Monday, February 13, 2012

LA NOCHE DE SAN VALENTÍN




Por Eduardo Rodríguez Solís


      No le gustaba su nombre. O más bien, su género. Era un hipopótamo, pero la palabra era muy larga, y no le agradaba. El prefería Hipo, pero los animales y la gente a lo mejor pensaban que se trataba de una especie de malestar o enfermedad menor. Hipo… Y se ponía a pensar en aquel Papa que murió de un ataque de Hipo.
      Hipo vivía al lado de unos estanques, donde había unos lodazales endemoniados. Ahí se revolcaba y se la pasaba de lo lindo. Ahí estaba su palacio, un edificio de lodo y agua turbia.
      Hipo estaba siempre solo y nadie, absolutamente nadie, quería estar con él. Era un animal muy grotesco, casi un fantoche… Era grande, voluminoso… Necesitaba mucho espacio para respirar.
      Era muy feo y ya tenía ganas de tener una novia. Y después de la novia, venía la planificación de una boda con bombos y platillos, como debe de ser… Pero, nadie se fijaba en él… No parecía una estrella del cine…
      Pero, vivía su vida, tenía que hacerlo… Todos lo hacían… Y a lo mejor, en la próxima le iba mejor… Ah, porque en el mundo de los grandes animales, había la creencia de que una vez terminada una vida, el alma de uno se metía en otro cuerpo, de algún recién nacido. Por eso aceptaba su cruz y su resignación.
      Viviendo esa existencia, hemos de decir que, todos los días, cuando el sol estaba bien vertical, se salía de sus lodos y se iba al estanque a enjuagarse, y luego se ponía perfume de rosas y se alejaba, caminando lentamente, buscando, siempre buscando…
      En su búsqueda estaba el objetivo de una mujerona del género que fuera, no necesariamente Hipo… Podía ser una leona, una perra, una cebra, un pulpo hembra… O lo que fuera…
      Y resulta que un día de mayo, algo nuevo apareció en su vida. Pero no era una damisela… Era un gorila, que se veía muy feroz. Estaba fuerte, demasiado fuerte. Daba miedo verlo de frente.
      --Yo te conozco bien –le dijo el gorila, mientras jugaba con unos huesitos de fruta pintados de colores. Aventaba hacia arriba una pelotita de ping-pong y, con la misma mano, recogía huesitos de colores. Se divertía de lo lindo.
      --¿Quieres jugar? –le preguntó el gorila.
      Hipo dijo que sí, pero no tenía huesitos… Entonces el gorila fue hasta donde tenía un costal y sacó una bolsita de plástico llena de huesitos de colores.
      --Te los regalo –dijo el gorila.
      Estaba contento Hipo. Ya tenía sus semillas o huesitos de ciruela… Había en su pequeño tesoro de todos colores. Pero él estaba fascinado con los amarillos y con los verdes… Luego, el gorila metió una mano en su costal y sacó una pelota de ping pong. Pero esta pelotita era de color rosado.
      Jugaron hasta que el cielo se puso color gris plomo. Entonces recogieron todo y se fueron a una cueva que tenía muchas entradas. Ahí dentro había demasiados animales… Había conejos y ardillas… Había caracoles y grillos… Había ruiseñores y cardenales…
      Se fueron hasta el fondo, donde había un salón muy grande, con rocas que tenían formas diversas… En las rocas había espirales y rombos… Y caras de animales hermosos, pero también había rostros de seres extraños… Y en el centro del gran salón se pusieron a platicar.
      Se supo entonces que Hipo era huérfano y que vivía solo, arriba de una montaña. Tenía pocos amigos y no le gustaba ser lo que era… No le gustaba ser un hipopótamo… Y cuando se le preguntó cuál era su deseo de existencia, dijo enseguida que quería ser un tigre o una pantera.
      Y cuando se le preguntó si quería ser un hombre o una mujer, dijo que eso no le gustaba… Porque los hombres y las mujeres maltrataban a los animales.
      Después de un silencio prolongado, el gorila se dio cuenta que era su turno. Y entonces llenó de aire sus pulmones y empezó con lo suyo…
      Dijo que la selva le gustaba porque ahí había de todo. Pero dijo que el mundo de los hombres y de las mujeres no era tan malo, ya que a él, el gorila, se le estaba dando una gran oportunidad.
      --Me van a convertir en un artista –dijo.
      Habló entonces de Hollywood y de sus películas. Y comentó que ahí ya le decían King Kong II, porque lo iban a utilizar en una nueva versión tridimensional de la vida y el gran amor de King Kong…
      --Pero tú estás muy sentimental –le dijo King Kong II a Hipo.
      Hipo suspiró y dijo que ya necesitaba una novia. Pero dijo que no sabía dónde buscar.
      --Me han dicho que busque en el Internet –dijo Hipo--… Pero yo no tengo computadora. Yo estoy chapado a la antigua.
      Estos animales se hicieron buenos amigos, y tanto, que hasta Hipo se fue para Hollywood, porque King Kong tenía que hacer unas pruebas de maquillaje. Y andaban los dos animales muy contentos, entre tantos artistas, entre tantos extravagantes.
      --A mí me gustaría ser un astro del cine, pero no me ayuda mi cuerpo –dijo Hipo.
      --Yo pensaba lo mismo de mí, y ya me ves, hecho una estrella rutilante… Bueno, eso es lo que voy a ser pronto –dijo King Kong II.
      Y se vino la noche de San Valentín, y ahí andaban nuestros amigos, en una gran fiesta que se daba en una casa que tenía más de diez jardines… Había actrices y actores, y además, un perrito salchicha, que ya era una estrella rutilante, pues había hecho una cinta que estaba teniendo mucho éxito en las salas de cine.
