Por Eduardo Rodríguez Solís
De la serie Carnets de Eduardo Rodríguez Solís
(Número 89. 7-09-11)
Era un hombre tranquilo que estaba enamorado de la naturaleza. Observaba las nubes y las dibujaba en su mente. Decía que todas las nubes eran diferentes. Sobre los pájaros, comentaba que eran amigos de los dioses, y que a veces quería volverse uno de ellos.
En cierta ocasión le pregunté qué clase de indio era él… Y me contestó enseguida que no sabía, que era una combinación de una combinación. Añadió que durante la llegada de los españoles confluyeron en su territorio muchas creencias y culturas.
--Pero –dijo--, todos me dicen que soy mazahua. Francamente yo no sé qué es ser mazahua… Uno no sabe de dónde ha salido.
--¿Qué me dices de los rasgos, del color de la piel? --le pregunté.
El indio frunció el entrecejo, y señaló hacia el cielo, obligándome a escrutar las nubes.
--Todas parecen iguales, pero son distintas --dijo.
Era verdad. En el cielo vi dragones, unicornios gigantes, y princesas tristes.
--Tú puedes ver lo que quieres ver. El cielo está lleno de enormes figuras desfiguradas --dijo el indio, abriendo los brazos.
Entonces me fijé en lo que traía amarrado en las muñecas: varias pulseras tejidas con hilos de colores que mostraban múltiples combinaciones.
--Con estas pulseras uno puede sentir que está cerca de los dioses --dijo el indio.
Empezó a golpearse las rodillas con las palmas de las manos, produciendo sonidos muy exóticos que se confundían con inestables percusiones de tambores lejanos… Alguien lloraba, y los gemidos parecían emerger de una flauta de carrizo. Un humo azuloso se difundió por toda la llanura mientras se perfilaban sutilmente siluetas femeninas que danzaban sin tocar el suelo. Llevaban semillas en los pies.
--La música estimula a la divinidad… --dijo el indio--. Los agentes divinos se acercan al que lleva en su muñeca una pulsera como ésta, es tu tarjeta de identificación, la de tu corazón.
--¿Y qué significan los dibujos? --pregunté.
--El alma de la mujer --dijo el indio avergonzado--, todo sale de ahí. El hombre no trabaja. Procrea únicamente… Las mujeres realizan maniobras con hilos rojos. Los hombres llenan sus entrañas con agua amelcochada.
--¿Y se emborrachan? --pregunté.
--Sí, para acercarse a los dioses, un ritual necesario --dijo el indio.
--¿Y estas muñecas de trapo?.
--Son el principio de vida, mujeres hechas con cariño. Se venden muy bien --respondió él--. Aunque no del todo, pero uno se conforma. Mucho o poco, las mujeres son un regalo de los dioses.
Le dije que me interesaba comprar dos pulseras de color rojo incandescente.
--Habla con ellas --dijo el indio.
Con cierta timidez logré acercarme a las mujeres. Miré sus rostros detenidamente. Tenían ojos brillantes y el cutis terso. Una de ellas se ofreció a compartir conmigo la magia de los hilos rojos. Habló, sonrió, negociamos. Coloqué en mi puño las pulseras mazahua…
Decidí volver a casa, aunque no sabía dónde quedaba exactamente ese lugar. Observaba mis pulseras y me sentía cerca de los dioses…Estaba listo para emprender la batalla. El mundo era mío. El viento soplaba a mi favor. Los dioses estaban conmigo.
Las pulseras se convirtieron en atuendo inevitable de mi disfraz. Eran como la camisa, o el pantalón. Las llevaba siempre y hasta dormía con ellas. Quizás no quería que los dioses se enojaran… No sé…
A la gente le dio por pensar que yo era hippie, y yo no estaba en condiciones de confrontar a nadie… La divinidad me acompañaba y yo no la iba a compartir…Cada uno debe buscar el camino que conduce a los dioses…su propio camino.
Yo me creía mazahua. Sí. Me creía mazahua.
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas.(erivera1456@yahoo.com)
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