Wednesday, October 29, 2014

GARABATO No. 87


 

 

      Por Eduardo Rodríguez Solís


      Del jardín interior, que tiene muchas tonalidades en verde, salta un juglar cubierto con rombos de colores.
      Da vueltas como buen artista de circo y hace rodar dos cocos, uno grande y otro chico. Entonces, esas frutas ya secas, caen al mosaico y se mueven por esa superficie, como si fueran las bolas de un billar.
      El juglar brinca de gusto y canta una canción antigua, con letra que parece africana.
      Y cuando surge el ruido de un tambor, ese juglar se vuelve casi danzante de un ritual afro.
      Caen entonces muchas hojas verdes, que se desprenden de las matas del jardín interior y, cada una de ellas, se transforma en una bailarina de largas trenzas.
      El juglar casi enloquece y se acerca a las mujeres, que no han dejado de moverse.
      Y bailan todos hasta que se mete el sol, y los verdes se oscurecen y empieza la noche.
      Muchas pequeñas mujeres, que son luciérnagas, rodean el territorio. Y uno se siente con ganas de volverse un rayo de luz nocturna.
      Vuelan los minúsculos seres y hacen como un murmullo de olas. Y francamente uno se imagina sumergido en las aguas frescas del mar.
      Y una tormenta se hace presente. Son vientos que vienen del Norte y te hacen tiritar.
      Llega la madrugada.
      La fantasía ha terminado. El jardín ya está tranquilo y los cocos han recuperado su sitio.
      A lo lejos se oye el llorar de un niño.


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Friday, October 24, 2014

GARABATO No. 86


 

     

Por Eduardo Rodríguez Solís

 
      El hombre está intranquilo. Da vueltas en la cama pero no puede atrapar el sueño. Se restriega los ojos y no consigue la paz. Respira con profundidad y suspira. Francamente no sabe qué hacer.
      Mira el cielo raso, que parece la superficie lunar. Y con lentitud extrema ve el movimiento de una araña patona, de las que abundan en los panteones… El animal se mueve hacia una esquina… Y ahí, se desliza por una rendija. Desaparece, y la superficie lunar queda sola.
      El hombre casi da una maroma y se incorpora. Y se levanta, pero pierde el equilibrio. Y piensa que la sangre no le está irrigando bien el cerebro.
      Pero se pone sus chanclas y empieza a moverse por la habitación.
      Truena los dedos y el foco de su cuarto se enciende, y la luz amarillenta le lastima los ojos.
      Truena los dedos y la luz amarilla se vuelve roja, como si fuera señal de un lugar repleto de mujeres fáciles.
      Truena los dedos y la luz roja se vuelve azul, como si fuera lámpara de enamorados.
      Truena los dedos y todo se vuelve penumbras, como si fuera el principio de la muerte.
      Entonces se acuerda que un amigo, a medias de un juego de mesa, le pregunta:
      --¿Y qué sigue después de la muerte?
      Y la respuesta que se escucha es medio surrealista.
      --Después de la muerte, viene la escalera y el valiente.
      Truena los dedos y la penumbra se vuelve luz rosada.
      Entonces se acerca a su ventana.
      Truena los dedos y, a través del cristal, se puede ver a un rinoceronte que juega con una mariposa azul.
      Truena los dedos y las imágenes cambian. Ahora, son conejos y ardillas que saltan llenos de alegría.
      Truena los dedos y ahora se ve a sí mismo… En un campo verde corre el hombre. Y este hombre se acerca al horizonte que está hacia el Sur… Corre despavorido y nada lo detiene…
      Truena los dedos y todas las nuevas imágenes se revuelven y se confunden entre los colores del arco iris.
      Truena los dedos y no pasa nada.
      Truena los dedos y parece que el tiempo se desmorona.
      Truena los dedos y no hay luces.
      Entonces, sabe que su fin ha llegado.
      El hombre se siente convertido en polvo, y se vuelve araña patona, y camina por ese cielo raso, que es el piso… Y busca alguna rendija.
      Finalmente, el hombre, que ya no truena los dedos, encuentra un orificio y dice para sus adentros, “eureka”, y se desliza y desaparece de la vista.
      El hombre está en el principio del fin…     

 
Eduardo Rodríguez Solís (México D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)


 

Tuesday, October 21, 2014



it is a wonderful day and there are wonderful people in the world


Sunday, October 12, 2014

GARABATO No. 85


 

   
 
