Foto: Isabel Pérez Lago |
Por Dinorah Pérez-Rementería
Breve nota al lector: La idea de este texto es simplemente presentarte a Jesús, como hace John
Eldredge en Beautiful Outlaw o los
cuatro evangelistas bíblicos, o el joven pastor Joel Osteen en su alocución
cada semana. Si Jesús no aflora aquí, en ti y para ti, nada de culpabilidad,
escapa, corre, pon pies en polvorosa: a mí me gusta jugar, diluirme en las
palabras. De hecho, mi hermano pequeño no pudo pasar de la segunda
página. “Jesús es infinitamente creativo”, dice Eldredge y puede pescarte de
cualquier otra manera.
“El artista se revela a sí mismo en su trabajo y
en la abundancia de la obra creada”, dice John Eldredge en Beautiful Outlaw, su libro sobre la personalidad de Jesús (57). Muy
pocas cosas en la vida lo estimulan a uno como el acto de descubrir –aprender a
ver y conocer- a Dios a través de sus obras. Luego de haber recibido ojos para
ver y oídos para escuchar(lo), resulta imposible aplacar el ardiente deseo de
búsqueda, una búsqueda de conexiones y elementos más profundos que nos ayuden a
lidiar con la imprevisibilidad del océano y el vehemente diseño emotivo, físico
y mental del ser humano.
En tanto se comportan como motivación esencial de
la existencia, las conexiones mencionadas tienen el poder de estimularnos,
impulsarnos, despertar en nosotros la curiosidad. De aquí que puedan inspirar
la conformación de patrones, formas y órdenes que nutren nuestro intelecto y
percepción en general, y que, a su vez, sirven como canales o medios interactivos
para acrecentar, enriquecer, facilitar la emergencia de asociaciones como tal.
En realidad, podríamos decir que uno requiere
de formas, órdenes, y patrones externos siempre y cuando éstos nos
provoquen un resplandor interior –el anhelo de navegar y de disponerse a
encontrar conexiones espontáneamente. Sin embargo, no siempre logramos
deshacernos de nuestro apego al patrón. Preferimos recitar, memorizar,
santificar los métodos de percepción que -en lugar de invitarnos a interpretar
las conexiones por lo que realmente son: rutas, sendas, caminos que conducen a
riquezas más considerables- las reducen, dividen o simplemente distorsionan,
convirtiéndose en obstáculo que nos impide explorar.
Algo similar ocurre en lo concerniente a Dios y la
manera en que nos relacionamos con él. Muchas personas asocian la frase “creer
en Dios” a la idea de afiliarse a (o involucrarse religiosamente en) una iglesia o práctica ritual, sin tener en
cuenta que, aun cuando hayamos aprendido a acomodar nuestras inquietudes psicológicas,
académicas, rituales, dentro de ciertos patrones o cánones, únicamente a partir
de un deseo espontáneo, podríamos animarnos a buscar, a navegarlo. Por otro
lado, hay individuos que parecieran haber sido impregnados con la bondad,
energía, y creatividad de Dios sin proponérselo, como John Eldredge, de
Ransomed Heart Ministries, por ejemplo. En sus libros, uno encuentra un espacio
de atractiva comunión, comunicación con Dios. Dios creó el cielo y la tierra, y
también al hombre, compasivo, ingenioso, emprendedor. Su espíritu emerge, como
aquellas profundas conexiones, de ningún lugar, o de cualquier lugar, avivando
nuestra mente y el latido del corazón.
¿Acaso pueden los patrones o los moldes confinar,
encapsular la vida, la creatividad, la espontaneidad? Los patrones representan
escasamente las tendencias rituales, teológicas, matemáticas, históricas; nunca
podrían aprisionar a Dios. Y sin embargo, Dios sí puede permear el patrón humano. Como dice La Biblia, la humanidad fue creada a su
imagen y semejanza. A pesar de que el hombre no reconoció desde el principio
que poseía la fuerza e inteligencia necesarias para pensar y actuar humanamente –lo cual devino en la
imposición de sucesos y modelos repelentes y por ende la propagación de
interpretaciones desajustadas e imprecisas sobre la naturaleza de Dios-, él nunca
ha dejado de asumir/infiltrar fantásticos perfiles para incitarnos a recuperar
su proyección humana. De hecho, con el propósito de descubrirnos quién es él en realidad y liberar al
hombre del arquetipo engañoso, utilitario en que se había convertido, Dios adoptó nuestra “estructura” y apareció (como
si nada) entre nosotros dos mil años atrás.
