Tuesday, June 19, 2012

ESAS FRUTAS ROJAS

Andy Rodriguez: Untitled



Por Eduardo Rodríguez Solís


      Es un animal que se mueve por todos los mares, un elefante del océano. Se hace notar por los chorros de agua que expulsa hacia arriba… Canta a veces, y su voz es suavemente sonora… Muchos le tienen miedo… Es la ballena.
      Actor o actriz de muchas películas. Apodo que damos a las mujeres gorditas. Un gran animal que come barcos, cofres de pirata y, a veces, gente. Mito y leyenda… Es la ballena.
      Una vez que andábamos por los litorales de Puerto Rico, se nos apareció una. Era inmensa. Respiraba como un caballo de carreras. Y movía con mucha fuerza las aguas del Caribe… Nosotros íbamos en una lancha que se llamaba Tórtola. El dueño de la embarcación, que era un viejo holandés, nos habló de la leyenda de la ballena que comía manzanas.
      --Las manzanas son la vida –dijo el viejo.
      La ballena del cuento era gris, y tenía una especie de banda roja en lo que podría considerarse como su cintura. Y ese detalle de diseño, que le había sido otorgado por los dioses del mar, la hacía distinta.
      Una vez, cuando todavía se dedicaba a perseguir a su madre, vieron las ballenas unas canastas llenas de manzanas. Estaban flotando cerca del lugar donde se había hundido un galeón… Las ballenas empujaron las canastas hasta las rocas inmensas, que formaban un rompeolas, y comenzaban a alejarse cuando la ballena de la banda roja tuvo ganas de probar esas frutas rojas…
      La ballena descubrió la delicia. Reconoció un manjar de dioses. Se sintió como en el cielo. El sabor dulce y amargo la transportaba hacia un mundo nuevo… Y se enamoró de las manzanas…
      La ballena se vio obligada a incorporar esa fruta a su dieta. Y, como mínimo, una manzana a la semana tenía que entrar a su portentoso cuerpo. Si no lo hacía, el animal de nuestro cuento se sentía desamparado.
      Pero un día, una voz salió de una manzana. Era la voz de un gusano, que vivía dentro de la fruta…
      --Estás destrozando mi casa –gritó el gusano.
      La ballena, que todavía no masticaba la manzana, echó fuera la fruta… La colocó con cuidado sobre una piedra lisa, y pudo ver un agujerito, que era la entrada a la casa del gusano.
      --Ya no grites. Aquí no ha pasado nada –dijo la ballena.
      La ballena se comió otra manzana, después de inspeccionarla con cuidado.
      Entonces el gusano habló, y contó que él era un príncipe, el príncipe de un castillo localizado cerca de la nieve, en una cordillera que llegaba al mar… Un brujo lo había transformado en gusano. El brujo vivía en una caverna misteriosa… La famosa caverna de los Cuatro Vientos, que tenía túneles enlazando los puntos cardinales…
      El príncipe se había enamorado intensa y apasionadamente de la hija de un rey que dominaba las colinas más pequeñas de la comarca. La joven se llamaba Flor de Durazno. Era bella y cantaba viejas tonadas de caballeros andantes.
      La ballena se quedó sin palabras. Ella era Flor de Durazno y un maleficio del mismo brujo la había transformado en un cetáceo.
      Los dos enamorados hicieron un esfuerzo enorme para recuperar su idilio, despojándose del maleficio. Despertaron de su largo ensueño…
      Se fueron caminando hasta un arroyo de aguas claras. Mojaron sus pies, sus manos, se sentaron sobre las rocas. Ella cantó y él escuchó…

                                                            Dulces palabras
                                                            que se oyen en el campo.
                                                            Abran las puertas
                                                            de los corazones nuestros.
                                                            Ha llegado la hora,
                                                            el momento divino…

      En ese momento empezó a llover y el idilio se vino abajo. El príncipe se convirtió en un gusano, y la princesa, Flor de Durazno, se transformó en una ballena de banda roja.
     El viejo dio unas palmadas al viento. Quería hacerse notar. Iba a pronunciar unas palabras muy importantes… Dijo entonces que cuando el hechizo desapareció, los amantes se acercaron a un árbol de gran diámetro (un tule) y grabaron unos versos sobre la corteza… Trataron de recoger la historia de su idilio… la noche de invierno en que se conocieron, cuando caía apenas la nieve de navidad… Siguiendo un camino zigzagueante incrustaron el diálogo.

Escribe él: En esta noche fría, hay formas de calentar las almas.
Responde ella: Si tú sabes la fórmula, me la dices.
Sueña él: Uno cierra los ojos y se deja llevar por el viento.
Argumenta ella: Cuando hay una buena compañía, las cosas son diferentes.
Dice el príncipe: Cierra los ojos. Pero la acción tiene que ser profunda, absoluta.  cuando sientas el calor de tu alma sobre la mía, ya llegaste al ensueño. Porque esto que vivimos es un ensueño.
Afirma ella: Pues yo te entrego mi corazón y todo lo que tengo. Y tú lo tienes que aceptar, porque tu camino es el mío.
Promete él: Mañana, cuando la nieve se deshaga, cuando el frío se vaya, empezará el nacimiento de las flores. Y en cada flor estaremos presentes… Como una sola cosa… Porque somos una sola cosa…
Los dos juntos: Los amantes de este mundo…
Y otra vez: Los amantes de este mundo…

