Por Eduardo Rodríguez Solís
Se iba moviendo lentamente, haciendo eses
en la tierra, en el pasto, entre las piedritas… Iba buscando algo nuevo en la
vida… Quería acabar con la rutina absurda de todos los días…
Encogiéndose y estirándose, se movilizaba…
Era su única forma… Eso es lo que hacían las víboras, indefensas o venenosas…
Pero ella, la víbora de nuestro cuento, no sabía si era buena o maligna… Nadie
se lo había dicho… Nadie se lo había aclarado…
Ella era gris, y cerca de su cabeza tenía
unos puntitos morados… Podía asegurar que era la única víbora de su clase…
Nunca había visto otra como ella… De verdad…
Comía insectos y hojas de ciertos
arbustos. Y procuraba escoger bien sus alimentos… Sabía que había insectos y
plantas que contenían veneno… Pero quién le iba a decir qué era bueno y qué era
malo…
Creía en el dios que había organizado el
mundo. Pero no sabía dónde estaba esta deidad, y no sabía su nombre… Le gustaba
toda la música, pero prefería la barroca. Y conocía bien a Vivaldi porque el
dueño del jardín donde nació tenía muchos discos del gran compositor, que se
escuchaban a todas horas…
Ese día quería llegar a las ruinas de un
templo prehispánico. Quería llenar sus ojos de aquella arquitectura maya, tan
exacta y perfecta. Quería oler esas piedras ancestrales, que alguna vez
formaron parte de la ciudad… Por eso iba haciendo eses en el suelo… Y avanzaba
y avanzaba…
Cuando el verde tenue de las plantas se
tornó verde brillante, se dio cuenta de que había llegado al templo maya.
--Ya estamos aquí –se dijo la víbora.
Escuchó entonces tambores y flautas de
madera. Y en su mente aparecieron bellas bailarinas vestidas de blanco. Todas
daban vueltas alrededor de un paño rojo, que representaba la sangre de los
héroes caídos… La guerra había concluido y era imprescindible honrar a los
valientes defensores del pueblo maya.
De un montículo, bajó una mujer que tenía
incrustaciones de oro en el rostro. La dama era muy delgada y vestía de color
durazno. Mientras bajaba los escalones, se movía lentamente, con paso resuelto
y seguro.
--La hora de la verdad ha llegado –gritó
la mujer.
Las otras bailarinas desaparecieron y el
ojo público pudo deleitarse en la mujer de incrustaciones de oro.
Tambores y flautas trasmitían sus
lamentos, y voces femeninas se dejaron escuchar… Las palabras resultaban
ininteligibles, pero se sabía que los versos reflejaban el carácter de la
batalla recién finalizada.
De un momento a otro, la visión de la
ceremonia se esfumó… No quedó nada… Todo se lo llevó el viento...
La víbora volteó para todos lados… No
había nadie… Ella era el único ser viviente, además de los insectos y pájaros que
volaban por aquí y por allá…
La víbora notó que alguien la estaba observando…
Alguien que se movía lentamente y en silencio… Era una tortuga de agua dulce…
Una tortuga apache que tenía rayas rojas a los lados de la cabeza…
--Este es mi lugar –dijo la tortuga.
--También es el mío, porque aquí estoy
–dijo la víbora.
--No entiendes mis palabras –dijo la
tortuga--. Cuando digo que éste es mi lugar, estoy diciendo que yo soy la dueña
y señora de este lugar… ¿Entiendes?
La víbora no dijo nada… Simplemente, dio
la media vuelta, y se fue retirando… Había que buscar otro lugar…
--Oye, pero no te vayas… No me dejes sola
–dijo la tortuga.
Se miraron de frente y se hicieron
amigas, y se fueron hasta detrás de un muro, donde había un estanque de aguas
claras… La tortuga mostró sus habilidades como clavadista, zambulléndose hasta
el fondo del estanque… Después de una pausa, salió a la superficie… Y trajo
consigo una especie de mariposa, de un material parecido al plástico…
--Esto es para ti –dijo la tortuga.
Era una parte de su concha… Una capa que
parecía transparente.
--¿Y para qué me sirve eso? –preguntó la
víbora.
La tortuga dijo que con su capa podía
llegar al cielo. Y comentó que las mariposas transparentes son como llaves para
entrar al Paraíso. Y dijo que una tortuga apache, como ella, producía muchas
mariposas transparentes…
--Una mariposa transparente se produce
con el cambio de piel… como ocurre con las tarántulas o serpientes –dijo la
tortuga.
Las amigas fueron al observatorio maya
donde había más de un millar de orificios, gracias a los cuales se podía
disfrutar de las estrellas.