 
Por Eduardo Rodríguez Solís

 
      El vivía al pie del cerro del Chiquihuite. Y ahí se subía cuando necesitaba estar cerca de los dioses antiguos.
      Eran tan extraños los  nombres de estos príncipes de los cielos, que no se los sabía. Pero eso a él no le importaba, ya que aseguraba que todos eran sus amigos.
      Y cuando se trepaba a ese cerro, y cuando sentía los vientos que le alborotaban los cabellos, se creía lleno de tranquilidad. Y era entonces cuando respiraba con amplitud. Y ya que sus pulmones estaban abarrotados de aire frío o caliente, ya que experimentaba las manos cosquilleantes, cerraba los ojos con fuerza y rápidamente, un tigre se le acercaba y él, sí, él, sentía protección.
      Porque el tigre, sea de la montaña o de la selva lejana, era un dios menor, que era como una medicina que llegaba de los cielos.
      Entonces el hombre se sentía seguro, y ese hombre mismo se volvía, de verdad, un tigre.
      Luego venía la caminata alrededor del cerro del Chiquihuite.
      Dos tigres se movían a la par, y uno cuidaba al otro.
      Esa era la ley… Uno se volvía la sombra del otro.
      Y sucede que un día hubo gran alboroto en el Estadio de los dioses, y el tigre creado por la imaginación, tuvo que regresar a su Edén, y  el hombre se quedó entonces solo y triste.
      Pero de los cielos bajaron tres pájaros cardenales, y quisieron llevarse al hombre solitario. Y el hombre se hizo de sus propias alas y se fue volando con sus amigos cardenales.
      Y cuando atravesaron varias terrazas de nubes, llegaron a su destino.
      Ahí, el hombre se  quitó sus incómodas alas y, después de un rato, encontró a su tigre, el que lo acompañaba en las alturas del cerro del Chiquihuite.
      Y en una ceremonia con toques muy antiguos, se hicieron cortes con un pedazo de obsidiana y, con sangre, sellaron su amistad.
      Y con el líquido sobrante, que escurría a cuentagotas, se pusieron a pintar el tronco de un árbol que parecía “La planta de la vida”.
      El árbol pudo crecer gracias a esa vitamina vital, y llegó a acariciar a muchos planetas. Y, desde esos mágicos días, la galaxia cambió du carácter… Ahora era una galaxia bondadosa y muy amigable. Permitía la mezcla de humanos con animales. Y este adorable y único rasgo de planetas cercanos y lejanos quedó inscrito en las páginas del Libro de la Vida.
      Y aunque no se crea, arriba del cerro del Chiquihuite, en la Tierra, se erigió una pirámide que se volvió centro ceremonial. Y en uno de sus túneles, en el que corre de Norte a Sur, se colocaron dos tigres labrados en basalto. (Ahí los enamorados encienden veladoras a favor de la pasión. Y ese acto primitivo ha sellado con fuerza los amores casi perdidos.)


Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

 

Sunday, October 5, 2014

GARABATO N0. 84


 

 
Por Eduardo Rodríguez Solís

 
      Como pudo, con algo de lodo y hojas secas, se tapó el tercer ojo que tenía en la frente, y se quedó solamente con dos ojos.
      X-46 venía de un planeta que estaba detrás del sol, donde se veían las cosas en cuatro dimensiones. Pero se daba cuenta que en la Tierra no había necesidad de ver con tres ojos, porque la cuarta dimensión no existía, y bastaban dos ojos para verlo todo en tercera dimensión.
      Además, la gente se alarmaría al ver un ser con tres ojos. Dos, como los que tenemos en la Tierra, y un tercero, arriba, entre los dos ojos.
      Entonces, con lodo y hojas secas se eliminó la preocupación No. 1. Pero quedaba la preocupación No. 2.
      Las extremidades. Ocho dedos en las manos, y ocho dedos en los pies. Como si uno fuera personaje de Walt Disney.
      Entonces uno, al ser de ese planeta que está detrás del sol, tenía que ocultar ese segundo defecto, con guantes blancos, como si fuera uno cadete de una escuela militar.
      Y eliminadas las dos preocupaciones, se podía vivir plenamente.
      Pero había una gran ventaja en X-46. Al dormir, podía quitarse lo que tapaba al tercer ojo. Y ese tercer ojo se quedaba abierto, vigilando el entorno de X-46.
      Esa ventaja hacía que el disfrute del sueño fuese integral. Y uno, al ser de ese planeta que estaba detrás del sol, despertaba lleno de energías del sueño, para seguir con la vida.
      Pero la existencia se le complicó a X-46. Y esto fue cuando el amor lo atrapó.
      Ella era de Vietnam y era adoradora de una existencia ordenada, cosa que le encantaba a X-46.
      Y cuando X-46 tuvo que descubrir sus tremendos defectos (su tercer ojo y sus manos y pies con cuatro dedos), no pasó nada.
      La muchacha vietnamita confesó que ella también era de aquel planeta que estaba detrás del sol. Y entonces el cuento que contamos aquí tuvo un extraordinario final feliz.
      Y se vieron con sus tres ojos, frente a frente, y se acariciaron con sus manos que parecían dibujadas por Walt Disney.
      Vino entonces la primera noche donde se desbordó el amor, acto que se hizo frente a un televisor extremadamente plano, que mostraba una escena pintoresca, donde Donald Duck jugaba póker con Mickey Mouse… Los dos muñecos animados mostraban sus cartas. Ambos tenían póker de Reyes.
      Alguien estaba haciendo trampa.
      Cuando la pareja cumplió veinticinco años de unión espiritual, se decidió volver a ese planeta que estaba detrás del sol… Es que francamente estaban muy cansados de ocultar sus “horribles” defectos… Mejor retornar al mundo de las cuatro dimensiones.
      Ahí, después de un largo viaje, caminaron a gusto. Y todo era de todos. Las manzanas azules que crecían a la luz de muchas estrellas eran de quien quisiera. Y el agua de la única cascada, que era dorada y gratis, curaba cualquier mal.


