Saturday, June 2, 2012

UNA NIÑA, SENTADITA EN UNA CAMA, Y CINCO CADÁVERES

Rebekka Manley: Bilingual



Por Nara Mansur



La noticia de su muerte le llegó al padre a las tres de la tarde. Estaba en una reunión…cuando empezaron a transmitir el comunicado, escuchó su nombre, mal pronunciado, y tardó un segundo un siglo en asimilarlo. Como una máquina ese hombre se santiguó oh redención rezo rescate de mi infancia bramido y de la infancia de su hija ahora cubierta por la muerte oh desgraciados oh qué desgraciado soy. El padre que recibe la noticia de la muerte de su hija se vuelve un niño y se santigua y se desploma su moral de hombre, de padre útil.

--Era mi hija--


Fin de los miedos sucesivos, fin del terror por gusto. Lo ha tocado en plena selva y se pregunta por su joven e inexperta e ingenua y entregada hija. No la mataron en la villa miseria los miserables sino el ejército de soldados miserables. Sólo recuerda --ahora que sabe que no la va a volver a ver, ni en la morgue siquiera-- que se trataba de una muchacha buena. Una muchacha que no sueña con una casa de dos pisos, con una piscina, un auto, caballos, jardines colgantes, joyas, París, un collar de perlas, Punta del Este, que no sueña con un príncipe o un gerente. El padre decide suspender la reunión.


--Estoy aturdido. Pensaba que era excesiva suerte, no ser golpeado, cuando tantos otros son golpeados. Sí, tuve miedo por vos, como vos tuviste miedo por mí, aunque no lo decíamos. Sé muy bien por qué cosas has vivido, combatido. Estoy orgulloso. Me quisiste, te quise. Me gustaría verte sonreír una vez más. No podré despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria.
Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te envidio, querida mía.


Una corta y dura y maravillosa vida. Qué extraño e impresionante ascetismo. Y la muerta qué le dice a su pequeña bebé que la espera en su camita. La memoria de la madre muerta quién la defiende, quién le nombra a la pequeña huérfana a su mamá. Ese consuelo dónde lo buscamos. El padre soñó volver a vivir junto a su hija, aunque fuera en habitaciones de silencio, aunque fuera callados los dos por la pena.


Como tantos muchachos que repentinamente se volvieron adultos, anduvo a los saltos, huyendo de casa en casa. No se quejaba. Sólo su sonrisa se volvía un poco más desvaída. Hoy en el tren un hombre decía: “Sufro mucho. Quisiera acostarme a dormir y despertarme dentro de un año”. Hablaba por él, pero también por mí.


Llevaba en brazos a su hija porque a último momento no encontró con quien dejarla. Se acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones blancos que siempre le quedaban grandes.


El 28 de septiembre, cuando entró en la casa de la calle Corro en el barrio de Floresta, María Victoria Walsh cumplía 26 años. Llevaba en brazos a su hija porque a último momento no encontró con quien dejarla. Se acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones blancos que siempre le quedaban grandes. El padre dice haber visto la escena con los ojos de la hija: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amaneciendo, y el cerco policial de ciento cincuenta hombres. A uno de ellos le llamó la atención la muchacha, porque cada vez que tiraba una ráfaga se reía. El padre intenta entender esa risa. La metralleta era una Halcón. ¿Será porque las cosas nuevas, sorprendentes, siempre la hicieron reír?


--Querida Vicki, querida Vicki


El padre se pregunta si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de su corazón: su hija pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo se afirma y es él quien renace en ella. Su muerte fue su pequeña gloria, los disparos caen sobre su cuerpo como aplausos y flores.


Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Ustedes no nos matan --dijo-- nosotros elegimos morir. Entonces ella y el otro hombre se llevaron una pistola a la sien y se mataron frente a los soldados. El coronel abrió la puerta y tiró una granada. Después entraron los oficiales. Encontraron una bebé de algo más de un año, sentadita en una cama, y cinco cadáveres.


Hay madres que sufren en su propio cuerpo el desempleo, el maltrato, el abuso policial. Para ellas no es una experiencia intelectual sino física, animal


Cuida a tu hija de esa bala perdida
que dispararon contra las madres de cara grasienta
que protestaban afuera de la fábrica Kraft ex Terrabusi.
Cuida a tu hija de no decirle que esas mujeres son muy valientes
cuida de que no se vaya a confundir y pensar que ya no existen
los trabajadores, las trabajadoras,
de que las verduras nacen en la verdulería
de que los perros y gatos no sienten.
Esas mujeres con el pelo sucio, porque les cayó agua
y de todo les cayó en la cabeza,
quizá hasta chocolate derretido y caliente, azúcar impalpable, canela.
Esa bala perdida me busca a mí también, Emilia,
esos policías a caballo, en hermosa postal de antaño
echando agua a cinco grados latitud corazón latiendo oh oh oh,
esos policías que defienden nuevamente los malos oficios
del empresariado (bajo cero).
Qué cuenta a su hija el policía cuando lo ve golpear
a la trabajadora Kraft ex Terrabusi por la televisión.
Qué cuenta el contador que no cuenta una sola historia
sino solamente monedas, dineros.
Quiénes son ustedes.
Quiénes somos nosotros.
Quién está poniendo el cuerpo, quién está pagando
y a qué precios. Quién se reconoce
en la cara de esa mujer de cara grasienta y el pelo con agua helada.


Oiga señorita
cuidado con la balita perdidita, no vaya a dar a su cabecita.
Mire que hay mucha humedad, mucho frío, muchos despidos.


Parados en medio de la ruta, un muro blando forman sus cuerpos.
Un semáforo siempre en rojo, una señal de pare constante.
¿Con qué bazucazo de chocolate
se pudiera echar a andar semejante máquina colectiva?
Los huecos sobre los cuerpos, la dulce grasa que los une
en su reclamo, la triste historia
del hermano que va y compra y paga por una golosina,
la triste histeria que nos reduce
a ser una madre más de las que compra chocolates en el kiosco.



Nara Mansur es poeta, autora de textos para la escena y crítico teatral. Ha publicado los poemarios Mañana es cuando estoy despierta (2000) y Un ejercicio al aire libre (2004). Recibió el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén 2011 por su cuaderno Manualidades así como el Premio de la Crítica Literaria 2011 por su libro Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro. Sus textos Ignacio & María y Charlotte Corday. Poema dramático han sido llevados a escena por los grupos Teatro D’Dos y la Guerrilla del Golem. Actualmente es colaboradora del Estudio Teatral El Cuervo que dirige Pompeyo Audivert en Buenos Aires.

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