Wednesday, October 16, 2013

GARABATO No. 27


  



Por Eduardo Rodríguez Solís


      Sky Low Low era un enanito que se pintaba el pelo. Era un güero artificial, un “pelos de elote”. Se vestía con elegancia y siempre traía un clavel rojo en la solapa de su saco.
      Era medio cabezón, y le costaba trabajo encontrar sombreros de su talla. Y esa prenda para él era muy importante. Es que quería parecerse al famoso Al Capone.
      Cuando ya estaba listo y perfumado, se ponía frente a un espejo, donde se veía de cuerpo entero, y se colocaba en poses, como gánster de primera clase.
      Luego, salía a la calle en busca de aventuras.
      Caminaba Sky Low Low con estilo, y cuando pasaba frente a un escaparate, hacía un alto, y se veía bien reflejado de pies a cabeza.
      --Estoy hecho un guapo –se decía siempre.
      Pero un día le pasó algo terrible. Al dar vuelta en una esquina se encontró con su doble… Otro enanito que se le parecía tremendamente.
      La misma cara, la misma facha, todo igual, como una moneda a otra moneda.
      Sky Low Low le dio la vuelta al otro enanito, lo examinó casi con lupa, y le preguntó:
      --¿Y tú, quién eres?
      --Yo me llamo Joe Everest –dijo el otro.
      Entonces Sky Low Low se carcajeó como marinero de trasatlántico, y gritó:
      --Tú no puedes llamarte Joe Everest. Ese nombre es absurdo para un enanito como tú.
      Sky Low Low corrió hasta un muro negro, que estaba entre una cantina y una tienda de ropa vieja y, con una tiza blanca, puso su nombre, con letras grandes…
      --Sky Low Low. Ese sí es un bonito nombre para un enano –dijo Sky Low Low, señalándose a sí mismo.
      --Ese es mi nombre –dijo con harto orgullo.
      Estos enanitos se hicieron amigos y se volvieron uña y mugre. Sky Low Low era la mugre y Joe Everest era la uña. Andaban juntos como si fueran mellizos, unidos por la espalda o por el vientre.
      Se les veía juntos por todas partes, y a veces, muchos pensaban que estaban viendo visiones sin haber bebido ni una cerveza. Eran tan iguales los dichosos enanitos.
      Compartían las cosas como buenos hermanos… Una vez consiguieron un trabajo para uno de ellos. Era algo muy complicado que requería mucha concentración. Por lo mismo, sin que el dueño del negocio supiera que eran dos los enanos, supieron Sky y Joe repartirse el trabajo. Sky iba a las oficinas lunes, miércoles y viernes, y Joe se presentaba los martes y los jueves, y, desde luego, se cobraba un solo sueldo… En otra ocasión, uno de los dos enanos se hizo de una novia, y la novia veía a un enano un día y a otro el día siguiente… También, por las noches, hasta compartían los sueños. Para esto, se cambiaban de cama.
      Pero un día de mucho calor, cuando fueron a un parque de diversiones, tuvieron la triste idea de treparse a la rueda de la fortuna, de doble aro, y la canastilla que los transportaba se zafó de sus engranes y por allá fueron a caer.
      Sky Low Low perdió la vida y Joe Everest se quedó solo, todo golpeado, en el mundo.
      Y cuando Sky Low Low llegó al reino de los cielos y se formó en la larga fila que se entrevistaba con San Pedro, sentía que le faltaba algo, algo que se llamaba Joe Everest… Claro que sí, una parte de él se había quedado en la lejana Tierra.
      Pero la tristeza se disipó por completo, ya que detrás de una nube azul se topó (¡caramba, carambola!) con Joe Everest, quien se acababa de suicidar.
      Con una navaja de boy scout sellaron su amistad, pues se hicieron cortadas en la mano derecha y mezclaron las sangres.
      Y a la media noche, tuvieron la feliz idea de intercambiar personalidades. Joe Everest se volvió Sky Low Low, y el enano Sky Low Low se tornó Joe Everest.



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


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