Friday, March 28, 2014

GARABATO No. 54


     



Por Eduardo Rodríguez Solís


        Florentino andaba caminando con unos zapatos que tenían más hoyos que la superficie lunar.
      Pisaba piedras y las sentía. Pasaba encima de un bubble gum aplastado, y casi adivinaba el sabor que había tenido esa “golosina”, que a veces nos calma los nervios.
      Andaba sin centavos. Lo habían despedido de su empleo en un restaurante, porque descubrieron que sacaba sobras de las bolsas de basura que tenían en la cocina. Estas sobras se las llevaba a su casa, y se las comía, poco a poco, en tacos… Revolvía las sobras y hacía una masilla. Luego, en tortillas, que era lo único que compraba, se hacía sus tacos.
      Pero ahora ya estaba en la calle y no sabía qué hacer.
      Entonces se le ocurrió hacer una venta de garaje y se deshizo de mucha ropa y chácharas que no usaba. Y con esto, comió una semana.
      Este Florentino no tenía problema de pagar renta. Un tío lejano lo dejaba vivir dentro de un autobús escolar destartalado, que tenía en la parte trasera de su casa. Y con un cable duplex sacaba electricidad de la casa de su tío, que era un veterano de la Guerra de Vietnam, y que tenía exhibida en su living room una chaqueta militar, con más insignias y condecoraciones que Napoleón Bonaparte.
      En ese camión se encerraba Florentino y veía un viejo televisor que se encendía con golpes de karate. Ahí disfrutaba de partidos de béisbol y soccer.
      Un día, el Florentino de nuestro cuento andaba caminando casi de puntas, para no sentir la tierra y las piedrecillas, y todos los desperdicios que se riegan por todas partes… Y al llegar a una esquina escuchó la voz de una mujer que regañaba a su marido. Volteó para arriba y desde una ventana abierta vio que la mujer aventaba a la calle una camisa y una corbata con muchos Mickey Mouse… Florentino entonces recogió del piso estas prendas y las metió en su mochila.
      La camisa tenía manchas de lápiz de labios y olía a un perfume muy femenino. La corbata tenía a Mickey Mouse con distintos disfraces. A Mickey se le veía de bombero, astronauta, cowboy y, de todo.
      Un domingo, que lavó a mano la camisa y la estaba tendiendo al sol, se dio cuenta que la vecina estaba arrojando una bolsa de Kentucky Fried Chicken a la basura. Entonces, Florentino, sin que lo viera nadie, sacó el envoltorio de la basura y se dio cuenta que ahí todavía había muchos huesos por roer… Y en un container vacío de sour cream puso el pollo que todavía servía, y regresó el resto del KFC a la basura de su vecina.
      Se preparó luego un sabroso picadillo y se hizo dos tacos. Hum, qué desayuno tan exquisito.
      Y, desde ese día, cuidó los movimientos de la vecina, y estuvo al acecho de sobras de manjares de príncipes y reyes.
      Otro día, tomó unas bolsas de plástico del supermercado y las metió a las bolsas de su pantalón. Y se puso su camisa y su corbata de Mickey Mouse, y se fue a un restaurante-bar que tenía “Happy Hour”, con comida gratis. Pidió una copa con agua y se puso a comer de lo lindo, y luego echó algo de comida en sus bolsas del super, y se salió del lugar elegante, donde no se te dejaba entrar si no traías corbata.
      Y cuando regresaba a su autobús escolar en desuso, tuvo la idea de hacer un picadillo, para luego venderlo, en taquitos, a un dólar cada uno.
      Al picadillo que hizo con lo que trajo del restaurante le agregó algunas sobras de comida china de su vecina, y un aguacate medio pasado de tiempo que se encontró en el camino.
      Hizo después un letrero en una sábana vieja y pegó esta publicidad en un árbol.
      Y la gente, amante del taco, empezó a llegar. Y hasta se hizo una fila como las que se hacen en los cines de estreno.
      Ese fue el principio del gran negocio de Florentino. El establecimiento se llamó “Tacos Crioque” porque la gente se preguntaba: “¿Y estos tacos a qué saben?” Y alguien decía: “Creo que es pollo con atún”. O algo así.
      Florentino perfeccionó sus acciones en los Happy Hour de varios restaurantes, y ya tenía varios sacos de vestir que compró en tiendas de segunda, y en estos sacos acondicionó unos bolsones donde depositaba mucha comida. Ahí metía albóndigas, ensaladas de papa, pollo y atún, camarones, y muchas cosas.
      Luego, en su autobús escolar destartalado hacía sus picadillos, que después aderezaba con sobrantes de su vecina.
      Y ya estaba listo para abrir su puesto de tacos, donde sólo invertía en tortillas, en platos de plástico y en ketchup, que mezclaba con semillas de chile piquín, hechas polvo. Y de esto último surgía una sabrosa salsa para sus tacos.
      Con el tiempo y un ganchito, Florentino se volvió un experto taquero. Y se puso a abrir sus restaurantes. Y por toda la ciudad te encontrabas con el “Crioque No. 1”, el “Crioque No. 2” y el “Crioque No. el que quieras”.
      Pero Florentino no cambió mucho. Siguió viviendo donde siempre… Pero pintó muy “a la onda” su autobús escolar y hasta le puso una unidad de aire acondicionado.
      Y sus picadillos se siguieron haciendo con comida de los “Happy Hour” y sobras de su vecina.
      Si así gustaron sus tacos al principio, así iban a gustar siempre de los siempres.
      “En el sabor está el éxito”, dijo una vez el inventor de un famoso refresco de cola… Así tienen que ser “las chispas de la vida” que nos empujan en nuestro largo camino…


