Por Eduardo Rodríguez Solís
Antonio y su amigo Enrique se pasaron casi un año amarrando pedazos de
cuerda para hacer un pasadizo aéreo que iba a estar desde la cúpula de la
iglesia de San Agustín hasta el último piso de un edificio desde donde se veía
el mar al Norte y al Sur.
Fijaron primero la cuerda desde la cúpula hasta el suelo, al lado de la
iglesia.
Luego, hicieron lo mismo con la cuerda que amarraron provisionalmente en
una de las puntas del edificio.
Después
vino el amarre en el piso de las calles, y luego se unió todo y se empezó a
restirar la cuerda hasta tenerla bien tensada. Y luego se cortó el sobrante,
que era mucho.
Ya
que tuvieron la cuerda lista fueron con una viejita que se decía había sido
“modista” de la esposa del presidente Porfirio Díaz.
La
viejita era una “guapura”. Siempre andaba bien maquillada y su vestuario
parecía de diva de Hollywood. (Se parecía a veces a Pola Negri, la afamada
actriz que causó furor cuando el cine se hacía en blanco y negro.)
Y
cuando Antonio y Enrique fueron a verla, le llevaron un flan que se veía muy
sabroso. Ella, muy modosa y femenina, les sirvió una buena taza de chocolate
caliente. Pero la Madame Deschamps, que así se llamaba, no quiso compartir el
flan que le habían llevado. Entonces, hay que imaginar que Antonio y Enrique
sintieron el surgimiento de un granito en sus lenguas. Es que el flan se
sospechaba ultra-sabroso.
Madame Deschamps les diseñó unos trajes parecidos al de Superman, pero
sin capa. Eran a base de azules, rojos, amarillos y blancos. Y resultaron muy
circenses, muy llamativos.
El
día “D” llegó. Y un payaso tocaba el tambor y repartía volantes por todos
lados… Ese mismo clown colocó muchos sombreros de copa (de cartón) para las
propinas del público.
Y
se oyeron unos clarines parecidos a los de las corridas de toros. Empezaba la
fiesta.
Antonio y Enrique, metidos en los disfraces de Madame Deschamps,
iniciaban su camino por la larga cuerda, que se aleteaba por los vientos, y que
iba de la iglesia de San Agustín hacia el edificio más alto de la ciudad.
Pero los amarres no resistieron, y los flamantes acróbatas se vinieron
abajo, y se golpearon varias veces en la iglesia.
Y
ellos, con varias fracturas en las piernas y muchos raspones en las manos
fueron llevados al hospital de la Santa Cruz, con todas sus dolencias.
Y
el payaso “promotor” llegó luego al hospital con todos los sombreros de cartón
llenos de dinero… Y los billetes y centavos pagaron los gastos médicos de “esos
acróbatas fracasados”.
Y
hasta sobró para comprar un sabroso flan, que se partió en tres partes (porque los comensales eran dos heridos y
magullados, y un payaso super publicista, que de vez en cuando se comía las uñas).
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha
publicado libros de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la
revista Mester, del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido
reconocimientos nacionales por Banderitas de papel picado, Sobre
los orígenes del hombre, Doncella vestida de blanco y El
señor que vestía pulgas. Su cuento San Simón de los Magueyes ha
sido premiado y llevado al cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos
Bracho. Su obra de teatro Las ondas de la Catrina ha sido
representada en muchos países, así como en Broadway, New York. Actualmente vive
y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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