      El viejo sacó una caja llena de pinturas y otros utensilios… Había que pintar el camino de las palabras amorosas… El viejo, el gusano y la ballena encontraron pinceles con los cuales todavía se podía laborar… Y trazaron líneas de colores… nubes, flores, y pájaros volando hacia el sol…
      Los colores aparecían combinados poéticamente… un arcoíris que coronaba el árbol…
      --El árbol del tule está de fiesta –dijo el viejo… Y antes de que pudiera decir más aparecieron tres bailarinas cubiertas de flores azules y rojas…danzando sobre las rocas…
      También hicieron su entrada triunfal al escenario unas ranas minúsculas. Eran las ranas coquíes, que vivieron por mucho tiempo en Puerto Rico, pero que ahora preferían radicarse en cualquier lugar… Su nombre quería decir “te quiero” en una lengua taína… Cantaban las ranas con dulce voz… Una canción de amor que alguna vez le dedicaron al cacique…
      El canto parecía llegar al cielo… Atravesaba las nubes, acariciaba las plantas de los pies de los dioses… El canto comunicaba que todo estaba bien en el mundo de los humanos… “Coquí-coquí”, cantaban las ranas, y decían “te quiero, te quiero”…
      La barcaza La Tórtola se movía entre las aguas… Se deslizaba con seguridad… El viejo holandés la dirigía con destreza… Aguas duras y aguas blandas… Subía y bajaba en las aguas plateadas…
      La ballena se movía a la par… A veces parecía un fantasma… Volteaba a donde estábamos y parecía que nos quería embestir como un toro de lidia.
      En realidad, ya yo no veía una ballena sino un toro frente a mí, que bufaba de lo lindo echando tierra hacia atrás… Tenía mucha fuerza… Enfilaba sus cuernos y nos quería ensartar… Torero, el matador, y el toro de lidia… Ole… Ole… Se escuchaban los gritos desde las gradas…Todo mundo sacaba pañuelos blancos, porque nadie quería que el toro de lidia terminara silenciado en el matadero… Había que perdonarle… A los toros bravos se les perdona…
      De pronto, la ballena dio la media vuelta, y nos dio la espalda… Se fue rumbo al horizonte… En silencio, a su paso, a su ritmo…
      El holandés encaminó la barcaza hacia el rompeolas… Y allí vimos muchas manzanas flotando… Las recogimos, quitándoles el agua salada… Y desde luego, probamos algunas…
      Estaban deliciosas… Dulces a veces, y otras, agrias… Nos sentimos en la gloria, en la siempre fabulosa gloria…
      Con una pequeña red, recogimos más manzanas… Juntamos cinco docenas… Y nos fuimos hasta el muelle…
      Debo añadir algo que resultará interesante para los amantes de las frutas. El holandés, dueño de la embarcación, enjuagó las manzanas en su casa, y las sacó al aire para que reposaran bajo los rayos del sol y luego a la luz de la luna…Una noche, cuando todo estaba en silencio y se gozaba de una tranquilidad inmensa, se acercaron dos sombras. Eran la princesa y el príncipe. Cargaban una canasta vacía…En ella depositaron todas las manzanas, excepto tres que formaban un triángulo…
      --El triángulo es la vida –dijo el príncipe.
      --Yo no sabía eso –comentó la princesa.
      --Tú nunca sabes nada –concluyó él.
      Se fueron por un sendero lleno de piedras… Las piedras que pisaban provenían del río. Eran planas y brillantes, de color negro, café y gris…Se detuvieron a medio camino y partieron una manzana… Dentro de la manzana se movía un gusanito… Se miraron, sonrieron… El príncipe colocó al gusanito sobre una roca grande… Comieron el alimento dulce y agrio, recuperaron fuerzas…
      Al poco tiempo, llegaron a las puertas de un castillo transparente. Y se fueron directamente a la cocina a triturar manzanas… Usando la masa de manzana y un poco de miel de colmena fabricaron una mezcla muy compacta para llenar frascos vacíos…
      Los frascos, pequeñas esculturas de vidrio, tenían formas muy variadas: elefantes, osos, leones, jirafas… y el resto de los animales que sobrevivieron el diluvio gracias al Arca de Noé…
      Cuando los frascos estuvieron listos, el príncipe y la princesa los sacaron a la luz, anunciándolos con un cartel: Frascos llenos de amor. Llévese uno. Gratis.
      Y se escondieron detrás de un arbolito.
      Comenzó el desfile. Pasó un señor que llevaba leña. No se llevó amor alguno. Pasó un tigre. Se llevó un frasco. Pasó un niño. Se llevó su frasco. Pasó un oso panda. Se llevó un frasco. Pasó una señora. No cargó con frasco alguno. Pasó un pájaro azul. Se llevó su frasco…
      Y a eso de las seis de la tarde, la mesa estaba vacía…
      El príncipe y la princesa entraron al castillo, y se sentaron en la banca del patio. Cada uno tomó una hoja de papel y dibujó escenas casuales sobre animales hechizados.
      Hicieron dibujos muy bonitos, que fueron pegando en las columnas y los muros transparentes…   


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

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