--Magia –dijo la tortuga--. Hay que descubrir
la senda perfecta… Si no es posible, nos desmoronamos… Sólo la paciencia nos
puede ayudar a equilibrar las fuerzas…
La víbora pensó que el capa-racho de una tortuga era como un
taller donde se fabricaban llaves para entrar al Paraíso… Cada mariposa desprendida
se convertía en una llave, hecha de la secreción de la tortuga… Y el capa-racho
o concha era como el papier maché que usan los artesanos con frecuencia… Varias
capas de papel periódico engomadas formando una capa resistente.
--¿En qué piensas? –preguntó la tortuga.
--En las mariposas transparentes –dijo la
víbora.
Y se quedaron ahí hasta que llegó la noche.
Querían observar las estrellas… La luna, un poco amarilla y el reflejo de su
conejo desaparecido.
A las doce de la noche, cuando todo
estaba muy tranquilo y sólo se escuchaba el canto lánguido de un grillo,
vieron, a través de uno de los orificios del observatorio, una luz que se
acercaba a la Tierra… Una masa extraña que crecía…
La figura celestial resultó ser un hombre
con dos cabezas. Era el dios Chal-Kal, el dios maya del conocimiento… Llegaba a
la Tierra ataviado con bellas ropas… Sin comitiva de ninguna especie.
Chal-Kal dijo que venía, como siempre, en
son de paz… Que no había que tener miedo…El dios Chal-Kal había decidido
visitar la Tierra…
Y compartió su leyenda. En el gran estadio
de los dioses mayas existía una gran preocupación porque el mundo estaba virado
al revés. Chal-Kal recibió la orden de sanear los espíritus de la gente y los
animales…
Chal-Kal poseía la sabiduría necesaria
para arreglar mundos descompuestos.
Había nacido de una piedra que se mojó
con la lluvia, y su corazón y sus entrañas eran duros como roca… Según la
leyenda, Chal-Kal era la medicina ideal que necesitaba este mundo virado al
revés.
De pronto, todo se oscureció para dar
paso a un eclipse lunar. La oscuridad se extendía, reina absoluta, eterna, de
la noche… Todo quedó en silencio… Los grillos dejaron de cantar…
Poco a poco, la luna recuperó su color… Y
Chal-Kal abrió los brazos y pensó en voz alta, con sus dos cabezas…
Con la cabeza que apuntaba al Sur pensó
en el estadio de dioses mayas, ubicado en el cielo. Y pudo ver los perfiles de
dioses menores y mayores… La mayoría aparecían coronados… Con la cabeza que
apuntaba al Norte, vio al pueblo que exterminaba una civilización antigua,
tragada por el olvido…
Con las dos cabezas, pensó que las almas
buenas existían y comunicó su parecer a la víbora y a la tortuga…
Los dos animales se acercaron al dios
Chal-Kal y cerraron los ojos, esperando una caricia…
Y la caricia llegó… Porque se necesitaba…
La mano caliente del dios Chal-Kal acarició la piel de la víbora y tocó con
suavidad el capa-racho de la tortuga…
El dios Chal-Kal voló de regreso a su
lejano estadio. Y los dos animales se quedaron observando el fantástico fenómeno…
Chal-Kal se volvió un cometa, y el cometa se mezcló con las estrellas…la luna
adquirió una roja tonalidad.
Para entonces, ya la víbora se había
alejado del templo prehispánico y prometido que regresaría a menudo… Y esto le
gustó a la tortuga… Ambas criaturas habían construido una amistad que duraría
para siempre… En el camino, la víbora vio cosas que no había visto antes… El
regalo de la amistad parecía revelarle la forma secreta de los árboles,
dragones, caballos alados, montañas, divinidades.
Y el camino no le pareció tan largo,
gracias a que iba entretenida observando las formas furtivas.
La tortuga, hacedora de llaves paradisíacas,
descubrió que su estanque de aguas claras había crecido, y que podía ver, con
toda claridad, las rayas rojas que la validaban como apache… Podía distinguirse
claramente en el espejo de agua…
El pequeño mundo de la víbora y la
tortuga cambió. Su encuentro con Chal-Kal devino en el elíxir mágico que ayudó
a los animales a luchar contra la melancolía, una enfermedad que se había
extendido peligrosamente… El agua del dios era bendita… Absolutamente bendita…
Los eclipses desaparecieron y los astros
del firmamento dialogaban en armonía al compás de vientos benignos… Del pasado
se tomaba lo bueno y del presente se escogía lo más sano.
Las mariposas transparentes continuaban fabricándose…
Eran necesarias… La gran chapa del portón que protegía al Paraíso no podía
abrirse sola.
Toda criatura interesada en conseguir una mariposa
transparente, tenía que ir al estanque de las aguas claras a pedirle un
ejemplar a la tortuga apache. No había otro camino.
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado
libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola.
Su cuento San Simón de los Magueyes
ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos
Bracho. Su obra de teatro Las ondas de
la Catrina ha sido representada en
muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston,
Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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