Saturday, January 14, 2012

APOTEOSIS DE LA CARIDAD

(La Virgen de la Caridad atraviesa en procesión la Calzada del Diez de Octubre)



Por Habey Hechavarría Prado

I

Por “la Calzada más bien enorme de Jesús del Monte”, arteria urbana donde el poeta Eliseo Diego tuvo una de sus más encantadoras visiones líricas, desfiló la Bendita Imagen de la Virgen María de la Caridad, para darle un lustre más espiritual y cristiano a la hoy nombrada con garbo fundacional Calzada del Diez de Octubre. Quienes tuvimos la oportunidad de acompañarla, entre una incalculable oleada de multitudes, desde la parroquia de Jesús del Monte hasta parroquia de Los Pasionistas, atravesando un tramo de esa estrecha pero populosa avenida, asistimos a un evento histórico de fervor religioso y de patriotismo en el municipio más poblado de La Habana.
La convocatoria de la Virgen es impresionante. Días antes hubo avisos, acciones misioneras y muchísimos comentarios personales (principal medio de comunicación en Cuba) para divulgar lo que sucedería en la ya inolvidable noche del 17 de noviembre de 2011, después de las 8 y 30. La imagen que los mambises veneraron y que les acompañó en sus esfuerzos independentistas, movilizó, a lo largo de unas 10 cuadras, a varios miles de personas residentes en los barrios de Santos Suárez, Lawton y La Víbora, según cálculos aproximados. Hasta la banda Municipal se sumó a la procesión aportando una mayor sonoridad. Solo la Virgen en Cuba puede tanto.




La gente se apostó a ambos lados de la calle, inundó balcones y azoteas, salió de tiendas y lugares públicos, se le veía correr por las entrecalles para no perderse el paso de la Señora. Se detuvieron carros y motocicletas. Guaguas repletas de gente, como siempre, detenidas por la procesión, no mostraban caras adustas de pasajeros importunados sino rostros fascinados ante lo insólito o emocionados hasta las lágrimas, cuerpos salidos por las ventanas, cámaras y teléfonos móviles que intentaban eternizar el momento. Pero lo más conmovedor era la voz de las personas, sus aplausos, las aclamaciones que se confundían con los agasajos a la belleza de la imagen iluminada y viajera, peticiones desesperadas, piropos de hijas e hijos enamorados de su Madre que pierden todo tipo de respetos humanos para dejar expresar lo que sale espontáneamente del corazón. Y, gracias a Dios, todo lo que este reportero escuchó, fue hermoso y edificante en medio de la inocencia o de la sencillez popular que se dejaba guiar por cánticos, oraciones y rezos marianos tradicionales, inducidos desde el carro.
Sorprendían, cortaban la respiración, hacían temblar las expresiones de reconocimiento ante una experiencia tan evidente de lo sagrado en los mismos lugares donde sucede nuestra cotidianidad. Unos decían que era muy bonita la Madre de Iglesia, otros afirmaron que se erizaban solo de verla, algunos quisieron abalanzarse sobre el carro que la transportaba; quienes estaban lejos lanzaban flores, si es que no llegaban a besar o tocar el cristal o la carrocería. En aquellas circunstancias, las frases quizá teológicamente discutibles, en medio de aquella fiesta y del homenaje espontáneo, pudieron más que la recta doctrina que el pueblo cubano mayoritariamente ignora. Eso no constituyó un impedimento para manifestar el amor a Dios y a la Virgen con una fe que arrastra a los tímidos, seduce a los reticentes y convence a los desconfiados. Así mismo sucedió con personas que se sintieron bendecidas cuando momentáneamente el carro se detuvo delante de ellos, u otros que participaron en la procesión, convencidos que su lugar estaba al lado de la Auxiliadora de los cristianos que porta la Cruz redentora y muestra al Niño Jesús.


II

A pocos metros de la frontera de las dos parroquias vecinas, en la intersección de la Calzada con la misma calle nombrada Dolores (hacia Lawton) o Lacret (hacia Santos Suárez), se sumó el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, quien fue recibido con aclamaciones. Desde allí, Su Eminencia presidió la procesión que fue ganando en fervor en la medida que se acercó a la plaza  frente a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y San Pablo de la Cruz (Los Pasionistas). La animación elevó el embullo popular que unas cuadras después, en el cruce de Santa Catalina, había alcanzado un punto casi  de ebullición. Tal situación se hizo más evidente cuando, al llegar el vehículo al borde de la referida plaza, sonaban las campanas, se encendieron las espigadas torres del templo y se desplegó una enorme bandera cubana, mientras el pueblo pedía que sacaran a la Virgen.




Lo que pasó después desató el gozo de una multitud inquieta y apasionada que, a las 9 y 30 PM, había colmado el área con unas 2000 personas. Bajo cierta presión de las masas, la imagen llegó a una tarima apostada en la esquina del templo, sobre la cual, de inmediato, descendió una delicada lluvia de pétalos. La Bendita Imagen de la Caridad, las flores y la bandera dieron paso al canto del Himno Nacional. Se impuso el recogimiento y el respeto ante lo divino y lo patriótico, dos valores y registros que el pueblo de Cuba ha sabido defender y cultivar. Las vibrantes palabras que el señor cardenal dirigió a la inmensa y atenta concurrencia pusieron énfasis en este aspecto y en la presencia y la significación de la Virgen en nuestro devenir nacional. También aludió a los atributos que el pueblo valora en María de Nazareth y describió la riqueza insondable del trato que debemos darle a la Madre de Cristo y Madre nuestra. El arzobispo no desaprovechó la oportunidad para referirse a la próxima visita del Santo Padre Benedicto XVI a Cuba.
Tras la intervención del Pastor de la arquidiócesis, continuó la animación con cantos, oraciones y otras intervenciones de los sacerdotes Israel y el párroco Evelio Rodríguez, pasionista. Una hora después, el pueblo cedió un espacio para permitir que la urna con la imagen de la Reina de todos los Santos, entrara finalmente en el templo, delante de una multitud un poco más calmada que, no obstante, inundó la nave de la iglesia a los pocos minutos. Todos querían ver a la Patrona de Cuba, querían rogarle, suplicarle su poderosa intercesión ante la Santísima Trinidad con la que está en perfecta comunión.




Ubicada en el presbiterio, delante del altar y tras el comulgatorio, la iglesia de Los Pasionistas albergó, no solo la más grande devoción religiosa de nuestro país, no solo a uno de los símbolos principales de la nacionalidad y acogió otra escala en este inimaginable peregrinar de la Virgen por la Isla, sino que fue, por unos instantes, abrevadero natural de la misericordia del Padre Celestial pues mediante las manos de 4 sacerdotes transmitió sus bendiciones al pueblo. Se bendijeron niños y embarazadas, pero hicieron fila para recibir bendiciones personas de ambos sexos, de todas las edades y perfiles raciales. Y todo se hizo bajo la mirada protectora de María Santísima, cuya entronización realzó los fulgores del manto amarillo con pedrerías que, a la 1 y 30 AM, cuando este reportero salía para empezar a escribir, todavía iluminaba las almas de muchos vecinos y fieles que llegaba a su encuentro a esa hora de la madrugada.


Habey Hechavarría Prado es teatrólogo y profesor en el Instituto Superior de Arte de La Habana. Pertenece a los consejos de redacción de las revistas católicas Espacio Laical y Amor y Vida. Ejerce el periodismo cultural y la crítica especializada.

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