Por Eduardo Rodríguez Solís
La
niña Sofía se fue hasta la playa. Y ahí, al ver una lancha abandonada, se le
ocurrió treparse a ella y se empezó a mover con los remos.
Al
principio, le costaba trabajo jalar el agua y avanzar, y dar vueltas, pero con
un poco de práctica casi se volvió “una mujer de mar”.
Se
fue entonces hacia donde se veían unas palmeras, en una especie de islote. Pero
remaba y remaba y sentía que cada vez estaba más lejos de aquella islita.
Entonces, cansada de luchar con aquellos remos, le dio sueño y cerró los
ojos.
Se
vio enseguida caminando en aquel islote de tres palmeras.
De
pronto, alguien le arrojó un coco.
La
niña Sofía trató de romper ese coco para saborear su carne y su agua fresca.
Pero esto de romper el coco era imposible. La fruta parecía de piedra.
Fue
entonces cuando de lo alto de una de las palmeras brincó un negrito, que vestía
todo de rojo y que traía un sombrero de carrete.
--Mira. Yo, que me llamo Juanito Houdini, y que soy el único habitante
de esta islita, te voy a enseñar a partir un coco –dijo Juanito mientras la
niña Sofía estaba admirada.
Juanito
Houdini colocó el coco entre dos caracoles de mar y gritó como un karateca,
golpeando (sin golpear) el coco con su mano derecha.
Gracias a esta acción milagrosa la niña Sofía disfrutó de la carne del
coco y se deleitó con el agua de coco.
--Esto
está fabuloso –dijo la niña Sofía, al momento que se despertaba de su agradable
sueño.
Pero,
qué barbaridad, los remos de la lancha no estaban. Habían desaparecido.
Entonces, la niña Sofía se puso a llorar porque estaba lejísimo de su
playa.
Pero, como éste es un cuento donde suceden cosas buenas, como debe de
ser, apareció por ahí un delfín que se veía muy gracioso.
--Yo
te voy a llevar de regreso a tu playa. Eres una niña buena, y a las niñas
buenas no les pasan cosas malas –dijo el delfín brincando y dando vueltas en el
aire, como si fuera toda una estrella de un circo esplendoroso.
Acto
seguido, el delfín, cantando siempre, remolcó sin problemas a la lanchita, con
su tripulante feliz, la niña Sofía.
Y
cuando llegaron a su playa querida, la niña Sofía bailó de gusto, y muchas
gaviotas volaron alrededor de ella.
Y
al rato, los remos que se habían perdido, fueron aventados a la playa, gracias
a unas olas que se parecían todas al negrito Juanito Houdini.
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros
de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester,
del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales
por Banderitas de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella
vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su
cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al
cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las
ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en
Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
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