Friday, January 17, 2014

GARABATO No. 41


Joan Miró: Personage and Birds (Painted bronze)
JP Morgan Chase Tower, Houston.


Por Eduardo Rodríguez Solís


      A Eustaquio Miraflores le habían enviado un sobre lacrado con el sello real de Luxemburgo. Dentro, estaban unas hojas amarillas, que parecían pliegos de amate. Ahí estaban unos apuntes de Do-Blin-Mi, un viejo científico chino que había descubierto una técnica para poner perpendicular al suelo cualquier cosa. Esta técnica fue apreciada mucho por Leonardo Da Vinci, y seguramente, tomada en cuenta en la Torre de Dubai, que tiene casi el doble de la altura del Empire State Building de Nueva York.
      Ese sobre lacrado se lo había remitido Tony Lamb, un excéntrico millonario que tenía el sueño de alcanzar la gloria.
      La técnica anotada con claridad, que hacía poner perpendicular al suelo cualquier cosa, estaba siendo aplicada en su nuevo proyecto. La técnica era extraordinaria, pues no requería de tensores para vencer las fuerzas de los vientos.
      Al observar Eustaquio Miraflores estos viejos documentos se dio cuenta que la altura del Empire State Building equivalía, más o menos, al largo de una vuelta en una pista de atletismo… Y se imaginó correr esta vuelta en menos de cincuenta segundos.
      A Eustaquio Miraflores le iban a presentar a Tony Lamb, quien se decía (y nadie le creía) ser bisnieto de William Lamb, el arquitecto que diseñó el Empire State Building, tremenda construcción con una altura de 1,250 pies, que se empezó a elevar hacia las alturas en 1929.
      Tony Lamb traía un proyecto sensacional. Iban a parar siete varillas de 1,250 pies de longitud en varios puntos de la Unión Americana. Sosteniendo esa altura iban a hacer un riel. Este iba a ser el camino que iba a recorrer un vagón colgante. Y el recorrido iba a ser de W a E. Pero el único trayecto que iba a tener distinta orientación sería el primero: El que iba de la primera varilla, situada cerca de uno de los puentes de San Francisco, hacia el NW, hasta llegar a Eureka, también en California.
      Luego, todas las orientaciones del riel serían hacia el Este, siendo casi paralelas al paralelo 40, hasta llegar a la torre del Empire State Building, en Nueva York.
      Quien se iba a entrevistar con Tony Lamb era Eustaquio Miraflores, nacido en Houston, de padres mexicanos. El, sí, señores, él iba a ir dentro del vagón que iba a hacer ese largo recorrido en ocho días.
      En las páginas centrales de un mapamundi, Eustaquio Miraflores había hecho sus marcas con un bicolor Eagle. Ahí se levantaban las varillas.
      San Francisco, California.
      Eureka, California.
      Elko, Nevada.
      Salk Lake City, Utah.
      Fort Collins, Colorado.
      Champaign, Illinois.
      Canton, Ohio.
      Empire State Building, New York City.
      Al llegar a cada posición de una varilla, quien viajaba en el vagón, tenía que arrojar 200,000 volantes que llevaban el texto “viaje imaginario que se hace realidad”. En cada etapa, cada vez que llegaba el vagón a una varilla, se hacía un descanso, para poner en cero el calentamiento causado por la fricción.
      En esos descansos, el tripulante podía dormir un poco, o podía comer algo o refrescar su garganta.
      Siguiendo instrucciones, Eustaquio Miraflores se fue al mero centro de Houston. La cita con Tony Lamb era donde está una escultura del español Joan Miró.
      Pero ahí estuvo casi todo el día esperando, y la sombra del excéntrico millonario Lamb no se vio.
      Miraflores, decepcionado, ya se iba de ese lugar, cuando una mujer, toda vestida de rojo, se le acercó.
      Algo extraño le había pasado a Tony Lamb. La historia parecía un pasaje de la vida de Salvador Dalí.
      Tony Lamb había volado en su helicóptero, pero, antes de llegar a Houston, en pleno desierto, se les había acabado el combustible. Y ahí estaban, acalorados, en un oasis donde sólo había una mata de dátiles amargos.
      La mujer de rojo, que era muy bella y blanca como una perla, le extendió a Eustaquio Miraflores una tarjeta de crédito, con una clave para poder sacar dinero en cualquier lugar.
      Dicho y hecho, Miraflores, el buen Eustaquio, empezó a sacar dinero utilizando la tarjeta de crédito.
      A veces, se veía con la dama de rojo, y sabía que Tony Lamb, por recomendaciones médicas, había suspendido temporalmente el proyecto del vagón colgante.
      Esperando la fecha del largo viaje de W a E, Eustaquio se quedó con el cabello gris y ya le dolían las piernas. El tiempo había pasado.
      Un día vio en una revista que las largas varillas del proyecto Lamb se habían transformado en astas, y en cada una de ellas ondeaba una bandera americana.
      Tiempo después, su tarjeta de crédito se quedó en ceros, y le llegó la noticia de que Tony Lamb había sido detenido al encabezar el robo de un banco.
      Vino enseguida el cambio de siglo, y Eustaquio, junto con su amiga de rojo, se fue a vivir a la isla Mona, de Puerto Rico, y ahí, al centro de una Reserva Natural, erigieron una varilla de 1,250 pies de largo, y pusieron ahí una bandera con el escudo de armas de la familia Miraflores.



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


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