Wednesday, July 25, 2012

HERMOSOS ANTIFACES


Foto: Isabel Pérez Lago
     


Por Eduardo Rodríguez Solís


      Pues resulta, mis queridos lectores, que brinco muy alto y doy tres vueltas en el aire y caigo muy bien plantado sobre el suelo. Hago esto, porque quiero volverme otro… Pero todo sigue igual.
      Entonces camino, como jugando, dando un paso doble con la derecha, y luego un paso doble con la izquierda… Repito esta rutina que me gusta, y cuando llego al principio de un charco, vuelvo a brincar muy alto, y doy cuatro vueltas y caigo sobre ese pasto del jardín… Pero todo sigue igual…
      Ante mí, la gran sorpresa. Una jovencita vestida de blanco avienta flores. Todo lo saca de una canasta muy bella. En este mes de febrero suceden cosas como ésta.
      Con una serpentina de color rosa amarra mi cuello y me obliga a ir tras ella. Es entonces cuando me doy cuenta que la muchacha es linda y parece inteligente.
      Caminamos varias horas y llegamos a una montañita que está tapizada de florecillas silvestres moradas y rojas.
      Ella se acerca a mí y me dice palabras en secreto: “Si vienes conmigo, si subes y bajas cerros, no te vas a arrepentir. Conmigo se encuentra la felicidad. No hay que tener miedo.”
      Alguien golpea un gong y cae del cielo un payaso que viste totalmente de negro. Hace miles de acrobacias y se vuelve después un muñeco de plástico. A mí esto me da mucha tristeza, porque pienso que los payasos deben vivir plenamente.
      Pero vuelve a sonar el dichoso gong, y el payaso regresa a la vida… Y todos en el planeta gritamos de alegría.
      En ese momento, surge lo inevitable. Al payaso que viste de negro le salen unos cuernitos como de diablo… Nosotros corremos, pues tenemos miedo… Y el artista del circo empieza a perseguirnos… Hay angustia en el ambiente y parece que estamos viviendo una pesadilla (de ésas que experimentas y no te puedes salir).
      Una ardilla que nos ve pasar, nos grita y nos dice que nos metamos a la gran cueva. “Ahí hay un letrero que prohíbe la entrada a los payasos”, nos dice el pequeño animal.
      Cuando llegamos al escondite, ya casi sin aliento, no podemos entrar, porque alguien ha tenido la ocurrencia de empotrar un gran portón de iglesia en la entrada… Tocamos, desesperados, y alguien abre una puertecilla. Ahí vemos el rostro de un servidor del rey de estos lugares. El hombre nos pide la contraseña y no podemos decir nada… Y nos quedamos ahí, a la intemperie… (Hace mucho frío y se oyen los gritos del payaso vestido de negro, que se acerca.)
      Al día siguiente, cuatro criados, que parecen monjes, salen de la cueva a barrer el piso. Hay muchas hojas secas, y el rey quiere pisos y prados limpios.
      Mientras hacen su tarea aquellos servidores, nosotros nos deslizamos, sin hacer ruido, a través de la hendidura del portón. A medida que nos alejamos de la entrada, la cueva se hace más oscura. Caminamos despacio. La muchacha de blanco va delante.
      Escuchamos el sonido de una flauta. La música del instrumento es dulce y delicada. Nos acercamos al flautista y alcanzamos a descubrir el autor de la pieza. Antonio Vivaldi.
      --Era el Padre Rojo –le digo a la damita de blanco.
      --Me gusta la música –dice ella.
      Y por decir algo, me voy a Venecia, el escenario principal de la vida de Vivaldi. Dibujo entonces en el aire el Hospital de la Piedad, donde el Padre Rojo (que era bien pelirrojo) daba clases de música a muchachas huérfanas que vivían en un convento… En medio de un amplio patio, cerca de una fuente, se colocaban las alumnas, sentadas en sus sillas. Sobre un estrado, el maestro Vivaldi dirigía la orquesta.
      Eran los tiempos del Carnaval de Venecia, y había fiestas por todos lados. La mayoría de la gente lucía hermosos antifaces. Casi todos ocultaban su identidad… A una posada ubicada cerca de la Plaza de San Marcos llegó un mexicano disfrazado de Moctezuma, el emperador azteca. Iba a su lado un negrito que no necesitaba disfraz, pues su color lo hacía sobresalir en medio de aquella multitud. Este hijo del África llevaba una trompeta, parecida a la de Louis Armstrong.