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Sunday, March 23, 2014

GARABATO No. 53




Por Eduardo Rodríguez Solís


      Ella, una güerita natural (no artificial, como hay muchas), se trepa en su VW clásico, color rojo, y anda de un lado a otro. Pero, de repente, se dirige al supermercado, donde se va a armar un alboroto muy especial.
      Las palomas y otras aves se vuelven como locas, porque saben que les van a aventar semillas de girasol.  Se van volando, siguiendo la trayectoria del VW rojo.
      Luego, la güerita se baja del auto y el ejército de palomas y otras aves se queda alrededor del VW, y muchas, las que caben, se suben al techo de ese cochecito que parece cucaracha. (Se ponen a esperar.)
      Después, la güerita se acerca con su carrito del super… Abre la cajuela de su VW y coloca las bolsas de su compra… Luego, abriendo una bolsa de semillas de girasol, camina por el cemento y se pone a arrojar las dichosas semillas por doquier.
     Entonces el alboroto alcanza buenos niveles, y todas las aves picotean el suelo hasta acabar con las semillas de girasol.
     La locura que provoca la güerita del VW rojo alcanza fama y ahora las palomas y otros pájaros vienen de otros lugares. Y hasta alguien dice que muchas aves vienen desde Canadá y Alaska.
      Y la güerita del VW rojo tiene que hacerse de ayudantes, pues la demanda de las semillas de girasol es enorme… Ahora, son cinco muchachas, y todas pilotean sus VW rojos, modelo cucaracha.
      Pero un día, gente mala (que abunda en nuestro planeta) hace una denuncia y la policía aparece y prohíbe la locura de las semillas de girasol.
      Entonces las muchachas de los VW se van a un parque, y ahí arrojan las semillas (pues a las palomas y a sus amigos, los pájaros, hay que alimentarlos de buena gana).
      Pero viene el milagro que se sospecha… Una noche, la viejita que no tiene buen corazón, y que es la persona que hace la denuncia de las semillas, tiene un sueño muy pesado, donde se ve perseguida por una paloma gigante… El ave la picotea con maestría y se la traga en un dos por tres.
      Y al día siguiente la viejita está muerta, a causa de un infarto masivo al corazón.
      Entonces las semillas de girasol se vuelven a arrojar en el piso del estacionamiento del supermercado, y la locura del tiradero de semillas de girasol se eleva hasta los cielos y las estrellas.
      Y Houston, la hermosa ciudad de Houston, cambia por decreto su nombre. Se llama ahora Paloma City.
      Houston es cosa del pasado, y Paloma City es distintivo de gente amante de los animales que vuelan.


 Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Thursday, March 20, 2014

GARABATO No. 52

Foto: Marangeli Franco


Por Eduardo Rodríguez Solís


      La gente y todos los animales decían que ellos eran pájaros “sin chiste”. No tenían colores alegres y parecían parte de la tierra. Eran color beige o color gris. Y andaban volando, siempre, cerca de territorios prohibidos.
      Ahí, principalmente, merodeaban pájaros azules y cardenales. Ahí no entraban bichos raros. Y mucho menos pájaros color beige o color gris.
      Ese lugar era –según azules y cardenales—sitio exclusivo de alados de alta alcurnia. La “pelusa”, o sea los de color beige y los grises, no estaban a su altura.
      Y resulta que un día, la gente que habitaba este territorio tuvo la feliz idea de colocar un poste de metal muy alto, con una casa de diseño “pagoda”, con doce espacios para “que los pájaros empollen a sus anchas”.
      Y la “pelusa” (los de color beige y los grises) se dio cuenta de este suceso, y una pareja de estos pajaritos tuvo la original idea de poner el letrero “sold” (vendido) en una de las aberturas.
      Y los azules y los rojos (los cardenales) empezaron con la tarea de preparar los nidos, pero no se metieron en la abertura que tenía el letrero “sold”.
      Entonces, la pareja de pájaros indeseables, que eran de cuna absolutamente “pelusa”, se pusieron en las crestas unas plumas rojas y azules, que encontraron por ahí tiradas. Y así se disfrazaron para no ser molestados por azules y cardenales.
      La “pelusa” macho se quedaba en la entrada de su casita, mientras la hembra volaba en busca de ramitas o lodo. Y luego, se intercambiaban la tarea, y la hembra se quedaba de vigilante.
      Y llegó la hora de la nueva vida y todos (los de alcurnia y los de no alcurnia) se pusieron a empollar.
      Poco después nacieron los pajaritos y los intrusos hicieron que sus hijos llevaran una pluma azul o roja en la cabeza.
      Pero un día vino una tormenta que movía los árboles y la pagoda, con sus casitas, se balanceaba de lo lindo… Y los rojos y los azules se quedaron sin plumas, y de su piel salieron plumas color beige y color gris.
      Fue entonces cuando ese mundo de las alcurnias y de la “pelusa” se volvió un solo mundo extremadamente feliz y perfecto.



Foto: Marangeli Franco


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


Wednesday, March 12, 2014

GARABATO No. 51

Foto: Marangeli Franco

      
Por Eduardo Rodríguez Solís


      Estaba en una cornisa del piso setenta. Para abajo, la gente que se movía parecía parte de una comunidad de hormigas. Y si volteabas para arriba, si no te vencía el vértigo, podías ver con más precisión las formas de las nubes.
      Apoyaba con cuidado las palmas de sus manos en la cornisa, y trataba de evitar los desechos de las palomas, animales que tenían diversos colores… Había blancas, grises, azuladas, verdes y bien campechanas. Y nuestro amigo se reía del término “campechano”, que significaba colores mezclados.
      Respiraba con mucha libertad. Es que estaba arriba de los humos venenosos de los motores. También sentía sus ojos ajenos a la “picazón” que se sufre si uno anda sobre aquellos grises pisos, que se fabrican fuertes como rocas.
      Pensaba en ese amor que se le había ido de las manos. Y aquella mujer de cabellos dorados, que tanto había querido, se había ido con otro, quedándose él en la soledad aplastante, desagradable, absurda.
      Y cuando sentía que se le estaban durmiendo las piernas, por la dureza de la cornisa y por el efecto de su propio cuerpo, movía con cuidado sus asentaderas, no fuera a despegarse alguna parte de la dichosa cornisa.
      Y ese temor se basaba en la edad del edificio… Cien años era mucho tiempo, y el cemento podía haberse debilitado… Por eso, los movimientos tenían que hacerse con cautela, con mucha cautela.
      También había que “torear” a los vientos. Y se reía del término “torear”, que significaba esquivar o “cabecear”… Un ventarrón fuerte podía terminar con una caída al vacío.
      Y, ¿por qué estaba sentado en esa cornisa? ¿De dónde había salido esa locura?
      Había sus razones.
      La vida, a sus treinta y tres años, se había vuelto muy aburrida. No había cosas nuevas, no había sorpresas. Todo era igual, monótono.
      ¿Para qué vivir si el dulce mañana ya no existía? ¿Para qué vivir si los colores y los animales que nos rodean ya no son los que veíamos en la niñez?
      Y hacía esas reflexiones mientras el minúsculo mundo se movía en diferentes direcciones, allá abajo, donde se pisaba el frío cemento.
      Entonces se levantó en la propia cornisa, y sintió que una losa se movía, y escuchó el ahhh de la poca gente que lo observaba.
      Y respiró profundamente, y quiso pedir permiso a sus padres, pero no lo hizo, y vio para arriba y observó de verdad a algunos ángeles escondidos detrás de las nubes… Y se quiso ir volando, primero hacia arriba, pero definitivamente se fue hacia abajo.
      Y el cuerpo de nuestro amigo se volvió un bólido. Y en cinco segundos aparecieron en su mente algunas fotografías de su triste y miserable existencia, y luego sus sentidos se esfumaron y, gracias a los cielos, no sufrió en carne y hueso los embates del último encontronazo contra el piso gris.
    
