Saturday, April 14, 2012

DULCE AMANECER




Photographer: Mr. Mohammed Al Momany, Aqaba, Jordan
This image is in the public domain


Por Eduardo Rodríguez Solís


      A la única ardilla que había en la arboleda cercana a la playa, una vez le platicaron que por ahí andaba un caballito de mar que tenía personalidades diferentes… Era caballito de mar, desde luego, pero cambiaba fácilmente su personalidad. Se transformaba en caballo de carrusel de feria, caballo de carreras, caballo de la policía montada… Y esa personalidad que tenía este caballito de mar cambiaba según su estado de ánimo o según la historia que vivía.
      A la ardilla de nuestro cuento, también le dijeron que era difícil hacerse amigo de este caballito de mar… Por tanto, había que tirar a la basura la ilusión de acercarse a él… Mejor, le decían a la ardilla, perseguir cualquier otro horizonte, y no inmiscuirse en la vida de este caballito de mar portador de tres disfraces.
      Pero la ardilla, con todo, deseaba conocer de cerca a este ser múltiple, que vivía entre el mar y la tierra... No podía estar en paz, y en sus sueños y en sus ensueños siempre andaba muy próxima a este animal que tenía una vida tan amplia… Pero, cuando intentaba adentrarse al espíritu de este caballito de mar, algo pasaba y la ilusión se desmoronaba.
      Una vez a la ardilla le dijeron que el caballito de mar, transformado en hermoso caballo blanco, andaba dando vueltas en el carrusel de la feria… Y, sin pensarlo dos veces, se fue corriendo hasta este parque de diversiones, y se pudo meter fácilmente debajo de uno de los enrejados…
      Ahí estaba, con su figura fabulosa, dando vueltas… Y muchos niños se habían trepado en leones, osos y caballos… Subían y bajaban, mientras el carrusel daba vueltas… Del gran aparato surgía un vals antiguo… Una niña güerita estaba encima del hermoso caballo blanco… Era una niña llena de vida…
      Si uno se fijaba bien en el caballo blanco, podía imaginar fácilmente de dónde había salido esta belleza… La ardilla, cerraba y abría los ojos, y se daba cuenta que el caballo blanco era también un caballito de mar… Era fácil hacerlo… Si uno se dejaba llevar por la ilusión, cosa que la ardilla dominaba, podía ver esa doble imagen… Era fácil…
      A eso de las diez de la noche la actividad en el parque de diversiones cesó, y se cerraron las puertas del lugar. Pero la ardilla seguía ahí, observando al hermoso caballo blanco… Y, a poco, el animal se salió del carrusel y estiró primero sus huesos… Luego, se fue en busca de algo para comer… Y atrás de la casa de los espejos, encontró unas pacas de paja… Comió en silencio, mientras era observado por la ardilla.
      --Y tú, ¿qué buscas aquí? –preguntó el caballo blanco.
      La ardilla habló de sus razones… Dijo que le interesaba muchísimo acercarse a él, un verdadero caballito de mar, conocer sus sentimientos… Que lo había querido desde hacía tiempo… Y deseaba que se hiciera realidad…
      --¿Y cómo sabes que  yo soy el caballito de mar? –preguntó el caballo blanco.
      La ardilla dijo que lo sabía porque había seguido sus huellas, también le habló de sus disfraces.
      --¿Y cuáles son mis disfraces? –preguntó el caballo blanco un poco intrigado.
      La ardilla habló del caballo blanco del carrusel y luego mencionó al caballo de carreras y al caballo de la policía montada.
      --Si la gente se disfraza, no sé por qué los animales no podemos hacerlo –dijo el caballo blanco.
      El caballo blanco le dijo a la ardilla que quería correr un poco. Necesitaba estirar sus músculos. Y, después de subirse al caballo blanco, la ardilla se agarró de las crines… Y empezó la carrera… Había que subir a una montaña…
      En la carrera, el caballo blanco iba creando su propio viento. Todo se sentía fresco y agradable, y la ardilla disfrutaba de este clima… Pero, como la velocidad aumentaba, había que cerrar los ojos… Y cuando esto hacía la ardilla, veía al caballito de mar en sus distintas personalidades… Y luego, se preguntaba la ardilla si ella no podía hacer algo semejante… Diversos disfraces para diversas ocasiones… Buena idea…
      Y la ardilla pensó que ella sería un conejo, un pájaro azul y un gato montés. Pero ese proyecto se le hacía un poco idiota. ¿Cómo diablos una ardilla se iba a disfrazar de otro animal? Eso resultaba absurdo…
      Cuando llegaron a la cumbre de la montaña, pudieron ver el paisaje que se extendía sin fronteras. Todo se veía pequeño, minúsculo, como en un cuento de hadas. Se veían los pastos de distinto color verde. Unos estaban más oscuros que otros. Y la ardilla pensaba que los tonos verduzcos tenían que ver con el tipo de cultivo que ahí había…
      Se respiraba un aire diferente, más saludable… Y la ardilla pensaba que estaban muy cerca del territorio de los santos, y los ángeles que nos cuidan.
      --El aire se siente distinto –dijo la ardilla.
      --Es que acercándote a las nubes, al sol, al pleno cielo, te acercas a lo que yo llamo “la frescura de la vida” –dijo el caballo blanco.
      Entonces la ardilla supo lo que era eso de “la frescura de la vida”… Estar por encima de las cosas viciadas y sucias… Un planeta distinto, que no hemos conocido… Un planeta distinto, que se conoce cuando se sube a las altas montañas.
      Pero llegó el momento de dejar la montaña… Y los animales bajaron en absoluto silencio, sin correr, dejándose llevar por la inercia del descenso, como cuando uno baja por las escaleras.
