Por Eduardo Rodríguez
Solís
Como pudo, con algo de lodo y hojas
secas, se tapó el tercer ojo que tenía en la frente, y se quedó solamente con
dos ojos.
X-46 venía de un planeta que estaba
detrás del sol, donde se veían las cosas en cuatro dimensiones. Pero se daba
cuenta que en la Tierra no había necesidad de ver con tres ojos, porque la
cuarta dimensión no existía, y bastaban dos ojos para verlo todo en tercera
dimensión.
Además, la gente se alarmaría al ver un
ser con tres ojos. Dos, como los que tenemos en la Tierra, y un tercero,
arriba, entre los dos ojos.
Entonces, con lodo y hojas secas se
eliminó la preocupación No. 1. Pero quedaba la preocupación No. 2.
Las extremidades. Ocho dedos en las
manos, y ocho dedos en los pies. Como si uno fuera personaje de Walt Disney.
Entonces uno, al ser de ese planeta que
está detrás del sol, tenía que ocultar ese segundo defecto, con guantes
blancos, como si fuera uno cadete de una escuela militar.
Y eliminadas las dos preocupaciones, se
podía vivir plenamente.
Pero había una gran ventaja en X-46. Al
dormir, podía quitarse lo que tapaba al tercer ojo. Y ese tercer ojo se quedaba
abierto, vigilando el entorno de X-46.
Esa ventaja hacía que el disfrute del
sueño fuese integral. Y uno, al ser de ese planeta que estaba detrás del sol,
despertaba lleno de energías del sueño, para seguir con la vida.
Pero la existencia se le complicó a X-46.
Y esto fue cuando el amor lo atrapó.
Ella era de Vietnam y era adoradora de
una existencia ordenada, cosa que le encantaba a X-46.
Y cuando X-46 tuvo que descubrir sus
tremendos defectos (su tercer ojo y sus manos y pies con cuatro dedos), no pasó
nada.
La muchacha vietnamita confesó que ella
también era de aquel planeta que estaba detrás del sol. Y entonces el cuento
que contamos aquí tuvo un extraordinario final feliz.
Y se vieron con sus tres ojos, frente a
frente, y se acariciaron con sus manos que parecían dibujadas por Walt Disney.
Vino entonces la primera noche donde se
desbordó el amor, acto que se hizo frente a un televisor extremadamente plano,
que mostraba una escena pintoresca, donde Donald Duck jugaba póker con Mickey
Mouse… Los dos muñecos animados mostraban sus cartas. Ambos tenían póker de
Reyes.
Alguien estaba haciendo trampa.
Cuando la pareja cumplió veinticinco años
de unión espiritual, se decidió volver a ese planeta que estaba detrás del sol…
Es que francamente estaban muy cansados de ocultar sus “horribles” defectos…
Mejor retornar al mundo de las cuatro dimensiones.
Ahí, después de un largo viaje, caminaron
a gusto. Y todo era de todos. Las manzanas azules que crecían a la luz de
muchas estrellas eran de quien quisiera. Y el agua de la única cascada, que era
dorada y gratis, curaba cualquier mal.
Eduardo Rodríguez Solís (México D.F.)
ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la
revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido
reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El
señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha
sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos
Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido
representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive
y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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