    
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


Sunday, March 9, 2014

GARABATO No. 50


Foto: Marangeli Franco
     

Por Eduardo Rodríguez Solís


      Me parece que de un avión 747, alguien arrojó, por el inodoro,  un papel que envolvía una piedra, cosa un poco extraña, ya que si uno echa algo al inodoro de un 747, queda encerrado en un tanque de almacenamiento… Y queda ahí, hasta que alguien desmonte este tanque para darle su limpieza y su baño a presión.
      El caso es que de muy arriba de las bajas nubes alguien arrojó un mensaje. Y la piedra con el papel pegó en el capacete de un automóvil, y luego rebotó varias veces en el asfalto de la carretera, que zigzaguea en una montaña, cerca del mar.
      Ahí iba un mensaje medio secreto… “Vaya usted al centro de la ciudad de México, a la esquina de Madero con Pino Suárez, donde está una juguetería de fama… Entre usted al local y pida un abecedario de madera… Sólo ahí los venden…”
      Ernesto, que no entendía lo que le estaba pasando, volteó para arriba, y vio claramente que algo más se desprendía de una nube gris, con forma de trébol de cuatro hojas.
      Ese algo caía y se le acercaba… Hasta que golpeó su cabeza… Era otro papel que envolvía una piedra.
      Ahí estaban unas instrucciones.
      “Si pones todos los cubos del abecedario, revueltos, como si fueran un dominó, escoge uno a ciegas y abre los ojos… Y grita la letra… Y tendrás una sorpresa…”
      Como Ernesto no tenía ni un “clavo” en la bolsa (como no tenía dinero), se puso a trabajar mucho, en lo que hacía, en lo único que sabía hacer.
      Se llevó entonces su bolsa de globos de colores a una de las playas de Acapulco. Y ahí, se puso a inflar globos, haciendo con ellos elefantes, payasos, flores, corazones, espadas y demás.
      Y a veces, como siempre, se le ponchaban sus obras maestras, y entonces tenía que volver a empezar.
      Y ahora las jornadas eran de ocho horas, en vez de las cuatro de siempre… Es que había que hacer una alcancía para comprar su pasaje a la ciudad de México.
      Varios días después, rataplum, juntó lo que se necesitaba para su boleto de camión.
      Y hay que ver cómo abría la boca cuando finalmente caminó en el enorme patio del zócalo, junto al asta de la bandera, frente al Palacio Nacional.
      Y ahí, con ese sol medio contaminado, volvió a hacer sus figurines en globos de colores. Había que comer y había que juntar para el abecedario de madera.
      Vinieron después las noches que se pasaron en una banca de madera, dentro de la catedral… Ahí, se descansó, se durmió y se le rezó a la virgencita de Guadalupe.
      Luego, llegó la hora de la verdad… Estando frente al mostrador de la juguetería, puso peso sobre peso hasta alcanzar el precio del abecedario.
      Y justamente afuerita del establecimiento, se puso en cuatro patas en el pavimento, y abrió su juguete. Acto seguido, con los ojos tapados con un paliacate rojo con blanco, hizo “la sopa” del domino y los cubitos de madera quedaron bien revueltos.
      Recogió tres letras, y las puso en fila… Y tomó la primera…
      Se quitó la venda de los ojos y gritó “letra c”…
      Segundos después cayó del cielo un conejo de trapo, seguido de un cochinito, también de trapo.
      Se repitió la rutina. Tomó Ernesto la segunda letra y gritó “letra l”.
      Cayeron un león de trapo y un lagarto.
      “Letra m”.
      Y cayeron un mono y un martillo.
      Como Ernesto se caía de sueño, recogió todos los cubitos de madera y los metió en su caja… Pero se dio cuenta que un enanito lo estaba observando.
      Seguido por aquel enanito, se metió a la catedral y ahí, abrazando su abecedario de madera, se quedó dormido, bien recostado en una banca.
      El enanito, que también estaba agotado (quizás por tanto observar), se fue a un rincón y se durmió en el suelo, hecho bolita, como si fuera un camarón.
      Ernesto despertó y sintió que le faltaba algo. ¡Su dominó de madera! ¡Su abecedario de madera!
      Se incorporó, medio mareado, y salió a la calle… Y todo, absolutamente todo, era una gran alfombra de juguetes de trapo, que supo habían caído del cielo.
      De pronto, vio al enanito acomodando cosas de trapo… Y este enanito se puso muy nervioso, y se fue corriendo a esconderse detrás de una fuente seca.
      Ernesto caminó mucho y la alfombra de juguetes de trapo no terminaba… Aquello era un mundo completo de animales y cosas de trapo…
      Y se imaginó al enanito robando su abecedario de madera, y gritando muchas letras.
      Al rato, se escuchó como una coral de voces que cantaba todas las letras del abecedario, y se inició una gran tormenta invernal que, en lugar de copos de nieve, arrojaba juguetes de trapo.
      Y se hacían montones, que luego se volvieron montañas…
      Y Ernesto corrió y corrió hasta encontrar una parte sin alfombra de cosas de trapo, y se puso ahí a hacer un hoyo profundo, y ahí se metió, jalando después, con las manos y las uñas, toda la tierra que se había sacado.
      Y se quedó sepultado el buen Ernesto, por los siglos de los siglos… Y el abecedario desapareció, y el enanito dejó de ser enanito y se volvió persona normal, que no sabía gritar…



Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Saturday, March 8, 2014

GARABATO No. 49


Foto: Isabel Pérez Lago
   
   
Por Eduardo Rodríguez Solís


      Iba caminando como todo un artista del mejor circo del mundo. Llevaba vestuario multicolor y su rostro era blanco, como mimo, como Marcel Marceau.
      Equilibraba un palo de escoba, y arriba de la punta del palo llevaba una pelota de playa.
      Arriba de la pelota iba una silla, apoyada en una pata, y arriba de la silla iba un botellón de vidrio verde.
      Arriba del botellón iba un maniquí femenino, y en la cabeza del maniquí iba una casa enorme de muñecas.
      Arriba de la casa iba un gorila de cerámica, y sobre la cabeza del gorila iba un turbante como los de Carmen Miranda, con frutas y plátanos de plástico.
      Cuando era visto por mucha gente, aventaba el palo de escoba para arriba y lo cachaba con la otra mano. Y cuando hacía esto, gritaba como el Tarzán de la película blanco y negro.
      Cuando llegaba la noche, cuando era la hora del descanso casi eterno, cuando se imponía irse a la cama, clavaba su palo de escoba, con todo lo que llevaba arriba, en el patio de la casa.
      Y cuando soñaba, si es que soñaba, iba siempre caminando, siempre caminando, con su palo de escoba y todo su tinglado.
      Luego venía el kikirikí de todos los días, el canto diario de los amos de las gallinas, y nuestro ilustre personaje se ponía desodorante o se daba un baño vaquero (parte vergonzosa delantera, parte vergonzosa trasera y patas), se vestía como siempre, y se salía a caminar, después de haber comido un pedazo de pan duro y un poco de leche amarga, pasada de tiempo.
      Iba entonces, de nuevo, equilibrando su palo de escoba, con todo lo que llevaba arriba y, a veces, como ya sabemos, cuando había público, aventaba su armatoste para arriba y luego atrapaba su palo con la otra mano, y de su boca salía el grito de Tarzán.
      Hasta que, siendo ya muy famoso, lo hicieron llegar a las Cataratas del Niágara. Y ahí, quería volverse el artista más grande del mundo, al cruzar las peligrosas cataratas.
      Y llegó el instante deseado… Sonaron las trompetas y retumbaron los tambores militares… Y empezó el divino show.
      A medio camino (oh, dioses inmortales), vino un viento tempestuoso y nuestro amigo se fue volando, dando vueltas, sin soltar su palo de escoba, pero con sus cachivaches saltando por todos lados.
      Los que observaban el gran acto circense lo vieron todo. Pero la tragedia se les olvidó pronto. Sólo les quedó el rumor de angustia del grito de Tarzán.
      Nunca se recuperó el cuerpo del artista. Sólo, como cinco años después, en alguna laguneta alejada de las caídas de agua de las Cataratas del Niágara, se encontraron el palo de escoba y el turbante de Carmen Miranda, con sus frutas y sus plátanos de plástico.
      Y se cuenta, hasta en un corrido ranchero que, a veces, cuando hay mucha gente en las famosas cataratas, se escucha, muy lejos, el dolido grito de Tarzán.


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Friday, March 7, 2014

GARABATO No. 48


     
Por Eduardo Rodríguez Solís


      Abre un ojo. Abre el otro. Arruga la nariz y estornuda. Se levanta. Se estira y truenan huesos. Se acerca a la ventana. Hay mucha niebla. El cielo está gris. Sin moverse de lugar hace como que corre. Respira con profundidad. Experimenta un suspiro. Observa una foto. Son sus padres en blanco y negro. Piensa que el tiempo pasa. La vida se desliza. Suena el celular y brinca. No tiene ganas de contestar. Está aburrido. No sabe qué hacer. Le cae el veinte y truena los dedos. Va al baño. Hace alguna necesidad. Se moja la cara y se alisa el cabello. Vuelve a tronar los dedos. Se pone lo que sea. Baja la escalera. Come una dona. Saca una botella de leche. Da un trago. Abre la puerta. Camina por la calle. No saluda. Parece zombi. Acelera la marcha. Llega al parque. Se acerca a la fuente. Alguien lo abraza. Es ella. La actriz de la película. Porque esto es una filmación. El director grita “corte para lunch”. Todos corren y ríen. Se queda solo. Muchas lágrimas escurren de sus ojos. Camina hacia la puerta del estudio. Sale y resulta que está en el espacio sideral. Algunas naves pasan. Casi no hay gravedad. Trata de  caminar pero se va volando. Se pierde en el infinito. Todo se acaba. El todo se vuelve negro. Ya no hay luz. Ahora todo es rojo. Pero todo se torna amarillo. Es que estamos cerca del sol. Pero la vida como que se disuelve. Se mira las manos. Son transparentes. Se mira en un espejo. Pero no hay imagen. Se mira los pies y son transparentes. Trata de gritar y no puede. Entonces se da cuenta que está en un laberinto. Y todo empieza a dar vueltas. La vida se vuelve un torbellino. 


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


Wednesday, March 5, 2014

STAY WARM





“In an ideal world, we would be more impermeable. We would be unshaken whether we were ignored or noticed, admired or ridiculed. (...) We would know our worth,” Alain de Botton.
Dancing. I have been listening to Laritza Bacallao for the last few days. Dancing in front of a big mirror (nobody is there).
I do the dishes; I go to youtube: Que suenen los tambores.
I like reading, but I can tell that I love dancing.
I also enjoy putting together power point presentations for my students.
Let it go, I am thinking of a song.
My writing doesn’t read very poetic now, but I do like the sound of my pencil, as Jennifer pointed out two writing workshops -therapeutic sessions- ago.
I hadn’t paid attention to my pencil, but it may have a sound after all.
“Don’t worry. Be happy,” another song that comes to mind.
Words –they transform us.
Let it go again and again. It doesn’t matter whether it makes sense or not, whether you make sense or not. A thought? –she said.
I say, May you always stay w@rm, my friend.





Saturday, March 1, 2014

CHARLOTTE CORDAY. POEMA DRAMÁTICO





Por Nara Mansur 


“Charlotte Corday llega a la capital
Todas las ventanas están adornadas
Todavía del viaje está un poco cansada
Pero nada de echar un pestañazo en el hotel
Al despuntar el alba va al Palais-Royal
Donde le han recomendado un vendedor de puñales.
Bajo las arcadas en las vidrieras
Ve mil clases de esencias y cosméticos
Por todos lados la abordan y la invitan
Trucos le ofrecen contra la sífilis
peras, esponjas, frascos, condones
todos los quincalleros la acosan.
Pero ella es sorda a las seducciones
Va derecho a la tienda
Y compra un puñal de mango blanco.
Oye el canto de los pájaros en las Tullerías
Y el perfume de las flores llega hasta ella
Pero aún así sin una mirada a las perfumerías
Se engolfa resueltamente por las callejuelas
En donde el olor de las flores se mezcla al de la sangre
Donde todo el mundo silba aplaudiendo
El desfile de las altas carretas
Colmadas con sus fantoches gigantescos”.

