muere el castigado, no entra al cielo –dijo Agustín Chico.
      --¿Y cómo van a saber arriba? –preguntó la hormiga adulta.
      --Yo soy amigo personal de San Pedro. Siempre lo he sido. Y lo único que tengo que hacer es hablarle a su  teléfono rojo –dijo el enojón.
      Varias horas después, la personalidad de Agustín Chico cambió. Ahora, en su humanidad reinaba la amistad. El mundo entonces se volvía color de rosa.
      Y luego, apareció el periodo del silencio total. Eran las últimas horas del día.
      Tres meses más tarde Tetra Ser de la Montaña, o sea, Agustín Chico, se fue hacia la Cascada de los Diamantes.
      Supo bien el camino, gracias a la sabiduría de la hormiga adulta, quien había brincado a su cabeza, y desde ahí señalaba rumbos en el largo viaje.
      Las aguas cristalinas de esa cascada limpiaron el cuerpo de Agustín Chico.
      Una nueva vida se inició.
      Pero a los pocos meses de ello, el cuerpo de Agustín Chico se llenó de nuevo del polvo sucio que viene de las chimeneas que ha fabricado el hombre y, entonces, volvió a fragmentarse su personalidad, y el nombre de Tetra Ser de la Montaña volvió a sonar fuerte.
      Y la locura de volver a ir a la Cascada de los Diamantes quedó definitivamente en el olvido.


Eduardo Rodríguez Solís (México D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
     

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