Por Eduardo Rodríguez Solís
De la serie Carnets de Eduardo Rodríguez Solís
(Número 94. 7-20-11)
Alejandro Aura era de la flota de escritores que andábamos de aquí para allá. Su poesía era clara como el agua, y nos gustaba mucho cuando él mismo recitaba. Sus versos eran muy atractivos, aunque a veces preferíamos la poesía de Leopoldo Ayala, otro miembro de la chorcha literaria… Aura componía un torrente de versos arrasadores. La poesía de Ayala era más cerebral, más rigurosa. Y nosotros, los oyentes, nos íbamos de un lado a otro, como pelotas de ping-pong.
Estuvimos juntos, como becarios, en el Centro Mexicano de Escritores, junto a Fernando del Paso, Jaime Sabines, Juan Tovar, Rafael Rodríguez Castañeda, Irma Sabina Sepúlveda y Cecilia Treviño de Gironella. El dinero mensual que recibíamos representaba cuatro veces lo que costaba un apartamento en la Colonia Roma. Todos trabajamos bajo la supervisión de Francisco Monterde, Juan Rulfo y Juan José Arreola.
Tiempo después, me encontré a Alejandro Aura, que caminaba al lado del actor y escritor Carlos Bracho. Ambos mantenían una galería (primero en Reforma, cerca del cine Chapultepec; y después en Mariano Escobedo). Yo andaba por aquel entonces laborando en una agencia de publicidad. Era uno de los más creativos, y siempre traía mi dinerito. Una vez Aura hizo una exposición de sus poemas enmarcados y adornados con timbres postales, y yo le compré tres. (Eran marcos forrados en lienzo. Llevaban un poema de Aura y estaban salpicados con timbres postales de Francia, Italia, entre otros países)
Pasó el tiempo. Bracho y yo anduvimos puebleando durante un tiempo, buscando lugares dónde filmar San Simón de los Magueyes (proyecto que apenas era un sueño)… Algunas veces nos acompañaba Sergio Olhovich, que tenía intenciones de dirigir la película. El proyecto cinematográfico estaba basado en mi cuento del mismo título, que recibió varios premios cuando fue escrito. Originalmente se llamaba San Simón de la Simonera, pero después de leerlo en el Centro Mexicano de Escritores, Juan Rulfo sugirió titularlo San Simón de los Magueyes (sobrevoló la barda, el gran maestro).
Finalmente, el sueño se materializó. Pensamos en Alejandro Galindo como director de la cinta. Yo conocía a la esposa de Galindo, Pilar Crespo, y ya había acumulado buenas referencias sobre su trabajo. Recuerdo también a Alejandro Aura, que ya estaba incursionando en la actuación, y se mostró interesado en el papel del sacristán. Durante la conformación del reparto, Aura solicitó mi apoyo, sin que nadie supiera. Y yo lo apoyé, que para eso éramos cuates, ¿no? El papel del sacristán le vino como anillo al dedo, y lo desempeñó concienzudamente.
Después del rodaje, me di cuenta de que la película podía haber quedado mejor, si hubiéramos buscado otro director, alguien más entregado, por así decirlo. Galindo parecía caminar en las nubes. Estaba como echándose una chamba…“un hueso”, como dicen los músicos. Creo que en algún lugar del script aparecía la palabra “papalote”. Y Galindo, muy docto como director de cine, dijo que papalote provenía de “papelote” (papel grande), y ni en sueños pensó que esa palabra en náhuatl significa “mariposa”.
Vale decir que en una parte de la película tenía que realizarse un “paneo” -que ocurre al girar lentamente la cámara de izquierda a derecha-, deteniendo el movimiento por breves segundos para que el público observara un cartel que resultaba importante en el transcurso de la acción, antes de proseguir escaneando el panorama. Pero Galindo nunca supo por qué había que frenar el lente unos instantes, para luego continuar barriendo el campo visual. Por lo cual se tuvo que hacer un “parche” más tarde, utilizando tomas extras del mencionado cartel. A pesar de los contratiempos, el filme logró ver la luz. Y, desde luego, conservo memorias benignas de aquella aventura cinematográfica. Por ejemplo (y qué ejemplo) todavía puedo visualizar a Resortes, la víspera del inicio del rodaje, caminando alrededor de la alberca del hotel en San Juan del Río, donde todos estábamos hospedados, recitando de memoria sus parlamentos, sin cometer falta alguna. Adalberto Martínez, “Resortes”, era un maravilloso actor. ¿Nuestra experiencia habría sido diferente de haber elegido a Sergio Olhovich como director?
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
This comment has been removed by the author.
ReplyDeleteEn esa Época ya Carlos Bracho y otros Actores habían confirmado la ANDI, y por ese motivo tenían problemas para trabajar .
ReplyDeleteEsta película estuvo enlatada o tuvo problemas para su proyección?