Peter Weiss, Persecución y asesinato de Jean Paul Marat, representados por el grupo de actores del Hospicio de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade (Marat-Sade).



El Documento

Cuando Charlotte Corday asesinó a Jean revolucionario francés Paul Marat, ella se convirtió en una mártir de una causa perdida.

Llevada en una familia aristocrática en 1768, Charlotte Corday creció para arriba con las lecturas de Rousseau y de Corneille. Algunos eruditos creen que encontraba en esos libros antiguos el amor, que la hicieron trabajar de una manera blanda su cerebro que se moldeó en una idealista desesperada, aislada de la realidad del día y de la noche. Ella creyó que un solo acto violento podía restaurar el orden a Francia. Si su acción fue justificada o no, nadie niega que su belleza, tranquilidad y estoicismo la hacen una figura intrigante de la Revolución Mundial.

Aunque mucha gente ha visto la pintura startling de Jacques Louis David de la muerte de Marat, personalmente ella puede que no sepa, que no haya sabido a lo que condujeron las circunstancias de su fallecimiento sangriento. Junto con Robespierre y Danton, Marat demandó que solamente la Revolución podría crear un nuevo Estado y así que extartilló con dinamitrión el reinado del terror, durante el cual los aristocrats y los republicanos resolvieron igualmente su sino en la guillotina. Determinando al instante la sangre de sus ciudadanos y compañeros. Corday accedió al hogar parisiense de Marat bajo la máscara de que ella tenía información fideligana con respecto a las sublevaciones. Tres veces tocó a su puerta en la rue des Cordeliers. Marat se bañaba casi todo el tiempo, tenía todo el cuerpo cubierto de llagas, de musgo de playa, estaba inflamado y se sabe que no se defendió cuando Corday hundió  el cuchillo en su pecho.
Diez días estremecen al mundo, Charlotte Corday pone en cortocircuito su vigésimo quinto cumpleaños, asciende al andamio de la fama con el pelo corto y un tinte ecológico. El verdugo después de bendecir su cabeza con su propia orina espumosa separó para algunos miembros de la audiencia mechones del pelo de Corday, que después usaron los pacientes de escarlatina del hospital más cercano. Algunos de los que asistieron al corte de cabeza de la asesina y contrarrevolucionaria, dicen que un chorro de agua sobrevino al sol de aquel día de julio. La historia dice que ella es un mito, una desconocida que se convirtió en la asesina más célebre de un político cualquiera. En la matanza de Marat, Corday le dio un giro irónico a las circunstancias de la causa revolucionaria, dio excusas a los opositores y repartió el terror como terrón de azúcar para los que toman té como lo más natural del mundo.


Charlotte le apuñaló:

-- “La terrible desgracia que tengo me da derecho a pedir vuestra amabilidad... hoy 13 de julio de 1793... me da derecho a pedir vuestra cabeza”.
-- “Dispondréis esta asignación para esa madre de cinco hijos cuyo marido murió en defensa de la patria...”.

En el suelo se ve el puñal caído. Una sombra clara asciende en diagonal evocando la huida de la vida del cuerpo agonizante.
Después de que Charlotte Corday matara a Marat en su baño fueron a su habitación y encontraron la Biblia abierta en la historia de Judith, y sus palabras que por conocidas no debemos olvidar aquí: “Vivo para cometer el crimen que salve a la Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes”.


El Poema Dramático

1

Estamos reunidos en la funeraria. Mis abuelos han muerto. Estamos reunidos mi madre, mi padre, mi hermano y yo.
Creo que nunca hemos estado en los Estados Unidos (de Ánimo).
Nunca antes habíamos sido tan tolerantes unos con los otros.
Nunca antes sentí que necesitáramos tanto
Por suerte alguna única muerte.
Tan solos los cuatro juntos en la funeraria.
Hoy es un día del año 1990.
(Apagón.)
El farol con el que mi abuelo hizo la campaña de alfabetización
alumbra la pequeña sombra del ataúd.
La señora que limpia la funeraria nos trae café. He sentido ganas
de preguntarle a los muertos en las capillas algo del pasado.
Mi amiga me pinta las uñas para consolarme: llegó ayer.
Trajo un álbum de 402 fotos y me lo muestra.
Especialmente me gustan las fotos del río que separa
Boston de Cambridge, el campus de Harvard.
Especialmente mi mirada se llena del paisaje agrícola, agrio,
de Afganistán, y sus muertos, y más muertos y muertes.
Pero también soy un poco feliz de mi familia, de mi farol.
Que ninguno de nosotros haya estado allá.
Prefiero que mi abuelo haya muerto así
Sin saber nada, sin noticias.


HABLA CHARLOTTE CORDAY:

2
Charlotte Corday, originaria de Caen, provinciana y un poco noble
Lleva un lindo vestido y zapatos última moda
A juicio de los historiadores
es una persona muy presentable...
Honorable público:
Excrecencias, majestades de todos los países
uníos los unos a los otros
Hoy 13 de julio de 1793 vais a ver
la gran noche caer sobre el héroe en su bañadera:
“Nuestro espectáculo será el de Jean Paul Marat y su agonía
la cual como todos sabemos tuvo lugar en su bañadera
bajo la mirada vigilante de Charlotte Corday”.

Estoy aquí preparando el arma, ajustando mi corsé
Masturbándome con el futuro destello de la llamarada
sueño con el cadalso, con mi tálamo nupcial.

3
¿Qué país es este donde el sol es espeso y sólido
como el de los mataderos?
¿Quiénes son ustedes?
¿Por qué bailan, qué es esa risa que los sacude?
¿A qué aplauden?
¿Qué país es este
donde la carne robada yace en el pavimento,
qué caras son estas?
Cuantos más extranjeros vi, amé más a mi Patria.

4
Antes pensaba en la impresión de mi persona
ese momento de exposición de mi naturaleza
descomponiéndome.
La verdad es que casi nada antes había estado
organizado
compuesto
orquestado.
Antes pensaba en la impresión de mi país sumergido
en los campesinos, en las calles, en la basura.
Antes pensaba en la impresión de mi dentadura
en un sandwich de queso azul.
Antes solía encontrar a los revolucionarios en la escuela
Antes
Antes.

