Sunday, April 29, 2012

EL OSO DE PELUCHE





Por Eduardo Rodríguez Solís


      Se había escapado del zoológico. Había corrido muchísimo. Ya estaba cansado. Y se le cerraban los ojos, de sueño… Ah, qué leopardo, había dejado una vida tranquila, con comida a sus horas, con descanso sabroso en las noches… Y ahora estaba ahí, a la entrada de la ciudad, y no sabía para dónde ir…
      Pero, ¿qué hacer? ¿Quién le iba a brindar apoyo y un poco de amor? ¿Quién? Pues nadie, porque la ciudad era fría y casi nadie tenía buen corazón…
      Entonces, el leopardo brincó una barda y se adentró a un terreno muy amplio, donde todo estaba seco...
      Buscó un rincón y se echó, haciendo con su cuerpo un círculo muy estrecho… Y, al rato, se puso a llorar.
      Pero dejó de llorar, porque estaba en la selva, recordando los buenos tiempos, cuando corría en libertad… Todavía no habían llegado los cazadores que atrapaban animales para los circos o los zoológicos… Los animales podían en aquel entonces respirar.
      Corría con sus hermanos hasta una cascada. Y se metían en la oscuridad y se bañaban con el agua helada. Luego, se subían a unas rocas y esperaban a que el sol saliera entre las nubes… Y sentían ese calorcito que calienta, que acaricia…
      Después corrían hasta donde estaba el castillo abandonado en medio de la selva. El castillo había sido construido por un millonario que tenía un hidroplano, un avión que “aterrizaba en tierra y acuatizaba en el agua…
      Se llamaba Howard y tenía una amiga muy guapa, que quería ser artista de cine.
      Cada vez que volvía a la realidad, el leopardo se sentía inundado por una gran tristeza y el gotear de sus lágrimas. Se sentía solo y totalmente abandonado.
      Fue entonces cuando un nuevo habitante apareció en ese lugar… Era un cuervo… Pero este cuervo era muy gracioso, Brincaba y daba vueltas en el aire. Parecía un payaso.
      --Esta vida, hay que vivirla –dijo el cuervo.
      El leopardo lo miró de frente con cara de animal malo… Y hasta hizo el ruido de un animal salvaje.
      --Tú no me asustas. Tú no eres un animal de la selva –dijo el cuervo.
      Entonces el leopardo le enseñó las garras, y tiro unas tarascadas al aire.
      --Tú no asustas ni a las moscas –dijo el cuervo.
      Y el leopardo le dio la espalda y se puso a llorar desconsoladamente.
      La tragedia que expresaba duró mucho tiempo… Ya estaba la luna allá arriba y el triste leopardo seguía “echando moco”.
      Hasta que suspiró varias veces y se quedó en paz.
      Entonces el cuervo, tratando de alegrar el ambiente, quiso hablar de cosas que había vivido.
      Dijo que una vez se robó una manzana y se la llevó volando hasta donde vivía, pero la fruta se le escapó de las patas, y fue a caer justo en el plato de sopa que disfrutaba el gigante de las montañas… La sopa salpicó todo y el gigante se manchó la camisa y su pantalón…
      Furioso, volteó la mirada hacia arriba y vio al cuervo…tomó su resortera y lanzó una piedra… Y la piedra casi le pegó, pero no, se abrió paso en el aire y chocó contra el dragón verde, que dormía en el bosque… El dragón se despertó, le dolió mucho el golpe… El dragón verde intuyó que el gigante había aventado el proyectil… Y salió corriendo a perseguirlo…
      El leopardo estaba contento. La historia le había parecido graciosa. Sonreía…
      --Pero esa historia tú la inventaste –dijo el leopardo.
      --La inventé para ti –dijo el cuervo--. Yo invento muchas historias. Soy especialista.
      El leopardo contó su historia, una historia hecha de pura verdad. Nada había inventado… Habló de cómo lo cazaron en la selva… Habló de cómo llegó al zoológico… Habló del amor que tuvo en el zoológico…
      --¿Tuviste amores? No lo puedo creer –dijo el cuervo.
      --Lo tienes que creer. Yo te estoy diciendo la pura verdad –dijo el leopardo.
      Entonces compartió los detalles de su historia de amor… Un día trajeron leopardos de un zoológico clausurado. Y entre esos animales venía una joven leopardo que era muy bonita. Se llamaba Flor de Azahar. Caminaba con lentitud y era muy delicada. No era peleonera sino toda una dama…
      --Yo le conseguí unas flores rojas. Eran cinco. Cada una decía “te quiero” –dijo el leopardo.
      Pero toda esa historia que prometía revelar un gran amor se desmoronó, se vino al suelo. Unos empresarios de Las Vegas necesitaban unos animales para un show en un casino, y se llevaron algunos animales del zoológico. Y en el grupo iba la bella leopardo Flor de Azahar.
      El leopardo de nuestro cuento se volvió el animal más triste de la tierra. Bueno, eso es lo que decía el leopardo.
      --Y ahora, ¿qué quieres hacer? –preguntó el cuervo.
      --Si te dijera que quiero ir a Las Vegas, dirías que estoy loco –dijo el leopardo.
      --Bueno, cada quien tiene sus locuras –dijo el cuervo.
      Después de una pausa, vino algo que no se esperaba. Una idea que surgió del cuervo…
      --¿Qué te parece si hacemos un circo? –exclamó el cuervo--. Nos divertimos y hacemos dinero para vivir.
      Los dos animales cerraron los ojos e imaginaron que el tiempo pasaba… Veían en sus mentes una gran carpa. Era el circo de los Hermanos Vodo… Y si alguien preguntaba sobre el apellido Vodo, todos iban a decir que no era un apellido, sino una combinación de sílabas: vo (de cuervo) y do (de leopardo)…
