Wednesday, February 5, 2014

GARABATO No. 44



     

Por Eduardo Rodríguez Solís


      Le habían dicho que con luna llena había que subir al techo de la casa.
      Pero le subrayaron bien que esta acción se tenía que realizar teniendo de fondo música de Tchaikovsky.
      Entonces se consiguió en un tianguis un CD con fragmentos de los ballets de este compositor ruso.
      Si hacía con cuidado y precisión estas acciones se le podía aparecer una paloma mágica.
      Y con esta aparición podía transformarse la paloma en una mujer hermosa.
      Esta locura que quería experimentar Emiliano Anzures había salido de un viejo libro de leyendas.
      Ahí, entre las páginas amarillentas, estaba un grabado de la paloma mágica que se volvía mujer esplendorosa… Una mujer que, de verdad, era como la hermana gemela de la Monalisa, de Leonardo Da Vinci.
      Pero qué ensueños y pesadillas había tenido Emiliano Anzures pensando en esa extraña mujer.
      Ella, la doble de la Monalisa, se había convertido en su gran amor. Ella, esa mujer de mirada penetrante, era la reina de su corazón.
      Muchas veces esta damisela encantadora había caminado en las fantasías del joven Emiliano. Y, desde luego, había sido amante apasionada, que reía al verlo y que lloraba cuando había que decirse adiós.
      Entonces, Emiliano Anzures conocía el anverso y el reverso de esta casi Monalisa. Y bien que sabía que antes de ser mujer fue paloma mágica.
      Y la veía volar a veces, y la veía cruzar nubes y tempestades.  Y la veía danzar cerca de él, pero esa extraña realidad se desmoronaba cuando se ponían los pies en el suelo.
      Por eso, y sólo por eso, estaba decidido a treparse al techo de su casa, con el marco de la música de Tchaikovsky.
      Al hacer esto, sus ilusiones se iban a volver realidades de verdad.
      Y con la noticia de la luna llena, llegó la esperada noche, y recargó una escalera de metal a un lado de su casa, y se trepó con su reproductor de discos compactos.
      La noche estaba tranquila. El silencio lo envolvía todo.
      Y cuando la música de Tchaikovsky se puso muy intensa, cuando los violines y las violas atacaban los sonidos con mucha fuerza, de no se sabe dónde, apareció una luciérnaga, que se fue haciendo grande y grande, hasta tener la estatura de un hombre o una mujer.
      La luciérnaga, que llevaba una coraza de hierro, después de darle varias vueltas a Emiliano Anzures, se plantó ante él y le habló con mucha seguridad.
      La luciérnaga dijo que cuando alguien lograba entrar al universo de la paloma, que era también mujer parecida a la Monalisa de Leonardo Da Vinci, las cosas pasaban y no había manera de ir atrás con el tiempo. Entonces, se caminaba en ese sendero quizás mágico, pero no se podía volver por el camino andado.
      --No hay problema conmigo… Lo que sea, que suene –dijo Emiliano Anzures.
      Entonces la luciérnaga, que resultó ser la Reina de las luciérnagas, hizo una señal y se acercó volando una inmensa nube de luciérnagas, que se volvió una niebla que no te dejaba ver… Y detrás de esa nube se adivinó la presencia de una paloma…
      Y precisamente cuando la música de Tchaikovsky llegó a un largo monólogo tocado por el arpa, vino la transformación que todos esperaban.
      Ahí estaba. Era la Monalisa, con su sonrisa cautivadora.
      Enseguida, la luciérnaga y todo, absolutamente todo, se volvió blanco… Y la Monalisa y Emiliano Anzures estuvieron frente a frente, reconociéndose, observándose… Y del CD surgió un vals, que hizo que los dos cuerpos se juntaran.
      La pareja giró y giró, hasta casi caer en el éxtasis.
      De pronto, Emiliano Anzures, el protagonista de este cuento, volteó hacia los lectores de estas páginas y, queriendo decir mucho, sólo alcanzó a decir…
      --Y ahora… ¿Qué es lo que sigue?
      Y todo, absolutamente todo, se fue desintegrando, hasta volverse un fino polvo de color dorado… Y los finísimos granos de ese polvo se fueron surcando las líneas de luz de esa noche de luna llena…
      Después de esos acontecimientos, Emiliano Anzures ya no tuvo ensueños donde la presencia de la casi Monalisa estaba en primer plano… Se volvió un gran solitario que a veces escuchaba fragmentos del “Lago de los cisnes” o “La bella durmiente”.
      Luego vino una triste época en que Emiliano se aficionó a los supuestos deleites del alcohol.
      Y en una de sus farras solitarias perdió el equilibrio y se fue el suelo, arrasando con todo lo que tenía en una mesita… Y se rompió un cenicero que tenía el dibujo de la Torre Eiffel y se destrozó el CD de la música de Tchaikovsky.
      Pasó el tiempo y a Emiliano Anzures le creció cabello cano, y dentro de su cabeza se fueron perdiendo todos los apasionados momentos que vivió al lado de la casi Monalisa.
      La música y las imágenes de la paloma mágica y de la mujer esplendorosa se volvieron detalles del pasado.
      Y un poco antes del final de su camino en este planeta, Emiliano escuchó una vez fragmentos de “La bella durmiente”, de Tchaikovsky, y sus recuerdos se le revolvieron con otros pasajes de su vida.
      Así sucede con nuestra mente. Muy pocas cosas se conservan intactas en nuestro interior. Nuestros archivos personales tienen una capacidad que se diluye, y muchas veces se esfuma con el tiempo.
      --Si hubieras tenido la cansada costumbre de escribir, sin parar, un diario, los recuerdos tendrían más brillo –dijo de pronto la sombra o el ángel de Emiliano Anzures.



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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