El escritor John Eldredge considera a Jesús “un hermoso
forajido”. Su amor por Dios se filtra en las páginas del libro, como una zarza
ardiente, una ola de mar. En la introducción, Eldredge nos invita a sumergirnos
en la aventura más significativa de nuestras vidas: “Necesitamos más palabras
sólo si nos permiten experimentar a Jesús,” dice el autor. Un Jesús alarmante,
abundante, travieso aparece en su palabra, como en la Buena Noticia, o un
recuerdo dulce, un sufrimiento, una visión. Aprender a verlo como realmente es. Eldredge sugiere, “A veces nuestra
experiencia se reduce debido a los límites que elegimos” (154). Los patrones
académicos, religiosos, históricos, sociales, morales, que alimentan
(codifican) nuestra facultad de percepción y que se convierten al final en un
estorbo, pueden disolverse por medio de Jesús. En su carta a los romanos, el
apóstol Pablo pide que no nos acomodemos al mundo sino que nos dejemos
transformar interiormente a través de la renovación de nuestra mente.
Irónicamente, cuando los arreglos (florales) estancados del mundo se evaporan
una vez que lo encontramos, otras conexiones más libres se abren paso, y nos salpican,
nos permean como la lluvia de verano, un ojo apasionado, o el Espíritu Santo.
Eldredge recupera los rasgos más sobresalientes
que componen la atractiva humanidad de Jesús: su sentido del humor, su
inteligencia, su ardiente intención de rescatarnos, su generosidad y honestidad
profusas, y su espíritu libre. Para Eldredge, escribir sobre Jesús se convierte
esencialmente en un apasionado, disfrutable y entregado encuentro con el amor
de su vida. El autor nos invita a compartir, dejarnos inundar por su alegría,
como lo haría cualquier hombre desprendido, de la misma forma en que lo hace
Jesús. Dice Eldredge, “Un encuentro personal con Jesús resulta la experiencia
más transformadora de la existencia humana. Conocerlo a él es encontrar el
camino a casa. Dejarse llenar con su presencia, su energía, su alegría, su amor
no se puede comparar. Conocer verdaderamente a Jesús constituye la necesidad
más imperiosa y la felicidad más completa de nuestra vida. Tener opiniones desacertadas
sobre su persona es una gran equivocación” (11). La presencia de Jesús, en
medio del dolor y la agonía, produce la energía necesaria para estimularnos a
imaginar, soñar enlaces furtivos entre patrones, órdenes, sucesos, comenzar a
experimentar qué significa ser humano
a partir de la visión de Dios.
El carácter transparente de Jesús atrae desde el
primer momento. ¿Por qué no podríamos actuar/ser como él? Si los rasgos
distintivos y el impulso transformador de Jesús pueden haber inspirado la
creación de la raza humana, como anota Eldredge, “los estragos causados por los
vicios, el abandono, el abuso y otras miles de adicciones nos han convertido en
sombra de lo que pudimos ser. Jesús es humanidad en su forma más pura. De
hecho, su título favorito era ‘Hijo del Hombre’”(48).
Agudo, juguetón, fascinante, Jesús muestra al ser humano que Dios imaginó.
Eldredge nos recuerda que, “luego de haber conquistado la muerte, rescatado la
raza humana, regresado al mundo que había creado, al Padre, a sus amigos”,
Jesús se presenta ante sus discípulos informalmente, haciéndose pasar por un
desconocido en lugar de anunciar “con bombo y platillo su gloriosa presencia en
la playa”, burlando el pensamiento elitista de los intelectuales y religiosos
de la época, para así sorprender a sus seguidores, re-creando su primer/gran encuentro,
como describe Lucas en su evangelio.
