Foto: Isabel Pérez Lago |
El
autobús llegó, por la tarde, al hotel en Roma… Descendimos, y el chofer del bus
nos entregó nuestras maletas (en esta ocasión fue más rápida la entrega).
Entramos al lobby, y, a los pocos minutos, el guía nos indicó los cuartos a ocupar.
Antes de que subiéramos a las habitaciones, el guía expresó:
-Los
que quieran ir en el camión a la Capilla Sixtina, sólo deben dejar las maletas
en sus habitaciones y bajar de inmediato, porque dejan de vender boletos a las
cuatro.
Yo
decidí no ir con el grupo y manejarme por mi cuenta. Me instalé, sin prisa, en
la habitación. Tomé mi pasaporte, revisé mi dinero, me puse mi chamarra y bajé.
En el vestíbulo solicité un mapa, y sólo me fue entregada una tarjeta con la
dirección del hotel. Al dirigirme a la salida, escuché la voz de una compañera
de viaje que estaba cómodamente sentada en uno de los sillones.
-Yo
también decidí no ir con el grupo. ¿Podemos ir juntos a la plaza de San Pedro?
Sorprendido por tan inesperada pregunta… Nervioso le respondí que sí.
Ella levantó su conservada figura y, con una sonrisa que ampliaba sus labios,
se acercó… Muy caballeroso le abrí la puerta y salimos del hotel. Yo iba con la
tarjeta del hotel en la mano y ella me tomaba del brazo. Preguntamos por la
estación del Metro, como pudimos, y con señas nos indicaron el rumbo. Entre
risas, por nuestro desconocimiento del idioma, nos dirigimos a la estación del
Metro que está como a diez cuadras del hotel... Compré los biglietti y entramos al vagón. El transporte nos llevó paraditos, a
la estación correspondiente donde bajaríamos. Salimos a una calle, atestada de turistas, y paseamos, como
un matrimonio más, por la Ciudad del Vaticano. Ella me platicó que estaba
casada. Tenía dos hijos, y que este viaje había decidido realizarlo sólo con su
hermana.
-Pensé que eran amigas.
-No,
es mi hermana… Te llamas Alberto, ¿verdad?
-Sí, ¿y tú?
-Talía. Oye, Alberto, ¿podemos ir a La Fuente de Trevi?
-¡Claro! Sólo hay que preguntar dónde está.
-(Bromeando).
Con nuestro excelente italiano, no hay problema, Alberto. (Ella ríe).
Preguntamos por la famosa fuente a una pareja de jóvenes, que nos
tomaron el pelo enviándonos en sentido opuesto, pero otra pareja “de nuestra
edad” nos indicó el camino correcto. Transitamos por las calles. El brazo
izquierdo de ella se colgó de mi brazo derecho y nos fuimos a la gloriosa
fuente.
Entramos por la Via di San Vincenzo, donde una multitud de turistas
bajaba por la estrecha calle que desembocaría en la grandiosa y monumental Fuente
de Trevi. Talía estrujó mi cuerpo y me miró con una ternura infinita. Sentí el
aliento cálido, a jazmín, de su cercanía. Su olor revoloteaba, como un
recuerdo, en mis sentidos. El viento jugaba con su cabello teñido
acariciándolo. Sus labios y los míos se humedecían. Sentía cómo su cuerpo se
iba estremeciendo, junto al mío, paulatinamente al aproximarnos a la fuente.
Al
estar frente al bello monumento, Talía llena de emoción rodeó con sus brazos mi
cuello y me susurró al oído, ven, y me condujo al brocal de la fontana.
Sumergió sus manos cálidas en el agua, cerró los ojos, respiró profundamente y
sus manos pequeñas, alas húmedas, ascendieron para posarse en mi rostro. Me
miró con sus ojos de golondrina y pronunció mi nombre, como hace mucho nadie había
pronunciado.
-Alberto, estamos aquí juntos, ¿no lo recuerdas?
Y
rozó, con sus labios húmedos, mi mejilla para envolverme en sus brazos
fuertemente.
Yo quedé
sin habla, confuso, sin saber qué hacer, qué decir. Su brazo derecho me rodeó
por la cintura y la ninfa exclamó su canto.