Eduardo Rodríguez Solís (México D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)

Wednesday, October 1, 2014

GARABATO No. 83



     

Por Eduardo Rodríguez Solís


      Humberto estaba en un hoyo. Su abuelo tomó sus triques y su bolsita de dinero, y se fue detrás de una muchacha que parecía salida de la jungla. Y él, el único nieto, se quedaba solo, sin un clavo en las bolsas.
      Y cuando en su estómago se empezaron a mover los ácidos, se salió al sol y miró para arriba. El cielo estaba muy azul y no había nubes.
      Y se acordó de una fábula que le leyeron en la escuela… Era la historia de un niño que mataba, gracias a su resortera, lagartijas y otros bichos.
      Este chamaco alguna vez apuntó su resortera para arriba y, después de un tiempito, le cayó de regreso una cajita llena de monedas. Y con ese dinerito se fue al mercado y pudo comprar una bolsa de cacahuates.
      Estaba en esos pensamientos el niño Humberto, y un pájaro azul, que volaba como de rayo, se detuvo y le dijo que tirara con mucha fuerza su resortera, y con una buena piedrita podía llegar al cielo, y con otra piedrita que le iban a aventar de arriba, las cosas iban a cambiar.
      Y lo hizo, y le cayó de regreso una piedrita pintada de amarillo.
      --Y con esa piedrita te vas al restaurant de las hamburguesas, y alguien te va a dar algo de comer –dijo el pájaro azul.
      Dicho y hecho. Humberto se fue al restaurant que tenía una “eme” en la entrada, y levantó muy arriba su piedra amarilla… Enseguida se oyeron unos tambores y salió un payaso que se llamaba Ronald, y que era muy simpático y buena gente.
      El payaso pidió la piedrita amarilla, y dio a cambio un plato de cartón con una hamburguesa, con papitas al lado, su dotación de kétchup y su refresco de cola.
      El niño Humberto llenó su pancita y se sintió muy cerca del cielo.
      Esa rutina completa, desde el lanzamiento de una piedra, gracias a la potencia de una resortera, hasta la caída de la piedra amarilla, luego el acto de intercambio ante el payaso Ronald, se volvió cosa de todos los días, pues había que comer, ya que no había abuelo que cocinara.
      Pero el niño Humberto empezó a tener ligeros dolores de estómago y dificultades para ir al baño… Pero la vida tenía que seguir, con abuelo o sin abuelo.
      Hasta que un día apareció el milagro. El abuelo ya estaba de regreso… No le había gustado la vida con la joven salvaje… Ella quería comer pizza a diario y al viejo no le gustaba ese antojito italiano.
      Entonces el abuelo se metió a la cocina e hizo cosas que le encantaban a Humberto.
      El menú era de nuevo soberbio… Sopa de fideos, sopa de pollo, arroz, ensalada de papas con huevo, y a veces chocolate caliente.
      Y un día alguien tocaba a la puerta.
      --¿Quién es? –preguntó el niño Humberto.
      --Soy Ronald, tu amigo –dijo el payaso.
      Y cuando estuvieron frente a frente, el payaso le preguntó:
      --¿Y por qué no has ido al restaurant?
      Y Humberto, después de una pausa, contestó:
      --Es que estoy a dieta.
      El payaso dio la media vuelta y se fue alejando, haciendo mucho ruido con sus zapatotes. Estaba enojado.
      El piso se cimbraba, pero la felicidad del niño Humberto era tan grande como la distancia de la Tierra a la Luna.


Eduardo Rodríguez Solís (México D.F.) ha publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picadoSobre los orígenes del hombreDoncella vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)