Por Eduardo Rodríguez Solís
Ahora que ya nada tiene
remedio, que no hay esperanzas, que la libertad se ha perdido, nos atrevemos a
contar los últimos sucesos de esta vida que no es vida, y que por las noches se
vuelve una tremenda caída en un laberinto que nunca termina.
Hemos decidido hacerlo,
poniendo todo en blanco y negro, para dejar una huella. Es que todos,
absolutamente todos, tenemos el anhelo de dejar una señal en nuestro camino.
Entonces empiezan mis palabras…
Mi vida es tranquila, sin mucho que contar. Es una existencia común y
corriente. De los millones que somos en el planeta, creo que más del ochenta
por ciento vive como lo he hecho yo.
Pero una noche, las cosas
cambian, porque me sumerjo en una pesadilla que me parece extraña. Soy un ser
pequeño y estoy metido en una caja de zapatos. En el techo de la caja donde
estoy encerrado hay una ventana circular que se ha hecho con una navaja. Por
ahí, entra la luz.
A veces, cuando me dan ganas de
mirar los alrededores, con tres cubos de madera, como esos que los niños usan
para conocer las letras, hago una escalera y trepo. Entonces mi cabeza puede
salir de la ventana circular. Observo hacia los cuatro puntos cardinales y no
veo nada interesante.
Como las paredes grises de la
caja se ven sin vida, hago un esfuerzo, aparto un poco la tapa de mi prisión, y
salgo en busca de una esperanza, o de algo que se le parezca. Encuentro una
hoja de papel azul y una botellita con pegamento. Me meto a la caja y me pongo
a trabajar. Corto pedazos de papel azul y los pego en las paredes. Y pienso que
el ambiente cambia.
Después, cuando noto que mi
espíritu se aburre, cierro los ojos con fuerza y despierto a la realidad. Estoy
en mi cama, todo lleno de sudor.
Sin sucesos extraordinarios, la jornada avanza,
como siguiendo la rotación del sol. Llega la noche y caigo en la pesadilla de
la caja de zapatos. Estoy ahí, de nuevo, viendo cómo la luz cambia su posición.
Y me vuelvo a salir de la caja
en busca de algo que no sé qué es… Al rato, regreso con una hoja de papel de
color amarillo y traigo pegamento. Y me pongo a cambiar ese ambiente gris…
Después, la desesperación se mete en mí, y yo cierro los ojos con fuerza… Y
despierto a la realidad.
Al caminar, en ese nuevo día,
conozco en un parque a una muchacha negra que luce una camiseta roja que dice
“Jamaica, tierra de milagros”. Ella se enjuaga las manos en una fuente y me
avienta gotas de agua. Mi rostro agradece esta acción.
La muchacha jamaiquina me lleva a su casa, a la orilla de un río seco.
Me dice que ese río tuvo agua hace cien años. Es el río Remedios, y ahí la
gente iba a curarse.
--Sus aguas eran benditas –dice
la muchacha--. Todavía se consiguen botellitas con ese líquido.
En la casa de la muchacha
descansamos un poco, y yo me doy cuenta que en un estante hay hojas de papel de
muchos colores. Entonces, me atrevo a preguntar:
--¿Y estos papeles?
La joven jamaiquina me dice que
los papeles estaban ahí cuando ella llegó a esa casa. Y que alguien le dijo que
eran papeles que se usaban en pesadillas.
--¿En pesadillas? –pregunto.
--Hace mucho tiempo, cuando el torrente
tenía agua, uno podía tomar agua del río antes de dormir. Y uno tomaba una hoja
de papel, del color que fuera, y se iba a dormir… Y luego venía la
pesadilla…
Me despido de la muchcha jamaiquina y regreso a mi casa cargando un sobre
lleno de papeles de colores.
Esa noche se repite la
pesadilla y ahí estoy en la caja de zapatos. Cuando me aburro, salgo de la caja
y encuentro el sobre que me dio la jamaiquina… Tomo un papel de color rojo y regreso
a la caja. El papel se fija a la pared sin necesidad de usar pegamento.
Angustiado, cierro los ojos con
fuerza y regreso a la realidad. Y me doy cuenta que la madrugada es traquilidad…
Espero la salida del sol.
Camino hacia el parque. Llego a
la fuente que está seca, y pregunto por el agua y por la muchacha de Jamaica.
Alguien me dice que nunca ha
habido agua en esa fuente. Y al insistir sobre la muchacha de Jamaica, me dicen
que hace tiempo, cuando en el parque casi no había árboles, una muchacha de
Jamaica andaba por ahí.
--Era una muchacha que vivía a
la orilla del río de los Remedios –me dicen.
Me voy entonces caminando hacia
el río seco. Y me sorprende el hecho de que la casa de la jamaiquina se
encuentra abandonada, y que el estante de los papeles de colores está
totalmente vacío.
Me arrojan una piedra envuelta
en un papel. El papel dice: “Si quieres ver a la jamaiquina, métete en una
pesadilla.”
Me voy a mi casa y espero que
llegue la noche. Cuando oscurece, me sumerjo entre las sábanas. Empieza mi
pesadilla de todos los días.
Estoy en la caja de cartón y
quiero cambiarle el color a las paredes. Me subo a la escalera y me asomo por
la ventana circular.
El sobre con los papeles de
colores no aparece.
Trato de abrir la caja, pero descubro
que han sellado la tapa con una cinta adhesiva plateada. No puedo salir.
El calor se incrementa y me
desespero.
Procuro cerrar los ojos con
fuerza para regresar a la realidad. Pero sigo ahí, encerrado en mi prisión.
No puedo salir de mi pesadilla.
Se acabó el juego.
Pasa el tiempo. Veo que mis
uñas crecen. No muero de hambre porque alguien me arroja por la ventana
circular semillas de girasol.
Llegan muchas navidades (lo sé
por los villancicos que se escuchan), y yo, encerrado, esperando que alguien se
apiade me mí, poniendo punto final a eso que dicen es mi existencia…
Eduardo Rodríguez Solís
(D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de
la revista Mester, del Taller de Juan
José Arreola. Su cuento San Simón de los
Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con
guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las
ondas de la Catrina ha sido
representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive
y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)