Por Eduardo Rodríguez Solís
La
niña Jesusa se fue caminando por la playa. El cielo estaba nublado y el
ambiente era francamente húmedo. Las olas entraban con fuerza y se alejaban con
lentitud.
La
arena estaba suavecita y casi no provocaba ruidos, si uno la pisaba.
Pero esa superficie empezó a ablandarse, y uno como que se sumía.
Fue
entonces cuando la niña Jesusa se alarmó, pues sentía que algo vivo se movía
ahí abajo.
Hasta
que salió una mano delicada. Era una mano de mujer… Luego, ese cuerpo extraño,
sumido en la arena, se descubrió.
Ahí
estaba una sirena. De la cintura para arriba era una bella mujer… Y de la
cintura para abajo, era un pez fuerte, lleno de vida.
Y
la niña Jesusa estuvo a punto de salir corriendo, pero la amable voz de la
sirena la detuvo.
--Yo soy, si quieres, tu amiga. Y si soy tu amiga, puedes recibir
protección de mis dioses –dijo la sirena, que se llamaba Luz del Horizonte.
La
niña Jesusa supo entonces que las sirenas podían respirar en el mundo de los
humanos y en las profundidades de los mares. Y que cuando una sirena se
sumergía en la arena estaba a medias en el mundo de los humanos, y a medias en
el mundo de la fauna marina.
--¿Y por qué estabas enterrada en la arena? –preguntó la niña Jesusa.
--Porque a veces me canso de moverme en el mundo submarino –dijo la
sirena Luz del Horizonte.
Entonces la niña Jesusa supo que todos los mundos tenían sus defectos y
sinsabores… Es que, como ya lo sabía la niña Jesusa, vivir no era fácil… Porque
la vida se te presenta a veces con piedras o rocas que te impiden caminar
libremente.
Y
cuando se hicieron amigas, de no sé dónde, la sirena Luz del Horizonte sacó una
pequeña guitarra, y se puso a interpretar una bonitas melodías. Esos sonidos
organizados eran las voces infinitas de las profundidades.
Y
si escuchabas y entendías el sentido mágico de esta música, podías, si querías,
ver a los dioses de las profundidades.
La
niña Jesusa entendió entonces que cualquier mundo tenía lugares buenos y malos.
Y al hacerse amiga de la sirena Luz del Horizonte, se hizo de un segundo
corazón… El primero del mundo de los humanos y el segundo del universo de las
profundidades.
Y
teniendo dos corazones, el flujo sanguíneo se hizo equivalente a una cascada
prodigiosa.
Eduardo Rodríguez Solís (D.F.) ha publicado libros
de teatro, cuento y novela. Fue el primer editor de la revista Mester,
del Taller de Juan José Arreola. Ha recibido reconocimientos nacionales por Banderitas
de papel picado, Sobre los orígenes del hombre, Doncella
vestida de blanco y El señor que vestía pulgas. Su
cuento San Simón de los Magueyes ha sido premiado y llevado al
cine por Alejandro Galindo, con guión de Carlos Bracho. Su obra de teatro Las
ondas de la Catrina ha sido representada en muchos países, así como en
Broadway, New York. Actualmente vive y trabaja en Houston, Texas. (erivera1456@yahoo.com)
No comments:
Post a Comment