También observamos el operativo sentido del humor de Jesús cuando los recaudadores de
impuestos detienen a Pedro para preguntarle si su instructor pagaba la tarifa
del templo, en el evangelio de Mathew (17:24-27). Aquí Eldredge llama la
atención sobre el hecho de que Pedro, quien confirma que su mentor cumple con
las obligaciones legales establecidas, pudo haber dudado de la honestidad de
Jesús. Jesús interviene sus pensamientos, haciéndole una pregunta ingeniosa, y
enviándolo a pescar para refrescar su mente, lo cual le permitirá a Pedro
alcanzar una interpretación más clara de La Ley (Eldredge 23-24). La
proyección/encarnación de Jesús rompe/rasga códigos perceptivos obstinadamente
rígidos y bidimensionales, como mismo Dios deshace la cortina del templo
después de la muerte de Jesús.
“La encarnación de Jesús es uno de los tesoros más
grandes de la fe que profesamos”, dice Eldredge en Beautiful Outlaw, nos produce un deseo libre, natural de descubrir
la personalidad de Dios (47). El autor afirma que cuando Jesús apareció, “se
presentó como lo describe el evangelio –un ser humano, una persona, un hombre
con una personalidad muy característica” (Eldredge 51). Innegablemente, existen
muchas evidencias en el evangelio que testifican sobre la naturaleza viva, humana de Jesús. Eldredge menciona, por ejemplo,
el pasaje en que se narra la estancia de Jesús en Getsemaní, donde oró tan
intensamente que el sudor caía sobre el suelo como enormes gotas de sangre
(44). De aquí puede uno discurrir que Jesús padecía de una transpiración
efervescente, y que unida al polvo del camino, pudo provocarle acné. Además,
Jesús comió, bebió, tuvo que descansar cuando sus fuerzas flaqueaban, escapó a
lugares solitarios para llorar sin molestar a nadie, desenmascaró a los
hipócritas que obstaculizaban el paso a los enfermos, y al mismo tiempo nos
alertó contra el impulso de teatralizar el influjo rehabilitador de Dios.
Eldredge enfatiza, “Jesús disfrutaba a las personas”, y tuvo la oportunidad de
compartir con una “turbulenta muchedumbre” (49). “Su angustiosa necesidad de sentirse
acompañado” se materializa cuando Jesús le pide a Pedro y a los dos hijos de
Zebedeo que permanezcan despiertos junto a él, mientras ora en Getsemaní, lo
cual confirma cuánto “el creador de la amistad y del amor” añora construir con
nosotros una sincera y afectuosa relación (Eldredge 49-50).
Uno de los proyectos más importantes de Jesús
radica en la construcción de verdaderas, más profundas conexiones. Cuando
leemos los evangelios nos percatamos de que Jesús parece intrínsecamente
desapegado a los órdenes paradigmáticos y políticas inconsistentes que le
rodean, aunque sí l@s interviene, con
el propósito de evitar que volvamos a caer en afectada religiosidad o la
ficción anarquista. Como afirma John Eldredge, “Los tres años de ministerio
público de Jesús son una larga intervención (…) Una misión para rescatar a un
grupo de personas que está tan completamente sumergido en la apariencia que la
mayoría ni siquiera quiere ser rescatada” (68). El autor destaca, por ejemplo,
la ocasión en que cierto ejecutivo del templo invita a Jesús a cenar. Jesús
rompe el patrón de conducta establecido por el sistema “religioso”, y se va
directamente a la mesa sin lavarse las manos. Al ver el rostro sorprendido de
su anfitrión, le dice “Ustedes fariseos limpian la parte externa del plato y la
copa, pero por dentro están repletos de avaricia y maldad” (Lucas 11:37-39).
Eldredge nos recuerda, “cada vez que veamos a Jesús navegar, tengamos en cuenta
que estamos observando amor en acción,
un amor que no se comporta “diplomática” sino honestamente (67). “Cuando el
orgullo, el sectarismo, el elitismo intelectual y la ‘obligación’ moral se incrustan
en el alma -como le pasaba a su anfitrión-, se necesita fracturar la concha
para que entre un poco de luz. Jesús perfora nuestra coraza como lo haría Miguel
Ángel”, escribe Eldredge, invitándonos a observar la propulsión ética/afectiva
de Jesús desde una inquietante perspectiva (68).
