Una fábula de Eduardo Rodríguez Solís
Un pájaro azul andaba volando, despacio y a gran velocidad. Estaba probando su energía… Tenía la idea de hacer un vuelo muy largo, hasta el Polo Norte, y necesitaba saber si lo podía hacer.
Movía las alas con mucho ritmo, y levantaba la cabeza para mirar hacia adelante. Y si había animales cerca de él, lo miraban, y le tenían muchos celos, porque todos, absolutamente todos, querían ser pájaros azules.
Volaba entonces ese pájaro azul en un día tranquilo, con cielo claro y pocas nubes, muy altas… Hasta que detuvo su trayecto y dio una vuelta en u, y luego empezó a girar, alrededor de unas peñas… El pájaro azul había visto algo…
Era en la entrada a una cueva, donde se veía algo extraño… Una especie de reja formada con cucharas pequeñas. Eran cucharas de café o de té, de distintos metales… Era una reja muy especial…
Las cucharas estaban como clavadas en la tierra, y parecían, en su conjunto, una empalizada, como las que se ven en las películas de la selva (cintas de Tarzán, y de otros héroes).
El pájaro azul dejó de volar y se fue a posar cerca de la reja. Tenía ganas de saber qué es lo que era eso.
--Usted no puede andar por ahí –se escuchó una voz.
--Uno es libre de andar por cualquier lado –dijo el pájaro azul bastante enojado.
La reja se abrió un poco y se deslizó por la abertura un murciélago… Era un animal feo, si lo comparamos con las cosas bonitas que nos ha dado la vida… Tenía sus alas grandes y arrugadas, y sus orejas eran muy puntiagudas…
El animal se acercó al pájaro azul, en actitud de reto… Ponía las manos sobre la cintura y se movía como todo un ídolo del rock… Se galanteaba y se balanceaba con mucho estilo… Quizás quería hacer creer a quien lo viera, que él era el número uno en las listas del Hit Parade.
El pájaro azul se echó para atrás un poco, y por decir algo, se puso a hablar de su proyecto de volar hasta el Polo Norte.
--Si quieres, puedes venir conmigo –dijo el pájaro azul.
El murciélago dijo que viajar no era lo suyo… Lo que a él le interesaba era seguir con su proyecto de las cucharas... Y entonces habló de la necesidad de seguir robando cucharas.
--Robar no es bueno –dijo el pájaro azul.
--Hey… Yo no robo… Yo tomo cosas que no se usan… Si alguien tiene muchas cucharas, le quito una –dijo el murciélago.
El animal feo habló entonces de su gran desgracia… Él, había sido un ratón común y corriente… Pero un maleficio llegó de pronto, y muchos animales dejaron de ser lo que eran, y se volvieron otra cosa… Un conejo se volvió león… Un elefante se volvió jirafa… Y él, el ratón, se volvió murciélago…
--¿Y cómo llegó ese maleficio? –preguntó el pájaro azul.
--El maleficio llegó porque nosotros, todos los animales de la comunidad, una vez le lanzamos muchas maldiciones al sol, porque estaba calentando demasiado –dijo el murciélago.
El animal feo siguió hablando. Y recordó sus primeros tiempos, siendo ya murciélago, cuando se la pasaba llorando porque no le gustaba su nueva vida… Habían sido tiempos muy tristes… El sol, enojado con todos, ya no calentaba… Y casi ya no se podía vivir… Como que faltaba el aire… Como que no daban ganas de nada.
Hasta que el mismo sol les dijo qué hacer para tener más rayos de sol… Y les habló de La Urraca Ladrona…
El murciélago se metió a su cueva y trajo un tocadiscos de 78 revoluciones por minuto… Lo puso en un lugar adecuado y luego colocó un disco… Se escucharon unos tambores militares y empezó la música… Era la Obertura de la ópera La Urraca Ladrona, de Rossini.
La música se apoderó del ambiente. Más de cincuenta músicos hacían su labor. Todo era sensacional, encantador. A uno se le ponía la carne de gallina… El arte de aquel italiano nos provocaba y nos hacía soñar con tiempos pasados… Un teatro florentino estaba abarrotado y en el lunetario había mucha gente de pie… Todos estaban alborotados… Se tocaba la obertura de una ópera… Y luego vendría la historia cantada de esa Urraca Ladrona... El público, bueno, la mayoría, estaba con la boca abierta… El arte de Rossini acababa con el cuadro…
Y la historia iba a hablar de una urraca que se robaba una cuchara… ¿Qué les parece? Un animal alado volaba y se iba de picada hacia una mesa… Y ahí, la urraca tomaba con sus patas una cuchara de plata… ¿Qué les parece? El robo lo hacía un pájaro. Qué locura…
Cuando acabó la música, y el murciélago recogió tocadiscos y demás, el pájaro azul quiso saber el por qué de más robos de cucharas.
El murciélago dijo que entre más cucharas tenía en su reja, más sol tendría… Y se necesitaba mucho sol… Porque todo el mundo sabía que el sol y el agua eran la vida…
--Agua tenemos de sobra en los ríos y en la lluvia. Pero el sol está muy escaso –dijo el murciélago.
