Friday, September 26, 2014

GARABATO No. 82


     


Por Eduardo Rodríguez Solís

 
      Algo se movía como un péndulo. Era algo que parecía pesado. Y se balanceaba de un lado a otro. Era algo que colgaba, y su sostén principal, su alma, se iba hacia arriba, hasta casi el cielo.
      Era un racimo de plátanos.
      Entonces, Juanito Piedra Pómez, que deja la ventana y corre, escaleras abajo, para luego salir al patio trasero de la casa.
      Pero el gran racimo de plátanos no estaba.
      Juanito Piedra Pómez entonces cerró con fuerza sus ojos y los volvió a abrir, y nada de nada… No había racimo de plátanos.
      Furioso, se metió, y se trepó por las escaleras y se fue hasta su ventana… Y ahí estaba aquel péndulo, aquel racimo de plátanos.
      Vino enseguida una escena de gran coraje… Juanito Piedra Pómez hacía una rabieta de niño mimado. Pataleaba como mal bailador gitano y casi se ponía verde de coraje.
      En ese instante entró por una rendija una abeja zumbadora. Y este animal, después de algunos revoloteos, se volvió una mariposa dorada.
      --No vale la pena gritar y patalear –dijo la mariposa.
      Y de las alas de la propia mariposa saltaron flores y tréboles. Y en el mero centro de esa masa colorida se vio un ser totalmente transparente, que parecía como un príncipe.
      Pero ese ser extraño se escondía detrás de lo que fuera, y no se dejaba tocar.
      --Mariposa dorada –gritó Juanito Piedra Pómez.
      Y la mariposa dorada se fue volando hacia arriba.
      Entonces, Juanito Piedra Pómez descubrió el secreto del racimo de plátanos. Si se le veía a través de su ventana, ahí estaba, moviéndose. Si se le veía abajo, en forma directa, no existía.
      Por eso, con cuidado extremo, rompió una de las esquinas de su ventana, y tomó un pedacito del cristal roto.
      Luego, se fue al patio de la casa y observó a través de su lente mágico… Y ahí estaba, balanceándose, el racimo de plátanos.
      Y arrancó un plátano y se lo comió, y viajó a un territorio lejano, donde había tigres, leones y muchos monos.
      Y ya que se cansó de ese paisaje africano, se comió otro plátano, y regresó de inmediato a su país de origen.
      Esa noche, terminó su larga jornada, tapando con cinta adhesiva la esquina de su ventana, y depositó en un alhajero de su madre, el pedazo de vidrio mágico.
      En otra ocasión, después de comerse un plátano, de ese racimo que se balanceaba, volvió a visitar otra parte del África, y de una cueva inmensa salieron muchos rinocerontes, que persiguieron al pobre de Juanito Piedra Pómez.
      En ese extraño viaje, el regreso a la realidad tuvo sus dificultades, porque nadie sabía dónde había plátanos para comer. Se encontraban fácilmente manzanas, naranjas, melones, sandías, camotes, melocotones, zarzamoras, tunas, uvas, zapotes, guanábanas, pero absolutamente nada de bananas.
      Por lo mismo, arrojó a un abismo profundo, ese pedazo de vidrio que lo llevaba al mundo de la magia. Y, con el tiempo, puso un vidrio nuevo en su ventana.
      Y cuando en sueños tenía la preciosa oportunidad de probar un plátano, forzaba a su organismo y se salía totalmente de su sueño.
      Y cuando hojeaba un Atlas, se brincaba las páginas africanas, porque no deseaba caer en tentación. Prefería vivir en un planeta mordido, como si fuera la manzana que alguna vez probó, para bien o para mal, el dichoso Adán, en el principio de los principios.

 
Eduardo Rodríguez Solís (México, D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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