Saturday, September 7, 2013

GARABATO No. 22




      
Por Eduardo Rodríguez Solís


      He estado pensando, ahora que pongo en orden mis discos viejos de larga duración, en las distintas formas para hacer ejercicio, para darle a nuestro organismo fuerza, energía y salud.
      Desde luego, hay que ofrecerle a nuestra máquina (nuestro cuerpo) buenas gasolinas o alimentos. Y hay que comer, pero sin retacarse, sin volverse uno un empacador. La acción tiene que ser somera, cauta, selectiva. No hay que comer por comer. Hay que comer para alentar la vida, y nada más.
      Y no hay que olvidar que el agua, aunque no sea totalmente pura y clara, es la vida.
      Luego, está el movimiento, que puede ser correr, bailar, subir y bajar… Y uno debe encontrar aquí su propio método. Levantar cubetas con cierta cantidad de agua en vez de comprar (¿para qué) pesas de campeonatos olímpicos.
      Hay que tratar, también, de despertar la parte no utilizada de nuestro cerebro, que es mucha. (Entre más cerebro, más posibilidades de abrir puertas tenemos.) Por ejemplo, si somos diestros, con la mano izquierda hagamos mover un lápiz. Si hacemos esto con sistema, podemos despertar nuestro cerebro “no utilizado”. Con esta práctica, el recurso de la memoria se agranda. (Pero hay que ayudar a la memoria, llevando siempre con nosotros una libreta de apuntes. ¿Para qué nos esforzamos al tratar de recordar algo?)
      Además, hay que leer para traer conocimiento, y hay que usar ese sentido que casi no usamos.
      Hay que escuchar música, como si fuera una medicina, como si fuera el ruido agradable de un arroyo.
      Y a otra cosa, mariposa.
      Tengo en mis manos un disco de larga duración con “El Pájaro de Fuego”, ballet completo, de Igor Stravinsky. Es marca Mercury y Antal Dorati dirige la London Symphony Orchestra. La grabación fue realizada en 1960, en el Watford Town Hall, de Londres, con un solo micrófono colgado a media sala del gran teatro.
      Con un dólar adquirí este disco, en una tienda de segunda.
      La portada es fabulosa, pues reproduce el diseño del telón que hizo Chagall para una producción de este ballet. El coreógrafo Serge Diaghilev, con Tamara Karsavina encarnando al Pájaro de Fuego, hizo la premiere de esta obra.
      En la bella ilustración, en un cielo azul atormentado, vuela el pájaro de fuego, con su cabeza doble (de mujer y de pájaro). Con su mano derecha, el mágico personaje acaricia un ramillete de flores. En algún lugar, está una luna misteriosa.
      La acción de este ballet sucede en el jardín mágico, que está al centro del castillo de Kastchef, un demonio inmortal. Este funesto personaje domina un gran bosque habitado por princesas encantadas y caballeros petrificados. Pero ese encanto permanecerá si la existencia de Kastchef se prolonga hasta el infinito.
      Al jardín mágico llegan muchas aves. Y un pájaro muy especial, a veces se aparece, y come de las manzanas doradas de un árbol… Como las manzanas del Paraíso, estas frutas contienen la eterna juventud, la belleza y la felicidad.
      Un día, llega por ahí el príncipe Iván. Unos dicen que quiere cazar a ese pájaro extraño que se come las manzanas doradas, y otros, comentan que desea encontrarse con la princesa Vasilisa, a la que a través de una profecía le ha declarado su amor.
      Aparece el ave esplendorosa y el príncipe trata de aventarle una flecha. Pero la puntería falla. Hasta que en otra ocasión una flecha se le clava en su cuerpo emplumado. El pájaro de fuego ruega por su libertad y el príncipe le alivia su herida y lo deja volar en paz, quedándose el pobre príncipe con una pluma de colores.
      A poco tiempo, el príncipe y la princesa se expresan sus amores. Luego el príncipe  resulta víctima de un embrujo y se vuelve de piedra.
      Pero en el cuento, el demonio Kastchef muere y todos los caballeros y las princesas recuperan su libertad. Finalmente, los enamorados terminan felices mientras el pájaro de fuego vuela hacia otros territorios.
      La música es extraordinaria. Está, como el cuento que se cuenta, llena de sorpresas.
      Esta obra había sido encargada por el coreógrafo Serge Diaghilev al compositor Anatoly Liadov. Pero Liadov tomó las cosas con calma, como siempre lo hacía. Entonces se pensó en Igor Stravinsky, quien siempre se ponía a trabajar a tambor batiente.
      Cuando se estrenó este ballet, todo fue un gran acontecimiento, que luego siguió con los estrenos de otras de sus obras para ballet: “Petrouchka” y “La Consagración de la Primavera”.
      Esta grabación de la London Symphony Orchestra, con Antal Dorati a la batuta, suena con mucha fidelidad. Antal Dorati, quien fue gran amigo de Stravinsky, llegó a ser director de orquesta, después de haber renunciado a su profesión universitaria. Él era un destacado profesor de matemáticas, pero prefirió la música sinfónica a las ordenaciones infinitas de los números.


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


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