5
Debo recoger las firmas de los interesados en asistir al ajusticiamiento. Los verdugos han afilado bien la cuchilla. Los condenados rezan sus últimas plegarias, quieren papas fritas, huevos fritos, jamón. La cercana muerte los libera del colesterol acechando. Debo recoger la firma del que se autopropone para, para, para....
Debo, debo, debo, debo, debo
Quiero, quiero, quiero, quiero

La revolución enseñó que las flores a veces son arrasadas por los tanques. Qué significa una bañadera de sangre frente a la sangre que falta por derramar. Al matarlo a él salvo a miles de hombres. El clamor está dentro de mí. Lo que debo decirle a él, no puedo escribirlo, no puedo cuchichearlo, quiero hundirme con mi puñal de mango blanco. Los monarcas son buenos papás a cuya sombra todos vivimos en paz. Además, por qué hablar de la falta de respiración. Hablemos de las colectas de ropas, de las sopas populares, del auxilio médico, de los dulces favores de nuestros padres espirituales, del libre pensamiento en las funerarias. La revolución enseñó que las flores son arrasadas por los tanques. A veces. No digo la sociedad, digo la revolución. Digo “la revolución de la revolución de la revolución”.
Somos los inventores de la revolución pero todavía no sabemos utilizarla.

Oh, padre. Pater. Patético. Padre patético. Paternidad patética. Papá desempleado. Papa. Patata. Papilla.
Papa móvil. Pa lo que sea Fidel pa lo que sea.
Pa pa pa pa pa pa pa pa pa (onomatopeya de ráfaga de AK-M)

6
Para distinguir lo falso de lo justo hay que conocerse
Yo
yo no me conozco.
Cuando pienso que descubrí, que conocí algo
una joya, es decir, una persona
es decir, el amor
al punto dudo.
Y enseguida trato de olvidarlo
destruir la ilusión para que no me destruya a mí.
La única verdad es mi torcedura,
como una puta, una veleta encima de un molino
no sé si soy el verdugo o la víctima
el instrumento de tortura o la enviada de Dios.

7
Soy una asesina
pero esto no es una identidad
como si algo fuera una identidad
En realidad, nací en Latinoamérica
comí muchos frijoles mágicos desde niña
chícharos verdes
me recibí de enfermera, estoy lista para curar
si se quiere, si se mira
con cristales polarizados de policía
¿existe alguna relación entre enfermeras y policías?
¿entre enfermedades y políticos?
¿entre la policía política y los enfermos flores?
¿entre usted y yo?

Soy una donación de sangre voluntaria
soy una principiante
soy una heroína
Tengo miedo de enfermar de cáncer de útero.
Ahora
¿qué significa la complicidad civil?

Sólo tendré reposo el día que encuentre al hombre
que sepa ironizar mi crimen:
Marat parece entender mi lado neurótico.

¿Quién es la muchacha de seno húmedo
y vientre húmedo, echada boca arriba
que se pone a soñar con refajos
de tela basta?...
¿Quién es la que ve la cabeza rodando de Marat
cuando menstrúa su muerte?

Siempre he sentido un profundo resentimiento
hacia los de mi clase que no se conforman
y quieren patear aún más
a los ninguneados de abajo
con la guardia en alto.
Siempre me he sentido la extraña
que de una manera extraña
nunca ha tenido el mismo tipo de trabajo
nunca ha pertenecido a nada preciso:
un cuarto de hotel
un perfume
¿En qué consiste mi impostura?
¡ Igualdad, libertad, fraternidad !

Era la hermana de mi hermano
tenía con él una historia común
una especie de trágica añoranza común
con mi hermano
las mismas cosas de la infancia
las mismas comidas
los mismos juegos con mi hermano
los mismos muertos
Cuando era adolescente llegué a pensar
en un matrimonio perfecto entre mi hermano y yo.
Me sentí deplorable, me sentí una novelita de deshecho
una novelita rosa es una rosa es una novelita es un deshecho
En medio de los escombros de la guerra
semejantes pensamientos, ¿para qué?
Mi hermano y yo cada domingo preparamos
un almuerzo revolucionario
mojamos el pan en el huevo frito
Amanecíamos jugando en la cama de nuestros padres
y la revolución aparecía de manera rápida
en la televisión, en la esquina caliente.

8
¿Qué hago con mi padecimiento?
¿le pongo dorador?
La playa me cura de mi fantasma:
el asesinato que voy a cometer.
Mi crimen me libera de la enfermedad que me aqueja
una insolación, un deseo criminal de desolación.

Sólo podré recordar un “matisse”
Una mutilación inocua de mi memoria
¿por qué, por qué, por qué?
un fragmento de una conversación telefónica
Recuerdo, subrayo, marco la frase final:
Muerte a Marat. Muerte a Marat. Muerte a Marat.

9
Convéncete de eso. Morir. Su muerte nos devolverá la paz.
Restaura el comportamiento democrático
a nuestros ciudadanos
A nuestros antiguos compañeros, permíteles
un armisticio, un balbuceo, un ardid.
El muy ladino todavía quiere hacer creer
que el terror será breve
pero sabemos lo que es para él la grandeza de nuestra nación.
Charlotte Corday, suprime ese heroísmo
Mófate de Francia y de todas las naciones.

10
El exilio para mí no ha comenzado aún.
Aún sueño con mi país. Aún sueño con mis juguetes. Aún sueño
con tu cuarto. Aún sueño con mi abuelo. Aún sueño con una asamblea. Aún sueño con una votación no unánime. Aún sueño con mi mejor foto. Amanezco creyendo que Notredame está en tu cuerpo.
Mi nombre, Charlotte. Y quiero estar ahí.
Muerte a Marat, Charlotte.
Sí, yo soy Charlotte Corday. (Salida de Cecilia Valdés, en la zarzuela homónima.)
Convéncete de eso, camarada Corday.
Nos debemos a la libertad.
Nuestro deber es instaurar un régimen de amante subjetividad.

11
Todos los hombres sueñan lo mismo:
llegas a la cama con ellos
llego a la cama con él
y comienzan a representar: ( ¡Ah, los actores! )
Yo soy el Lobo y tú, Caperucita Roja
ahora llego de improviso a tu ventana
eres una virgen encerrada en una nevera
eres una puta de salón, soy un nuevo cliente
eres muda, eres retrasada mental, tienes hemorroides
Soy El Gran Gatsby
Tengo un dispositivo equino.
Y una pone su cara y su mente
y yo pongo casi todas las velas y mi lencería recién comprada,
tan incómoda
para creer en el mejoramiento humano
mis sábanas planchadas...
Después de tantos “si mágicos” debe llegar
el amante, el héroe, el cómico

Oh no
otra vez la supuesta inmensa dicha
se posterga.

