Thursday, November 1, 2012

ERIKA RIVERA Y EL VAGONCITO VERDE






Por Eduardo Rodríguez Solís

 
      A Erika Rivera, que es Rivera por el apellido de su primer marido, le gustan mucho las flores, las plantas. A mí (que soy el segundo) me gustan también. Ella es alemana, pero cuando la guerra, la familia se tuvo que ir a Luxemburgo. Durante su niñez, corrió por campos y praderas, y pudo recoger zarzamoras para luego hacer mermelada. Era lo que se llama una amante de la naturaleza. Y esa pasión le ha seguido por todas partes.
      Le gustan tanto las actividades del jardín, que una nieta, recién le regaló un vagoncito para cargar cosas de un lado a otro. Ese obsequio llegó en una caja y había que armarlo. Siendo un producto chino, sus instrucciones venían en inglés y en español. Era un rompecabezas sensacional que casi se necesitaba un doctorado de la Universidad de Oxford para armarlo con éxito.
      Utilizando toda la capacidad de mi cerebro (ojo: uno usa muy poquito para las cosas de la vida), empecé con la tarea. Y ahí me fui, poco a poco, poniendo tornillos, fierros y tuercas… Pero tuve un accidente… Una tuerca se me fue rodando y cayó en la rendija que hay entre dos secciones del patio de cemento… Y me sentí perdido…
     Entonces me acordé que Johanna, la madre de Erika, tenía un anaquel con muchos cajoncitos, llenos de clavos, rondanas, tornillos y tuercas… Busqué y busqué, y lo encontré… Y en el segundo cajón encontré la tuerca que me faltaba… Grité varias veces “eureka”, y terminé de armar el vagoncito…
      Johanna Kohl, cuando se fue de este mundo, nos dejó su casita llena de recuerdos. Varias colecciones de revistas y catálogos que le llegaban de Alemania, muchos enanitos de plástico o de madera, de la buena suerte (vestidos a la usanza alemana), y muchos botes sin abrir de café muy bueno (cosa que nos duró varios años)… Y tantas y tantas cosas…
      Johanna Kohl, buena mujer alemana, mamá de Erika Geimer Rivera, me salvó la vida. Gracias a ese anaquel ordenado de clavos, rondanas, tornillos y tuercas, pude terminar de armar ese vagón verde…
      Algunos de los enanitos de la buena suerte se vinieron a nuestra casa. Son buenos compañeros y se puede –si uno tiene imaginación—platicar con ellos. Son como la gente de campo, sencillos y siempre están listos para ayudar… Sólo hay que gritarles… Y vienen luego luego…
      El vagoncito verde tiene su personalidad. ¿Por qué no?


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)           

2 comments:

  1. Esta buena dicha reflexion llena de recuerdos y paginas antiguas,si de armar cosa se trata es todo un proceso, lleva su teoria

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  2. Esos enanitos que creo son de la Germania y que visten siempre ropa de invierno, con gorro largo y llevando casi siempre barba blanca, son absolutamente duendes que traen la buena fortuna o las buenas nuevas. Si uno tiene uno, sus flores del jardín crecen mucho. Estos seres cuidan el espacio que tienen. Se consiguen muy baratos y son una buena compra espiritual. Se les puede poner nombre y son ámgeles de la guarda (si uno quiere).

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