La actitud de Jesús pareciera desafiar todas las esquematizaciones
y convicciones que alimentan nuestras políticas culturales. Como afirma
Eldredge,
La moda de hoy en día es aceptarlo todo –excepto
las opiniones profundas sobre algo. De ahí que Jesús resiste al mundo como una
gran roca afronta la imparable corriente de un río. Él es inamovible. Queríamos
“tolerancia”, es decir, “llegar a aceptar nuestras diferencias y que éstas no
se convirtieran en causa de violencia entre nosotros”. Ahora ocurre algo
diferente, todas nuestras convicciones se han aplacado en tanto que preferimos
disfrutar lo que nos rodea mientras podemos. Pero la verdad no tiene que ver
con convicción. Las convicciones dependen de opiniones o doctrinas personales.
La verdad se alza como una montaña enorme y sólida aunque no lo reconozcamos. La
fe cristiana no se localiza en un conjunto de convicciones y doctrinas, radica
en la verdad. El elemento más ofensivo que pudiéramos imaginar. (Eldredge 79)
Podemos encontrar una muestra de su intención desafiante en las sesiones de
rehabilitación del prójimo. Poco después de terminar su discurso conocido como
“El sermón del monte”, se le acerca un leproso pidiéndole ayuda. Aunque pudo
haberlo sanado desde lejos, pues como recuerda Eldredge, “hay varios momentos
en que él sólo tiene que pronunciar una palabra para sanar a la gente”, Jesús
extendió su mano y lo tocó, sin importarle cuán enfermo estaba (82-83). El
escritor hace notar, “una caricia resulta a veces más efectiva que darle al
hambriento un mendrugo de pan” (Eldredge 83). Para que podamos entender la
connotación real del simple gesto de Jesús, Eldredge conecta oportunamente lo
que significaba enfermarse de lepra dentro de la sociedad judía y la atmósfera
de terror que consumía a las personas durante los primeros años de la crisis
del SIDA. La acción de tocar al leproso desacreditaría a Jesús social y
políticamente ante los tribunales. Pero, a su vez, se convertiría en acto
retador. A través de su minúsculo y desprendido movimiento, Jesús arrasa, casi
invisiblemente, la política discriminatoria que se extendía como la mala yerba
dentro de la cultura religiosa.
A lo largo del evangelio podemos percibir las
maniobras cognitivas de Jesús y su
marcado impacto en el desarrollo de la misión. Eldredge hace notar, “Él
no es tonto. Sabe perfectamente que está circundado por las tropas enemigas. Ah
sí, él quiere hacer una revolución, pero también sabe que tiene que esperar el
momento propicio. Debe burlar a sus enemigos, tratar de esquivar las
restricciones impuestas por las autoridades religiosas sin llamar la atención y
entrenar a sus discípulos para que puedan continuar después de su partida
(…)” (94). En el evangelio de Mateo,
Jesús declara abiertamente ante los que lo escuchan que él ha venido a consumar, no a abolir la Ley o los
Profetas. Tampoco le interesa establecer un nuevo conjunto de órdenes o normas
que terminarían aplastando a las personas, dice que ha venido a consumar –cumplir, completar, satisfacer,
saciar, permear- el patrón establecido, liberándonos esencialmente del peso de
la culpa. Más adelante, añade, “El que desobedezca alguno de los mandamientos y
anime a otras personas a hacer lo mismo será considerado insignificante en el
reino de Dios (…)” (Mateo 5:19).