Exijo que se abran los graneros para aplacar el hambre
Exijo que las tiendas pasen a nuestra posesión
Exijo la movilización inmediata de todos para poner fin a la guerra
que sirve de máscara a la especulación y luto en nuestras familias
Exijo que los culpables corran con los gastos
Exijo que nadie se declare inocente
Exijo que se borre de nuestros espíritus
la idea de un gran ejército, de un equipo olímpico,
que la revolución dura lo mismo que el orgasmo:
en un minuto el rayo cae, consume y deslumbra

12
Querido amigo mío:
Tampoco es seguro que yo esté tan cerca de Notredame
pero la muerte de Marat es un hecho.
Antes debo velar porque mis padres puedan camuflarse
en una jubilación decente o en otra cédula de identidad
e ir a criar ovejas allí donde los campos han sido segados
exquisitamente.
Querido amigo mío:
La muerte de Marat es un hecho
el crimen está  a punto de ebullición
Cuando vuelvas a Notredame
no preguntes por quién doblan las campanas
doblan por mí.

13
Pero yo sé que mi crimen no mejorará nada
pero yo sé que mi crimen hará estallar lo más podrido
pero yo no sé qué me pasa.
Yo vi correr a las mujeres llevando en sus manos ensangrentadas
los sexos cortados de sus esposos, al volver de la guerra en África.
Yo sé que Marat es el menos culpable
pero mi mano criminal
es demasiado breve para alcanzar a tanto simulador,
hombrecitos con pretensiones y torturadores
que no le hablaron a Jean Paul Marat como a un hombre
simplemente como a un hombre.
Marat es un hombre, un perro, un desinfectante
demasiado caprichoso
demasiado padre de quienes no son sus hijos
demasiado entusiasmado por chistes apócrifos
no supo instaurar la boutique
de la internacional revolucionaria.

14
¿Qué país es este donde el sol es espeso y sólido
como el de los mataderos?
¿Quiénes son ustedes?
¿Por qué bailan, qué es esa risa que los sacude?
¿A qué aplauden?
¿Qué país es este
donde la carne robada yace en el pavimento,
qué caras son estas?
Muy pronto se agruparán en torno mío
contra mí esas caras
con sus ojos, con sus bocas, con sus lenguas
vendrán a prenderme.
Cuantos más extranjeros conozco, amo más a mi Patria.

¿Y yo? ¿Por qué llevar el ramo de flores al Rey
para volar juntos hasta una fosa común?
¿Por qué auto -- destruirme?
¿Por qué auto -- exponerme?
¿Por qué auto -- grafiarme?

He pensado en lo que sé hacer
he pensado en lo que puedo hacer para ganar dinero:
¿cómo puedo vivir con el sudor de mi frente?
un oficio, un negocio,
alguna habilidad extraordinaria
Pero no sé coser a máquina, no sé manejar un auto
no sé latín, no sé cocinar
me cuesta llegar, no sé exactamente
a dónde.
Entonces,
me proponen para mensajera de la muerte.
Soy la que debe morir después del asesinato,
porque después no sabré hacer más nada que matar.

Además, cada vez que sirvo café
un poco del líquido se derrama en el plato
y entonces queda nadando
la taza sobre un agüita carmelitosa.
Algo así es un impedimento definitivo para ser
por ejemplo, secretaria, pantrista, espía.

Además, quiero liberarme de mi mirada sobre mí
no quiero ser más el personaje y la espectadora de mis actos
simultáneamente.
Quiero estar libre de mi mirada
doble
quiero estar libre de acusarme, felicitarme, maltratarme, esperarme.

¿Y después?
¿Y el pasado y el presente?

No me siento una asesina cuando arreglo el escaparate

y ordeno el patrimonio sobreviviente
Siempre
extraño mi casa, los muebles
la ropa de verano, la ropa de invierno
los sombreros, las mantas
cuántas ganas de comprar todo el maldito tiempo.

Si hubiera podido dedicarme por entero a un oficio
quizá hubiera sido repostera
una vez preparé “Islas flotantes”:

Más allá de las islas flotantes:

“Bata seis claras de huevo a punto de nieve y agrégueles
poco a poco seis cucharadas de azúcar. Hierva la leche con canela,
limón y sal. Cocine las claras batidas en la leche caliente.
Cuele la leche que le quedó y mézclela con la maicena y las yemas.
Cocine hasta que se espese. Sirva la crema en una dulcera
y póngale encima las “Islas de Merengue” de modo que queden
flotantes sobre la natilla, que no debe quedar muy espesa.
Polvoree las “islas” con canela a la usanza antigua.
Rinde para once millones de raciones.

Me cuesta demasiado esfuerzo tener claras
tener llenas/yemas las relaciones con los objetos
por ejemplo:
Mi afán por el cuchillo y por la batidora Osterizer
Amo ambos objetos por igual
uno produce la sangre muerte; la otra, las dulces islas.
Las Islas flotantes son las sobrevivientes
de la devastación de la tierra sólida
Las Islas salvadas...
Los sobrevivientes flotan en el Golfo de México

La muerte de Marat se hunde en el tiempo.

15
Soy una impostora, es una lástima
Mi abuelo, cuando triunfó la revolución
ya tenía olor a  naftalina
así decían que olían los comunistas:
Roberto, hueles a naftalina
a ropa guardada, a cucaracha vieja.
Roberto era mi abuelo,
un militante del Partido Socialista Popular
un hombre enamorado
que lloraba con lágrimas del alma
y no con lágrimas de pura estética.

Como la bañadera en que siempre aparece Marat
Con sus llagas ardientes y su respiración fatigosa
en una agonía eterna, escribiendo lo mismo siempre
sus discursos sobre la electricidad y la corteza cerebral
...
es un error
adentro de la bañadera no hay agua.
Está el alma en el cerebro.
Las putas de Pigalle traen sus joyas para que se rasque.
Los ejércitos del hijo de Córcega extienden el botín.
Marat ama la sonrisa de los niños, de las vírgenes
dicen que algo así sienten los verdugos
una especie de alegría ingenua, indolora
irresponsable
por estar a salvo de gente como ellos mismos.

Marat, qué han hecho de nuestra ilusión
Marat, mañana será muy tarde para esperar
Marat, seguimos siendo los pobres diablos
Marat, qué ha sido tu vida en tu bañadera.

