Vanessa Nava Noriega, Stephanie M.
Flores, Juana Ramirez, Dagoberto Rivera, Elinse Sánchez: Casita de cartulina
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Por Enrique Alarcón Parada
Partí de mi casa. Vivo
en San Andrés Totoltepec, que significa “cerro de aves”. Eran las 11:00 de la
mañana cuando me subí al auto, y, al salir
de la cochera noté que ya iba con media hora de retraso a reunirme con el
grupo de maestras pensionadas y el maestro. Este grupo de académicos acordó que
desayunaríamos en el Café la Parroquia, ubicado en la Avenida Insurgentes Sur,
una de las tantas imitaciones del verdadero Café de la Parroquia que está en el
Puerto de Veracruz. El Café toma su nombre de La Parroquia de Nuestra Señora de
la Asunción localizada frente al establecimiento…Si un día visita a los
jarochos deberá saborear un buen cafecito en este lugar y disfrutar de la
música, la marimba, acompañada por el bullicio alegre de su gente, podrá
deleitarse escuchando La Bamba o el
son jarocho La Bruja.
Me
agarra la bruja
me
lleva al cerrito
me
sienta en sus piernas
me
da de besitos…
Pues, diríjase al Paseo
del Malecón y Gómez Farías y encontrará el café-restaurante. Usted se puede
sentar en la mesas de adentro y si opta por las del exterior, observará,
enfrentito, a uno de los tantos y grandes barcos anclado, cargando y
descargando autos. Y como el refrán dice: En
la bodega del barco, todos entran de a montón, y, si alguien se descuida, el
auto se lleva un rozón… Porque, cuñados, es una “entradera” y salidera de
mercancía, por la enorme boca del casco, que para qué les sigo contando. Mejor
sigo conduciendo mi camioneta, por el carril correcto, para no tener un rozón,
por no tener precaución.
Llegué a la cita con una
hora de retraso, pero fui recibido con alegría,
besos, abrazos y bromas por mi asistencia. Mis amigas sesentonas,
Lolita, Marcela, que enviudó recientemente, Rosa María, a quien todos le dicen
Rosita pero yo le digo “La Gata” y a ella le encanta porque es madrileña, Nora
con su esposo Hernán que sigue activo trabajando en la UNAM a sus 76 años, son
chilenos y los más longevos del grupo… Todos habían casi terminado de consumir
sus alimentos, pero con toda naturalidad llamé al mesero y le pedí un café
lechero, “una bomba”, preparada con un pan de dulce conocido como concha
blanca, dividido en dos, se le embarra de frijoles refritos, se le pone queso y
se mete al horno, a que se dore un poco y se sirve con “pico de gallo”, una
salsa preparada con chile jalapeño, cebolla y jitomate picado… Y buen provecho,
compadre.
Nuestra mesa parecía una
jaula de pericos. Todos parloteaban, se carcajeaban, sonreían. De repente en el calor de la
plática, un recuerdo jalapeño agitó sus alas en el archivo de mi
memoria…Absorto, olí la humedad de Jalapa y viajé, en mi mente, a ese diciembre
de 1966…Me vi sentado en la mesa, donde jugaba dominó con unos amigos de la
juventud. Sí, me salí de la jaula de loros, y me ausenté por unos minutos para
ir al pequeño cafecito de “La Atenas veracruzana” que estaba muy cerca del
Estadio Jalapeño, uno de los tantos aportes que hiciera el señor William
Kenneth Boone al desarrollo de Xalapa. Por cierto, mi madre le compró dos
terrenos a Míster Boone en el cerro del Macuiltépec, “El cerro cinco”. Cuando
me habían ahorcado la mula de seises, levanté mis veinte abriles de la silla y
me despedí de mis compañeros de juego, diciéndoles que me iba a vivir a México.
Al grupo le importó un comino y continuó riéndose de mí por haberme ganado la
partida y dejado “con la mulota”. Me cerré la chamarra y salí del local rumbo a la calle de Ignacio de la Llave… Esa
tarde caía una pequeña lluvia, el famoso Chipi Chipi. Arriba, el manto de nubes
plomizas. De repente, veo que las nubes bajan… Camino con la cabeza agachada y
húmeda rebanando la niebla, atravieso la calle de Allende, subo por la Sexta de
Juárez, bajo por Úrsulo Galván, cruzo por un costado de la vieja Estación del
Ferrocarril y tomo mi calle para llegar al número 57… Aquí vivo yo… Tenemos una
cocina improvisada, con techo de cartón, mi madre y yo. Sí, ya sé…el cartón del
techo se ha humedecido un poco…siempre pasa cuando llueve. Como dice Ali
Primera: Que triste, se oye la lluvia/ en
los techos de cartón/ que triste vive mi gente/ en las casas de cartón…
- Mamá, mañana me voy a vivir a México.
- Pero… ¿Por qué?
-No quiero quedarme en Jalapa. ¿Qué futuro hay
en este pueblo para mí? Cartón, un futuro de cartón, ¿dependiente de una tienda
o empleaducho del Gobierno?... ¿Qué voy a hacer? No sé… pero de aquí me largo
yo.
- ¿Y tu padre? Tú sabes que tu padre es quien
dice la última palabra en esta casa.
Era verdad. Tenía que hablar con mi papá antes
de irme de Jalapa.
- ¿Y con qué dinero cuentas? Yo no tengo ni un
centavo -dijo él.
- No te preocupes, papá, que yo tengo mis
ahorros.
Quinientos pesos en el
bolsillo y una pequeña maleta gris con dos camisas, dos pantalones, dos
calzones, dos pares de calcetines eran mi diminuto patrimonio. Al día
siguiente, a las 11:00 de la mañana, mis padres me despidieron en la Terminal
de Autobuses de la avenida Manuel Ávila Camacho. Tenían los ojos llenos de
lágrimas que se confundían con el Chipi Chipi. La neblina se había espesado
mucho y caía pesadamente sobre el suelo mientras una ligera llovizna se
escurría por las ventanillas del camión. Al llamado del conductor, subí al
transporte de Autobuses de Oriente (ADO), junto al resto de los pasajeros.
Inmediatamente el motor del ómnibus arrancó y los limpiaparabrisas empezaron a
funcionar. Dije adiós a mis padres a través del cristal. Una nube envolvía sus
cuerpos húmedos carcomiéndoles.
En fracción de segundos
regresé de mi viaje a “La Ciudad de las Flores” gracias a la algarabía de mis
sexagenarias amigochas… Tal era el bullicio en nuestra mesa que nos convertimos
en el foco de atención de los otros comensales…lo cual le incomodó sólo a
Marcela, porque pensaba que sus carcajadas inquietaban a nuestro público. Un
rato después, me despedí de mis compañeros, y, Lolita pidió la cuenta, para
hacer las cuentas por separado. Me levanté. Pagué la cantidad que me
correspondía y me fui del Café la Parroquia sin persignarme.
El grupo se quedó una
hora o un poco más después de mi partida, decidiendo en qué restaurante
celebraríamos nuestro próximo encuentro. Lolita, como siempre, era la encargada
de pasar la voz…
“Desde el cerro de aves”
México D.F., julio 11 de 2012
Enrique
Alarcón Parada nació en Xalapa, Veracruz, y reside en México D.F. Estudió en la
escuela teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Es instructor y
director de teatro y ha llevado a escena exitosamente decenas de obras con sus
estudiantes. Como dramaturgo ha publicado Viernes
y lunes de escuela, ¡Qué cosas me haces hacer!, La decisión, Hypatia, y Los tres
químicos y las tres leyes de Newton. (alarcon_escualo@yahoo.com.mx)
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