Por Eduardo M. Barrios, S. J.
En Cuba, el Hermano Pedro comenzó trabajando en el Colegio Sagrado Corazón localizado en Sagua la Grande. Después pasó al Seminario diocesano San Basilio, El Cobre, donde colaboró en la formación de muchos candidatos al sacerdocio que ahora son presbíteros y obispos. Por obediencia dejó su patria en 1970. Primero prestó servicios en el Colegio Loyola de Santo Domingo, República Dominicana y por unos años sirvió como enfermero en el Leprosorio de Fontilles, España. Los últimos 20 años de su vida los utilizó al servicio del “Belen Jesuit Preparatory School” de Miami. Aunque con escaso conocimiento del inglés, acometió su última misión con plena confianza en Dios. En Belén trabajó principalmente en la librería. En la comunidad jesuita mostró carisma especial para el cuidado de los enfermos.
Durante los meses de su convalecencia, su paciencia y espíritu de fe edificaron a los miembros de su comunidad, a los visitantes y al personal sanitario que lo atendía. No se dejó llevar por la autocompasión. No se quejaba ni exigía atenciones especiales. Como ya no podía trabajar, se pasaba buena parte del día en la Capilla preparándose para su pascua. Cumplió como enfermo grave lo que prescribe San Ignacio en las Constituciones: “Como en la vida toda, así también en la muerte, y mucho más, debe cada uno de la Compañía esforzarse y procurar que Dios nuestro Señor sea en él glorificado y servido y los prójimos edificados, a lo menos del ejemplo de su paciencia y fortaleza, con fe viva, esperanza y amor de los bienes eternos que nos mereció y adquirió Cristo nuestro Señor con los trabajos tan sin comparación alguna de su temporal vida y muerte” (595).
Muchas personas conocen los nombres de Padres Jesuitas que han alcanzado fama en diferentes campos del saber sagrado y profano. La Compañía de Jesús se conoce menos por sus Hermanos. En muchos institutos religiosos, incluyendo la Compañía, hay Padres, es decir, sacerdotes, pero también Hermanos, o sea, religiosos legos.
En los institutos religiosos, los Hermanos viven la vida consagrada en su estado químicamente puro. Se consagran totalmente a Dios, sumamente amado, mediante la profesión de los consejos evangélicos, sin esperar nada a cambio en este mundo. Los Hermanos Jesuitas no reciben los poderes sagrados que confiere el Sacramento del Orden ni ejercitan poderes de jurisdicción en su instituto. Los Hermanos sólo tienen su consagración religiosa y la viven dedicándose mayormente a la contemplación y al trabajo manual. San Ignacio los llamó “coadjutores temporales”, porque su trabajo se centraba en los asuntos prácticos necesarios para apoyar el servicio sacerdotal de la Orden. Y así muchos hermanos se han desempañado como porteros, cocineros, administradores y técnicos en mantenimiento. También los ha habido arquitectos y pintores de fuste. La Compañía siempre los ha valorado mucho, porque en un ejército la retaguardia vale tanto como la vanguardia. Lamentablemente hoy en día escasean las vocaciones para Hermanos en todos los institutos religiosos.
En la Misa exequial no sólo encomendamos la eterna felicidad del Hermano Estévez, sino que le pedimos a Dios que suscite vocaciones para entrar en la Compañía de Jesús y en los demás institutos religiosos de la Iglesia.
Eduardo Barrios es escritor y sacerdote de la orden jesuita. Ha trabajado como consejero en el Colegio de Belén y celebrado misas en varias parroquias de la ciudad de Miami. Actualmente oficia en St. Raymond Catholic Church en Coral Gables y escribe artículos controversiales para El Nuevo Herald. (ebarriossj@gmail.com)
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