Por Eduardo Rodríguez
Solís
Humberto estaba en un hoyo. Su abuelo
tomó sus triques y su bolsita de dinero, y se fue detrás de una muchacha que
parecía salida de la jungla. Y él, el único nieto, se quedaba solo, sin un
clavo en las bolsas.
Y cuando en su estómago se empezaron a
mover los ácidos, se salió al sol y miró para arriba. El cielo estaba muy azul
y no había nubes.
Y se acordó de una fábula que le leyeron
en la escuela… Era la historia de un niño que mataba, gracias a su resortera,
lagartijas y otros bichos.
Este chamaco alguna vez apuntó su
resortera para arriba y, después de un tiempito, le cayó de regreso una cajita
llena de monedas. Y con ese dinerito se fue al mercado y pudo comprar una bolsa
de cacahuates.
Estaba en esos pensamientos el niño
Humberto, y un pájaro azul, que volaba como de rayo, se detuvo y le dijo que
tirara con mucha fuerza su resortera, y con una buena piedrita podía llegar al
cielo, y con otra piedrita que le iban a aventar de arriba, las cosas iban a
cambiar.
Y lo hizo, y le cayó de regreso una
piedrita pintada de amarillo.
--Y con esa piedrita te vas al restaurant
de las hamburguesas, y alguien te va a dar algo de comer –dijo el pájaro azul.
Dicho y hecho. Humberto se fue al restaurant
que tenía una “eme” en la entrada, y levantó muy arriba su piedra amarilla…
Enseguida se oyeron unos tambores y salió un payaso que se llamaba Ronald, y
que era muy simpático y buena gente.
El payaso pidió la piedrita amarilla, y
dio a cambio un plato de cartón con una hamburguesa, con papitas al lado, su
dotación de kétchup y su refresco de cola.
El niño Humberto llenó su pancita y se
sintió muy cerca del cielo.
Esa rutina completa, desde el lanzamiento
de una piedra, gracias a la potencia de una resortera, hasta la caída de la
piedra amarilla, luego el acto de intercambio ante el payaso Ronald, se volvió
cosa de todos los días, pues había que comer, ya que no había abuelo que
cocinara.
Pero el niño Humberto empezó a tener
ligeros dolores de estómago y dificultades para ir al baño… Pero la vida tenía
que seguir, con abuelo o sin abuelo.
Hasta que un día apareció el milagro. El
abuelo ya estaba de regreso… No le había gustado la vida con la joven salvaje…
Ella quería comer pizza a diario y al viejo no le gustaba ese antojito
italiano.
Entonces el abuelo se metió a la cocina e
hizo cosas que le encantaban a Humberto.
El menú era de nuevo soberbio… Sopa de
fideos, sopa de pollo, arroz, ensalada de papas con huevo, y a veces chocolate
caliente.
Y un día alguien tocaba a la puerta.
--¿Quién es? –preguntó el niño Humberto.
--Soy Ronald, tu amigo –dijo el payaso.
Y cuando estuvieron frente a frente, el
payaso le preguntó:
--¿Y por qué no has ido al restaurant?
Y Humberto, después de una pausa,
contestó:
--Es que estoy a dieta.
El payaso dio la media vuelta y se fue
alejando, haciendo mucho ruido con sus zapatotes. Estaba enojado.
El
piso se cimbraba, pero la felicidad del niño Humberto era tan grande como la
distancia de la Tierra a la Luna.
Eduardo Rodríguez Solís (México D.F.)
ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la
revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido
reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El
señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha
sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos
Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido
representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive
y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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