Wednesday, June 4, 2014

GARABATO No. 63


 
 
 
Por Eduardo Rodríguez Solís
 

      Era un enanito aventurero y audaz. Traía en la cabeza, de noche y de día, un dedal, como los que usaban las abuelitas en su costura, y llevaba siempre, a la mano, un alfiler con punta afilada y bolita de plástico en el otro extreme.
      Con el dedal se cuidaba la cabeza, pues el dueño de la casa donde deambulaba, comía ciruelas y aventaba las semillas al suelo… Y esto, a veces lo hacía con fuerza o con rabia… Y el dedal era entonces como un casco de futbol americano, que atenuaba los golpes de lo lindo…
      Y con el alfiler picoteaba a los gatos, que a veces lo correteaban, y que eran una docena, sin contar a los mininos que llegaban como invitados a la hora de la comida…
      Es que este Rupercio, el dueño de la casa, servía comida gatuna en raciones grandes.
      Pero un día soleado, Chico Chiquito, el enano de nuestro cuento, se fue a bañar a la fuente  de azulejos azules, que era casi propiedad privada de unas ranitas.
      Y Chico Chiquito dejó su casco y su espada en una hendidura de la fuente.
      Y un loco caracol, que coleccionaba de todo, desapareció o robó estas cosas de metal que le daban protección al enanito.
      Entonces, al terminar Chico Chiquito su sabroso baño se sintió muy miserable sin sus armas protectoras… Ya no tenía su espada puntiaguda, con la que les picaba la panza a los gatos que lo perseguían, y ya no tenía su casco protector de los proyectiles que salían de las ciruelas.
      Y su primera noche después de esto fue una tragedia para Chico Chiquito, el enano de nuestro relato… No pudo cerrar los ojos para caer en un placentero sueño. Se sentía desprotegido. Le caían en la cabeza las semillas de ciruela, y casi le perforaban el cuero cabelludo. Y los gatos, conocidos o extraños, lo perseguían y Chico Chiquito no podía picarles la panza.
      Pero donde las cosas se pusieron al rojo vivo, fue en la casa de los caracoles. El caracol mayor, el que se creía el mero mero de esa familia, el caracol loco, había llegado a su casa convertido en un “gato con botas”. Traía un dedal en la cabeza y levantaba muy arriba un alfiler de costura, que era ahora su espada de mosquetero.
      Pero la esposa del caracol, se puso sus pantalones y empujó al loco caracol fuera de la casa, y lo obligó a devolver ese casco y esa espada que no le pertenecían.
      Entonces, antes de que cantara el viejo gallo, el enanito Chico Chiquito ya estaba de nuevo con su casco bendito y su alfiler mágico.
     Y cuando tuvo sus amados enseres a la vista, les dijo: “¿Dónde andaban, amigos míos?” Y el dedal y el alfiler se guiñaron entre sí un ojo, como diciendo: “Estábamos muy cerca y muy lejos… Pero ya estamos aquí, cerca de tu corazón.”
      Entonces, Chico Chiquito suspiró tan profundamente que, estando al principio de una escalera, perdió el equilibrio y se fue rodando, escalón tras escalón.
      Caía estrepitosamente, pero estaba feliz como una lombriz.
      Se carcajeaba como una hiena, y transmitía su felicidad a enanos, a gigantes, a los animales del bosque y a todos los árboles, plantas y flores que se veían por todos lados.



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
 
 

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