      Y llegaron al parque de diversiones y se fueron hasta el carrusel… Y ahí el caballo blanco se puso en su lugar y ya no se movió.
      En otra ocasión, a la ardilla le dijeron que en el hipódromo, que estaba detrás de las montañas nevadas, iban a hacer una gran carrera. Y le dijeron que el caballito de mar iba a estar presente, porque quería ganar el Trofeo de la Primavera.
      La ardilla consultó mapas y encontró el mejor camino para llegar allá… Imagínense, dos días y medio de caminata… Y cuando escuchó las cornetas que anuncian las carreras, supo que ya estaba ahí…
      Miles de hombres y mujeres se movían por todos lados. Las mujeres llevaban vestidos a la moda y los hombres, todos, estaban con frac… Aquello era el acontecimiento de la temporada… Y ahí venían los caballos con sus jinetes… El caballito de mar se había transformado en un caballo blanco con manchas negras.
      Corrían milla y media, y eran ocho… Y el caballo favorito era uno color café, que se llamaba Trueno… Dulce Amanecer, que era el corcel que tenía alma de caballito de mar, estaba tranquilo… Y su jinete, vestido de azul, sonreía para todos lados.
      Cuando los ocho caballos y sus jinetes, entraron al arrancadero, la gente empezó a comunicarse a través de una sinfonía de ruidos, que crecía y crecía… Se oyó el disparo que daba comienzo a la carrera, y alguien que gritaba mirando al cielo…
      La ardilla trataba de ver a los caballos, pero no era posible… La gente se apretujaba y el terreno vibraba al compás de los cascos de los caballos… El favorito iba al frente y nadie lo podía alcanzar… Pero en una curva el jinete perdió el equilibrio y fue a parar al suelo… El caballo casi se detuvo…
      Los siete caballos que quedaban compitiendo iban muy cerca unos de otros y no se sabía cuál iba a ser el vencedor… Pero el jinete de azul, el que iba en Dulce Amanecer, logró la delantera… Y fue despegándose del grupo…
      Dulce Amanecer ganó el codiciado trofeo, y volteó a ver a la ardilla y le guiñó un ojo.
      Días después, a la ardilla le dijeron que el Presidente de la República llegaba a la ciudad y se le iba a hacer un homenaje en la plaza principal… Y que el lugar iba a estar vigilado por la Policía Montada… Y alguien le dijo a la ardilla que el caballito de mar iba a andar por ahí, protegiendo al presidente.
      La ardilla, siempre precavida, se fue en la madrugada al lugar de acción, y se subió a un árbol muy frondoso. Y buscó una buena rama, para observar el acontecimiento, y ahí se quedó, comiendo algunas semillas que había recogido por los alrededores. 
      La gente empezó a llegar, y la banda militar se acomodó en una plataforma. Los músicos abrieron sus atriles y pusieron sus papeles pautados. La primera marcha que iban a tocar era de Tchaikovsky.
      Ya casi a la hora, llegaron los camiones que traían a los caballos. Y ahí venía el caballito de mar disfrazado… Era un caballo negro que tenía las crines doradas… Era el más bello de los animales.
      Arribaron también los jinetes. Y luego luego se treparon a sus cabalgaduras…
      Por la avenida se vio una limousine. Era negra y llevaba dos banderas a los lados. La gente gritaba y ondeaba pequeñas banderas… Y se abrió la portezuela del automóvil y apareció un hombre de pelo canoso. Era el presidente, y llevaba una banda tricolor atravesada en el pecho.
      La ardilla estaba entusiasmada, y más, porque el corcel negro de las crines doradas estaba debajo de ella… Y el caballo sabía que la ardilla andaba por las ramas, porque a cada rato giraba la cabeza y miraba hacia arriba.
      Cuando regresó a su casita, la ardilla tomó su diario e hizo unos apuntes y unos dibujos. Ahí estaban sus recuerdos y todo lo importante que había hecho en su vida.
      Al pensar en el caballito de mar, anotó lo siguiente:
      “Tener un amigo es importante… Pero hay que saber escoger entre tantas posibilidades que nos da la vida… Hay que saber husmear con inteligencia… Hay que saber tomar la mejor manzana… Porque la mejor manzana contiene la mejor azúcar.
      “Tener un amigo es fundamental… Se necesita de alguien para compartir las dudas y las interrogantes…
      “Con paciencia y con tiempo, la luz llegará… Y nos daremos cuenta cuando el rayo de luz sea suficientemente cálido… Con tranquilidad llegará la primavera que se necesita… Y con la primavera aparecerá ese amigo que se anhela.”
      La ardilla cerró su diario y salió de su casa en busca de semillas… Había que almacenar mucho alimento, para las épocas de frío y de nieve… Corrió hacia el centro de la arboleda… Ahí había mucho que recoger…
     Empezó a hacer un montón… Y el montón se volvió casi una montañita… Eran muchas las semillas que había juntado…
      La ardilla estaba llena de felicidad. Tenía alimento de sobra y sabía que el caballito de mar, que se disfrazaba con habilidad, por ahí andaba, muy cerca de ella… Muy cerca de su mundo…
      Y el caballito de mar, dentro de la mente de la ardilla, se transformaba fotográficamente en caballo de carrusel, caballo de carreras y cabalgadura de la policía montada… Clic, clic, clic… Hacía sus cambios de disfraz, ante la sonrisa de la ardilla…



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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