Wednesday, November 6, 2013

GARABATO No. 30


Foto: Jesús Alejandro
     


Por Eduardo Rodríguez Solís


      El terreno estaba liso, suavecito. Parecía mesa de billar.
      Hacia donde se viera, se adivinaba la curva del horizonte.
      A veces, había calor y a veces, el frío te hacía casi meterte en la concha de un caracol.
      Pero había que empujar y la carreta estaba pesada.
      Los ocho hombres a veces se miraban entre sí y llegaban a la conclusión de que el empuje era eterno y el camino a caminar infinito.
      Una noche, con muchas estrellas nuevas, habló el primer hombre.
      Dijo muchas cosas, pero la historia de la mariposa fue lo mejor.
      Este ángel de Dios era de color dorado. Volaba con mucha facilidad y casi se confundía con el sol. Su color oro era muy brillante.
      Un día esta mariposa olvidó todos los pormenores del arte de volar. Y entonces se volvió más triste que la más triste de las princesas.
      Lloraba entonces con placer y su canto quejumbroso se escuchaba a cualquier hora del día.
      Con sus lágrimas se hizo un lago, que luego se volvió un mar de olas muy tempestuosas. Y en las aguas de esa inmensidad había tiburones y ballenas.
      La mariposa dorada, cansada de tanto lagrimear, se fue a vivir cerca de una montaña, que estaba llena de pinos.
      Ahí, y sólo ahí, conoció el amor.
      Ella, con las alas doradas. Él, con las alas azul cielo o azul rey. Ella, casi hija del sol. Él, amigo de los mares y los lagos.
      Y resulta que un día los vientos se llevaron a los amantes hasta detrás de unas rocas de colores. Ese era el territorio de la Reina de la Vida.
      Esta mujer tenía cabeza de unicornio y cuerpo de sirena. Se llamaba Esperanza Dulce y siempre se le veía arriba de las nubes. Era buena amiga de los vientos.
      Esta Esperanza Dulce se volvía a veces una mariposa. Y volaba hasta las más lejanas estrellas.
      Era frágil y delicada, pero en cada uno de sus movimientos se adivinaba seguridad.
      Una tarde lluviosa, la mariposa dorada no quiso saber más de la mariposa azul.
      Esto fue así porque descubrió que los colores de su amigo no eran naturales. Con un poco de viento, los azules se iban debilitando.
      Todo era una mentira. Hasta el color azul era una mentira.
      Entonces la mariposa dorada se arrancó sus propias alas. Quería echar el tiempo atrás, regresar al momento de su metamorfosis. Y se volvió un gusano, un bello gusano.
      Con esa nueva apariencia se fue arrastrando por un camino lleno de piedras. Y se envolvió en una tristeza infinita.
      Cerraba los ojos y a veces soñaba con los largos vuelos que hacía con su compañero. Y se imaginaba viviendo ese idilio que existió de verdad.
      Con el tiempo, los cronistas de la fábula y la poesía, intitularon esta historia como “La segunda vida del gusano dorado”.
      Los ocho hombres empujaban la carreta con mucho vigor. Iban cantando y recitando versos antiguos.
      Ellos sabían que empujando la carreta creaban una fuerza de muchos kilos. Y esta fuerza era como una flecha que tenía trayectoria definitiva.
      Pero a veces esta fuerza motora tenía que vencer los embates de ciertos vectores que empujaban al contrario. Estas fuerzas negativas eran como obstáculos en una carrera olímpica.
      Y la influencia de estas fuerzas contrarias hacía que la trayectoria principal se desviara o se retrasara en su trabajo.
      --Así es la vida –decían todos.


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


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