Para mí hasta la alegría duele,
el placer duele
El Gran Besador duele.
El Gran Mutilador muere.
Por fin un día se realizará la armonía del hombre
consigo mismo y sus semejantes.
Un, dos, tres, cuatro, treinta y tres años de dolor.

HABLA JEAN PAUL MARAT: DISCURSO A MI PAÍS

                                              Soy más robusto que la mayoría de los que transita por la pasarela
Me atrevo a mostrar el bulto de mi entrepierna.


Muestra soldado, tu herida
Muestra tu deformidad
Muestra soldado, tu herida
Muestra tus trofeos de guerra
Muestra tu verruga, tu barriga, tu vergüenza
Muestra tu deslizamiento, muestra tu herida
pueblo de Francia.

Querido ciudadano,
Tus rodillas fornican sin el ímpetu juvenil
Muestra a los otros que puedes ver las cosas más sencillas
Muestra el precio: no compres, no vendas
Mantén esa especie de firmeza paranoica, agazapada
Muestra la organización del tedio,
ciudadano.

Muestra, demuestra, muestra
Muéstrame pueblo,
Muéstrame Francia, tu pecado, tu culpa, tu promesa.

Querida Revolución,
Muestra la sanguinolencia de tus abrazos
el estado de ánimo de los compañeros
¡ Libertad, fraternidad, igualdad !
Este hecho, estos hechos, estas pulsaciones
serán el fin de la traición
de cualquier posible resurrección.

Queridos pedagogos:
Es preciso enseñar el francés
como una cuestión de vida o muerte,
nuestro idioma debe adherirse a la lengua
brotar de la carne espinosa y estallar.
Gritar, vociferar, eludir
cualquier síntoma extranjero
sobre nuestra bandera tricolor.

Francia, oh, tú, mi país
Enjuaga tu estigma de modistos y cortesanas
Sobre este papel estampamos nuestra fe.

Muestra Francia, tu arte, tu ansiedad

Es preciso mostrar


Muestra Francia, la huella
el mar que te separa del mundo.
Muestra país, tus perfumes
Huele Francia, mi aliento
aquel residuo de mi eyaculación
mis esperanzas
Muestra tus souvenirs.

Muestra hombre libre, tus sospechas
Muestra ciudadano de a pie, tu ojo sensible
Mi único objetivo es mostrar
hoy
“cuando por fin parece que estamos de acuerdo
en que queremos otro país,
y enjuiciar a los que nos robaron tan descaradamente.”
“No podemos desperdiciar este momento.”


HABLA CHARLOTTE CORDAY POR SEGUNDA VEZ:

1
A los treinta y tres años quiero desembarazarme totalmente, de una vez, del concepto de política, porque me parece fatal e inutilizable. He fundado una Organización para la Democracia Directa, que se refiere muy directamente a la vida y a la muerte en este país, al declinar o a la ascensión.

He venido para entregar una carta:

Muestro compañero, mi venganza
Yo, ciudadana de a pie, muestro mi ojo sensible, mi catarata
Mi único objetivo es mostrar
Hoy
cuando por fin parece que estamos de acuerdo
en que queremos otro país,
no puedo desperdiciar este momento.
¿Marat, conservas todavía toda tu memoria
en el fondo de tu bañadera?
Marat
te amo, te amo, te amo
(Ejecución del crimen: Charlotte Corday asesina a Jean Paul Marat)

2
Uno pudiera hablar de la ética de los parques
de viejos árboles cercenados
de una especie de virilidad diluida.
Uno pudiera hablar de la ciencia y de la técnica.
Uno pudiera desnudarse una misma y mostrar el horror de una misma.
Uno pudiera perdonar a Marat
un día como hoy compartir la culpa. (Picar el cake.)
Frente a su retrato uno pudiera cambiar de opinión,
es decir, no asesinar a Jean Paul Marat hoy 13 de julio de 1793.
Y dar comienzo al cabaret o al guateque campesino... (Música.)
Y dar comienzo a los improvisadores
para que propongan la alegría futura
la canción incierta:
Uno se pregunta si las personas sin alegría
podrían construir algo, la revolución, por ejemplo.


El Cancionero

Quiero un vestido.
Quiero un destino.
Quiero un castillo.
Que no haya mucho frío
que el sol no me queme
ni me arrugue la apetencia
de decirte mi delirio
mi solsticio revolucionario.

En julio como en enero
un invierno, un paraíso
una bañadera con gel.
Bañarte con agua de rosas
bañarme con agua de tu boca.
Así murió Marat
enamorado
flechado
incrustado
voilá.
¿Decía?

Adiós a las armas.
Adiós a los náufragos.
Adiós a la guillotina.
A los paredones.
A los barbudos.
A los bandidos.
A los malhechores.

Es la hora, Marat.
Ha llegado tu hora Marat
de darte un beso
de darte un plato de sopa
de darte tu merecido.
Mariposa que retoza
mi canción junto a tu boca.

Marat, Marat, Marat.
Un héroe sacrificado.
Una vida resucitada.
Un personaje, una revuelta.
Una clase, un panfleto.
Un bombín de Barreto.
Ponte pa’ tu cartón (de huevos).

A dónde iré después de la locura
después del hospital
de la cura que no me cura.
Un doctor, un cirujano, una pastilla
para olvidar que lo maté.

Te maté Marat, te voy a matar Marat.
A liquidar.
A enemistar.
A maldecir.
A desmembrar.
A descorchar.
A acribillar.

Te maté Marat, te voy a matar Marat.
A estornudar.
A amonestar.
A amonestar.
A desvestir.
A maquillar.
A destupir.

Te maté Marat, te voy a matar Marat.
Porque mi gente quiere comer
en una mesa grande langosta
camarones, mariposas, estricnina.
Y voy a darle lo que ellos quieren
porque yo soy lo que tenían que tener.

La que se entrega, la que más ama
la que no pide, que se despide
la puta más compañera
la compañera más puta
del solar, del penthouse, de La Timba
pan con guayaba y queso crema.
Para los niños, y la esperanza
de que ellos crezcan sin cortapisas.

Que viva la revolu.
Que viva la re-voltaire.
la revoltosa revuelta revolucionaria
pa’ lante, pa’ lo que sea, pa’ que me aguanten
pa’ luchar los combatientes.
Hasta la victoria siempre.
Hasta la victoria siempre.
Hasta la victoria siempre.






Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires y recibió el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2013.