      --Pasen ustedes, la función ya va a comenzar –gritaba un hombre vestido con colores chillantes--. El circo de los Hermanos Vodo llega a este lugar con su espectáculo fabuloso…
      La gente (niños y grandes) se arremolinaba en la taquilla y luego, ya con boletos en mano, se pasaba al puesto donde vendían palomitas… Y entraban todos a la carpa… La pequeña orquesta tocaba varias piezas de Scott Joplin, y los payasos, los acróbatas y los malabaristas se preparaban… Lo mismo hacía el domador de leones…
      Se anunciaba el acto de los payasos. Y salían cuatro tipos vestidos extravagantemente y, al final, aparecía el cuervo, que también traía su disfraz. Todos hacían reír al “respetable”, y el cuervo repartía dulces. Luego, todos aplaudían.
     Durante el acto de acrobacia, el leopardo de nuestro cuento se convertía en la estrella… Se movían los artistas en los trapecios y daban saltos mortales, ante los ojos de un público entusiasmado… Y, para entonces, la orquesta tocaba un bello vals de Strauss…
      De pronto el trapecio se vino abajo, dejando caer al leopardo, con los huesos rotos, hecho una desgracia… Vino una ambulancia y lo recogieron con cuidado…
      --Me muero –gritaba el leopardo.
      Pero no se moría, porque todo era imaginario, una farsa, algo que imaginaban para jugar, para pasar el tiempo…
      El cuervo se puso serio. Y dijo que eso del circo, lo dejarían para otra ocasión… Le dijo al leopardo que había que salir de ese lugar para buscar un sitio mejor…
      Y se fueron caminando, bueno, el único que caminaba era el leopardo, porque el cuervo se paró en la cabeza del leopardo, y se quedó ahí, en equilibrio…
      Pasaron entonces por muchos lugares. Cruzaron parques, jardines, avenidas, y no encontraban nada adecuado a sus gustos, a sus necesidades.
      Se detuvieron frente a una feria que dejaba ver un carrusel y la rueda de la fortuna. Y un lugar de tiro al negro…
      Si le pegabas, te podías ganar un osito de peluche.
      Y tiraron sus pelotas de béisbol y el cuervo le dio al negro, y se ganó su oso de peluche, que tenía los ojos bien abiertos.
      Se fueron el leopardo y el cuervo a un rincón, y ahí observaron a su nuevo amigo, el oso de peluche… Y cuando lo sentaron en el suelo, el osito se transformó en un oso de verdad… Una verdadera maravilla… Un regalo de los cielos…
      El oso, que había sido de juguete, y que ahora era un oso de verdad, dio unas maromas y empezó a hablar…
      --Yo soy el oso de peluche de la feria. Y el que me adquiere, se friega… Porque me tiene que aguantar… Para qué me ganó en el tiro al negro… Y soy de peluche porque de eso me hicieron… Y sirvo para muchas cosas… Para que se me regale el día de los novios… Para estar sentadito, de adorno… Para que me elijan, y me abracen cuando se van a la cama… Y ahí me quedo encarcelado, hasta el otro día… Soy el oso de peluche… un invento del presidente americano Teddy Roosevelt… Por eso, a veces me dicen Teddy Bear…
      El oso de peluche, que ya era de verdad, dejó de hablar cosas personales, y comentó que ya era hora de continuar camino…
      Y empezó a caminar, y ahí detrás se fue el leopardo, con el cuervo parado en su cabeza… Cruzaron colonias ricas de la ciudad, donde había muchos coches de último modelo… Casas con diseño muy moderno, y calles limpias como una iglesia…
      Pero cuando llegaron a las colonias pobres, el panorama cambió… Muchos desperdicios por todos lados y casitas de cartón o de pedazos de muchas otras cosas se dejaban ver por dondequiera. En lugar de macetas de barro, había latas de conservas con pequeñas flores silvestres… Ahí los niños y la gente no usaban zapatos… Y las calles eran de tierra, sin cemento, llenas de basura…
      El leopardo y el cuervo observaban todo en silencio…
      Hasta que el osito de peluche, que era de verdad, entró a un camposanto donde la mayoría de los muertos tenían una cruz, alfa con cierta fecha, y omega, con una diferente…
      --Este es el lugar donde todos son iguales… Donde todos se van a volver carne de gusanos –dijo el osito.
      Apareció entonces un viejo, que tenía todos los años del mundo… Era el sepulturero… El que abre las fosas y que luego las llena con un féretro, con unas flores que se arrojan, y con algo de la tierra que sacó…
      El viejo les dijo que los cementerios eran los jardines más hermosos de la ciudad… Y entonces todos pensaron en aquella tranquilidad que se veía ahí, en aquel silencio, en aquella paz…
      --Yo quiero ser su ayudante –le dijo el leopardo al viejo.
      --Yo también quiero ser su ayudante –dijo el cuervo.
      Y el oso de peluche, que ya era de verdad, dijo:
      --Yo también quiero ser ayudante.
      Y el sepulturero se hizo de tres ayudantes…
      Trajeron palas, tijeras de jardinero, trajeron una manguera para el agua, y se pusieron a trabajar con mucho entusiasmo… Y siguieron siempre (por muchos años) las instrucciones de aquel viejo sepulturero.


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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