Wednesday, February 12, 2014

GARABATO No. 45




Por Eduardo Rodríguez Solís


      Petronila Nepomucena Dolores, que se llamaba así, y que no se quitaba ninguno de sus nombres, porque decía que así completo, su nombre sonaba como el canto de un pájaro azul, vivía en un viejo castillo, absolutamente abandonado, muy cerca del río Rhin.
      Ella solita, había construido en el gran patio del castillo, en el mero centro, una casita que era como la cabaña de unos leñadores. Ahí vivía.
      Y en lo que era el verdadero castillo, no habitaba nadie, y si alguien caminaba por ahí dentro era o un ratón o una cucaracha.
      Este castillo tenía más de cincuenta habitaciones o cuartos o salones. Y en cada puerta, Petronila Nepomucena Dolores había pintado un número con gris blanco… Esto lo había hecho para saber dónde estaba, si es que se le ocurría merodear por la prodigiosa edificación.
      En la parte norte del gran patio del castillo había un jardín que tenía flores de todos tipos y colores. Ahí se pasaba las horas Petronila Nepomucena Dolores.
      Un día, de los primeros de una primavera, estaba la niña Petronila Nepomucena Dolores limpiando y recogiendo hojas secas y conchas de caracoles de su jardín… Y al mover tierra, levantó una piedra de río, y le dio la vuelta. Y tremenda sorpresa tuvo Petronila Nepomucena Dolores. Ahí estaba la carita de una mujer que parecía muy elegante. La carita se movía, y cerraba un ojo, y otro, y se sonreía.
      Luego, el pequeño rostro se desdibujó y aparecieron unas palabras: “Ven mañana, a la misma hora. Te conviene”.
      Petronila Nepomucena Dolores colocó la piedra en su sitio, en el suelo, y se alejó del jardín, y se metió en su casita de leñador.
      Petronila Nepomucena Dolores no pudo dormir esa noche. Estaba muy inquieta, dando vueltas y vueltas en su colchón…
      Y de pronto se vio al lado de un joven, que parecía el hijo de un rey o algo así… Este joven le extendía un anillo con diamantes de verdad. Era el regalo de un enamorado de Petronila Nepomucena Dolores. Era el nuevo novio que se le cruzaba en su camino.
      Cuando el único gallo del castillo y sus alrededores se puso a cantar, Petronila Nepomucena Dolores pudo ver por la ventana los primeros rayos del sol.
      Entonces se comió la mitad de una manzana y se fue al jardín… Y levantó la piedra del río y le dio la vuelta.
      La carita le sonrió y apareció el siguiente texto:
      “Te vas a la puerta veinticinco y te metes”.
      Al rato, entró por la puerta veinticinco y buscó por todos lados. Hasta que de una hendidura del techo vio un hilo que colgaba, con un sobre.
      “Tus palabras mágicas son ‘su-alma’ Guárdalas, valen mucho. Y mañana, te vas a ver a tu amiga, la piedra del río”.
      Ese era el mensaje extraño. “Su” y “alma” eran palabras mágicas. Pero, ¿de qué magia se trataba?
      Ya en su cuarto de leñador, Petronila Nepomucena Dolores pegó una hoja en una pared, al lado de una copia de un dibujo de Picasso, y escribió las palabras “su” y “alma”.
      Luego se puso a reflexionar y decidió “mandar todo a volar, palomas” y se olvidó de la supuesta magia que empezaba en la piedra del río.
      Petronila Nepomucena Dolores quiso entonces ocupar su día haciendo mermelada de moras.
      Agarró un “moral” o bolsón y se salió de los límites del castillo, y se fue hasta la cúspide del Cerro de la Cruz. Ahí había un buen sembradío silvestre de moras.
      Cantando una tonada vieja, se puso a recoger las frutillas más oscuras. Y un grupo de cardenales pasó volando, y de ellos cayó una piedra que tenía como envoltorio un papel. Ahí dentro había un mensaje:
      “Todas las palabras que nacen de las piedras del río tienen su encanto. Júntalas y, con la mitad, descifra el misterio…”
      Con un poco de miel que le regaló una viejita, y con sus moras, estuvo Petronila Nepomucena Dolores toda la tarde haciendo su mermelada.
      Y pensaba a cada rato en el mensaje de los cardenales.
      Un amigo halconero, que tenía aves que volaban hasta casi las estrellas, le regaló a Petronila Nepomucena Dolores un poco de pan… Probó entonces la niña su mermelada y se pudo sentir llena de vida y de felicidad.
      Petronila Nepomucena Dolores, a lo largo de cinco o seis días, en las mañanas, prosiguió con la extraña rutina de la piedra del río, y pudo abrir algunas puertas del castillo.
      Y la piedra del río le comunicó “que ya había juntado sus palabras”. Entonces había que empezar a hacer ordenaciones de vocablos para obtener el mensaje final.
      Petronila Nepomucena Dolores anotó todas las palabras en la hoja de papel que tenía en la pared de su casita.
      Su * alma * misteriosa * luna * de * noche * arrugado * pergamino * estrella * preciosa * calor * viene * tocando * madera.
      Lo intentó varias veces, y no pudo con el mágico juego.
      Entonces, toda llena de tristeza, Petronila Nepomucena Dolores se puso a observar el paisaje que se veía a través de su ventana, y vio más allá de los muros del castillo… Hasta que un cardenal llegó volando…
      --Te voy a ayudar –dijo el cardenal.
      El hermoso pájaro rojo recortó las palabras del papel pegado en la pared, y tiró a la basura la mitad.
      --Ahora, te voy a poner las palabras en orden para que te acuerdes de Granada –dijo el cardenal.
      “Su luna de pergamino preciosa viene tocando”.
      --¿Y quién escribió esas palabras? –preguntó Petronila Nepomucena Dolores.
      --Sólo te dijo las iniciales de su nombre –dijo el cardenal.
      Y con su pico, en un pedazo de madera clara, puso una “efe”, una “ge” y una “ele”.
      Petronila Nepomucena Dolores se quedó unos meses “en la luna”, pero, al final, supo la verdad escondida…
      Cuando conoció el nombre del poeta, salió Petronila Nepomucena Dolores al jardín, y dibujó en varios lugares, en la tierra, las palabras del escritor.
      Y desde ese día, siempre, en la estación que fuera, hubo flores vivas y relucientes en su jardín. Nada se marchitó. Absolutamente nada.      

     
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

No comments:

Post a Comment