Las palabras de Jesús redimen y parecieran querer
aprehendernos al mismo tiempo. John Eldredge señala, “Sin un entrenamiento de
santidad genuina, la multitud terminaría en la anarquía” (95). ¿Nos instiga
Jesús a reconocer –recordar- que Dios puede equiparnos para pensar y actuar responsablemente
mediante una conexión abierta, un enlace espontáneo, directo, sin tener que
circunscribirnos siquiera a un prototipo suyo? Podemos utilizar los paradigmas
como canales que facilitan y nos ayudan a adentrarnos, a rastrear la infinita variedad,
abundancia del conocimiento y la Creación*
de acuerdo a prácticas “establecidas” pero
nos engañaríamos si creemos que los patrones en sí mismos constituyen la fuente
real de donde mana la experiencia. Las palabras de Jesús desactivan esquemas
engañosos, patrones y formatos externos. Su presencia nos devuelve alegría y
satisfacción, sabiendo que existe Dios, como sucedió al inicio, como milagrosamente
ocurre aún en nuestra infancia. El carácter de Jesús aflora en su palabra, su
obsesión imperturbable, su inquebrantable deseo de vivir, amar.
Eldredge resalta, “Jesús no obliga a nadie a
seguirlo. Más bien, se muestra reacio a realizar milagros. No le gusta abrumar
a las personas con muestras fantásticas de su poder”, prefiere descubrir
su/nuestra humanidad como efectivamente podría ser, nos ofrece una atractiva
visión sobre Dios y el concepto de santidad, y –aunque pudiera sentirse
invadido por una inmensa tristeza- no retiene a quien decide elegir otro camino
(103). En la Carta a los filipenses (2:6-7), el apóstol Pablo dice “a pesar de
su naturaleza divina, nunca alardeó de ser igual a Dios, sino que renunció a
ella para tomar nuestra condición humana”. Jesús neutraliza todo patrón
superficial erigido por el hombre con el propósito de “encapsular”, aprisionar,
domesticar su espíritu/el espíritu de Dios, no obstante él sí puede satisfacer
el patrón humano.
Para lograr vislumbrar el alcance del carácter
humilde de Jesús, vamos a considerar algunos elementos que pasan desapercibidos
en muchas ocasiones. Al adoptar nuestra figura humana, Jesús tuvo que aprender
a extraer/asimilar energía –el combustible necesario para atravesar e intervenir el entorno- del Padre,
desprendiéndose de su consustancial dominio sobre la Creación, para así enseñarnos
a hacer lo mismo. Aprendió a caminar, hablar, amarrarse los zapatos, usar el
serrucho y el martillo, y unir dos tablas con un clavo (Eldredge 108-109). “Dios
–que está en todos los lugares a cualquier hora- tiene que desplazarse de un
lugar a otro como el individuo que ni siquiera puede pagarse la tarifa del
ómnibus,” señala Eldredge, haciendo énfasis en que la mayoría de las veces
“leemos frases como ‘Jesús se fue a Jerusalén’” y nos lo imaginamos cruzando la
calle camino al puesto de leche, cuando en realidad entre Betania y Caná hay
cerca de 60 millas (109-110). Vale mencionar además el pasaje que recoge las
andanzas de Juan el Bautista, y que presenta a Jesús esperando su turno pacientemente
en la larga fila de personas que recibirían el bautismo. Como afirma Eldredge,
“Nadie le presta atención, es un judío más, con toga y sandalias (111)”.
Comparando la modesta presencia de Jesús con la actitud de algunos líderes que creen
que vienen a “cambiar el mundo”, Eldredge ofrece el siguiente comentario,
Cuando la dictadura de Saddam Hussein fue
derrocada, se les dio mucha cobertura a los lugares públicos en los medios de
difusión. Los ídolos masivos que había erigido en su honor me parecieron
degradantes. Una ola de estatuas y murales de Hussein el Magnífico inundó el
país –un héroe galante y seductor, imponente, un hombre del pueblo y para el
pueblo, cuarenta años más joven de lo que era en verdad. Un semidios. Muchos
dictadores han hecho lo mismo como Hitler y Chairman Mao. Es sencillamente
espeluznante –la auto-obsesión, la auto-exaltación, el deseo de conquistar
admiración. Y sin embargo el único rey que siempre tuvo el derecho de ser
venerado se presenta en la ribera (…) y espera su turno. (111)
Jesús recibe su validación del Padre y por ende
puede revelar, manifestar libremente su sensibilidad, como subraya Eldredge,
“sin culpas, ni presiones, ni ataduras falsas” (129). El autor argumenta,
Por eso Jesús nos escandaliza, su secreto, una
habilidad que le permite navegar el menosprecio y la aprobación de la gente. Ni
el éxito ni la oposición pueden doblegarlo. La muchedumbre lo ama un día, y a
la mañana siguiente está gritando a voz en cuello para que lo crucifiquen.
