Wednesday, October 1, 2014

GARABATO No. 83



     

Por Eduardo Rodríguez Solís


      Humberto estaba en un hoyo. Su abuelo tomó sus triques y su bolsita de dinero, y se fue detrás de una muchacha que parecía salida de la jungla. Y él, el único nieto, se quedaba solo, sin un clavo en las bolsas.
      Y cuando en su estómago se empezaron a mover los ácidos, se salió al sol y miró para arriba. El cielo estaba muy azul y no había nubes.
      Y se acordó de una fábula que le leyeron en la escuela… Era la historia de un niño que mataba, gracias a su resortera, lagartijas y otros bichos.
      Este chamaco alguna vez apuntó su resortera para arriba y, después de un tiempito, le cayó de regreso una cajita llena de monedas. Y con ese dinerito se fue al mercado y pudo comprar una bolsa de cacahuates.
      Estaba en esos pensamientos el niño Humberto, y un pájaro azul, que volaba como de rayo, se detuvo y le dijo que tirara con mucha fuerza su resortera, y con una buena piedrita podía llegar al cielo, y con otra piedrita que le iban a aventar de arriba, las cosas iban a cambiar.
      Y lo hizo, y le cayó de regreso una piedrita pintada de amarillo.
      --Y con esa piedrita te vas al restaurant de las hamburguesas, y alguien te va a dar algo de comer –dijo el pájaro azul.
      Dicho y hecho. Humberto se fue al restaurant que tenía una “eme” en la entrada, y levantó muy arriba su piedra amarilla… Enseguida se oyeron unos tambores y salió un payaso que se llamaba Ronald, y que era muy simpático y buena gente.
      El payaso pidió la piedrita amarilla, y dio a cambio un plato de cartón con una hamburguesa, con papitas al lado, su dotación de kétchup y su refresco de cola.
      El niño Humberto llenó su pancita y se sintió muy cerca del cielo.
      Esa rutina completa, desde el lanzamiento de una piedra, gracias a la potencia de una resortera, hasta la caída de la piedra amarilla, luego el acto de intercambio ante el payaso Ronald, se volvió cosa de todos los días, pues había que comer, ya que no había abuelo que cocinara.
      Pero el niño Humberto empezó a tener ligeros dolores de estómago y dificultades para ir al baño… Pero la vida tenía que seguir, con abuelo o sin abuelo.
      Hasta que un día apareció el milagro. El abuelo ya estaba de regreso… No le había gustado la vida con la joven salvaje… Ella quería comer pizza a diario y al viejo no le gustaba ese antojito italiano.
      Entonces el abuelo se metió a la cocina e hizo cosas que le encantaban a Humberto.
      El menú era de nuevo soberbio… Sopa de fideos, sopa de pollo, arroz, ensalada de papas con huevo, y a veces chocolate caliente.
      Y un día alguien tocaba a la puerta.
      --¿Quién es? –preguntó el niño Humberto.
      --Soy Ronald, tu amigo –dijo el payaso.
      Y cuando estuvieron frente a frente, el payaso le preguntó:
      --¿Y por qué no has ido al restaurant?
      Y Humberto, después de una pausa, contestó:
      --Es que estoy a dieta.
      El payaso dio la media vuelta y se fue alejando, haciendo mucho ruido con sus zapatotes. Estaba enojado.
      El piso se cimbraba, pero la felicidad del niño Humberto era tan grande como la distancia de la Tierra a la Luna.


Eduardo Rodríguez Solís (México D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

 

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