Por Eduardo Rodríguez Solís
Iba
caminando por el fondo de la cañada. El calor retumbaba de un lado a otro. El
sol no se veía por las tantas nubes, pero se sentía. No había insectos ni
pájaros. Todo era un silencio de cementerio, de cueva oscura y misteriosa.
De
pronto, de muy arriba, desde el mirador de la carretera, cayó una caja, con
muchas piezas que sonaban a metal.
Fue
entonces cuando Patricio Doscaminos se agachó ante la caja que había caído…
Levantó un poco la tapa y supo lo que ahí se aglutinaba. Eran muchos, pero
muchos soldados de plomo, disfrazados de distintas maneras.
Echó entonces su mochila al suelo y fácilmente introdujo aquella caja de
pequeñas tropas militares.
Siguió
con su caminata, brincando piedras y esquivando troncos caídos.
Pero echamos el tiempo para atrás y nos hacemos los aparecidos, en forma
invisible, en una agencia funeraria. Un actor famoso había terminado su vida
por fallas en su corazón. Él era, a escondidas, un coleccionista de soldaditos
de plomo. Los tenía todos alineados, formados, yendo a la batalla, en una
vitrina de varios pisos. Ahí estaban, listos para las acciones guerreras.
Y a
la muerte del actor shakespeariano, sus libros, que se contaban por cientos,
fueron arrojados a la basura. Y sus queridos soldados se arrumbaron en la
cajuela del auto de la viuda… Y esta bella dama de negro, llegó al mirador de
la carretera, y ahí, y sólo ahí, arrojó ese tesoro marcial.
Pero Patricio Doscaminos no sabía esa historia. Él seguía con su
caminata y con su carga militar a las espaldas.
Cuando
llegó a su cuarto de azotea, en pleno centro de la ciudad de México, después de
descansar sus pies para arriba, sacó su tesoro y observó soldado tras soldado.
Y
cuando tuvo en sus manos a un corneta de los tiempos de Napoleón, escuchó el
sonido del instrumento musical. Se volvió entonces Patricio Doscaminos otro
soldado de la época de Napoleón Bonaparte, y sintió muchos deseos de ir a un
frente de guerra para luchar por la patria.
Fue
entonces cuando el actor shakesperiano, el que recién había muerto, hizo su
aparición, seguido por las luces de un reflector. Llevaba, desde luego,
uniforme militar, pero parecía soldado de los tiempos gloriosos de Roma. Portaba
un hermoso casco con alas a cada lado, y llevaba un escudo labrado y una espada
que lo podía cortar todo,
--Siempre
hay batallas que librar –dijo el actor, y se fue yendo para atrás hasta que no
hubo luz que lo iluminara.
Fue
entonces cuando Patricio Doscaminos se puso a improvisar pequeñas plataformas
de madera para los soldados.
Y
todos, absolutamente todos los soldaditos de plomo, fueran de la época que
fueran, se alistaron para la guerra (necesidad moderna de la sociedad nuestra).
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros
de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester,
del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales
por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella
vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su
cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al
cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las
ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en
Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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