Jesús sigue siendo el mismo a través del remolino, de la tempestad. No tiene
miedo al qué dirán. No puedo siquiera resumir su proyección usando la palabra
“integridad” aunque Jesús es un hombre íntegro. Jesús no se engaña a sí mismo,
ni al Padre, hace lo que debe en cada momento, y sobre todo ama verdaderamente.
En este bosque de higueras sin higos,
donde no se sabe si existe alguien sincero, podemos decir que en Jesús no hay
falsedad. (Eldredge 129-130)
El patrón (humano) permeado/consumado por Jesús nos permite conocer el
carácter de Dios. El apóstol Juan expresa en su evangelio, “Nadie ha visto
jamás a Dios; el hijo único, que habita junto a él, nos lo dio a conocer”
(1:18). Uno podría decir que Jesús se convierte en el bloque que vincula los
elementos diseñados por la mano de Dios: sabiduría, sudor, relámpagos, el hombre
(o la mujer) que amas, latidos, anhelos; su invisible conexión. Eldredge lo
explora sin reservas,
Él personifica la creación, bondad escandalosa, la
generosidad del océano, la impetuosidad de una tormenta, la alegría de la luz, y
una humilde caminata en el camino polvoriento; es astuto como una serpiente y
gentil como un susurro; reclinado sobre la mesa; riéndose con sus amigos; y
luego en la cruz. A esto me refiero cuando digo que es hermoso. Pero, sobre
todo, me llama la atención la manera en que ama. En todas las historias, en
cada encuentro, tenemos la oportunidad de observar su amor en acción. Amor tan
fuerte como la muerte; un amor impregnado de sudor, de sangre y lágrimas, no
una tarjeta de buenos deseos. Uno puede conocer la verdadera naturaleza de las
personas poniendo atención a lo que ama, por qué ama, y cómo ama. (137)
Jesús es, como Eldredge dice, “la esencia que
debemos recuperar en nuestra vida” (200). “Necesitamos a Jesús como el
oxígeno”, escribe el autor, dejándose infiltrar por su fuerza y dinamismo
(Eldredge 200). Si nos lo proponemos, podemos encontrar a Jesús encarnado en
todas partes, en una relación honesta, en un oportuno halón de orejas, en
maestros y estudiantes que desafían el sistema educacional frecuentemente, en
pequeños actos de amor, bondad y fe, en mi hermano, mis abuelas, el propio Eldredge
-que se esfuma del dominio público como el Espíritu Santo-, Jim, Joel, Andrés, Pedro,
Pablo, Nancy y Juan. Me pregunto, qué diría Jesús a los adolescentes que viven actualmente
en la zona sur de Houston. Si fuera yo, les gritaría sin piedad (Ms. Dinorah se prepara para irrumpir como un
huracán en el diminuto cuarto de baño donde sus estudiantes shuffle): “Jesús es la píldora, el
cigarro, el amante, el único medio de acceso a la pandilla más heroica del
universo, un amigo que nos abrazará para siempre, inspirándonos a atravesar el
reino de este mundo corroído, carcomido, destruido, y a intervenirlo/nos, abiertamente”. (En lugar de usar tantas palabras, apuesto a que
Jesús aprendería a bailar.)
* Sería refrescante que nos diéramos la oportunidad de experimentar la
palabra Creación como lo haríamos
naturalmente. Podríamos entonces ajustar, generar, expandir, negar incluso,
interactuar con el término libremente, de acuerdo a lo que en verdad se
necesita.
Bibliografía
Eldredge, John. Beautiful Outlaw: Exploring the Playful,
Disruptive, Extravagant Personality of Jesus. New York, Boston, Nashville: FaithWords, 2011.
Schökel, Luis Alonso. La biblia de
nuestro pueblo. Bilbao; Quezon City: Ediciones Mensajero, 2006.
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