-Dice
la leyenda que en La Fontana di Trevi habitan las Oceánidas, las hijas de
Océano, que procreó con su hermana Tetis, y las Nereidas, las hijas de Nereo,
que socorrieron a los argonautas que iban en busca del vellocino de oro. Tienes
que observar, Alberto, cómo Océano está parado sobre una colosal concha marina,
que es tirada por dos caballos alados, y éstos son guiados por Tritón, el hijo
de Poseidón y mensajero de las profundidades marinas. Mira esos pequeños
tritones que custodian y juegan con las deidades femeninas en su contorno. Las
Ninfas tienen el poder de conceder deseos. Si nosotros lanzamos una moneda,
regresaremos a México sanos y salvos, sin contratiempos, y ten la seguridad,
Alberto, que en un futuro cercano, regresaremos a Roma juntos. Y si lanzamos
dos monedas cada uno, tendremos un romance durante nuestra estancia en esta
ciudad.
Quise
decir algo al respecto, pero ella colocó su dedo índice en mis labios.
-Se
cuenta que en noches estrelladas como ésta, cada lucero ilumina y dibuja, en el
fondo del agua, el rostro de cada una de las Ninfas, provocando, con su canto
interminable, deliciosas melodías.
Acto
seguido, encantados por el relato, sustrajimos, cada uno de nuestros bolsillos,
dos monedas. Las pusimos en la palma de
nuestras manos y cerramos los ojos con suavidad, con esperanza y fueron
lanzadas. Las monedas penetraron el agua para unirse a los miles de deseos
invocados esa noche mágica… El rito se consumó y nos miramos con un amor
aletargado. Nos abrazamos y nuestros
deseos se encadenaron.
Dos
lunas plateadas y dos soles dorados. Cuatro elementos fantásticos brillaban en
el fondo del agua divina.
Pasó el breve encanto mágico. Ella giró mi
cara y me dijo:
-¿No
recuerdas?
-¿Qué debo recordar?
-(Acercando su mejilla a la de él, musita).
Todo lo nuestro… Recuerda.
(Recuperándose). ¿Podemos cenar,
Alberto?
-(Nervioso). Sí, por supuesto, vamos.
La
tomo de su llenita cintura y nos dirigimos, entre la multitud que subía y
descendía, a un pequeño restaurante muy agradable.
Pedimos dos polentas, dos lasañas a la bolognesa. Y presto il ragazzo
coloca una botella de vino, de la casa, en nuestra mesa. El mesero se retira
sonriente. Talía me mira fijamente, mientras le sirvo vino en su copa. Ella
toma la mía.
-Déjame que yo te llene la tuya, Alberto.
Levantamos las copas al mismo tiempo para decir:
- (Los
dos). ¡Salud!
Mi
cuerpo se llenó de una felicidad que no podía explicar.
-¿En
qué parte de México vives, Talía?
-Por
las Águilas, ¿y tú, Alberto?
-En
Coyoacán, por Miramontes. ¿Conoces ese lado de la ciudad?
-Sí,
por Galerías Coapa.
- Allí
mero. ¿Tú naciste en el D.F., Talía?
-Sí,
nací en la Condesa. Tú no tienes cara de defeño.
-No,
yo…
-Déjame adivinar. Mírame a los ojos, Alberto. (Muy segura). Tú eres veracruzano.
-¿Cómo supiste?
-Por
el tono de tu voz.
-Vaya. Pensé que ya no lo tenía el tonito. Como nací en Xalapa. Los
jalapeños casi no tenemos ese tono de los jarochos, pero adivinaste mi origen.
Il
ragazzo llega con las sopas, coloca los platos con mucha elegancia, y se retira
sonriente.
Alzamos
nuevamente nuestras copas:
- (Ambos). ¡Salud!
-¿Tú
conoces Xalapa?
-Sí, es una ciudad universitaria muy bonita.
Las noches en tu ciudad huelen a jazmín.
-Como
tu delicioso aroma.
-Gracias. En esa maravillosa ciudad las nubes bajan para acariciar a sus
habitantes. (Cambiando el tono). ¿Tú tienes hijos,
Alberto?
-Solo uno, Talía, sólo uno.
-¿Vives con tu esposa?
-No,
soy divorciado. ¿A qué se dedica tu esposo?
-Es
contador público.
-¿Vives con él?
-Sí,
y con mis dos hijos. Mi hija es la mayor, 28 años, y mi hijo tiene 26.
Llega il ragazzo para retirar los platos y colocar los de las pastas, y
se retira sonriente.
Talía
levanta la copa:
- (Animada). ¡Salud!
-(Muy entusiasmado). ¡Salud, bella mujer!
Y la plática continúa amena, entretenida,
deliciosa, con la bella donna entre risas y chascarrillos. Talía era mi ninfa
esa noche, emanada de la fuente, me postraba ante su belleza.
-Tenía más de un año, Alberto, que no me reía de manera tan estruendosa.
-¿Pedimos otra botella de vino al ragazzo?
-(Riendo). No, cómo crees… ¿Quieres que
terminemos metidos en la fuente?