      Y la gente se estaba fijando en King Kong II, sabía que una nueva versión del legendario filme venía en camino.
      --¿Y usted va a escalar el Empire State? –preguntó una mujer muy sofisticada.
      King Kong II dijo que él tenía que seguir las instrucciones de su director, pero, dijo, que eso de escalar el rascacielos era ilusión. “No todo es real en el cine”, comentó.
      Todo mundo empezó a bailar. Había música de rap y música de disco. Todos se movían como licuadoras, como rehiletes… Pero el pobre de Hipo, estaba ahí, medio abandonado, en la soledad total… Pero, gracias a los cielos, se acercó una muchacha rubia, con su cabello estilo afro…
      --¿Eres tú un tapir? –preguntó la chica.
      --No. No soy un tapir… Soy un hipopótamo… ¿Qué? ¿No se nota? –dijo Hipo, con un poco de pena.
      La rubia del pelo estilo afro le dijo a Hipo que ella no bailaba porque no podía… Entonces le enseñó sus pies. De un lado usaba un zapato con una gran plataforma… Había tenido polio de niña y su crecimiento en una pierna fue insuficiente.
      --Ese es mi gran defecto –dijo la rubia del pelo estilo afro.
      Ella estaba ahí, en Hollywood, porque tenía una bella voz, que usaban a veces al hacer doblaje.
      --Hay muchas actrices que no tienen buena voz –dijo ella.
      --Qué bueno. Así tienes mucho trabajo –dijo Hipo.
      El Hipopótamo de nuestra historia se hizo amigo de la rubia del pelo estilo afro. Se volvieron inseparables. Ninguno podía vivir sin el otro. Eran tal para cual. Y hasta se decía que eran novios… Y lo fueron, porque hasta hicieron un pacto de sangre y se cortaron un poco en una mano y en una pata.
      La película nueva de King Kong se hizo en seis semanas, y las sesiones de filmación fueron muy intensas, y King Kong II perdió muchísimo peso… Casi se quedó en los puros huesos…
      Y hablando de huesos, la pareja de enamorados se la pasó día y noche, muy contenta, jugando con huesitos de ciruela… Aventaban las pelotas de ping pong hasta casi la luna y se carcajeaban al recoger los huesitos multicolores… King Kong II sufría con sus escenas que se tenían que repetir hasta el cansancio y ellos, la pareja de amantes, jugaban plenamente, como buenos amigos con alma de niño, que eran.
      La película, la nueva versión de King Kong, con sus vistas tridimensionales, tuvo un éxito tremendo. Hubo colas de varias cuadras en los cines. Y había gente que se iba en las noches, a hacer cola al cine, con su sleeping bag… Era una locura… Todo el mundo quería meterse al universo del nuevo King Kong… Era la moda, y todos corrían hacia ella…
      Desde el estreno de la cinta, a King Kong II se le perseguía. Miles de mujeres y animales del sexo femenino lo buscaban y no lo dejaban respirar. Querían tocarlo, querían estar cerca de él, querían olerlo…
      King Kong II y su amigo Hipo se cansaron de Hollywood, y regresaron a la selva… Pero detrás de ellos venía la esplendorosa rubia con cabello estilo afro… Ahí iba, medio cojeando, siguiendo a su amigo, al amor de su vida, al gran hipopótamo…
       Ya en la selva, se separaron los amigos. Cada quien jaló por su camino. Había que seguir con la vida. King Kong II se volvió un ídolo y había una cola de damiselas que quería amor del bueno, amor hollywoodense… Hipo, el hipopótamo que buscaba siempre a una novia, sea del género que fuese, ya estaba tranquilo, con su hermosa rubia del pelo estilo afro.
      Y una vez, que los amantes caminaban al filo de una barranca, se toparon con un viejo que tenía cara de conocido.
      --Se parece a Spencer Tracy –dijo Hipo.
      --Sí. Se parece a Spencer Tracy –comentó la rubia de pelo estilo afro.
      Y los dos, enseguida se acordaron de una de las películas que hizo este actor Spencer Tracy. Se trataba de “El viejo y el mar”, una cinta que se hizo en Cuba, donde se narraba la odisea de un viejo pescador.
      El viejo dio varios giros, como si fuera un bailarín de ballet clásico… Luego, hizo varias reverencias ante la pareja, y después abrió los brazos.
      --¿Y usted cómo se llama? –preguntó la rubia del pelo estilo afro.
      --Yo soy Spencer Tracy, el que fue afamado actor –dijo el viejo--. Y ahora soy el que puede cambiar las cosas.
      Y sacó un álbum donde había fotografías de seres que habían obtenido una transformación, gracias a su sabiduría, gracias a su magia divina…
      Hipo, el hipopótamo dijo que él quería ser un tigre y la rubia del cabello estilo afro dijo que ella quería ser una bailarina de verdad. Y esos deseos eran absolutos y eran anhelos que habían nacido en sus ensueños.
      El viejo sacó de algún lugar unos polvos dorados y los echó al aire, mientras decía unos versos muy extraños.

                                    Rompe lo bueno
                                    y acaba con todo.
                                    Pero nunca nunca
                                    que te lleve el viento…

      Los polvos se volvieron humo, y del humo saltaron chispas rojas y azules… Y se escucharon tambores y cornetas.
      El milagro ocurrió. Spencer Tracy, cubierto de gloria.
      El tigre rondaba por todos lados, y una bailarina se movía fervorosamente en el escenario de la vida. Los deseos se habían hecho realidad. Los dioses estaban del lado de los enamorados…
      Spencer Tracy, el viejo, sacaba fotografías del afortunado suceso…



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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