Se fueron entonces volando hasta el pueblo, porque se sabía que iba a haber un banquete al aire libre. Se le hacía un homenaje a uno de los sabios del pueblo, y todo el mundo iba a estar en la comida… El hombre sabio, que se llamaba Arturo Monjardin, acababa de publicar un libro sobre el Polo Norte. Estaba muy bien escrito y tenía unos grabados preciosos…
Estaban los dos animales en el techo de una casa, que estaba frente al espacio abierto donde se iba a hacer la comida. Observaban los preparativos y esperaban que pusieran los cubiertos sobre las mesas… El murciélago pensaba en cómo se iba a llevar una cuchara… Y al pájaro azul, de pronto, se le estaba ocurriendo robarse un ejemplar del libro de Arturo Monjardin… Leyendo ese libro iba a tener más ideas sobre aquel Polo Norte, que estaba bien distante.
--¿Crees que pueda llevarme un libro? –preguntó el pájaro azul.
--Si lo deseas, lo puedes hacer –dijo el murciélago.
Y llegó la hora de la hora… Unos meseros estaban colocando platos, servilletas y cubiertos en todas las mesas… Uno de ellos, traía unos audífonos puestos. Escuchaba música, bailaba. Era rock… Seguro que era rock… A lo mejor era Hotel California de The Eagles… Sí. Hotel California… Ese mesero casi se tiraba al suelo y luego giraba como rehilete… Ufff…
Volaron los animales. Uno se enfiló hacia los cubiertos… El otro, se fue hasta una caja abierta que tenía libros…
El atraco se logró y ahí iban volando los amigos. El murciélago llevaba su cuchara y el pájaro azul, cargaba, con algo de dificultad, el libro sobre el Polo Norte… Iban contentos los animales… Llevaban la carga milagrosa… La cuchara que iba a dar más sol, y el libro que iba a contestar muchas interrogantes sobre el Polo Norte.
A medio camino se detuvieron. El pájaro azul iba sufriendo, el peso del libro era excesivo. Cuatrocientas páginas eran como un kilo de azúcar… Entonces el murciélago propuso cambiar las cargas… Ahora el pájaro azul iba a llevar la cuchara, y el murciélago iba a sufrir con el librote de Arturo Monjardin.
Alzaron entonces el vuelo y se fueron muy cerca del suelo… Entre más cerca del suelo estuvieran, menos corrientes de aire tendrían… Pero al volar tan bajo, tenían que cuidarse de los árboles y las montañas… Un golpe y se irían al suelo… Un golpe y la aventura se podría ir a la basura…
Cuando vieron el brillo de las cucharas alineadas, se pusieron muy contentos. La tarea del día había terminado… “Misión cumplida”, gritarían los dioses…
Excavaron un poco y colocaron la nueva cuchara… Y el sol se daría cuenta que era necesario aumentar la intensidad de los rayos solares… Así era el acuerdo… Así era la ley…
El pájaro azul abrió el libro de Monjardin y se metió en todas las palabras, en todas las frases… Y fue conociendo ese Polo Norte extraño y misterioso… Y se vio llegando a aquel lugar, con su amigo, el murciélago… Estaban ahí en esa parte del planeta, observándolo todo… Y volaban hacia todos lados, reconociendo lugares que siempre habían estado distantes.
--¿Y cuándo nos vamos? –preguntó el pájaro azul.
--Cuando lo quiera la vida –dijo el murciélago.
Pero el pájaro azul no entendió esas palabras. “Cuando quiera la vida”, eran cuatro palabras que decían algo muy raro. “Cuando quiera la vida”, parecían palabras de un dios…
Los animales decidieron robar otras cucharas, antes de emprender el viaje hacia el Polo Norte… Y se fueron entonces hasta detrás de las montañas donde había un herrero que hacía cucharas, tenedores y cuchillos… Y se fueron a un pequeño pueblo donde, en el zócalo, se vendía una sopa muy sabrosa… Y se fueron hasta una tienda de antigüedades, donde había de todo, para todos los gustos… Y en todos esos lugares robaron cucharas… Muchas cucharas…
Y luego colocaron las cucharas en la reja… E hicieron esto, mientras ponían de nuevo la obertura a la ópera La Urraca Ladrona… Y la música los hacía trabajar con ritmo, con seguridad… Y sabían, claro que sabían, que el sol iba a estar más calientito… “Calor para la vida”, decían los dos amigos…
Luego se fueron a ver al sabio Arturo Monjardin. Necesitaban una buena brújula… Y el sabio abrió un gran baúl que estaba lleno de papeles, mapas y gráficas… Y por allá abajo encontró una brújula vieja que funcionaba a la perfección…
--Esto es para ustedes –dijo el sabio Monjardin.
Los dos amigos se pusieron felices porque esa brújula de Arturo Monjardin los iba a llevar derecho hasta el Polo Norte…
La brújula tenía cuatro aros con lentes de aumento, que se abrían, y dejaban al centro, el corazón del aparato, que tenía una aguja que temblaba y que siempre señalaba hacia un destino… El que se quisiera…
Fue entonces cuando hubo que preparar el viaje… El libro ya estaba leído y la brújula los iba a llevar de la mano hasta ese paraíso que anhelaban tanto… Hasta ese Polo Norte que los estaba esperando…
Y fue entonces cuando los amigos pensaron mirar hacia el cielo, hacia las nubes, para buscar un equilibrio… El equilibrio que se necesitaba para su gran aventura…
El Polo Norte estaba allá, levantando sus manos… Y ese Polo Norte era un dios… El dios que los esperaba… El dios que les iba a dar un calor distinto… Un calor que no se parecía al calor del sol… Algo distinto… Algo diferente y singular… Absolutamente singular…
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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