-No
sería mala idea.
-No
más vino, señor. Mejor pedimos un tiramisú.
-¿Qué es eso?
-Un
postre, Alberto, elaborado con queso italiano. Te va a gustar.
-Me
gustas tú, Talía.
-Tú
siempre me has gustado, Beto.
Llamé al ragazzo, quien nos preguntó, en
italiano, si queríamos otra botella de vino. Los dos, en nuestro estado, le
entendimos perfectamente y entre risotadas le dijimos que no, y le pedimos dos
tiramisú.
-(Riendo).
Hablas muy bien el italiano, Beto.
-(Riendo).
Tú lo hablas mejor, Lía.
No
podíamos parar de reír cuando il ragazzo llegó con los postres.
-Está
delicioso el postre, Lía.
-Te
dije que te iba a gustar.
La
grata conversación continuó hasta que decidimos pedir la cuenta. Talía dijo que
aportaría el cincuenta por ciento de lo consumido, pero el caballeroso galán se
negó a aceptar dinero alguno. Llegó il ragazzo y Alberto felicemente pagato il
conto. Al levantarse de las sillas, los dos sintieron un ligero mareo y se
abrazaron.
-Ven, vamos a sentarnos cerca de la fuente,
Beto.
Y se sentaron, en una de las gradas, muy
juntitos tomados de la mano.
-Tú
hermana ha de estar preocupada por ti.
-Ella
sabe que estoy contigo.
-¿Te
llevas bien con tu esposo…?
-(Ella pone su dedito en los labios de su
compañero). ¡Chitón! Sólo tú y yo. ¿Recuerdas cuando éramos jóvenes, Beto?
¿Recuerdas el Mirador del Parque Juárez con sus farolas y la hermosa luna que
iluminaba nuestros deseos juveniles? ¿No te acuerdas de mí? Mi jalapeño de los
ojos bonitos.
-(Sorprendido). ¿Cómo me llamaste?
-Había una vez una jovencita que había
llegado a Xalapa con sus padres. A su padre lo habían enviado de la ciudad de
México para que fungiera como director provisional en una sucursal bancaria. La
familia se instaló en una de las casas de la calle de Úrsulo Galván, y fue allí
donde se enamoró de un apuesto jovencito.
-Te
dije, ¿la puedo acompañar, señorita?
-Sí.
-¿Te
llamas Talía, verdad?
-Sí.
¿Cómo supiste mi nombre?
-Es
un secreto.
-Bueno, a ti te dicen Beto.
- Recuerdo esa tarde…me dijiste que a tu
padre le habían pedido que regresara al D.F.
-Tuve que escaparme ese día para despedirme de ti.
-Nunca volví a saber de ti.
-Pensé que era lo mejor para los dos.
-Por
mucho tiempo me la pasé mirando a la Luna pidiéndole volverte a encontrar, y me
paseaba por la fuente del parque donde nos hicimos tantas promesas.
-Sí,
la fuente y el Mirador del Parque Juárez, era nuestro lugar favorito para el
juego del amor.
-Al
lado de esa fuente, bajo un cielo estrellado, te pedí que hiciéramos el amor.
-Un
día seré tuya, te dije, mi jalapeño de los ojos bonitos.
Y se
levantaron los dos jovencitos de diecisiete años lentamente. La noche estaba
tapizada de estrellas. Bajo la misma luna, Talía había jurado y prometido su
amor a Beto, el de los ojos bonitos. Se besaron apasionadamente… Talía miró a
la impresionante fuente y dijo:
-Si
algún día nos volvemos a encontrar frente a una fuente (Fuente de Trevi), me entregaré a ti, mi jalapeño de ojos bonitos. Y
se escuchó el canto mágico de Afrodita, mientras los viajeros continuaban
besándose.
Enrique Alarcón Parada nació en Xalapa, Veracruz, y reside
en México D.F. Estudió en la escuela teatral del Instituto Nacional de Bellas
Artes (INBA). Es instructor y director de teatro y ha llevado a escena
exitosamente decenas de obras con sus estudiantes. Como dramaturgo ha publicado
Viernes y lunes de escuela, ¡Qué cosas me
haces hacer!, La decisión, Hypatia, y Los
tres químicos y las tres leyes de Newton. (alarcon_escualo@yahoo.com.mx)
Este cuento de Talía es muy apasionante. Hay amor y misterio, y uno se deja llevar por "las trampas literarias" del autor. Pero trampas literarias son habilidades de malabarista. Sí. Eso es. El autor avienta para arriba sus aros o sus esferas y "nos agarra" y no nos suelta... Como debe de ser la gracia de un buen narrador.
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