      En una esquina de la posada había un grupo que hacía su particular escándalo. Ahí se destacaba la presencia de Antonio Vivaldi, conocido como el Padre Rojo… Y resulta que Vivaldi estaba con la boca abierta admirando la imagen del mexicano que quería ser Moctezuma.
      En el prodigioso cerebro de Vivaldi nace un proyecto. Escribir una ópera sobre Moctezuma… Y mientras todo esto le platico a la muchacha de blanco, alguien me arroja un libro. Se trata de una novela de Alejo Carpentier. Se intitula Concierto barroco y contiene todo un universo de detalles sobre Vivaldi.
      Nos salimos de la posada y caminamos entre ese mundo de gente que abarrota Venecia… Qué extraño, andábamos en las oscuridades de una cueva y ahora estamos en Venecia. Qué locura de vida nos ha tocado.
      Llegamos a una pequeña plaza, donde hay muchas estatuas de mujeres danzando. Al centro hay un tablado… El payaso vestido de negro, que nos perseguía al inicio del relato, ha subido al escenario... Hace sonar una campana, invitando a todos los paseantes. Les dice que se acerquen porque el Concierto de Invierno va a comenzar.
      Suben los músicos y se sientan frente a sus atriles. Se escucha la música.
      Todo es pasión y gran entrega. El arte del Padre Rojo es singular.
      De pronto me veo solo, caminando a mi manera… Dos pasos con la derecha… Dos pasos con la izquierda… Voy lleno de felicidad… Pero la jovencita de blanco se me pierde de vista.
      Y la veo moverse casi por el horizonte. Y sube por una pendiente, y la imagino llegando a las nubes, a las estrellas…
      Días después, después de haber sido actor en diversas pesadillas, donde siempre aparece la joven vestida de blanco (la arrojadora de flores), salgo de mi encierro en busca de cosas nuevas para la vida.
      Voy pensando en los sueños horribles que he tenido, y veo entre tules y gasas a la joven de blanco. Pero ésta se me pierde y yo me quedo en la desesperación.
      Y luego de haber observado a una pareja de pájaros recogiendo a su cría que ha caído del nido, alguien toca mi espalda. Es la jovencita de blanco.
      Caminamos de nuevo, sin saber a dónde ir, y se nos vuelve a aparecer el payaso vestido de negro. Y viene después la corretiza (esa acción que no me gusta para nada).
      Nuestras acciones se trastruecan, y aparecemos en un cuarto muy grande, donde hay millares de estatuillas de porcelana.
      Una mujer vestida de amarillo da unos pases mágicos y la joven de blanco, mi acompañante, se convierte en una figura de porcelana. Y yo, con sumo cuidado, la pongo encima de una mesa.
      Se escucha el llanto de una mujer. Imagino que esta queja continua viene de la joven de las flores.
      El payaso vestido de negro surge de la nada, y empieza a arrojar piedras a las estatuillas de porcelana. Una triste masacre: pienso que todas esas figuras alguna vez tuvieron vida.
      --La hora de la verdad ha llegado –grita el payaso.
      El artista de circo apunta con precisión y lanza una piedra con todas sus fuerzas.
      La estatuilla de la joven vestida de blanco se hace mil pedazos. Las ilusiones se pierden y una profunda tristeza me inunda completamente.
      Tomo todos los pedazos de la estatua y los echo en una bolsa. Y me convenzo a mí mismo de que puedo armar el enorme rompecabezas. Pero no sé dónde hay pegamento.
      Entonces pongo la bolsa con los desechos en un rincón.
      El llanto sale de mis ojos. Y ya casi no hay ganas de vivir.
      El payaso vestido de negro me arroja a la cara algo. Es un bello antifaz.
      Me lo pongo y me voy a caminar por el mundo. Hay que buscar nuevos horizontes.


                     

Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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